BARTOLOMË ESTEBAN MURILLO: sus primeros pasos y un último recuerdo. Parte 1.

Al hacer algunos comentarios históricos de la invasión francesa en esta serie de posts sobre el gran Esteban Murillo, recobro el hilo del recuerdo de mi querida familia francesa: mis hermanos Chantal y Luís Amaro y  mis sobrinos Frédéric, Alexandre y Stéphane Amaro, a los que dedico con todo cariño este trabajo.

Serán seis post recorriendo la obra sevillana de este gran artista.

Un fin de semana largo de la primavera de 2018, viajé a Sevilla junto a los hijos –incluyendo los políticos- y nietos, para regalarme una nueva visita a la monumental ciudad, animándoles a ellos al mismo tiempo, a la realización regular de este tipo de visitas culturales, en lo que vayan pudiendo. Llevamos a cabo las obligadas visitas a los Reales Alcázares -Real Alcázar-, a la Catedral con su Giralda, Parque de María Luisa con sus pabellones de la Exposición Iberoamericana de 1929, con el de España a la cabeza, que construyó entonces la  soberbia Plaza de España, un rato de navegación por el Guadalquivir, las diferentes Torres, un sighseeing guiado por toda la ciudad, viendo el Palacio de San Telmo, el Archivo de Indias…, con las cenas y consiguientes copas por Triana, por la calle Betis y el paseo de Cristóbal Colón, que hasta los niños llevaron divinamente, y para mí además, y especialmente, un recorrido por la exposición Tras los pasos de Murillo, que estaba configurada por diferentes edificios emblemáticos de la ciudad con obras del artista, o en otros edificios o lugares que tuvieron alguna relación con él –incluso algunos ya sustituidos por otros nuevos-, donde se exponen una parte importante de la obra de Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla 1617-1682), en una muestra organizada para conmemorar el 400 aniversario de su nacimiento, en diciembre de 1617.

Plaza de España de Sevilla.

En principio, el arte de la Prehistoria, de la Edad Antigua, y de la Edad Media hasta el Mudéjar incluido, puede distraer nuestra atención unos minutos, pero es de mayor interés para los especialistas. A partir de la Edad Moderna, ya con el Renacimiento (siglos XV y XVI), Manierismo (segunda parte del siglo XVI), Barroco (siglo XVII y mitad del XVIII) y Rococó (primeras décadas del siglo XVIII), todo nos suena más, pero el arte de lo mitológico, de lo sagrado, de la alegoría, de la historia y de los retratos nobiliarios, sólo despertó en su momento un relativo interés; los compradores de arte eran los nobles y la Iglesia, que eran los únicos con posibles para hacerlo, y de ahí los motivos pictóricos. Los artistas, casi siempre sometidos al mecenazgo de nobles o eclesiásticos, pintaban lo que se les encargaba.

Cuando nació la burguesía, que ya tenía recursos para encargar arte que decorara sus vidas, nacieron diferentes géneros: desnudo, bodegón, paisaje y marinas, vanidades, de género… además de los seculares,  retrato, pintura religiosa, mitológica, alegórica, de historia, etc…

Desde entonces, la pintura comenzó a ser más conocida, pasando sin demasiado secreto para casi nadie:  Neoclasicismo, Romanticismo y Realismo, para llegar al Impresionismo, movimiento tras el cual, la pintura se hizo realmente popular…

No obstante, esa pintura de lo sagrado, mitológico, historia y retrato, que no fue demasiado popular por los motivos expuestos, encierra un valor artístico incomparable, habiendo conseguido un artista del barroco español de la Escuela Sevillana, como Diego Velázquez -maestro de la pintura universal-, algo más de reconocimiento internacional que Esteban Murillo –de la misma Escuela-, por haber sido primero pintor del Rey Felipe IV, y posteriormente pintor de Cámara  -el cargo más importante entre los pintores de la Corte-, pero posiblemente no teniendo mayor calidad artística que Murillo.

Bartolomé Esteban Murillo nació y murió en Sevilla, viviendo de niño en el barrio de la Magdalena. Fue uno de los pintores barrocos más destacados de la Escuela Sevillana, sino el más -formado en el naturalismo tardío-, contando con un elevado número de seguidores/alumnos. (El naturalismo  tardío fue previo al barroco, a finales del XVI y principio del XVII).

Nació el 31 de diciembre de 1617 en Sevilla, siendo el menor de los catorce hijos de Gaspar Esteban (barbero cirujano) y María Pérez Murillo, de familia acomodada aunque no rica, siendo bautizado en la Iglesia de la Magdalena de Sevilla.

Iglesia de Santa María Magdalena hoy. Fue construida con Fernando III El Santo sobre una antigua mezquita. Derruida  y vuelta a levantar con Pedro I.  El templo actual fue  levantado entre 1694 y 1709.  Entre los elementos que proceden del desaparecido templo parroquial ,  pueden contarse, además de la pila bautismal, la imagen de Santa María Magdalena de Felipe Malo de Molina y, probablemente, la escena de la Magdalena y las santas mujeres junto al ángel, en la mañana de la Resurrección, que formaría parte de primitivo retablo mayor.

Retablo Mayor con la figura de Santa María Magdalena realizada por Felipe Malo de Molina en 1704.

Murió su padre cuando el joven Esteban contaba 10 años, y su madre un año más tarde, siendo recogido por su hermana mayor Ana Esteban Murillo y su marido, el cirujano Juan Agustín Lagares, llevándolo tres años más tarde, viendo sus cualidades pictóricas, a una de las cuatro grandes escuelas que había en Sevilla, la de Juan del Castillo. Vivió con su hermana y cuñado hasta el día de su boda, enviudando a los 10 años de la misma, tras tener nueve hijos, de los cuales un máximo de cuatro llegó a la adolescencia, muriendo alguno de peste.

Llegó a pasar en la escuela de  Juan del Castillo  -primo suyo- 5 años, siendo uno de sus compañeros, el pintor granadino Alonso Cano. Para ganar algún dinero, desde los 14 años de edad, pintaba y vendía pequeños cuadros, o bien hacía dibujos para comunidades religiosas.

A los 22 años, decidió establecer un taller de pintura, lo que le permitió vender cuadros en las ferias de los pueblos, aunque este régimen profesional no llenaba en absoluto sus aspiraciones como artista.

Murillo fue una gran figura del barroco –previo al rococó-,  dominador de las técnicas tenebristas, naturalistas y del claroscuro, comenzando desde los 21 años su creación artística profesional con el cuadro La visión de Fray Lauterio. Es de señalar, que a lo largo de su producción, utilizó las caras de sus seres queridos –algunas veces perdidos- para las de sus obras: ángeles, vírgenes, etc…

Bartolomé Esteban Murillo. La visión de Fray Lauterio. 1638-1640. Óleo sobre tela. 217,8 x 172,1 cm. Museo Fitzwilliam. Universidad de Cambridge. Reino Unido.

Parece ser que, entregado al estudio de la Teología, fray Lauterio, se encontró en algún momento con un escollo de difícil resolución. Mediante la oración, invocó a san Francisco de Asís, acudiendo a su llamada, la Virgen María, santo Tomás de Aquino y san Francisco de Asís. Le aconsejaron entonces que leyera atentamente la obra Summa Teologica, de santo Tomás y  fue gracias a ello que fray Lauterio logró disipar sus dudas teológicas; en el cuadro aparece fray Lauterio a la derecha, sosteniendo el libro de santo Tomás, mientras escucha con atención las explicaciones de san Francisco. De su boca brota un rayo de luz, en el que aparece una frase en mayúsculas: Crede huic quia eius doctrina non deficiet in aeternum -Cree ésto, porque esta doctrina no acabará jamás-.

En 1644, Murillo ingresó en la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, y al poco tiempo le fue solicitado su primer encargo de varias obras, para el Claustro Chico del Convento de san Francisco.

En esos años se vivía en Sevilla un ambiente de intensa religiosidad, con frecuentes manifestaciones a favor de la Concepción de María Inmaculada, lo que generó numerosos encargos de pinturas sobre el tema. Eran años de miseria y epidemias, creando Murillo sus geniales Inmaculadas, y obras en donde se reflejaban la miseria y la enfermedad.

La parte más importante de la obra de Murillo fue realizada por encargos de tres instituciones sevillanas: el convento de los capuchinos, la iglesia de san Francisco y el convento de san Agustín de Sevilla; casi todas estas obras permanecieron en su lugar de exposición inicial, hasta la llegada de la invasión francesa a Sevilla, en febrero de 1810, que permaneció hasta agosto de 1812, siendo recuperada la ciudad para los españoles con la ayuda británica en la batalla del puente de Triana, hecho por el que le fue concedida por el rey Fernando VII –primero Deseado y después Felón-, el título de ciudad  Muy Heroica. Con el mariscal Nicolas Jean de Dieu Sault a la cabeza, el expolio artístico, al igual que en el resto de España, estaba asegurado y con muy notable volumen.

Mariscal  Nicolas Jean de Dieu  Soult.

El mariscal expolió 999 obras de muchas iglesias, conventos y palacios, que depositó en  el Real Alcázar, de las que 45 eran de Murillo; las autoridades españolas se llevaron las obras de arte que pudieron  a Cádiz en barco, siendo algunas, más tarde devueltas a sus lugares de origen, y volando otras a museos extranjeros, españoles –El Prado- o a manos particulares. 25 años más tarde el ministro Mendizábal, ordenó la desamortización de los conventos de los capuchinos -en donde las hermanas alfareras Santa Justa y Santa Rufina (dos de  las/los seis patronas/os de Sevilla) fueron martirizadas (por eso también fueron patronas del convento de los capuchinos)-, de san Agustín y el de san Francisco, alimentando con las obras que no habían desaparecido hasta entonces, al Museo de Bellas Artes de Sevilla, alguna el Palacio Arzobispal, alguna otra a Museos de otras ciudades y un par de ellas a la Catedral, pero ya iremos viendo lo que pasó con las obras que originariamente estuvieron en cada lugar del itinerario Tras los pasos de Murillo por Sevilla. Quedan en la ciudad 58 obras originales y 103 reproducciones del artista.

Antes de ver su obra sevillana -asunto básico de este trabajo-, un último recuerdo sobre el gran artista:

Al pintor andaluz se le encargó cuando tenía 64 años -1681-, el retablo de la Iglesia de Santa Catalina de los capuchinos de Cádiz. Decidió hacer un políptico. con el tema de Los desposorios místicos de Santa Catalina, que comenzó a pintar en 1681. Se trataba de una obra de grandes dimensiones que requirió la ayuda de un andamio para  realizar las partes superiores de la pintura.

Bartolomé Esteban Murillo. Los desposorios místicos de Santa Catalina. 1681. Museo Provincial de Cádiz.

Mientras daba forma a esta obra, sufrió un accidente, que le hizo caer del andamio y por el que se agravó mucho un problema de intestinos derivado de una hernia, que ya arrastraba desde hacía tiempo, y que aceleró su muerte, ocurrida en abril de 1682.

Poco antes de morir, Murillo recogió en su testamento, que dejaba sin terminar una obra en la iglesia de Santa Catalina de los capuchinos de Cádiz, que hoy se exhibe, tan impresionante como inacabada, en el fondo de la sala Murillo, del Museo Provincial de Cádiz, y que deseaba ser enterrado en su parroquia de Santa Cruz, iglesia que desapareció durante la ocupación francesa en Sevilla. Actualmente, el solar de la parroquia lo ocupa la plaza de Santa Cruz, en cuyo subsuelo reposan los restos del gran pintor.

La  Academia de Bellas Artes de Cádiz, en 1862 convocó un concurso para dejar constancia pictórica de lo acontecido 180 años antes, con la caida del andamio de Murillo: se presentaron siete obras, todas anónimas, para pintar aquella escena, que realmente no se sabía  -ni aún se sabe con certeza-, si ocurrió en los capuchinos gaditanos o en su estudio sevillano.

El primer premio, fue para el artista Alejandro Ferrant Fishermans con el título Murillo siempre serás admirado. La obra se encuentra en el Museo de Cádiz en un almacén, empaquetada, informando el Museo, que no es posible obtener imagen en color para evitar el deterioro de la misma.

Alejandro Ferrant FishermansMurillo siempre serás admirado. 1862. Museo de Cádiz.

Otra obra presentada al concurso fue la del pintor Manuel Cabral Aguado Bejarano, con el título In magnis, satis est voluisse, que quedó en tercer lugar, pero es muy brillante y sí  puede ser admirada, ahora restaurada y en todo su esplendor en el Museo de Cádiz.

Manuel Cabral Aguado Bejarano. In magnis, satis est voluisse. 1862. Museo de Cádiz.

To be continued in part 2.