Manuel Benedito.
Llegué apresuradamente por la calle Dalmeida a la puerta del edificio Republic Plaza, con la esperanza de poder asistir de día, desde la terraza del último piso, a la visión panorámica de Singapur, que era señalada como una de las vistas urbanas más bellas del mundo, y desde donde podía verse la bella ciudad-estado desde Malasia a Sentosa y desde el aeropuerto de Changi al estrecho de Johor.
Singapur financiera.
Hotel Marina Bay Sands. Singapur.
Republic Plaza .
Pagué a toda prisa mi ticket de 10 dólares singapurenses dirigiéndome a uno de los quince ascensores existentes y que que en ese momento estaba tragando gente para subir. Busqué al entrar el panel de los pisos para pulsar el botón del último. Me sorprendió el ascensor de diseño vintage con paredes forradas de terciopelo rojo, techo alto, un pequeño sofá de tres plazas en el fondo, tapizado con la misma tela que las paredes, una lámpara de lágrimas de cristal con no menos de una docena de bombillas tipo vela, y contrastando con todo ello, un panel de color gris metálico, ultramoderno, con botones de luces digitalizadas, que luego vería como escrupulosamente adquirían un color azul frío, a medida que pasaban los pisos a toda velocidad para recorrer los 280 ms de altura del edificio con sus 66 plantas.
Panorámica de la ciudad de Singapur.
Habría ya una decena de personas embarcadas cuando me introduje en el ascensor, cerrándose las puertas a mi espalda; al entrar, me quedé mirando hacia mis compañeros de viaje, aunque al poco, incómodo al sentirme observado, me di la vuelta quedando de cara a la puerta por donde había entrado. En un ascensor de alta capacidad –en los de escasa quizá más- las personas tratamos de disimular; miramos hacia abajo, hacia arriba, apretamos los puños, carraspeamos, miramos los botones calculando cuantos pisos nos quedan, miramos la hora para nada esperando llegar pronto, y que se abran de una vez las puertas para poder salir por fin y dejar de ser observados.
El ascensor subió como una exhalación hasta la planta 23, sonando al iniciar la deceleración un timbre digital, musical pero firme, deteniéndose suavemente, oyendo a continuación unos cuantos sorries que acompañados de cuerpo y codos intentaban desembarcar en su destino.
Quedamos cuatro personas en el ascensor, que cerró sus puertas, reiniciando su meteórico ascenso a la planta 54, en donde se repitieron las mismas operaciones, aunque en esta ocasión, el resto de las personas que subían, exceptuándome a mí, salieron con mayor tranquilidad al no intuir problemas para el desembarco: me quedé solo, poniéndose el ascensor en movimiento hacia la terraza con mirador del piso 66.
Entonces me fijé en el ruido de los motores, que no era un ruido potente, no, era más bien suave, eléctrico, como un zumbido. Miré al suelo que estaba muy limpio y luego me vi en el espejo que no tenía remaches, en donde me miré de forma deshinbida; cuando uno está solo se suele sentir un poco más libre para estos menesteres, y me observé con tranquilidad, viéndome con pinta demasiado deportiva para las canas que peino, pero en fin…la verdad es que no hay nada demasiado interesante en un ascensor, pensé.
Recordé que hacía tiempo que no me miraba con detenimiento en un espejo, quizá para no ver la imagen que devuelve. De adolescentes, todos nos mirábamos en cada espejo que se ponía a tiro, cristal de coche o gafas de sol de la persona con la que hablábamos…, buscando nuestro lado bueno para triunfar con Purita…
De repente, tuve la sensación de que el ascensor había encogido. Con la forma de frenada que ya conocía llegó a la última planta y esperé a que se abrieran las puertas, pero me pareció que tardaban en abrirse más de lo que había sentido con anterioridad. Esperé algo más, y comencé a tocar todos los botones, al principio con tranquilidad y luego con algo más de nervios, pisos al azar, alarma con campana que sonaba a zumbido poco resolutivo, y con el pensamiento puesto en la hora, ya que el sol empezaba a caer…pero el ascensor ni subía ni bajaba. Un ascensor sólo puede hacer eso, subir o bajar; no esperamos que vaya para la derecha ni para la izquierda, ni en diagonales, excepto en construcciones especiales como la Tour Eiffel o edificios inclinados; esperaba que ocurriera lo lógico, pero no ocurría nada y pensé sin venir a cuento, que un hombre no puede y ni debe vivir sin esperanza. De repente, las paredes del ascensor se abatieron hacia los lados, desapareciendo el techo y me encontré de pie en un cuadrado que había cambiado el terciopelo rojo, los botones y la puerta, por una superficie transparente que parecía suspendida en el aire a gran altura, ya que Singapur aparecía como un pequeño punto debajo de mis pies; no sabía qué hacer, pero tampoco sentí miedo.
No podía creer lo que me pasaba, “estoy soñando”, pensé. De repente, en la lejanía, vi algo que me hizo fruncir el ceño para intentar agudizar mi vista: creí ver a La Gavilana, gitana hermosa pintada por Manuel Benedito con reiteración, ofreciéndose…
Manuel Benedito. La Gavilana. 1910. Óleo sobre lienzo. 107 x 170 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
La ilusión de abrazarla, me hizo dar un paso tras otro hacia ella, y me sorprendí andando por la nada con soltura, sin miedo y con firmeza, aunque tenía la impresión de acortar distancias con tanta dificultad, que me parecía negado el avance, y sólo podía asegurar que la distancia que nos separaba permanecía casi igual. Mirando hacia abajo, pude ver que había dejado atrás el océano y me adentraba en la tierra; no lograba identificar lo que veía y levanté mi vista buscando a Agustina Escudero Heredia que permanecía a la misma distancia, sin parecerme que se redujera un ápice la misma. Parecía como todas las utopías, inalcanzable, pero mi ilusión era tan grande que no desesperé, y pensé que en la vida quien pueda tener una familia que le proteja, el cariño de la gente que quieres que te quiera, siendo capaz de patear los problemas y la negatividad, aunque se tenga hinchado el tobillo, la esperanza se generará, y todo estará al alcance y se podrá lograr, incluso vencer los peores momentos.
Aligeré el paso mirando nuevamente hacia abajo y esta vez sí, identifiqué Turquía aunque sin Constantino el Grande, ni Mehmet II, ni Solimán el Magnífico; vi el Mediterráneo y en cada zancada pasaba de Turquía a Grecia o de Grecia a Italia, siempre intentando alcanzar a La Gavilana. La siguiente vez que miré hacia abajo, me vi sobre Córdoba, a mucha menor altura, y pude identificar la bella ciudad por el Guadalquivir, la gran Mezquita-Catedral y las ruinas de Medina Azahara -que aparentan más grandeza desde arriba que lo que se puede ver hoy en las visitas terrestres-, no viendo tampoco a Musa ibn Ifriqiya, ni a Don Rodrigo ni a Abderramán III.
Agustina parecía estar mucho más cerca, así que me apresuré y sentí que me aproximaba a ella hasta casi poder percibir su olor azahareño y abrazarla…”está prohibido acercarse tanto a los cuadros, señor” oí una voz, y me vi delante del cuadro de La Gavilana de Manuel Benedito, en la casa museo que tiene la Fundación con su nombre en la calle Juan Bravo 4 de Madrid.
La voz me pidió la entrada, que apareció en mi mano derecha por ensalmo, y con gesto de satisfacción al verla, me comunicó que en breve vendría la guía voluntaria que yo había solicitado por internet. ¡Dios!
La guía se llamaba Teresa, guapa cincuentona, cuidada, limpia y moderna, que me explicó antes de comenzar el recorrido y tras lanzarle yo un par de piropos, que se había dedicado a la enseñanza, invitándome a comenzar la visita, especificándome antes, que la modelo de La Gavilana, Agustina Escudero Heredia, era la preferida del artista y que la pintó también en Gitana.
Manuel Benedito. Gitana. 1909. Óleo sobre lienzo. 130 x 178 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
La Casa-Museo de Manuel Benedito es un museo situado en el madrileño barrio de Salamanca, dedicado al pintor valenciano Manuel Benedito y Vives nacido el 25 de diciembre de 1875. El museo se fundó en 1963, tras su fallecimiento, en el mismo palacete donde el pintor tenía su atelier y vivienda, vendiendo su sobrina e hija adoptiva Vicenta Benedito gran parte de la manzana propiedad del artista a un arquitecto, reservando para el museo dos plantas que dan a la calle Juan Bravo 4.
Manuel Benedito. Vicenta Benedito. 1941. Óleo sobre lienzo. 48 x 40 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Fue discípulo de Joaquín Sorolla, asistiendo previamente desde los 13 años a los 19 a la Escuela de Bellas Artes San Carlos de Valencia, entrando en1894 en el taller del gran mago de la luz, trasladándose dos años más tarde a Madrid con su maestro, en donde realizó trabajos para Blanco y Negro y La Revista Moderna.
Manuel Benedito. Burrito. 1893. Óleo sobre tabla. 18,5 x 24 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Moro. 1895. Óleo sobre lienzo. 92 x 56 cm. Museo del Prado. Madrid.
Manuel Benedito. Emparrado. 1897. Óleo sobre lienzo. 41 x 49 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Solicitó la beca que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando otorgaba para ir a estudiar a la Academia Española de Bellas Artes de Roma, con el trabajo Familia del anarquista el día de la ejecución, que le hizo ser galardonado con el primer puesto, consiguiendo la beca, marchando a la capital italiana en donde permaneció de 1900 a 1904, teniendo que enviar a España trabajos compensatorios por la beca: La infancia de Baco, El infierno de Dante y El incendio del Borgo, viajando mientras tanto por Centroeuropa: Francia, Bélgica y Holanda y también por Venecia -Venecia nocturna-, compaginando la formación con el trabajo, lo que explica la variedad de motivos de esos países que reflejan sus cuadros.
Manuel Benedito. La familia del anarquista el día de la ejecución. 1899. Óleo sobre lienzo. 115 x 159 cm. Universidad Complutense. Madrid.
Manuel Benedito. La infancia de Baco. 1901. Óleo sobre lienzo. 62,5 x 72 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Boceto del Canto VII del infierno de Dante. 1904. Óleo sobre lienzo. 33 x 63 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Sobremesa en el jardín de la Academia. 1902. Óleo sobre lienzo. 149 x 160 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Vista de Roma desde la terraza de la Academia. 1902. Óleo sobre lienzo. 71 x 140 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Rincón de Venecia. 1901. Óleo sobre lienzo. 49 x 66 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Con otra luz, realizó un óleo con la misma casa y canal, desde el mismo punto de vista.
Manuel Benedito. Venecia nocturna. 1904. Óleo sobre lienzo. 40 x 70 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Beguinaje. 1904. Óleo sobre lienzo. 37 x 25 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Autorretrato. 1904. Óleo sobre lienzo. 63 x 33 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Volvió después a Madrid, continuando su periplo por Bretaña, lugar inexcusable de visita para los pintores de la época, en donde realizó entre otras obras Madre bretona y Pescadoras bretonas -obra en el Museo del Prado– , marchando después a Holanda, fijando su residencia en Volendam en el año 1909, país que por sus campos, le pareció como “un decorado sin igual” en donde realizó una de sus obras más conocidas, Viejos holandeses.
Manuel Benedito. Madre bretona. 1905. Óleo sobre lienzo. 83 x 63 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Pescadoras bretonas. 1905. Óleo sobre lienzo. 149 x 299 cm. Museo del Prado. Madrid.
Manuel Benedito. Playa de Concerneau. 1906. Óleo sobre lienzo. 43,5 x 55 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Viejos holandeses. 1909. Óleo sobre temple y lienzo. 85 x 66 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Sábado en Volendam. En la barbería. 1910. Óleo sobre lienzo. 204 x 252 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid. Propiedad de Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile.
Posteriormente volvió a Madrid, poniendo un estudio en la calle Barquillo, viajando con frecuencia a París, en donde también estableció un pequeño atelier, realizando allí uno de sus retratos más conocidos a la bailarina Cléo de Mérode.
Manuel Benedito. Cléo de Mérode. 1910. Óleo sobre lienzo. 160 x 108 cm. Fundación Banco de Santander. Madrid.
Aunque fuera alumno de Sorolla, Benedito se mantuvo fiel a un estilo realista y sobrio, siendo con toda probabilidad uno de los últimos maestros figurativos, utilizando generalmente colores más bien oscuros, bastante alejado del luminismo valenciano, aunque sin enviar al rincón del desván el blanco de plomo o albayalde y el blanco de cinc, tan característicos de la luz de Sorolla.
Cultivó el retrato, el bodegón, los motivos costumbristas con gran habilidad técnica, y los paisajes. En algunas obras tempranas, se aproximó a la “España Negra” de Ignacio Zuloaga –coetáneo- y de José Gutiérrez Solana -11 años más joven-, aunque habitualmente mantuvo una corrección estética de fácil salida comercial.
Aficionado a la caza, realizó bastantes obras relacionadas con el tema, entre las que cabe destacar Vuelta de la cacería, que fue muy elogiada por Guillaume Apollinaire.
Manuel Benedito. Vuelta de la montería. 1913. Óleo sobre lienzo. 241 x 307 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. El corzo. 1924. Óleo sobre lienzo. 131 x 96 cm. Generalitat Valenciana. Valencia.
En vida, fue un pintor muy celebrado por la crítica y reconocido por el público. Sus retratos podían costar a mediados del pasado siglo 150.000 pesetas, que era el equivalente a lo que costaba un piso en el barrio de Salamanca. Benedito firmó más de 600 retratos: su pulcritud y maestría técnica sedujeron a lo más granado de la vida social, económica e intelectual de la España de la primera mitad del siglo XX, tanto a aristócratas –pintó en varias ocasiones a Alfonso XIII-, como a escritores, amigos, modelos y artistas como Cléo de Mérode, Gregorio Marañón, el General Weyler, Pastora Imperio o Concha Piquer. Sin embargo, la inmensa sombra de su maestro Sorolla y la elección del camino de la corrección, alejado de las vanguardias, lo condenaron tras su muerte en 1963 al ligero olvido.
Autorretratos expuestos en la Fundación.
Manuel Benedito. Alfonso XIII. 1926. Óleo sobre lienzo. 74 x 60,5 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Chula. 1912. Óleo sobre lienzo. 67 x 50 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia.
Manuel Benedito. Mis sobrinas. 1913. Óleo sobre lienzo. 100 x 77 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Pastora Imperio. 1914. Óleo sobre lienzo. 61 x 49 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. General Weyler. 1915. Óleo sobre lienzo. 65 x 48 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Genoveva. 1918. Óleo sobre lienzo. 126 x 210 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Concha Piquer. 1926. Óleo sobre lienzo. 61 x 49 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia.
Manuel Benedito. Florencia. 1930. Óleo sobre lienzo. 90 x 70 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. En el jardín. 1930. Óleo sobre lienzo. 108 x 83 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Gregorio Marañón. 1954. Óleo sobre lienzo. 90 x 70 cm. Colección particular. Madrid.
Manuel Benedito escogió el camino de la pintura de los grandes maestros españoles del siglo XVII, aunque incluso desde la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando –de la que Benedito era Académico y más tarde Director- se le adjudicó el estigma de pintor “trasnochado”, de ahí su caída en el olvido, pero fue siempre un pintor de carácter, atento siempre a las indumentarias y colores de la gente de la calle y de los campos, aunque siempre más contenido en su expresión que su impetuoso maestro Sorolla.
Fue Asesor Artístico de la Real Fábrica de Tapices, Académico de la Real Academia de Bellas Artes San Carlos de Valencia, Miembro Correspondiente de la Hispanic Society of America, vocal correspondiente de la Academia Nacional de Bellas Artes de Lisboa, desde 1941 presidente del Patronato del Museo Sorolla y desde 1955 hasta su muerte presidente de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.
Además de en su Casa-Museo, hay obras de Manuel Benedito expuestas en algunos de los más importantes museos, como el Museo del Prado, el Reina Sofía, los Thyssen-Bornemisza, Museo de Bellas Ates de Valencia, Museo Nacional de Santiago de Chile, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y la Hispanic Society of America de Nueva York.
Agustina me parecía más cerca, así que me apresuré y sentí que me aproximaba a ella hasta casi poder percibir su olor y abrazarla…”está prohibido acercarse tanto a los cuadros, señor” oí una voz, y me vi delante del cuadro de La Gavilana de Manuel Benedito, en la casa museo de la calle Juan Bravo de Madrid.
Manuel Benedito. La Gavilana. 1910. Óleo sobre lienzo. 107 x 170 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
La voz me pidió la entrada, que apareció en mi mano derecha por ensalmo, y con gesto de satisfacción al verla, me comunicó que en breve vendría la guía voluntaria que yo había solicitado por internet. ¡Dios!
La guía se llamaba Teresa, guapa cincuentona, cuidada, limpia y moderna, que me explicó antes de comenzar el recorrido y tras lanzarle yo un par de piropos, que se había dedicado a la enseñanza, comenzando sin más preámbulo la visita, especificándome antes, que la modelo de la Gavilana, Agustina Escudero Heredia, era la preferida del artista después de volver a Madrid, y que la pintó también en Gitana.
Manuel Benedito. Gitana. 1909. Óleo sobre lienzo. 130 x 178 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
La Casa-Museo de Manuel Benedito es un museo situado en el madrileño barrio de Salamanca, dedicado al pintor valenciano Manuel Benedito y Vives nacido el 25 de diciembre de 1875. El museo se fundó en 1963, tras su fallecimiento, en el mismo palacete donde el pintor tenía su atelier y vivienda, vendiendo su sobrina e hija adoptiva Vicenta Benedito gran parte de la manzana propiedad del artista a un arquitecto, reservando para el museo dos plantas que dan a la calle Juan Bravo 4.
Manuel Benedito. Vicenta Benedito. 1941. Óleo sobre lienzo. 48 x 40 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Fue discípulo de Joaquín Sorolla, asistiendo previamente desde los 13 años a los 19 a la Escuela de Bellas Artes San Carlos de Valencia, entrando en1894 en el taller del gran mago de la luz, trasladándose dos años más tarde a Madrid con su maestro, en donde realizó trabajos para Blanco y Negro y La Revista Moderna.
Manuel Benedito. Burrito. 1893. Óleo sobre tabla. 18,5 x 24 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Moro. 1895. Óleo sobre lienzo. 92 x 56 cm. Museo del Prado. Madrid.
Manuel Benedito. Emparrado. 1897. Óleo sobre lienzo. 41 x 49 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Solicitó la beca que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando otorgaba para ir a estudiar a la Academia Española de Bellas Artes de Roma, con el trabajo Famila del anarquista el día de la ejecución, que le hizo ser clasificado en el primer puesto, consiguiendo la beca, marchando a la capital italiana en donde permaneció de 1900 a 1904, teniendo que enviar a España trabajos compensatorios por la beca: La infancia de Baco, El infierno de Dante y El incendio del Borgo, viajando mientras tanto por Centroeuropa: Francia, Bélgica y Holanda y también por Venecia -Venecia nocturna-, compaginando la formación con el trabajo, lo que explica la variedad de motivos de esos países que reflejan sus cuadros.
Manuel Benedito. La familia del anarquista el día de la ejecución. 1899. Óleo sobre lienzo. 115 x 159 cm. Universidad Complutense. Madrid.
Manuel Benedito. La infancia de Baco. 1901. Óleo sobre lienzo. 62,5 x 72 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Boceto del Canto VII del infierno de Dante. 1904. Óleo sobre lienzo. 33 x 63 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Sobremesa en el jardín de la Academia. 1902. Óleo sobre lienzo. 149 x 160 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Vista de Roma desde la terraza de la Academia. 1902. Óleo sobre lienzo. 71 x 140 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Rincón de Venecia. 1901. Óleo sobre lienzo. 49 x 66 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Con otra luz, realiza un óleo con la misma casa y canal, desde el mismo punto de vista:
Manuel Benedito. Venecia nocturna. 1904. Óleo sobre lienzo. 40 x 70 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Beguinaje. 1904. Óleo sobre lienzo. 37 x 25 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Autorretrato. 1904. Óleo sobre lienzo. 63 x 33 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Volvió después a Madrid, continuando su periplo por Bretaña, lugar inexcusable de visita para los pintores de la época, en donde realizó entre otras obras Madre bretona y Pescadoras bretonas –en el Museo del Prado– , marchando después a Holanda, fijando su residencia en Volendam en el año 1909, país que por sus campos, le pareció como “un decorado” y en donde realizó una de sus obras más conocidas, Viejos holandeses.
Manuel Benedito. Madre bretona. 1905. Óleo sobre lienzo. 83 x 63 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Pescadoras bretonas. 1905. Óleo sobre lienzo. 149 x 299 cm. Museo del Prado. Madrid.
Manuel Benedito. Playa de Concerneau. 1906. Óleo sobre lienzo. 43,5 x 55 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Viejos holandeses. 1909. Óleo sobre temple y lienzo. 85 x 66 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Sábado en Volendam. En la barbería. 1910. Óleo sobre lienzo. 204 x 252 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid. Propiedad de Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile.
Posteriormente volvió a Madrid, poniendo un estudio en la calle Barquillo y viajando con frecuencia a París, en donde también estableció un pequeño atelier, realizando allí uno de sus retratos más conocidos a la bailarina Cleo de Merode.
Manuel Benedito. Cleo de Merode. 1910. Óleo sobre lienzo. 160 x 108 cm. Fundación Banco de Santander. Madrid.
Aunque fuera alumno de Sorolla, Benedito se mantuvo fiel a un estilo realista y sobrio, siendo con toda probabilidad uno de los últimos maestros figurativos, utilizando generalmente colores más bien oscuros, bastante alejado del luminismo valenciano, aunque sin enviar al rincón del desván el blanco de plomo o albayalde y el blanco de cinc, tan característicos de la luz de Sorolla.
Cultivó el retrato, el bodegón, los motivos costumbristas con gran habilidad técnica, y los paisajes. En algunas obras tempranas, se aproximó a la “España Negra” de Ignacio Zuloaga –coetáneo- y de José Gutiérrez Solana -11 años más joven-, aunque habitualmente mantuvo una corrección estética de fácil salida comercial.
Aficionado a la caza, realizó bastantes obras relacionadas con el tema, entre las que cabe destacar Vuelta de la cacería, que fue muy elogiada por Guillaume Apollinaire.
Manuel Benedito. Vuelta de la montería. 1913. Óleo sobre lienzo. 241 x 307 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. El corzo. 1924. Óleo sobre lienzo. 131 x 96 cm. Generalitat Valenciana. Valencia.
En vida fue un pintor muy celebrado por la crítica y reconocido por el público. Sus retratos podían costar a mediados del pasado siglo 150.000 pesetas, que era el equivalente a lo que costaba un piso en el barrio de Salamanca. Benedito firmó más de 600 retratos: su pulcritud y maestría técnica sedujeron a lo más granado de la vida social, económica e intelectual de la España de la primera mitad del siglo XX, tanto a aristócratas –pintó en varias ocasiones a Alfonso XIII-, como a escritores, amigos, modelos y artistas como Cleo de Merode, Gregorio Marañón, el General Weyler, Pastora Imperio o Concha Piquer. Sin embargo, la inmensa sombra de su maestro Sorolla y la elección del camino de la corrección, alejado de las vanguardias, lo condenaron tras su muerte en 1963 al olvido.
Autorretratos expuestos en la Fundación.
Manuel Benedito. Alfonso XIII. 1926. Óleo sobre lienzo. 74 x 60,5 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Chula. 1912. Óleo sobre lienzo. 67 x 50 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia.
Manuel Benedito. Mis sobrinas. 1913. Óleo sobre lienzo. 100 x 77 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Pastora Imperio. 1914. Óleo sobre lienzo. 61 x 49 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. General Weyler. 1915. Óleo sobre lienzo. 65 x 48 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Genoveva. 1918. Óleo sobre lienzo. 126 x 210 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Concha Piquer. 1926. Óleo sobre lienzo. 61 x 49 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia.
Manuel Benedito. Florencia. 1930. Óleo sobre lienzo. 90 x 70 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. En el jardín. 1930. Óleo sobre lienzo. 108 x 83 cm. Casa-Museo de la Fundación Manuel Benedito. Madrid.
Manuel Benedito. Gregorio Marañón. 1954. Óleo sobre lienzo. 90 x 70 cm. Colección particular. Madrid.
Manuel Benedito escogió el camino de la pintura de los grandes maestros españoles del siglo XVII, aunque incluso desde la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando –de la que Benedito era Académico y más tarde Director- se le adjudicó el estigma de pintor “trasnochado”, de ahí su caída en el olvido, pero fue siempre un pintor de carácter, atento siempre a las indumentarias y colores de la gente de la calle y de los campos, aunque siempre más contenido en su expresión que su impetuoso maestro Sorolla.
Fue Asesor Artístico de la Real Fábrica de Tapices, Académico de la Real Academia de Bellas Artes San Carlos de Valencia, Miembro Correspondiente de la Hispanic Society of America, vocal correspondiente de la Academia Nacional de Bellas Artes de Lisboa, desde 1941 presidente del Patronato del Museo Sorolla y desde 1955 hasta su muerte presidente de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.
Además de en su Casa-Museo, hay obras de Manuel Benedito expuestas en algunos de los más importantes museos, como el Museo del Prado, el Reina Sofía, los Thyssem-Bornemisza, Museo de Bellas Ates de Valencia, Museo Nacional de Santiago de Chile, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y la Hispanic Society of America de Nueva York.
Manuel Benedito pintó al general Franco con uniforme de almirante de la Armada; no lo expuse en su momento para que la political left deep no encuentre su ubicación, y proceda a destruirlo, o a levantarlo y esconderlo, como parece ser hábito, ahora que él no está, claro.Ahora sin bromas -aunque el razonamiento anterior lo mantengo muy serio-, no fue expuesto, porque la obra con el retrato del general Franco, fue encargada por el Ministerio de Asuntos Exteriores a Manuel Benedito en 1949, siendo terminada en 1950, realizada con uniforme de almirante y medidas 106 x 82 cm, siendo inventariada con el número 77 en el M.A.E. -así se llamaba entonces- y valorada en 60.000 pts.En 1976, tras la muerte del general, fue cedida al Patrimonio Nacional y colgada en el Real Sitio del Pardo, en la antecámara de las habitaciones privadas, pasando posteriormente a esconderse -cuando la imagen del general empezó a parecer una ofensa al sol-, en los almacenes que el Patrimonio del Estado tiene en el Palacio Real de Madrid.Se hicieron algunas copias, como la que estuvo -hoy no lo sé, pero ya no creo que esté jeje– en el Cuartel General de la Armada, cuando era Ministerio de Marina en 1974, presidiendo el despacho del ministro Pita da Veiga, firmado por Julio García Condoy, sin fecha, y con medidas 109 x 82,5 cm.También se llevaron a cabo en el servicio de Calcografía Nacional, con la plancha de cobre 62 x 50 cm realizada por José Luís Sánchez-Toda, numerosas impresiones que presidieron la mayor parte de las representaciones diplomáticas de España en el exterior.
Muchas gracias por dedicarme la narración, que al igual que todas, nos hace pensar, y en este caso viajar a lo desconocido. Por mi parte, a veces hace falta ese impulso de los amigos, para dar la patada a esa desesperanza, que de vez en cuando aflora por saber que el remedio es complicado. La experiencia de los años así me lo ha confirmado. pero siempre reconfortan las palabras, abrazos de la familia y sobre todos de los amigos. Uno no se siente tan solo y anima ver que se le recuerda…en momentos complicados. Un abrazo.
Muy bonito. El que anima a sus amigos, se anima así mismo, y con muy poco nos sentimos mejor todos. Un abrazo para todos.
Me encanta/s.¡No pares!….
Y tú a mí.¡No pararé! jaja
Fantástico, muchas gracias
Gracias a ti. Un saludo