DESDE EL PARAISO OS LO CUENTO: MONTMARTRE; MOLIENDA, BAILE Y ARTE.

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¿Montmartre? Aunque en la crónica de Fredegario -cronista franco fallecido en 660- la colina de Montmartre era nombrada  como Mons Mercore -monte de Mercurio (hijo de Júpiter y dios de los atletas, de la sabiduría, de las artes, de la escritura, de los pastores y de los ladrones)-,  el topónimo Mons Martis -Monte de Marte- que venía de la época galo-romana, sobrevivió a los tiempos de los Merovingios debido a un templo erigido en la colina, en su día, en honor a Marte -dios de la guerra y también hijo de Júpiter-, o también pudo ser que fuera interpretado posteriormente como el monte de los mártires Mons Martyrum, pudiéndose referir a la decapitación de Saint Denis –Dionisio patrón de París- en el 272 d.C. durante la persecución de Aureliano, que después de ser ajusticiado y perder la cabeza, la tomó en sus manos y anduvo seis kilómetros atravesando Montmartre por el lugar que más tarde se llamaría la calle de los mártires. entregando su cabeza al finalizar su camino, a una piadosa mujer descendiente de la nobleza romana llamada Casulla, y después se desplomó. En ese punto  se edificó la célebre basílica de Saint Denis.en su honor, en el distrito Sena-Saint Denis de la capital francesa, al norte del centro de la ciudad.

Basílica de Saint Denis.

Detalle de Saint Denis en la Puerta de la Virgen en la fachada occidental de Notre Dame. París.

Montmartre, era una pequeña villa a 1000 m. sobre el nivel del mar, que fue unida al municipio de París en 1860 por el barón Haussmann –prefecto del departamento de Sena- y reorganizador de París durante la época de Napoleón III, constituyendo el distrito XVIII de la capital, zona siempre batida por vientos regulares, convirtiéndola en un lugar especialmente adecuado para la explotación por molinos de viento,  que se usaban para moler trigo, prensar la uva o moler diferentes materiales para la construcción.

Fue durante mucho tiempo un pueblo rural, organizado en torno a su antigua abadía y poblado por campesinos, artesanos y molineros, como mi familia, los Debray. Era zona de cereales y viñedos y los quince molinos que existieron –siempre cerca de la parte alta-, se construyeron en los siglos XVII y XVIII y aunque hubo algunos que fueron cambiados de sitio y nombre, y por eso algunos contabilizan hasta treinta, realmente fueron quince.

Los molinos estaban construidos sobre un armazón que soportaba las aspas, el cuerpo  y la maquinaria, y cuya base se apoyaba en una estructura de albañilería giratoria que permitía orientarlos  al viento de forma óptima. Su estructura era desmontable y podía cambiarse de ubicación con facilidad.

En 1620, un  ascendiente de mi familia por vía paterna, Jean Debray –ya eran molineros y granjeros-,  compró un pequeño predio en Montmartre para cultivo, y en 1809 -tenía yo 8 años- lo ampliamos, adquiriendo  la zona donde se encontraba el molino Le Blute-Fin (molido fino) que lo cambiamos de sitio, llevándolo al lugar más elevado de Montmartre, y de nombre, y modificamos su estructura añadiéndole un bellvedere –balcón de bella vista- y un mirador, que hizo que al final se llamara Point de Vue, y también adquirimos la zona donde se encontraba Le Radet –se había llamado Le Chapon por su antiguo dueño-  que a partir de 1830 se convirtió en el primer  Moulin de la Galette , en donde cuando estuve al frente de la gestión familiar del negocio, decidí que se repartieran gratuitamente tortas y galletas de pan de centeno –de ahí su nombre galette- y un vaso de leche a los paseantes los domingos. En 1885 Le Blute-Fin se incluyó  en la zona de Le Radet, formando el conjunto, el nuevo “Moulin de la Galette”.

Mi padre tenía tres hermanos y una hermana, y siendo el mayor, llevaba la dirección del negocio -además de trabajar en el campo como todos- que consistía en cultivar cereales y viñedos, y luego molerlos para obtener harina y mosto. Yo, el nieto mayor debía prepararme para realizar una tarea similar a la de mi padre en el futuro, por lo que iba a la escuela muy temprano; a media mañana iba al campo a trabajar desde que tuve ocho  años, enseñándome mi padre por las tardes   los secretos del cultivo y la molienda, y ya casi al ponerse el sol  me unía a mis primos para volar las cometas, que preparábamos primorosamente para conseguir los mejores vuelos aprovechando los intensos vientos de la colina, y después, y antes de cenar bailabamos al son del acordeón que tocaba mi tío Jean. Mi prima Catherine dos años menor que yo, volaba su cometa con una habilidad que ya hubiéramos querido cualquiera para nosotros,  y bailaba como los ángeles, mostrando al girarse veloz en los valses y estirarse su vestido de organdí estampado de flores -que se ponía sólo para bailar y los domingos-, un pequeño abultamiento en la parte superior de su torso,  que a todos nos inquietaba. Yo intentaba bailar con ella siempre, y cuando no era posible porque algún primo me tiraba pullas y me hacía  enrojecer, mi madre siempre atenta, salía al quite y bailaba conmigo. Eramos felices.

En marzo de 1814, tras retirarse Napoleón de su fallido intento de invadir Rusia,  fue derrotado por los Ejércitos de la Sexta Coalición –Reino Unido, Prusia, Austria Rusia Suecia, y algunos estados germánicos- en Leipzig, llegando las fuerzas coaligadas a París a final de marzo. Las fuerzas francesas para la defensa de París –alrededor de 25.000 hombres- eran mandadas por el hermano de Napoleón, José, que precisamente situó su puesto de mando en Montmartre.

Horace Vernet. Batalla de París. La Barrière de Clichy. 1820. 97,5 x 130,5 cm. Óleo sobre lienzo. Museo del Louvre. París.

La Batalla de París comenzó el día 30 de marzo y duró sólo dos días. Mi padre, sus tres hermanos y yo mismo con 13 años,  defendimos con denuedo nuestro predio contra los cosacos de la Coalición que atacaban las colinas  de Montmartre mandados por su general, el conde de Langeron, de origen francés.  La columna cosaca fue recibida por una lluvia de metralla que enviaban dos cañones que mandaba mi tío Stephan Jacques Debray, el menor de la familia, que mientras fumaba un puro ya destrozado a mordiscos por los nervios, ordenaba fuego, dispuesto a vengar a sus otros tres hermanos –entre ellos mi padre-, que ya habían caído, y a defender su molino a cualquier precio. Mi tío fue muerto por los rusos, que le cortaron en cuatro pedazos, y para aterrorizar a la gente y que sirviera de ejemplo la muestra de su barbarie, ataron cada pedazo a un aspa del molino, y lo tuvieron girando varios días, Mi tía recuperó los restos de su marido y los enterró en el cementerio de Saint Pierre de Montmartre, pudiéndose observar encima de la tumba un molino. La batalla de París fue perdida por los franceses en dos días y José Bonaparte huyó de París, claro.

Yo, Nicolas-Charles Debray, único superviviente varón de la familia, sufrí una lanzada que me atravesó el estómago y que me impidió tomar ningún tipo de bebida o comida fuerte durante toda mi vida, y que me eximió de ser alistado al año siguiente tras el regreso del Emperador en sus cien días, para la nueva derrota en Waterloo. Tras el armisticio y durante la Restauración de Luis XVIII –ya con Napoleón en Santa Elena- y aún a pesar de mi juventud, como era bailarín y enamorado de esta suerte, tras recuperarme de las graves heridas, añadí a las labores de cultivo y molienda, una zona para  baile público y bar –une guinguette- los domingos, que más adelante crecería y sería Le Bal du Moulin de la Galette, que tuvo un gran éxito popular.

La verdad es que se habló del Moulin y se representó, de una forma bastante más elegante de lo que en realidad fue. Cuando hacía buen tiempo, mandaba sacar al jardín las sillas y mesas del barracón de tablas verdes que contenía el salón de invierno, a un espacio con suelo de tierra con pérgolas, bancos y acacias y algún rincón para los besos y abrazos. El baile -los domingos- empezaba a las tres y cerraba a medianoche, alumbrado con lámparas de gas al irse el sol, siendo la música proporcionada por  una pequeña y barata orquesta, que interpretaba canciones populares, valses y alguna polka. En invierno y cuando llovía, nos recluíamos en el barracón, que con el paso de las horas se ponía imposible de humo, griterío, alcohol y búsqueda de rincones escondidos para el amor.

En 1865 mandé construir  un molino  más pequeño situado a nivel más bajo que el Radet dentro del predio, Le Moulin à Poivre que se utilizó para moler lirios y especias para perfumes que era el negocio de moda. Fue demolido en 1911, ya conmigo en el Paraíso.

Con 59 años vi cómo se convertía  Montmartre en un barrio de París, y dado que aún era una zona rural y era posible vivir en la naturaleza, muchos artistas jóvenes que querían empezar a pintar al aire libre -plein air- y vivir a precios moderados, se trasladaron a esta zona, que pronto empezó a absorber a  la bohemia.

A mi baile venían muchos artistas sin un franco y siempre eran invitados, porqué amábamos su juventud, su locura, su franqueza y su descaro. Así pude ver como Pierre Auguste pintó mi local y sus gentes cuando yo tenía 75 años, Vincent a mis 85, Henri a los 88 y Ramón Casas a los 89.

Pierre-Auguste Renoir. Bal au Moulin de la Galette. 1876. 131 x 175 cm. Óleo sobre lienzo. Musée d´Orsay. París.

Vincent van Gogh. Le Moulin de la Galette (parte trasera del Blute-Fin). 1886. 61 x 50 cm. Óleo sobre lienzo. Galerie Thannhauser. Berlín.

Henri de Toulouse Lautrec. Moulin de la Galette. 1889.  88,5 x 101,3 cm. Óleo sobre lienzo. Chicago Art Institute. Chicago.

Ramón Casas. Interior del Moulin de la Galette. 1890. 78,5 x 69 cm. Óleo sobre lienzo. Museo de Arte de Cataluña. Barcelona. España.

Quise que Toulouse Lautrec pintara un cartel anunciador para el hall de entrada igual que lo hizo para el Moulin Rouge, representando a la Goulue o Glotona, apodada así por tomarse lo que quedaba en las copas de los comensales, pero el muy enano -1,52 de altura- me dijo que prefería hacer un óleo, que era de más categoría, así que me quedé sin cartel.

Toulouse-Lautrec. Cartel de La Goule para Moulin Rouge.

Desde el Paraiso  -ya sin necesidad de baños diarios de agua bendita- y con la sencilla emoción de mirar lo que se ama, pude seguir observando el éxito que tuvo el Moulin  durante muchos…muchos …años, viviendo sus épocas de juvenil bohemia Rusiñol, Picasso, Vázquez Díaz y tantos otros, que se asentaron en la colina, frecuentando sus ateliers, cafés y cabarets.

Le Moulin de la Galette se convirtió –ya no lo pude ver ni desde el Paraíso,  porque por aquel entonces necesitaba gafas de lejos, que no tenía, aunque alguien que lo pudo ver me lo relató- en sala de fiestas, separado  de Le Radet. Posteriormente, fue destinado a diversos usos; se transformó en sala de cine y durante un tiempo fue una Oficina de Radiodifusión-Televisión Francesa. En 1939 fue declarado Monumento histórico.

Con la Place du Tertre, el Sacre-Coeur y Le Moulin Rouge, forma un cuarteto La Galette, para hartarse de historia y arte -histarte-.