Vagos y antiguos recuerdos de parte de mi vida. Parte 2.

Así pues, me quedé otro período de 8 meses con la 8ª compañía en el Sáhara. Pasé feliz casi dos años, realizando más de una docena de patrullas de nivel sección por el desierto, algunas con sus lanzamientos correspondientes, en diferentes partes del territorio, de más de diez días cada una, en unos momentos en que el Polisario un día y Marruecos el siguiente, la liaban o podían hacerlo, o cambiaban de actitud y de bando, liándola igualmente.

Al salir de la Academia pensé que siempre sería, y casi exclusivamente, esportillero de las órdenes de mis mandos, aunque a veces pudiera conseguir “engañarles” con algo que me pareciera interesante enseñar, practicar, o ejecutar, aunque no estuviera contemplado en el plan de instrucción, cosa que en los reglamentos pudiera ser definido como iniciativa, que generalmente no gusta al mando por parecerle cosa fútil o poco adecuada, y que sólo es reclamada su aparición, cuando algo sale no demasiado bien, quizá por no ser las órdenes extenuantemente precisas –yo creo que no deben serlo-, y entonces el mochuelo es para el de la falta de iniciativa. De teniente en el Sáhara, me liberaron de la esportilla, dándome siempre una orden de operaciones que cabía en medio bolsillo, y una gran mochila de iniciativa y responsabilidad. Fue una buena escuela para todos, desde luego para mí, sí, debiendo agradecer a los capitanes que tuve, su confianza en la tenientada.

Al terminar este segundo ciclo sahariano, me destinaron a la 9ª compañía, al mando de la cual estaba el capitán Francisco Aguilar Muñoz, y entre cuyos tenientes, estaban tres que llegaron a lograr el empleo de teniente general -Emilio Alamán, Virgilio Sañudo y José Muñoz- enviándome como comprometido, a realizar el curso de APM a Alcantarilla.

Era entonces los cursos de APM de muy pocos saltos, creo que no llegaron a 16. A mí, se me pasó en un pispas, entre las historias -siempre anecdóticas y poco didácticas- contadas por los instructores en un tipo de enseñanza militar a la antigua manera, que gracias a Dios nada tiene que ver con la actual, y las vueltas que sin parar dábamos todos desde la salida del avión hasta la apertura del paracaídas; a veces fueron pocas, en los días que tocaba la apertura inmediata al abandono del avión. Vi el suelo por primera vez en el salto 10º y ya no lo solté. La conclusión a la que he llegado, es que la enseñanza de entonces de APM, es como la eterna del golf: el profesor no sabía, o no quería, o no podía, trasladar a la mente del alumno la esencia del asunto, para que el cerebro de éste pudiera asimilarlo e intentara trasladarlo a su cuerpo,, por lo que de todos los mandos que realizaron el curso de APM en esas épocas, solo continuamos saltando unos contadísimos afortunados, o porque se nos dio más o menos bien, o porque eran héroes. Ambos grupos suenan atractivos.

Lo mejor de ese curso fue el avión. El Douglas DC3, marinero, paracaidista, sencillo, seguro y con un portón lateral por la que podría salir sin doblarse la Torre de Madrid, a pesar de las continuas y desmedidas advertencias de algún instructor que advertía de los males que podrían ocurrirnos al salir de ese magnífico avión. Los saltos de automático del Sáhara los realizamos desde este avión también, al igual que el nocturno del curso básico, ya que el Junker JU 52 no contaba con elementos seguros de navegación nocturna, o eso decían.

Siendo alférez y en el verano del 70, hice el curso de vuelo sin motor en Ocaña, volviendo al año siguiente para un perfeccionamiento. El curso básico lo hice en un velero de doble mando de la casa Blanik, avión marinero, seguro y que perdonaba los errores de los alumnos hasta lo imposible. También entonces había un instructor que gustaba  asustar al alumnado narrando los peligros horrorosos que podía conllevar el pilotaje de ese velero. Era la antigua maniera, y supongo que lo haría para dar más importancia a lo que hacía, aunque su criterio lo estimo errado, claro.

Al terminar el curso, me incorporé a la SADA -sección avanzada de desembarco aéreo- de la II BPAC. Los de la SADA fueron magníficos tiempos de mando de unidad pequeña e independiente. Cada día todos aprendíamos, a medida que nos íbamos marcando objetivos nuevos, y algunos, además de los nuevos objetivos, adquirían saberes ancestrales que deberían haber poseído y aún no conocían –por ejemplo, nadar-. Recuerdo una anécdota de salto, a partir de la cual me grabé de forma indeleble debajo de la piel de la frente el lema: no saltaré nunca del avión con alguien que me dé la pasada, sin ver yo lo que hay abajo. Bien es verdad que cuando comencé a saltar con paracaídas tipo ala,  traté con láser el tatuaje para disimularlo, por no ser ya tan necesario.

Era mi primer salto de teniente con la SADA en la zona de Maspalomas, al sur de la isla de Gran Canaria. Se saltaba temprano ya que generalmente subía el viento con el sol. Llegué a las 05,00 al cuartel de las Rehoyas, dándome novedades uno de los cabos primeros -todos muy veteranos- con la notificación de la ausencia de los dos sargentos, que por cierto habían ascendido a ese empleo hacía un par de días. Como mi sección saltaba independiente, a nadie debía novedad concreta, pero pensé, que hubiera sido además de obligada, conveniente, la presencia de los dos suboficiales, especialmente por desconocer yo la zona.

El avión un Douglas DC 3, y el piloto, amigo mío de copas y cacerías picafloreras y experto volador. La patrulla formada por 3 capitanes veteranos -veterano en caída libre no significa experto-, 1 suboficial y la SADA con 13 hombres, yo incluido. Maspalomas es una zona triangular, en la que la pasada se da paralelamente a la base del triángulo, cortando los otros dos lados aproximadamente por la mitad. Agua por donde se entra y por donde se sale: la mar océana y los paracaídas 656-11. El capitán más antiguo –q.e.p.d.- decidió que él daría la pasada, saltando a continuación los otros capitanes y el suboficial, y en la misma pasada y a continuación, la SADA. Se lanzó el derivómetro y compensando el viento entramos en pasada. Yo sabiendo entonces poco de estas cosas, pero maliciando lo que podía pasar si el primero saltaba en el centro de la D/Z, me puse el último de la patrulla y los tres cabos primeros, mejores saltadores y nadadores, inmediatamente antes que yo. Comenzamos a largar, y nada más abandonar el avión vi la mar océana por todas partes; mi cabeza se fue hacia los dos que no sabían nadar. Yo flechaba hacia la tierra -apenas sabía- rogando a Dios y esperando, que los que no sabían nadar, supieran flechar, repitiendo ¡flechad, flechad!  como si alguien pudiera oírme durante la caída libre…Al final un hombre en el agua a 50 metros de la orilla y todo sin novedad.  ¡Qué sin vivir, Dios!

El 4 de julio de 1975 falleció mi hermano Javier -el más joven de los cuatro varones de seis hermanos- con 23 años en un accidente de coche cerca de Valladolid, al dormirse el que venía en dirección contraria, invadiendo  su carril y embistiendo su coche de frente. Descansa en paz. Nos acordamos a menudo de ti.

Así fue pasando el tiempo, hasta que me nombraron para formar parte de la comisión aposentadora de la II BPAC en Alcalá de Henares, que sería relevada por la III Ortiz de Zárate en Las Palmas, que a su vez mantendría destacada una compañía en El Aaiún.

La comisión estaba compuesta por el que fue mi capitán de la 7ª compañía, tres tenientes y algunos suboficiales. Llegamos a Alcalá de Henares desde Las Palmas, saliendo a los pocos días en la prensa la posible ejecución de la maniobra política del rey Hassan II con la Marcha Verde, marcha de civiles que se dirigirían a la frontera del territorio español, para penetrar en el mismo, utilizando como parapeto, la inmunidad que les proporcionaba su estatus civil y el estar desarmados, maniobra con la que llevaba tonteando desde el mes de abril de ese año.

El general que mandaba la BRIPAC entonces, era de la promoción y amigo de mi padre y de casa, así que tras pedir licencia a mi capitán, y concedérmela, me dirigí al despacho del general para pedirle marchar al Sáhara de nuevo  ya que no quería perderme -tras haber vivido allí un buen tiempo- lo que iba a ocurrir, creyendo que lo que ocurriría sería algo con lo que pudiera soñar un joven teniente con vocación por la carrera de las armas. Pedí ser agregado a alguna Unidad de las que ya allí estaban. En ese momento estaba la I BPAC en cabeza de playa de El Aaiún, además de la compañía de la III BPAC destacada en la capital del territorio: El jefe de la BRIPAC dio las órdenes para que yo fuera agregado a la I BPAC.

Le pedí permiso al capitán jefe de la comisión aposentadora para volar –pagado de mi bolsillo, claro- a Las Palmas, para comunicar personalmente al jefe de la Bandera -me pareció inicialmente más correcto hacerlo en persona que por teléfono porque además no lo conocía demasiado-, mi agregación a la I BPAC, y su respuesta fue contundente, emotiva y poco motivadora para mí: eres uno de los peores oficiales que he conocido por no decir el peor y ahora vete a la I BPAC, adiós. No parecía proceder la pregunta de despedida formal habitual a un jefe, ordena alguna cosa más?  especialmente cuando la conversación se movía por derroteros tan sencillos de comprender, así que me di media vuelta y me fui, pensando que si nos han sido dadas una boca y dos orejas, será para escuchar más y hablar menos, produciéndose en mí la anagnórisis que me permitió poder valorar a ese jefe, al que no había tenido la oportunidad de conocer en toda su amplitud, generándose en mí cerebro, un grado de entropía más que notable, aunque es útil reflexionar en estas ocasiones, y recordar que las certezas son el paraíso de los necios y las dudas el infierno de los sabios.

Así, aquella noche en Las Palmas me bebí bastantes más güisquis de los recomendables, volviendo el día siguiente a Madrid, partiendo de forma inmediata para El Aaiún, siendo agregado a la 2ª compañía de la I BPAC, en donde, por el tipo de instrucción que se realizaba a diario, se barruntaba que pronto se produciría la cacareada Marcha Verde, anunciada por Hasán II. Así fue, y en no mucho tiempo -primeros de octubre- desplegamos en la segunda línea de defensa de las establecidas dentro de la Operación Marabunta, para intentar detener pasivamente a las decenas de miles de civiles marroquíes que se establecieron en territorio español, aunque más tarde se retiraran.

Recomiendo leer la historia del abandono del Sáhara por España, escrita con sentimiento y detalle por el general Coloma en el blog del general Dávila:

https://generaldavila.com/el-proceso-de-descolonizacion-del-sahara-espanol-y-la-marcha-verde/

Música: KATICA-ILLÉNYI. Ennio-Morricone. Once Upon a Time in the West. Ejecutado con Theremin.

To be continued in part 3.