Vagos y antiguos recuerdos de parte de mi vida. Parte 1.

Hace tiempo, leyendo una novela tipo thriller ambientada en el Vaticano y cuyo protagonista era Freud, leí unas palabras que el autor ponía en boca del descubridor del psicoanálisis: un sabio no es más que un viejo que no recuerda lo que ha hecho de joven. Pensé que yo sería sabio ¡ja! Otra opción para no recordar con precisión -ni ganas de hacerlo-, podría ser la disolución con la edad, poco a poco, de las tres potencias del alma, memoria, inteligencia  y voluntad. Ahí ya me tranquilicé…y comencé a escribir algunos vagos y antiguos recuerdos, para lo que no me he molestado en buscar fechas ni datos precisos, por no considerarlos interesantes, y cuando estimo necesario referir algún acontecimiento importante con detalle –no mío, claro-, remito a alguien que haya escrito de ese suceso o hecho con precisión.

Escribo esta corta historia real, de viejos recuerdos de mi vida militar, mojando la pluma en el afecto, el cariño y los buenos recuerdos, ya que, buscando en donde mojar, no encuentro en mi vida sino charcos de tinta que me ayudan siempre a traer al papel remembranzas que me producen bonitos sentimientos, porque quizá se hayan borrado, y sin esfuerzo, los recuerdos de las pocas cosas malas que me hubieran podido ocurrir.

Después de varios años en las Academias General y de Infantería, mal usando la palabra alferecía –se empleaba como adorno-, aunque sin conocimiento de su terrible y real significado, salí teniente, realizando las prácticas en el C.I.R de Colmenar Viejo. Allí pude asistir a una visita de “captación” de los paracaidistas, para reclutar soldados que se pudieran convertir en Caballeros Legionarios Paracaidistas, y pronto comprendí que habían captado a este teniente, aunque nunca supe el porqué; en alguna ocasión culpé a las botas distintas, a la boina o al águila más que a lo que representaban, ya que siempre fui voluble a las influencias de la estética.

Terminé el año de C.I.R., y tuve que esperar agregado a la I Bandera, en el cuartel de Mendigorría, un corto espacio de tiempo a que empezara el curso de mandos paracaidistas en Alcantarilla, Murcia. En la I BPAC tuve el honor de conocer entre otros, al comandante Pedrosa, al capitán Rafael Álvarez Veloso y al también capitán Manuel Marquina, que luego sería mi comandante, estando yo ya destinado de capitán en la I Bandera. La experiencia de mi primer contacto con un cuartel de paracaidistas fue inenarrable: cada día se caía un pequeño trozo de techo, escalera, pared o cualquier otra parte del edificio, y el capitán Marquina –de gesto siempre sublime-, el día de nuestra presentación, le puso su punto de gracia a la frialdad y desajuste de días tan extraños, como me resultan a mí los de la incorporación y presentación en una unidad desconocida. Llegamos otro teniente de mi promoción y yo –descansen en paz todos los nombrados hasta ahora, incluso mis acompañantes de esta anécdota- uniformados de presentación, y al ir a entrar en la zona de la Plana Mayor de la Bandera, a ejecutar una parte del negocio para el que habíamos acudido, empujamos las puertas de batientes salooneras de Mendigorría, con la fortuna de que en ese momento y en sentido contrario salía el capitán Marquina: perdón mi capitán, dijimos al unísono mi compañero de presentación y yo, no le habíamos visto añadimos presurosos. Marquina, altivo él, sin mirarnos, nos respondió: a mí, hay que intuirme. De forma inmediata y en consecuencia, me di cuenta de que mi elección de unidad para desarrollar mi vida profesional, había sido acertada.

Al poco, marché con ganas a Alcantarilla –con el anhelo de dejar de ser un teniente pistolo, que así éramos denominados por todos, los que no éramos paracaidistas aún, y aun los que lo eran, si la tropa intuía escasez de experiencia o poca soltura en estas lides, también así eran denominados-, para realizar el curso básico de mandos paracaidistas, curso que realizamos en aquellos viejos Junkers JU 52, en los que se unían casi siempre los latidos acelerados de los corazones de los jóvenes oficiales y suboficiales con los habituales percances de aquellos aviones, que sufrían frecuentes averías en vuelo, pobres…

Del curso, sólo recuerdo con desazón y tristeza, la negativa a saltar de un teniente amigo, mucho más antiguo que yo, que se quedó clavado en la puerta del avión y no hubo manera. Yo iba de segundo en la patrulla, y entre cascos, paracaídas, primer salto, ruido del avión, nervios ambientales y alguna cosa más que prefiero olvidar, pude ver en ese momento el rostro de mi amigo, compañero de habitación en el pabellón de oficiales, con el que iba y venía de Madrid los fines de semana en el coche, y nunca olvidaré esa expresión de angustia. Lo apartaron de la puerta, repitieron la pasada, ya situado  yo de primero en la patrulla, dejándome ir al sonar la chicharra de manera lábil pero con firmeza, por aquella escasa puerta, deseando olvidar lo acontecido. Al llegar al pabellón, en la habitación, este hombre casado y con hijos, lloraba desconsoladamente, preguntando al aire que podría hacer ahora. Nunca me he atrevido en la vida a partir de ese momento a juzgar ningún miedo insuperable, ya que el sufrimiento del que lo padece es algo imposible de medir y mucho menos de enjuiciar por los que no tienen esa limitación cerebral.

Terminado el período de formación y ya con el rokiski en el pecho -curiosamente se rompían con este logro las leyes de la física, ya que en vez de mensurar menos de alto por el peso del emblema, medía uno quizá medio centímetro más; pudiera ser altanería o soberbia, o que quizá se crecía con los golpes contra el suelo?-. En seguida, marché a Las Palmas para incorporarme a la II Bandera, Roger de Lauria, a la cual había sido destinado.

Fuimos destinados 4 tenientes de la promoción a esa Bandera, y uno de ellos, estudioso y singular, que se había incorporado algún mes antes a la unidad por haber realizado el período de C.I.R en el B.I.P., licencia que se pudo permitir por ser de los primeros de la promoción, nos seguía dando a menudo instrucción de las cosas paracaidistas; en la calle, en el bar o donde nos pillara, ya que tenía 6 o 7 saltos más que nosotros, por lo que nuestros conocimientos técnicos aumentaron sin mesura, quizá hasta deslumbrar. Cuando alargaba esas teóricas a duraciones difíciles de soportar, cortaba yo la explicación, señalando algún pájaro que veía por la ventana, alabando su trinar, músicas que también eran disciplina dominada por nuestro amigo, que así, cambiando de tema, podía buscar audiencia en otros oyentes interesados en la ornitología.

Sólo permanecí en Las Palmas algunos días ya que había sido destinado a la  7ª compañía destacada en el Sáhara, con sede en El Aaiún. Así que lamentando no poder recibir más enseñanzas paracaidistas de nuestro experto compañero, me incorporé a la compañía a mediados de otoño. Los otros tres tenientes de la compañía eran cinco años en el empleo más antiguos que yo, o sea que fui teniente lamparilla y pistolo algunos meses más, pero disfrutando mucho.

Las compañías hacían relevos desde la Bandera en Las Palmas cada ocho meses, y cuando se aproximaba el relevo por la siguiente  -la 8ª-, nuestro capitán comentó a los tenientes -sin mucho énfasis-, si alguno querría quedarse con la 8ª compañía los siguientes ocho meses. Esperé prudentemente a oír las respuestas de mis antiguos, pero nadie contestó. Malicié, que dada la obvia falta de tenientes en la compañía que iba a venir en breve plazo, antes de trasladar la pregunta a la compañía que iba a ser relevada, probablemente la  pregunta habría sido realizada a todos los tenientes de la Bandera que estaban en Las Palmas, sin haber obtenido respuesta positiva a la voluntariedad.

Yo por entonces, había logrado un aceptable grado de confianza con mi capitán -q.e.p.d.-, por lo que le solicité que si no le parecía mal, trasladara una petición -quizá asaz viciosa- al jefe de BPAC, a lo que me respondió: menos rollos y al asunto. Así pues, le expuse mi voluntariedad para permanecer un relevo más -o los que fueran necesarios- aunque a cambio, solicitaba la confirmación del jefe de la BPAC, de ser el primer teniente de la Bandera que se enviaría al primer curso de apertura manual que se realizase transcurridos esos meses. A los dos días me confirmaron ambos extremos –mi agregación a la 8º compañía y el sí a mi petición-.

Música: Frederic Chopin, Nocturne in major no 20 D.

To be continued in part 2.