Son las cosas de la vía, son las cosas del queré. Parte 4.

Dedicado a Kiti, que me animó a  terminar esta pequeña historia DE UNA VEZ, y a Carmen  que desde el Paseo de la Alameda sé que  me sigue.

La nube es una red enorme de servidores que están diseñados para almacenar y administrar datos, ejecutar aplicaciones o entregar contenido o servicios, como streaming de vídeos, correo web, software de ofimática o medios sociales. En lugar de acceder a archivos y datos desde un equipo personal o local,  se accede a ellos en línea desde cualquier dispositivo conectado a Internet, es decir, la información está disponible desde cualquier terminal que se  pueda conectar a internet, existiendo nubes privadas, públicas e híbridas, con carácter general.

La cloud computing, conocida también como servicios en la nube o informática en la nube, es algo que permite ofrecer servicios de computación a través de una red convirtiendo nuestro aparato en una simple ventana a Internet barata y eficiente. Debido a la escasa capacidad de la cloud en la que estábamos, no creí que en ella se pudiera realizar CLOUD COMPUTING; no era probable que esta actividad se realizara en nuestra nube…por tanto descarté esa vía de salida que naturalmente tampoco pudo ser de entrada.

Con sobresalto, nos despertamos alarmados, al observar como todos los edificios y los cilindros que conformaban rotondas, empezaban a deshacerse, ¡no!,  más bien salían lonchas enteras de pisos o conjuntos de varias alturas, como si se cortara una loncha de varias plantas, que se iban colocando en una hilera, con la cabeza de la misma asentada en una parte de la pared de la nube. Una vez desaparecidas las lonchas cortadas, los bloques geométricos volvían a configurarse perfectamente, aunque con menor volumen. Así mismo, algunas de las carátulas y fotos marouflageadas en la pared, se desprendían de la misma, como si  la técnica del strappo se aplicara, situándose en la cola de la ya larga hilera.

Pasado no demasiado tiempo, una longitud bastante apreciable de la cola formada, atravesó la pared a gran velocidad, desapareciendo: el usuario está llevándoselos a otro lugar o eliminando archivos , ya que no desea pagar ampliación, pensé.

La llegada a la nube era una incógnita que no podíamos entender; la única explicación, aunque naturalmente nos parecía una estupidez, era que nos hubiéramos desintegrado, y nuestras moléculas, cogidas al  vuelo por una corriente electromagnética, hubieran sido trasladadas a nuestra actual posición, y que al ser depositadas, recuperaran su posición relativa inicial, dándonos nuevamente nuestra forma de antes de la traslación. Era imposible imaginarlo, y desde luego no era un concepto exotérico, pero era factible técnicamente, porque ya se han realizado teletransportaciones cuánticas de fotones a grandes distancias. ¿Pero cómo iba  ocurrirnos eso a nosotros? ¿Por qué? Pensé, que desde luego, las partículas, moléculas o fotones de los sentimientos también eran trasladas con los cuerpos, por la pasión que habíamos sentido entre las cariátides…

¿Y habiendo llegado de esa manera u  otra, como podríamos volver a la normalidad de nuestra vida? ¿Quizá poniéndonos en la cola que se había organizado en el vomitorio? Era muy arriesgado, ya que no sabíamos en que basurero, lugar o nueva nube apareceríamos.

La otra opción era la esotérica: intentar contactar con algún daimón que pudiera interceder por nosotros ante La Autoridad Suprema y esperar una epifanía milagrosa, que nos aportara algún arcano desconocido por nosotros, que permitiera lograr una solución a esta situación que ya era insostenible por la oscuridad mental que nos producían el desánimo y la desesperación.

Como respuesta –supongo- a nuestra petición, apareció corriendo una especie de chamán alto y delgado, de mirada profunda, protegida con lentes de diseño, acompañado por un perro, un libro de tesis doctoral y otro que no pude apreciar, pero que cuando se realice la segunda edición lo leeré, o si no, ya mejor me esperaré a la película, y que entre carreras,  humos envolventes y movimientos imposibles, que le daban  un carácter señaladamente intrascendente, y mostrando en exceso sus manos, que estimamos consideraba atractivas, nos informó que las únicas soluciones para recuperar nuestro antiguo status, eran la negociación y el diálogo. ¿Con quién?,  me apresuré a preguntar. Se paró, y dirigiéndonos  su profunda mirada, con una sonrisa espuria respondió: con Quim Torra y su equipo de gobierno…y con…

Descarté los eufemismos en los que nos suelen educar, y abalanzándome sobre el chamán, comencé a dirigirle toda serie de insultos e improperios, que hoy cuando lo cuento, ya más tranquilo, no me atrevo a repetir por cortesía, lanzándome sobre él para agredirle as much as I could.

Tú, mi amor, tan loca siempre, en ese momento sacaste de tu general locura la vena de la prudencia, que no deja de ser una forma de locura, y tiraste de mi brazo con una fuerza prodigiosa, prohibiéndome la agresión, ni verbal, y arrastrándome hasta la cola de espera de destrucción o traslación por evacuación, colándonos a todos los edificios, cilindros e imágenes que esperaban, situándonos en cabeza de la misma. En ese momento, se abrió la ventana, y como si de un gamer profesional se tratara en una partida de Super Smash Bros, tiraste de mí hacia el vacío de la ventana, siendo arrastrados abrazados, junto a un montón de elementos que esperaban pacientes su evacuación a un vacío infinito e ignoto, envueltos en niebla densa y caída libre, en la que nos manteníamos unidos, agarrándonos cada uno a un asa de tu patchwork de colores rotos y calientes, lo que nos hizo pensar que se aproximaba nuestro fin por no haber hecho caso al chamán. Caíamos, ya tú y yo solos –habían desaparecido los otros objetos- y nuestra llegada a un suelo, que aunque  se antojaba aún lejano, era sin duda  cierto,  pareciendo el impacto  imposible de evitar.

Nervioso, abrí los ojos y me vi sudando a tu lado, que me tranquilizabas acariciándome la cabeza y susurrando “tranquilo, se debe tratar de una pesadilla. Todo está bien”. Me instaste a levantarme, ducharme y desayunar rápido, ya que íbamos con el tiempo justo para llegar al aeropuerto para coger el avión que nos llevaría a Tánger, para el viaje a  las playas de Río Martil.

En el taxi, me preguntaste por lo que había soñado en la pesadilla, y pensando en la locura del metasueño –sueño dentro de un sueño-, decidí decirte que soñaba con que me dejabas, y que era algo que no hubiera podido soportar.

Cuando el avión tomó tierra, el paso al edificio aeroportuario no fue por finger sino que tuvimos que bajar a la pista para coger un autobús que nos llevó al edificio terminal, y para protegernos de las vaharadas de calor que despedía el suelo,  nos escondimos completamente en la sombra de tu canotier,  y sentí que algo bueno nos envolvía para situarnos más cerca que siempre…

Algún día continuará…cuando …queráis…