Mis deidades veraniegas: Tanit y Patricia. Parte 3.

Dios mío, lo que estaría pensando Patricia de toda esta aventura. Como yo no sabía que decir y por tanto no arrancaba, Tanit me sugirió algo que aconteció en Barcelona hace 43 años, pero yo, que soy de los que no me gusta pasar la vida abrazado a los recuerdos, y aún menos a los de hace tantos años, ya que debió ser cuando viví  sobre el 76 en esa ciudad durante año y medio, no supe que decir, aunque a poco que me hubiera esforzado, podría haberlo recordado, ya que no soy demasiado pródigo en actos buenos….

La diosa cortó mis pensamientos de cuajo, refiriéndose a un acto mío de munificencia incontestable -según dijo ella-, relatándonoslo a los dos por su sistema aparentemente telepático, aunque quizá pudiera ser trasmitido por los cables dorados que le salían de sus ojos verdes -tan bellos-, con los que nos abrazaba alrededor de la cintura.

Unos asaltantes en Barcelona, te atracaron  a ti y a tu amiga Eugenia Peña en la calle Muntaner esquina a Londres, con armas blancas en 1976…

Al instante me vinieron los recuerdos de la aventura y continué…

Prudente que generalmente suelo ser, nos llevaron sus amenazas a entregarles hasta el último tornillo sin oponer resistencia, ordenando de inmediato el cabecilla de la panda la retirada, pero uno de los secuaces, intentó tocarle el pecho a Eugenia, haciendo yo entonces un gesto instintivo de macho alfa para interponerme entre el asaltante y ella, encarándose entonces conmigo y espetándome; “no te jode el guaperas gilipollas”… y con la misma, me soltó un terrible golpe con un bate de béisbol en el cuello,  junto a un chorro de insultos,  que me dejó sin conocimiento.

Meses más tarde, proseguí, yendo con el coche por  Carlos III, a unos treinta metros de su cruce con la Diagonal, en donde entonces había una bonita rotonda ajardinada, me pasó como una exhalación un motorista, pensando yo de forma instantanea que no le iba a dar tiempo a frenar, y un segundo después, su rueda delantera al no poder hacerlo, chocó brutalmente con el bordillo de la rotonda central, saltando máquina y motorista por los aires, aterrizando el piloto, que iba sin protección en la cabeza –entonces no era obligatorio el casco– a más de 20 metros de distancia.

Lógicamente, paré el coche, puse los warnings de mi 127 y acudí a socorrerlo, y al llegar a él y reconocerlo, me di cuenta de que era el jefe de la panda, que no hacía demasiado tiempo nos había asaltado. Mi corazón se dividió en dos, una parte buena y otra mala; la mala me susurró embaucadora que lo dejara donde estaba, y además, que le pateara, le escupiera, y que acompañara ambas acciones de un gesto de desprecio que fuera inconfundible, aunque él no pudiera verlo (estaba sin conocimiento), mientras que la buena, me recomendó ponerlo en el coche y llevarlo al hospital –hoy hubiera sido demandado por trato indebido a cuerpo lesionado-. Alguien me chilló desde dentro, diciéndome que nuestro corazón no tiene partes buenas y malas, sólo hay uno, y hay que dejarle hacer, pero sin preguntarle y sin que opine. Así que cogí al joven, y lo llevé al hospital.

Interrumpí el relato para intentar resumirlo, ya que los detalles no me gustan en general, y porque casi siempre muestran lo que no se quiere que se vea o ver: lo feo, lo malo, lo zafio…, que generalmente se intenta ocultar; lo lamentable,…la confusión, el temor, la soledad, la calvicie cuando no nos gusta, las arrugas… de la cara y del alma…, por eso no deseo poseer una lupa, para no poder mirar los detalles -ni los míos, claro-, y acepto con benevolencia el regate del que esconde lo que no quiere que se vea.

Lo no demasiado interesante puede verse enseguida, a primera vista, después y a segunda vista o con lupa, se podrá ver lo que debe ser visto con detalle para apreciarlo, siendo generalmente lo que no se desea mostrar, y quizá lo más profundo y que desde luego se oculta con la terquedad posible, es lo que no puede verse ni a primera ni a segunda vista, y para verlo, con toda probabilidad, sería necesario aguzar todos los sentidos, intentando analizar con profundidad las sensaciones percibidas para logralo.

Continúa y no divagues más, exigió la diosa con determinación y autoridad, orden que me llegó al cerebro como mandato categórico que no admitía réplica.

Tardó mucho en recuperarse, proseguí, ya que el accidente fue muy grave –más de dos meses en coma con siete fracturas de hueso entre ellas el cráneo-, y cuando lo hizo, me localizó y vino a darme las gracias; la cara que puso cuando me vio fue inenarrable, ya que no sabía que su salvador había sido previamente su víctima. Lloró como un niño, y entre sollozos, manifestó su intención inquebrantable de no volver a hacer jamás ese tipo de cosas; me escribe por mail cada par de años, contándome las novedades de su vida: estudió, se puso a trabajar, se enamoró, se casó y tiene cuatro hijos y seis nietos…

Lo que no le confesé, es que lo llevé al hospital por prudencia, para no ser acusado de omisión de socorro…jajaja (tampoco se lo dije a Tanit, aunque por la sonrisa que esbozó, supuse que podía leer mi mente).

De repente y sin saber porqué pero absurdo como lo que estaba ocurriendo, apareció ante mí un mosaico en teselas de mi vida, y pude ver a mis hijos muy mayores -alguno buscando aún amor nuevamente-, abuelos ya, mis nietos con hijos, y todos aparentemente felices y vivos; pensé que en un instante habían volado las hojas del calendario, y que los años se habían solapado con una rapidez incognoscible, y que el remolino del tiempo nos había engullido,  manoteando entonces yo con las manos y con ansiedad en el aire, para buscar un áncora al que atarme al espacio y al tiempo, olvidar esta locura, y sentirnos vivos y seguros…

Angustiado, sentí un cruel dolor por las imágenes anteriores de mi familia, dolor por no volver a tener a esos hijos jóvenes y nietos niños; de las varias clases de dolor que conocemos en la vida, éste no era un dolor de los que duelen, era de los que alteran. Recordé en un flash, de no recuerdo quien, que dijo:  el dolor nos enseña quienes somos, y a veces es tan fuerte que quisiéramos morir, pero en realidad, no se ha vivido de verdad, hasta que no se haya muerto un poco: me moría de aflicción….

Prosiguió la diosa sin importarle mi pesar, mi regalo por todo ello será mi divina presencia tras el aparentemente luctuoso momento de tu fallecimiento, para llevar a cabo en ti la ceremonia de apertura de la boca, que te devolverá todos tus sentidos tras tu muerte.

Me sonó su regalo a cosas del reino de las dos coronas y a 20 o 30 siglos a.C., pero naturalmente no dije nada, que los regalos nunca deben ser rechazados, nos gusten o no, aunque debo agradecerle que al menos no me hurtara la forma  la forma de morir que me vaya a imponer la naturaleza; hubiera sido algo imperdonable.

Todo aquello me resultaba tan disparatado, pensé, como las cosas que de tanto en cuanto hace la comunidad británica, viniéndome a la mente el recuerdo de la noticia de que hace poco se ha permitido inscribir en el registro mercantil, una sociedad Para la defensa del decoro, incluso de los animales, S.L., que propugna que los caballos usen pantalones, cuando salgan de las cuadras. Ese pensamiento llegó como algo más de la sinrazón que ocupaba mi mente en ese momento. ¡Qué tonterías, por Dios!

Sin dejarme responder, ni para agradecerle el regalo, volvimos al proceloso movimiento de bajada, que duró algo menos de un instante y me dio la impresión de irnos a estrellar contra el suelo.

Al poco, te agitaste a mi lado, apretando el abrazo que nos unía y me miraste preguntando ¿estás dormido? ¿te preocupa algo?, pareces inquieto, dijiste; sólo estaría preocupado si dejaras de amarme, respondí con dulzura. Eso no ocurrirá nunca, contestaste mientras te acurrucabas aún más a mí lado.  Pronto amanecerá y tengo algo de frío…

Utilicé la frazada de mi amor para envolverte, y mientras te abrazaba de nuevo, pensé que contigo, las lágrimas se me convierten en risas, las palabras en melodías musicales, los olores en el mejor perfume, los colores de la vida en los del Paraíso, y la crema más vulgar en la mejor vichyssoise de La Tour d’Argent.

Repentinamente, apareció en el horizonte la luz aún sin forma, que poco a poco se fue convirtiendo en la esfera ardiente del sol, que calentó nuestros corazones hasta convertirlos en férvidos amantes del otro, deseando ambos repetir del mismo modo eternos amaneceres, pero sin diosas…

El comediante que hay en mí,  puede y podría pelear contra todo, excepto con las emociones: ellas me pueden siempre.