LA GRAN Y FELICÍSIMA ARMADA ESPAÑOLA. Parte 2.

A pesar de tantos frentes, estas permanentes acciones inglesas fueron los motivos básicos que impulsaron a Felipe II  a ordenar la constitución, organización y expedición de una Gran Armada, que con su actuación contra los territorios insulares del reino inglés,  trasladaran los problemas a esas tierras, para que una vez con ellos en casa, dejaran de molestar en los mares a las flotas comerciales, y a las posesiones europeas, peninsulares y de ultramar españolas, que dada su extensión en los cinco continentes, tenía grandes dificultades para defender. Era necesario pasar de una posición pasiva a ofensiva.

Al año siguiente de su vuelta del Caribe -1587-, recuperados sus hombres de la fiebre amarilla, Drake volvió a formar una flota constituida por cuatro barcos de la Marina Real inglesa: el Elizabeth Bonaventure, con Drake al mando, el Golden Lyon, capitaneado por William Burroughs, el Rainbow  por el capitán Bellingham y el Dreadnought por el capitán Fenner y veinte barcos más. Los costes de esta expedición fueron financiados por un grupo de comerciantes londinenses, que participarían de los beneficios en la misma proporción de la que hicieron sus aportaciones, y la reina Isabel, como dueña de las cuatro naves de la Marina Real, recibiría el 50 % de los beneficios.

Isabel I de Inglaterra.

A la altura de Galicia y tras una gran tormenta fueron informados por dos naves holandesas, que en Cádiz se estaba preparando una gran flota española de guerra, lista para partir primero a Lisboa y luego a Inglaterra.

Comenzaron a navegar hacia el sur, atacando Cádiz, destruyendo gran parte de la flota española allí amarrada, devastando varias fortalezas del Algarve portugués, bordeando Lisboa para poner en serios aprietos a la flota de Álvaro de Bazán, que estaba en Lisboa,  y que el marqués de Santa Cruz pudo rechazar, capturando varios barcos de la flota de Indias cargados de riquezas, entre ellos el San Felipe, con más de 110.000 ducados en oro y especias. Los daños causados por la flota inglesa a la armada española de Cádiz, causaron una demora de más de un año en los planes españoles de invasión de Inglaterra.

Sir Francis Drake.

Al margen de lo expuesto y una vez excomulgada Isabel I por Pío VII en 1570, por protestante y por perseguir a los católicos, siendo además -según la iglesia- hija bastarda  de Enrique VIII y Ana Bolena, y por tanto sin derechos a la corona inglesa, y habiéndose casado Felipe II con su tía, la anterior soberana de Inglaterra, María I Tudor -su tía segunda-, el rey español vio una ventana abierta, para además de lograr acabar con las acciones ofensivas inglesas, intentar de paso revindicar sus derechos y arrebatarle el trono de la pérfida albión a Isabel, logrando además de este modo, el cese del asedio de Isabel sobre María I Estuardo, reina de Escocia y con anterioridad reina consorte de Francia -mujer de Francisco II de Francia-, por ser católica,  y porque también era una seria aspirante al trono de Inglaterra, al ser nieta de Margarita Tudor, hermana de Enrique VIII, que al fin terminó con la cabeza cortada  a instancia de Isabel I y entre sus  lágrimas de pena el 8 de febrero de 1587, lo cual tensó aún más la situación.

Felipe II.

En 1587, Felipe II tomó la decisión definitiva, y pidió la elaboración de planes para la invasión de Inglaterra, a  D. Álvaro de Bazán, I marqués de Santa Cruz, uno de los grandes vencedores de Lepanto. Los planes fueron presentados y aprobados: la preparación y conducción de la flota le fue encomendada a D. Álvaro de Bazán, aunque el mando efectivo del desembarco y de la operación, se la dio el rey a su sobrino Alejandro Farnesio, III duque de Parma y Gobernador de los Países Bajos, hijo de Octavio Farnesio y  Margarita de Parma -hija ilegítima de Carlos I-, cosa que al marqués le dolió sobremanera, aunque debería haber sabido a esa edad de su vida, que es necesario tener sencillez para el triunfo y valor para el fracaso, y más en los ambientes políticos y de familia de ese rango.

Alejandro Farnesio, III duque de Parma.

El duque de Parma debería llevar los Tercios españoles desde Dunkerque a  Inglaterra a través de Calais. El rey fue convencido de esta opción, al ser mucho más económico llevar fuerzas a Inglaterra desde Dunkerque que desde España, y además el más largo transporte, podría estar sujeto a bastantes más incidentes e imprevistos.

La decisión fue pues la constitución de una Gran Armada que partiría de Lisboa y se reuniría en Dunkerque con el duque de Parma. Los tercios españoles serían desembarcados en las costas inglesas, debiendo seguir hasta tomar Londres.

La Grande y Felicísima Armada comenzó a  prepararse: serían un total de 130 barcos, debiendo zarpar de Lisboa en mayo de 1588, rumbo primero a Dunkerque y luego a Inglaterra para derrocar a la reina  Isabel I.

Hubo un error de planeamiento básico: cuando fuera avistada la Gran Armada española desde la costa inglesa, se alertarían todas las fuerzas marítimas y terrestres del reino de Isabel, por lo que el desembarco por sorpresa, que debería ser realizado en barcazas que pudieran llegar a las playas –los navíos no podían hacerlo y por tanto no servían para ese transporte-, no podrían conseguir ese decisivo factor.

Don Álvaro comenzó los preparativos en Lisboa, pero le sorprendió la muerte por tifus en febrero de 1588, siendo nombrado para sustituirle al mando de la flota D. Alonso Pérez de Guzmán y Sotomayor, VII duque de Medina Sidonia, que expuso al rey su desconocimiento de asuntos de la mar, e incluso sus mareos a consecuencia de la navegación,  pero Felipe II insistió, nombrándole Capitán General del Mar Océano, y segundo suyo,  a D. Antonio Martínez de Leyva hijo del virrey de Nápoles y componente del Consejo de Guerra de esa Armada,  naturalmente.

D. Alonso Pérez de Guzmán El Bueno, VII  duque de Medina Sidonia.

Un día de invierno –es más típico en primavera y otoño-, tuve la oportunidad de observar una galerna del Cantábrico en Santander, durante la noche, y me pude imaginar a los barcos de esa época, pequeños, medios o grandes, de madera, sin ayudas a la navegación, siendo volteados, triturados y descuadernados por las brutales olas y vientos, con un oleaje tal, que las embarcaciones subírían al cielo para luego caer al abismo, sin más consuelo que Dios y algún fanal, propio o ajeno, que en algún sube y baja, se podría conseguir avistar: la historia suele ser un camino lleno de héroes que nunca serán conocidos, siendo cosa rara que esos heroes marinos fueran valientes y mayores, porque los valientes solían morir antes de la edad madura. Al terminar la brutal tempestad, habiendo liberado gran cantidad de adrenalina, los marinos se tornan locuaces, contándose una y otra vez sus aventuras llenas de exageraciones, fantasías y aquello de que los tiempos pasados fueron mejores y más duros: “esto ya no es lo que era”.

El 30 de mayo de 1588 partieron de Lisboa los 130 barcos: grandes galeones portugueses, urcas de construcción inglesa y holandesa, galeras y galeazas mediterráneas, pataches, zabras…es decir una flota muy heterogénea que se constituyó en siete escuadras.

To be continued in part 3.