Mes: julio 2019

SON LAA COSAA DE LA VÍAA…

Desesperado por la escasa calidad de mi juego golfístico, una mañana decidí -por fin- ir a entrenar a un bonito campo de prácticas que hay en las instalaciones del madrileño Club de Campo, que tiene la particularidad, que desde uno de los extremos se tira sin alfombrillas, en la hierba, lo cual parece que pudiera acercarse más a la realidad de los golpes del juego en el campo, no permitiendo el común comentario  de…“yo en el campo de  prácticas sobre la alfombrilla doy unos golpes increibles y luego bajo al campo y un desastre”…Fui a la máquina de bolas, y dudé entre sacar un  par de euros o empeñar 100, para obtener el número de bolas que yo consideraba necesario para corregir mi desastroso juego: decidí invertir momentáneamente sólo tres euros.

Con la cesta en la mano y la bolsa en el carro, miré la fila de entrenandos, decidiéndome por un hueco que había detrás de una chica vestida de negro y azul ajustado y desde la lejanía, de magnífico tipo. Al llegar saludé con un ligero buenos días -para no molestar- a ella, y con menos énfasis a un chico que quedaba detrás de mi posición.

Hice unos cuantos impresentables swings de prácticas y algún estiramiento, mientras me fijaba en el delicioso movimiento que hacía la  de negro  y azul ajustado, sacando el palo hacia el cielo, y la bola, la mayor parte de las veces, recorriendo una distancia regular,  galopando por el suelo.

Intenté concentrarme en lo mío, y ¡Dios Santo!, sacaba unos golpes que no recordaba haber dado jamás, haciendo un movimiento increíble, que mi memoria muscular no recordaba como mío; mis bolas sonaban tan bien que descubrí a negro  y azul ajustado mirando hacia  atrás de reojo, y en una de sus observaciones me dijo “tendrás un hándicap bajísimo, no?”; no me lo podía creer, ya que tras el tipazo tremendo observado desde detrás y ya descubierto, se escondía una delantera mejor, y una belleza madura de unos cuarenta años, que hizo que mi 5  se apoyara en el suelo, quedándome embobado ante lo que veía;  “bueno, tengo un hándicap no demasiado bueno; la mejor madera de mi bolsa es el lápiz…jeje, y supongo que el tuyo con ese swing, sí que será estupendo, no?”…Ahí empezó una conversación típica de los golfistas que no transcribo por carecer de interés: es que me levanto…adelanto la cadera a los brazos y se abre…entro de fuera hacia dentro….en fin…

Consumimos nuestros cubos de bolas, dándole un par de consejos -a los que tan aficionado soy y tan poco pongo en práctica-: “mantén la cabeza baja y haz el follow through…” dije; sigo igual…eso no me funciona”  contestó, “entonces mueve la cabeza y no hagas el follow through”,  le dije, jaja…, aunque al final logramos que se levantara menos, y golpeara mejor la bola, subiéndola a los cielos y bajándola a los valles, para aterrizar dentro de cualquier parte del Club de Campo, quedando encantada. Me contó entre bola y bola, que tenía un hijo de 12 años, con un swing muy bueno -aquí el mensaje era el hijo y no el swing, entendí- y yo le advertí que cuando tenía 65 años hacía mucha más distancia -para que se hiciera idea de mi edad- a lo cual respondió que ni de coña, que parecía que tenía cincuenta y tantos; el arrobo me inundó, y sentí la obligación y necesidad de invitarla a tomar algo.

Recogimos los bártulos y nos fuimos charlando a la zona donde habíamos dejado los coches; deje mi bolsa al lado del mío y la acompañé, para intentar ayudarla al embarque de sus bártulos en el maletero del suyo. Se lo comenté, y me dijo que su coche apenas tenía maletero, dirigiéndose a un  Ferrari Testarossa amarillo, que para meter la bolsa necesitaba bajar el asiento del acompañante.

Pensaba a toda velocidad y dibujé en mi mente la situación: chica de cuarenta y pico, casada con tío riquísimo -o pudiente per se–  y con hijo de 12 años…so nothing to do…; como si leyera mi pensamiento me dijo “estoy divorciada desde hace varios años y vivo en Juan Bravo, y la custodia de mi hijo es compartida” . Como si no diera importancia a lo que me había dicho, o no la hubiera oído, le respondí ¿te apetece tomar algo?, respondiéndome con un seguro y rotundo...”sí claro”…

“Mi cama sin ti, es demasiado ancha, y mi corazón contigo, demasiado estrecho”, le confesaría más adelante, pasado un tiempo prudencial…el swing  puede ser de lo de más recurrente…

Así nos fuimos conociendo, llamándola de vez en cuando como para no agobiar, hasta que un día, tiramos los teléfonos al estanque del Retiro, para no tenernos que llamar más y estar juntos casi siempre.

Los días transcurrían plácidamente, encontrándome especialmente bien a tu lado, sintiendo menos numerosos mis vanos de soledad -que por otra parte me son tan necesarios-, y con permanente inquietud  juvenil, esperando que llegaran los momentos del día o de la noche en que pudiéramos dar rienda suelta a nuestros deseos más íntimos, aunque fuera al ritmo de lo que somos y no de lo que nos gustaría ser, ritmo que empecé a notar impuesto, cuando el pecho y los michelines comenzaron a llenarse de grasa incombustible, hace ya bastantes años.

Sugeriste  al mes siguiente de conocernos,  tras el encuentro casual en el campo de prácticas del Club de Campo, que podríamos vivir juntos, pero a mí, aunque ya me habían penetrado dentro de la piel, tu belleza, tu forma de mirar, tu colorido, tus escorzos imposibles y tus formas de gestionar los silencios, y habiendo superado desde hace mucho tiempo la edad en la que necesitaba la aprobación de los demás para estar seguro de mí mismo, yo que desde hace tiempo vivo solo como buen cobarde, me cuesta ceder mis parcelas exclusivas de vida,  considerando además que convivir conmigo tampoco sería beneficioso para ti, ya que soy poco dado a las concesiones para el general contento y más bien hombre algo rústico en la convivencia: es decir, mejor para los dos, vivir unos ratos juntos cada día y/o cada noche o siempre, conservando nuestro espacio pero sin abandonarnos, ya que perderte, me haría sentir, como si las sombras de los cipreses me fueran alcanzando  ya, como proemio de las paladas de tierra o de las llamas.

Aquella mañana, arreglada de tarde/noche, con la línea de ojos perfectamente marcada por tu naturaleza, con el maquillaje de un color que realzaba tus pómulos y daba intensidad al color de tus ojos, y con  el perfume indomable que usas con frecuencia, yo me tranquilicé al observarte, pensando que sería imposible que no ocurriera algo estando cerca de ti, mientras tu mirada recorría mi horizonte, y yo pensaba en que el mundo parecía menos hostil a tu lado; hablamos de libros y de música y me preguntaste, engreída, que como te encontraba, refiriéndote a tu aspecto.

Yo, que no quería que la respuesta se muriera dentro de mí, te dije  que estabas bellísima como siempre, cosa que ya sabías de antemano, porque te conoces casi mejor que nadie  y nunca sales sin inspeccionarte previa y minuciosamente.

Nos sentamos en una terraza de Jorge Juan. Pedimos un café, y hablando, decidimos hacer un viaje relámpago de tres días a Río Martíl (Martín en español, Martil en bereber, por la zona de Tetuán), en donde yo te había relatado, que en la soledad del amanecer de sus playas y con mis dieciocho años recién cumplidos, había visto a una persona deshacerse de su chilaba y entrar en el mar; aproximándome yo curioso, vi salir del agua el más hermoso cuerpo de mujer que nunca volvería a ver, esculpido en color bronce, y acercándome ya sin cautela, pude observar su rostro perfecto, sus pechos desafiantes, apenas vencida  la adolescencia, y unos ojos grandes y verdes, del color del mar de los cayos cubanos; supongo que ahora, cincuenta y tantos años después, el sueño se habrá desvanecido, y no veré en esa playa  la misma escultura saliendo del agua, pero tú, tal vez, quieras  sustituir ese sueño por otro contigo de protagonista, y reproducir en mí, esa impresión del pasado, para el futuro.

Fijamos las fechas y la forma de realizar la escapada, ofreciéndote para encargar las reservas y la organización, que atacaste de inmediato desde el IPAD, tras pedir la contraseña del wifi al camarero y otro café para mí. Terminadas tus búsquedas y reservas, y tras comentar los resultados y hacer algunas observaciones acerca del viaje, y de las mejores vías para obtener buenos precios y óptimas calidades, pasaste al tema golf, proponiéndome esa mañana ir a entrenar un rato; ibas con un traje blanco, suelto, que contrastaba con el moreno de tu piel, y colgado del hombro un patchwork en el que se adivinaban bultos de cierto peso, antojándoseme que era indumentaria poco cómoda para ir a jugar, pero me dijiste que estaba todo bien y que en el coche llevabas  unas sneakers para cambiarte las sandalias.

Así que cogimos mi coche, donde teníamos cargados los bártulos del golf y nos fuimos al Club; cuando llevábamos tirada media fortuna en bolas de prácticas, me volviste a comentar que te eludía la sensación de dejar trabajar al palo y que las bolas seguían yéndose a la derecha, abriendo,  es decir que el problema de direccionar adecuadamente la bola con los hierros largos, continuaba.

Era un día nublado de agosto, con nubes que amenazaban tormenta y un cierto bochorno, que hacía que se dibujara en tu piel una imperceptible pátina brillante, haciéndola brillar como si de crema hidratante se tratara en brazos y piernas. Te pedí que cogieras el hierro 5 y cuando terminaste de ponerte en el stance, te abracé por detrás ayudándote a coger el hierro, haciendo los dos -mis manos sobre las tuyas- el grip, para intentar que pudieras apreciar por donde debería entrar el palo y por donde salir, iniciando entonces ambos un backswing. Nos movimos juntos, bajando con lentitud y ritmo, haciendo algunos swings de prácticas, y en una de esas pruebas, te dije que íbamos a golpear  a la bola que reposaba plácidamente delante nuestra,  y sin dejar de mirarla, la golpeamos con solidez, sacando los brazos, elevándose la bola derecha y recia como un cohete, arrastrándonos incomprensiblemente como si un hilo invisible nos mantuviera atados a la misma, subiéndonos hacia el cielo a gran velocidad  entrando en las primeras nubes; seguimos subiendo y al rato, pareció pararse el movimiento. Estábamos en una nube/casa y su espacio interior estaba ocupado por una niebla -era lo suyo- densa y homogénea parecida a la de un baño turco, aunque al poco, pareció disminuir la densidad, dando la sensación de ambiente más ligero.

El espacio donde nos encontrábamos dentro de la nube estaba lleno de juegos digitales, vidas en fotografía, música de hoy y de otro momento –no conseguí identificarla mucho, aunque al mirar cada carátula sonaba la música que contenía-, numerosísimas películas -también al mirarlas se proyectaban automáticamente en una pantalla que se elevaba de la nada-, series de TV, infinitos youtubes, libros casi ninguno; recordé  el pensamiento de Cicerón “Una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma”, poesías sueltas aún menos, videos caseros innumerables…todo ello digitalizado…y perfectamente ordenado en pilas de paralelepípedos rectángulos que parecían edificios y que conformaban calles. Las carátulas de DVDs –cosa antigua en sitio tan futurista- y las fotografías digitales, estaban pegadas a las paredes a modo de frescos, como si les hubieran aplicado la técnica del marouflage. Los videos, películas y series, también estaban apilados en cilindros, unos sobre otros y a su vez en círculos, formando especie de rotondas,  todo en un ambiente blanco grisáceo de neblina fina, femenina y sutil. La documentación allí archivada me dio la sensación contraria a la cultura definida como lost in traslation por Valle Inclán, es decir, eran cosas consumibles, y eran comprensibles y con significado, para usuarios en cualquier lengua, cultura y lugar del mundo, especialmente –sospeché- para los jóvenes.

Entre la  mucha información acumulada, no percibía apenas arte, y al decir arte, pensé en literatura, teatro, pintura, canto…quizá cultura había, pero de la vida real,  no lo que hemos entendido por cultura de manera clásica. Recordé haber leído en algún sitio, que en su  obra  La decadencia de la mentira, el gran  escritor, poeta y dramaturgo Oscar Wilde,  decía que el arte -refiriéndose sobre todo a la literatura-, no debe parecerse a la vida, sino la vida es la que debe parecerse al arte; el escritor debe crear realismo imaginativo, no copiar realismo de la vida, y pensaba que los escritores deben inventar y crear, e incluso mentir con frecuencia.

El espacio libre de la nube/casa era grande, y el mobiliario inexistente; los muebles se iban conformando ergonómicamente con la necesidad: querías sentarte, y debajo de ti y a tu espalda, aparecía una especie de mini nube blanca que conformaba el sillón más cómodo que hubiéramos conocido jamás; queríamos tumbarnos, y aparecía debajo un lecho blanco también de una comodidad inefable y de plazas infinitas. Las pisadas al andar eran menos rotundas de lo que para nosotros es habitual, como si se pusiera un trozo de alfombra muy gorda con muelles debajo del pie cada vez que éste se apoyara, permitiendo dar grandes pasos, como si no existiera la gravedad acostumbrada, pero sin grandes saltos descontrolados. Nos hablábamos en susurros, sin saber  muy bien porqué, quizá por la impresión del silencio reinante  y la sorpresa de lo acontecido.

Los dos nos mirábamos sorprendidos, sin entender lo que estaba ocurriendo, aunque subyacía en nuestro intercambio de miradas el sentimiento de estar en un sueño, aunque con demasiada nitidez para serlo, y yo, aparentando una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir, para intentar evitar que tú, que mostrabas un nerviosismo en el límite de lo aceptable, te pusieras en modo histeria, te  abracé y te  besé en la cara primero, resbalando poco a poco hacia la boca, lo que me hizo olvidar momentáneamente lo extraño de lo acontecido, y quizá a ti también, por la forma de responder, o quizá por la necesidad que sentimos de buscar un refugio protector.

A medida que pasaba el tiempo, iban llegando más cantidad de archivos que empezaban a llenar la inmensa nube/casa, apretando nuestro amor -que ocupaba lo indecible-, haciendo la estancia más incómoda, y aunque el espacio cada vez menor, nos obligaba a acercarnos  el uno al otro, lo que podía mitigar el agobio, llegó el momento en que incluso respirar se hizo difícil, deseando poder encontrar una escalera de emergencia, o desde donde estábamos, una Escalera de Jacob, aunque no fuera para ángeles, sino para ciudadanos y ciudadanas. Repentinamente, comenzó a sonar una alarma y a lanzar destellos una luz intermitente roja, pasando ante nosotros a gran velocidad un skater sobre una tabla, que me llamó la atención porque iba sin ruedas, apoyada en el aire, vestido de rojo que contrastaba con el blanco/gris de la nube/casa,  con un mensaje en papel ondeante a modo de bandera estrecha, diciendo que debería ampliarse la capacidad de la nube de 15 Gb a 50 Gb mediante pago, o se perderían los archivos en 24 horas. La luz intermitente roja llegaba a cada rincón de la nube/casa.

Por un momento, pensé en la Ley de Amontons también mal llamada Segunda Ley de Gay-Lussac, que relaciona en un proceso isocórico la presión y la temperatura de un gas ideal, dictando que son directamente proporcionales, o la de Boyle y Mariotte, que determina que en un proceso isotérmico, el volumen y la temperatura de un gas ideal, son inversamente proporcionales: o sea que quizá llegaríamos a la explosión por temperatura, debido a la presión incesante de los archivos sobre las paredes del continente…aunque tú y yo nos íbamos hundiendo  cada uno en el otro, lo que no parecía importarnos…

Recordé esos sueños absurdos que de tanto en cuanto se tienen, y que la mente, con sus mecanismos tan extraños impide que nos acordemos al despertar de ellos con facilidad, debiendo hacer gran esfuerzo para recordar lo soñado, pareciéndome  éste, el más disparatado -y ya agobiante- de los almacenados en el recuerdo.

Intenté despertarme pellizcándome en el brazo, pero me dolió el fuerte apretón, reflexionando sobre el absurdo que vivíamos,  viendo de nuevo al abanderado skater pasar a nuestro lado a toda velocidad, sin mirarnos siquiera, como si nosotros dos fuéramos archivos digitales -no sé si es lo que más me molestó o lo que menos-; “no es posible todo esto” pensé, aunque empecé a pedir, que el usuario de la nube pagara la ampliación, y así tener tiempo para decidir lo que hacer, o simplemente y en caso contrario buscar lexatines en tu patchwork, para esperar final y pacientemente la Parusía –advenimiento glorioso del ser Supremo al final de los tiempos-.

Que hacemos, me preguntaste? Yo lejos de trasmitir mi desconsuelo y miedo, te tranquilicé diciendo que estaba todo bien y que la bola se suele ir a la derecha cuando la cara del palo se abre en exceso o se pasa la cadera antes que los brazos, o el pie izquierdo se retrasa jeje…

La mentira la utilizamos los  seres humanos y quizá también los inhumanos, con demasiada frecuencia, para parecer más poderosos o fuertes de lo que en realidad somos, para no ofender, o lo contrario, para protegernos a nosotros o a los nuestros, para declarar nuestro amor en algunas ocasiones… Mentimos y nos mienten desde que llegamos al mundo: nos van alargando el biberón por la noche, los Reyes Magos, el ratoncito Pérez, Papá Noel…somos como toretes ante el engaño del maestro… y todas son aceptadas como parte de la educación, en la parcela de lo intrascendente y dentro del imaginario humano infantil. Luego ya a otra edad, la mentira se refina, e incluso puede hacerse norma, aprendiendo a vivir con ella, tan bien, que sólo cuando se reitera de forma contumaz la misma historia falsa en un espacio de tiempo tan excesivamente corto que no haya permitido olvidar la vez anterior en que se expuso, o que la falsedad aparezca muy clara, desnuda o grave, entonces, pudiera provocar rechazo.

Te abracé, arrastrándote a un pequeño hueco hexagonal que dibujaban seis cariátides marmóreas, y al sentir los latidos de nuestros corazones desbocados, intenté tranquilizarte con caricias, observando como los galopes iban remitiendo  su enloquecido ritmo. Intenté pensar para entender que estaba pasando, y como resolverlo, pero la tensión y el agotamiento nos hizo entrar en un estado de cómoda somnolencia;  nunca en mi vida he sentido la necesidad de llevarme los problemas a la cama, ya que pienso que proporcionan mal sueño, aunque hay otras personas que sienten la necesidad de hacerlo,  por  tener la sensación de que su cerebro pondrá en orden las cosas, o los problemas e ideas conscientes durante el sueño, arreglando durante el sueño su caos. Yo siempre he tenido la costumbre de dejarlos en la puerta del dormitorio y recuperarlos para ordenarlos, e intentar resolverlos, al afeitarme -ahora ya no lo hago cada día- a la mañana siguiente: nunca, en ninguna revelación onírica, me fue enseñado de donde sacar el dinero, que al día siguiente me sirviera para pagar los impuestos empresariales…

Antes de dejar que nos venciera el sueño, me acordé de los móviles; palpé el mío en el bolsillo derecho del pantalón, sintiendo que  tenía el tacto húmedo, quizá por el aliento de la nube,  y te comenté la idea de llamar a alguien conocido, hijos, amigos, ex parejas…; nada más pensarlo, me pareció una estupidez, al imaginar lo absurdo que podría parecer lo que tendríamos que contar. A pesar de todo, y decididos a no contar nada  de lo acontecido, tratamos de ver si los móviles tenían conexión. Con el mío, marcamos el de unos amigos comunes, no fuera que nos ablandáramos al hablar con los hijos y nos largaran encima lo de la demencia senil. En vez de contestar con el mensaje habitual de voz femenina cuando no hay conexión, “está apagado o fuera de cobertura, deje su mensaje…,” aquí el mensaje era con voz masculina y decía “su terminal está fuera de toda posible cobertura”. Lo intenté con el tuyo y exactamente lo mismo. La luz roja intermitente del skater seguía sin cejar  en su constante parpadeo.

Así, en aquel hexágono rodeado de cariátides, te sentí abrazarme con fuerza y te oí susurrar vamos a morir…Te devolví el abrazo, besándote y sugiriendo que era una situación cuando menos interesante para hacer el amor: te desprendiste de tu ropa y pude ver la luz roja navegando sobre tu pubis, y mis manos invisibles, que comenzaron a acariciarte, iban tiñéndose de rojo a ratos mientras resbalaban por tu cuerpo, mientras besaba tu boca de labios gordezuelos y de natural morados, como los lirios, dejándonos envolver por una brisa templada que parecía salir de nuestros corazones, peinando nuestros cuerpos y haciendo que nuestras mentes olvidarán momentáneamente lo que estábamos viviendo. Hicimos el amor enredados en la niebla del hexágono, mientras yo intentaba susurrarte al oído un poema escrito por nadie…

Dormimos profundamente durante un tiempo que no supe calcular, y sin despertarnos, aunque te sentía revolverte inquieta entre mis brazos, concluí que estábamos en  una cloud, de las que tenemos en las cuentas de correo electrónico, de pequeña capacidad, de las que  normalmente tienen 15 gigas –lo había anunciado el skater-, las  Onedrive de la cuenta de correo electrónico gratuitas. Hay otras opciones, que premian con 500 megas de capacidad cada vez que  alguien es capaz de llevar un nuevo cliente o abre una nueva cuenta de parte de otro, como premio, como en Dropbox, pero en general, son 15 Gb la capacidad de una nube colgada de una cuenta de correo electrónico.

Las posibilidades del usuario en respuesta al anuncio podían ser: o sacar archivos de la cloud, que podrían ser eliminados definitivamente (¿a dónde va esa basura?), o eliminados de esa nube y guardados en otra de un correo diferente del mismo usuario, o en su ordenador, o pagar una cuota y ampliar la capacidad. Eso habría que analizarlo, para ver si se pudiera encontrar una puerta de retorno, pero la pregunta que ponía los pelos de punta era ¿cómo podíamos haber llegado allí? Pregunta básica para encontrar una vía de regreso.

En su forma más general, se puede definir una cloud como un entorno de ejecución flexible de recursos múltiples, siendo las principales plataformas que permiten la ejecución de diversos tipos de almacenamiento a través de múltiples vías. Existen diferentes tipos de clouds, todas las cuales tienen en común, que directa o indirectamente mejoran los recursos y servicios con capacidades adicionales, con independencia de la plataforma de gestión, la flexibilidad y el sistema.

¡Debíamos encontrar la vía para salir de forma inmediata de este incómodo y  atemorizante lío!

La nube es una red enorme de servidores que están diseñados para almacenar y administrar datos, ejecutar aplicaciones o entregar contenido o servicios, como streaming de vídeos, correo web, software de ofimática o medios sociales. En lugar de acceder a archivos y datos desde un equipo personal o local,  se accede a ellos en línea desde cualquier dispositivo conectado a Internet, es decir, la información está disponible desde cualquier terminal que se  pueda conectar a internet, existiendo nubes privadas, públicas e híbridas, con carácter general.

La cloud computing, conocida también como servicios en la nube o informática en la nube, es algo que permite ofrecer servicios de computación a través de una red convirtiendo nuestro aparato en una simple ventana a internet barata y eficiente. Debido a la escasa capacidad de la cloud en la que estábamos, no creí que en ella se pudiera realizar CLOUD COMPUTING; no era probable que esta actividad se realizara en nuestra nube…por tanto descarté esa vía de salida que naturalmente tampoco pudo ser de entrada.

Con sobresalto, nos despertamos alarmados, al observar como todos los edificios y los cilindros que conformaban rotondas, empezaban a deshacerse, ¡no!,  más bien salían lonchas enteras de pisos o conjuntos de varias alturas, como si se cortara una loncha de varias plantas, que se iban colocando en una hilera, con la cabeza de la misma asentada en una parte de la pared de la nube. Una vez desaparecidas las lonchas cortadas, los bloques geométricos volvían a configurarse perfectamente, aunque con menor volumen. Así mismo, algunas de las carátulas y fotos marouflageadas en la pared, se desprendían de la misma, como si  la técnica del strappo se aplicara, situándose en la cola de la ya larga hilera.

Pasado no demasiado tiempo, una longitud bastante apreciable de la cola formada, atravesó la pared a gran velocidad, desapareciendo: el usuario está llevándoselos a otro lugar o eliminando archivos, ya que no desea pagar ampliación, pensé.

La llegada a la nube era una incógnita que no podíamos entender; la única explicación, aunque naturalmente nos parecía una estupidez, era que nos hubiéramos desintegrado, y nuestras moléculas, cogidas al  vuelo por una corriente electromagnética, hubieran sido trasladadas a nuestra actual posición, y que al ser depositadas, recuperaran su posición relativa inicial, dándonos nuevamente nuestra forma de antes de la traslación. Era imposible imaginarlo, y desde luego no era un concepto exotérico, pero era factible técnicamente, porque ya se han realizado tele transportaciones cuánticas de fotones a grandes distancias. ¿Pero cómo iba  ocurrirnos eso a nosotros? ¿Por qué? Además con el swing tan malo que tenemos…Pensé, que desde luego, las partículas, moléculas o fotones de los sentimientos también eran trasladas con los cuerpos, por la pasión que habíamos sentido entre las cariátides…

¿Y habiendo llegado de esa manera u  otra, como podríamos volver a la normalidad de nuestra vida? ¿Quizá poniéndonos en la cola que se había organizado en el vomitorio? Era muy arriesgado, ya que no sabíamos en que basurero, lugar o nueva nube apareceríamos.

La otra opción era la esotérica: intentar contactar con algún daimón que pudiera interceder por nosotros ante La Autoridad Suprema y esperar una epifanía milagrosa, que nos aportara algún arcano desconocido por nosotros, que permitiera lograr una solución a esta situación que ya era insostenible por la oscuridad mental que nos producían el desánimo y la desesperación.

Como respuesta –supongo- a nuestra petición, apareció corriendo una especie de chamán alto y delgado, de mirada profunda, protegido con lentes de diseño, acompañado por un perro, un libro de tesis doctoral y otro que no pude apreciar, pero que cuando se realice la segunda edición lo leeré, o si no, ya mejor me esperaré a la película, y que entre carreras,  humos envolventes y movimientos imposibles, que le daban un carácter señaladamente intrascendente, y mostrando en exceso sus manos, que estimamos consideraba atractivas, nos informó que las únicas soluciones para recuperar nuestro antiguo status, eran la negociación y el diálogo. ¿Con quién?,  me apresuré a preguntar. Se paró, y dirigiéndonos  su profunda mirada, con una sonrisa espuria respondió: con Quim Torra y su equipo de gobiernoy con…

Descarté los eufemismos en los que nos suelen educar, y abalanzándome sobre el chamán, comencé a dirigirle toda serie de insultos e improperios, que hoy cuando lo cuento, ya más tranquilo, no me atrevo a repetir por cortesía, lanzándome sobre él para agredirle as much as I could.

Tú, mi amor, tan loca siempre, en ese momento sacaste de tu general locura la vena de la prudencia, que no deja de ser una forma de locura, y tiraste de mi brazo con una fuerza prodigiosa, prohibiéndome la agresión, ni verbal, y arrastrándome hasta la cola de espera de destrucción o traslación por evacuación, colándonos a todos los edificios, cilindros e imágenes que esperaban, situándonos en cabeza de la misma. En ese momento, se abrió la ventana, y como si de un gamer profesional se tratara en una partida de Super Smash Bros, tiraste de mí hacia el vacío de la ventana, siendo arrastrados abrazados, junto a un montón de elementos que esperaban pacientes su evacuación a un vacío infinito e ignoto, envueltos en niebla densa y caída libre, en la que nos manteníamos unidos, agarrándonos cada uno a un asa de tu patchwork de colores rotos y calientes, lo que nos hizo pensar que se aproximaba nuestro fin por no haber hecho caso al chamán. Caíamos, ya tú y yo solos –habían desaparecido los otros objetos- y nuestra llegada a un suelo, que aunque  se antojaba aún lejano, era sin duda  cierto,  pareciendo que el impacto  sería imposible de evitar.

Nervioso, abrí los ojos y me vi sudando a tu lado, que me tranquilizabas acariciándome la cabeza y susurrando “tranquilo, se debe tratar de una pesadilla. Todo está bien”. Me instaste a levantarme, ducharme y desayunar rápido, ya que íbamos con el tiempo justo para llegar al aeropuerto para coger el avión que nos llevaría a Tánger, para el viaje a  las playas de Río Martil.

En el taxi, me preguntaste por lo que había soñado en la pesadilla, y pensando en la locura del metasueño –sueño dentro de un sueño-, decidí decirte que soñaba con que me dejabas, y que era algo que no hubiera podido soportar.

Cuando el avión tomó tierra, el paso al edificio aeroportuario no fue por finger sino que tuvimos que bajar a la pista para coger un autobús que nos llevó al edificio terminal, y para protegernos de las vaharadas de calor que despedía el suelo,  nos escondimos completamente en la sombra de tu canotier,  y sentí que algo bueno nos envolvía para situarnos más cerca que siempre…