El Capitán General de Cataluña Eugenio de Gaminde -cesado el día 18 desde Madrid-, se marchó de Barcelona en el vapor Levante, despidiéndose a la francesa, ante la acusación de la soldadesca de ser poco afecto a la República. En consecuencia, y al tener noticias del vacío en Capitanía, los intransigentes volvieron a presionar a la Diputación el 21 de febrero, combinando la manifestación con un desfile militar por la plaza de San Jaime, sin ninguna formación geométrica, con gorros frigios unos y barretinas otros, mezclados con los civiles, y los cañones de las armas hacia el suelo, en una clara muestra de indisciplina e insubordinación, entrando en el edificio de la Diputación una Comisión para, en nombre del pueblo y del Ejército, pedir a esa Institución que declarara el Estado federal de Cataluña y adoptara las resoluciones que consolidaran esa situación. Al día siguiente, los que presentaron la petición, la retiraron. El vicepresidente de la Diputación había informado a Madrid.Read More
Proclamación en Madrid de la Primera República española en la Asamblea Nacional el 11 de febrero de 1873.
La proclamación de la Primera República el 11 de febrero de 1873 se produjo en una situación económica mala, con un elevado déficit y una deuda pública desbocada, generadas en gran parte por la guerra de Cuba y un nuevo levantamiento de los carlistas -Tercera Guerra Carlista (1872-1876)-. El régimen capitalista que se había desarrollado sin grandes problemas hasta entonces, sufría la primera de sus crisis sistémicas, con la quiebra de importantes bancos, la falta de liquidez del Estado al no poder hacer frente a los vencimientos de la deuda pública y con la bolsa de valores por los suelos.Read More
Ahora que se acercan las eleccones catalanas, aprovecharé para proseguir -de tanto en cuanto lo haré para aburrir menos- con el relato del segundo intento -han sido cuatro- de proclamación -en esta ocasión fallido– de independencia e instauración de una república en Cataluña. La primera república catalana que duró 7 días recordemos que vivió desde el día 16 al 23 de enero de 1641.
Es interesante irlo recordando para hacer frente a las milongas que de tanto en cuanto nos susurran o vocean.
La Guerra de Sucesión española, fue una guerra para lograr la corona española, librada entre la familia natural del último rey español de la Casa de Austria –Carlos II el Hechizado-, los Habsburgo, con su representante el Archiduque Carlos Francisco de Austria a la cabeza, y los nombrados herederos en su testamento por el Austria fallecido, los Borbones franceses, conFelipe de Anjoucomo representante.Read More
Me hubiera gustado despedirme personalmente, pero con las cosas que están sucediendo no ha sido posible. Al no poderlo hacer en persona, lo haré por aquí. Me complacería escribir bien para poder hacerlo como te mereces, pero esto es lo que hay…
Hasta ahora, nunca utilicé para llamarte tu nombre compuesto, que a ti tanto te gustaba, porque yo soy de nombres cortos, pero hoy lo hago, para que veas que tu recuerdo me hace salvar mi hocicamiento -me estoy amariconando-.
Tuve la fortuna de recibirte en la compañía de paracaidistas que yo mandaba -la 1ª de la I Bandera- hace más o menos 40 años, y luego, ya en mi última época de capitán, en la compañía de Plegados del Grupo de Lanzamiento de la BRIPAC.
Después, los avatares profesionales de la vida nos separaron, pero seguí teniendo la suerte de poder considerarme tu amigo, ya que es certeza, que, en la milicia de las buenas gentes, los amigos que no se han visto ni relacionado durante largos períodos de tiempo por vicisitudes profesionales, siguen siéndolo siempre.
Te hicieron -eso fue azar o genes, no te vayas arriba…-, honesto, honrado y leal con los de arriba, con los de abajo y con los de en medio, estando siempre alegre, bienhumorado, empeñado en el trabajo, siempre generoso, pero, y sobre todo, fuiste buena gente y muy buen profesional. De lejos, muy aceptable, y de cerca, comestible. También tuviste la suerte -quizá ahí pusiste algo de tu parte- de unirte a una admirable Mercedes, con la que hiciste un magnífico equipo y pasaste una buena vida, teniendo dos hijos estupendos.
Tras tu paso por las Banderas, Grupo de Lanzamiento y PRPs, y por una serendipia, descubriste tu parte geek, convirtiéndote en un polímata -además de tus especialidades ya logradas y bien manejadas, ahora sagaz informático- disfrutando hasta ayer, de tu imaginación y técnica, aplicándola a lo que tanto amaste, las F.F.A.A.
Jugábamos al pádel -tienes que mejorar y bregar más- y corríamos juntos hasta hace poco, cantábamos con dos guitarras, intentando voces, y de tanto en cuanto, nos juntábamos para ver jugar a nuestro querido Madrid en las champions de los últimos años, pero ya en esta última época, sólo hemos podido disfrutar de alguna escasa cerveza y ese queso que tanto te gustaba. A partir de ahora lo tomaré con tu recuerdo.
Te pido disculpas por lo que te dije hace unos días, desayunando con Mercedes, “te estás volviendo algo refunfuñón…y me extraña porque nunca lo has sido…” os comenté para intentar dar normalidad a la conversación, aunque ya estabas que no podías con tu alma… y me contestaste con la mirada sin emitir palabra…si yo te contara…
En fin, querido Carlos Manuel, te deseo buen viaje, esperando poder saludarte no sé en dónde, y poder detener antes de que te encuentre la pena de mi alma que se derrama por tu pérdida, porque fuiste alguien a quien realmente quise.
Tras despedirse de su primo Carlos X Gustavo y de su comitiva, siguió la reina Cristina hasta el puerto de Halmstad -costa SW de Suecia, casi tocando a Dinamarca-, donde embarcó hacia Hamburgo, desde donde posteriormente continuaría hasta Amberes y Bruselas, dominios del Imperio español, donde se pondría bajo la protección del rey Felipe IV.
Jacob Ferdinand Voet. La reina Cristina de Suecia.1670-1675. Óleo sobre lienzo. 67,3 x 54,6 cm. Scottish National Gallery. Edimburgo. Escocia.UK.
La intención de Cristina era ir a vivir a Roma, pero no desaprovechaba ocasión alguna para disfrutar de la vida. El 23 de julio llegó a Hamburgo -puerto del norte de Alemania- alojándose en el hogar de un comerciante judío de ascendencia portuguesa, enamorándose de su sobrina, Raquel Teixeira. El comportamiento de la reina, que se había cortado el pelo como un hombre y vestía como tal, causó estupor entre los hamburgueses.
Cristina se sentía feliz y así lo demuestra una carta escrita a su más íntima amiga y antigua amante, Ebba Sparre: paso el tiempo comiendo bien, durmiendo bien, estudiando muy poco, asistiendo a comedias francesas, italianas o españolas y viendo pasar agradablemente los días. No oigo ya sermones y desprecio a los oradores. pues como dice Salomón, es vanidad todo lo que no sea vivir con alegría, comer, beber y cantar.
Continuó su viaje, primero a Amberes y luego a Bruselas, en donde pasó la Navidad de 1654 permaneciendo allí nueve meses, gastando mucho más de lo debido, viéndose obligada a empeñar parte de sus joyas y de la vajilla para pagar las deudas que acumulaba, y poder mantener a su séquito y elevado tren de vida.
Cristina cambió de la fe luterana al catolicismo en la víspera de Navidad de 1654, a los 28 años de edad, comunicándolo de forma privada al entonces Papa Inocencio X -Giovanni Battista Pamphili, tataranieto de Juan Borgia– que recibió con gran alegría la noticia de su conversión, y aunque murió 13 días más tarde, el 7 de enero de 1655, su sucesor, Alejandro VII -Fabio Chigi, sobrino de Paulo V Borghese- en abril de 1655, acordó, tras conocer la intención de Cristina de ir a vivir a Roma, hacer público su cambio de fe.
La reina sueca emprendió viaje hacia Roma en otoño de ese mismo año, por itinerario similar al del Camino Español de los Tercios, pactando el momento y el lugar de realizar el cambio público de fe, que se decidió se realizaría en la capilla del castillo de Innsbruck -Austria-, en donde fue recibida por representantes oficiales de la Iglesia Católica el 3 de noviembre de ese año. Inmediatamente, se comunicó a todas las casas reales europeas, la nueva del cambio de fe de Cristina.
Palacio de Ambras. Innsbruck. Austria.
La noticia fue recibida en Suecia, así como en el resto de reinos protestantes con asombro, pues resultó extraño, que la hija del León del Norte -Gustavo II Adolfo-, el paladín del luteranismo, hubiera abjurado de la fe de su padre.
Cristina continuó el viaje hacia Roma, deteniéndose en Bolonia para visitar la antigua universidad, y en Asís, la cuna de san Francisco, haciendo valiosas donaciones en joyas.
Alejandro VII ordenó, que por cada localidad por la que pasara, fuera saludada con salvas de cañón y con las iglesias tañendo sus campanas, misas, procesiones e incluso representaciones artísticas en su honor.
Alejandro VII -Fabio Chigi -.
El 23 de diciembre de 1655 entró en Roma por la Puerta del Popolo, seguida de un gran cortejo, sobre un magnífico caballo blanco, escoltada por la Guardia Suiza, El Papa, el colegio cardenalicio, la nobleza y una multitud salieron a recibirla. Entró en la Ciudad Eterna con un séquito de no menos de “doscientas personas repartidas en una caravana formada por medio centenar de carruajes y carrozas, con cocineros, músicos, cocheros, lacayos y mozos de caballeriza.” El día de Navidad, recibió la comunión y la confirmación con el nombre de María Cristina Alexandra, de manos de Alejandro VII en la basílica de San Pedro. Naturalmente, una reina conversa era algo muy poco habitual, siendo la circunstancia aprovechada por la Iglesia y por Cristina.
El Papa, puso a su disposición el bello Palacio Farnesio, propiedad del duque de Parma, que lo cedió a la monarca sueca, con magníficas vistas sobre el río Tiber, convirtiéndose la residencia en el centro de la vida cultural de Roma.
Cristina, se convirtió en una de las mujeres más aclamadas y poderosas de la época, fijando su residencia habitual en Roma. Pronto comenzó a tener problemas económicos, cada vez mayores, debido a sus excesos cada vez más extravagantes, con comportamientos excéntricos, lo que comenzó a provocar tensiones en el Vaticano.
Tuvo que abandonar Roma para volver años después, pero ya no gozaría de los privilegios que tuvo en sus primeros años, y su fe en la religión católica fue cada vez menor. Felipe IV le retiró su protección y el estado español le dio la espalda. Sus problemas económicos iban a más y su salud se resentía.
El papa Alejandro VII llegaría a decir desesperado “Es una mujer nacida bárbara, educada como bárbara y con cabeza llena de bárbaras ideas”. Mientras, Cristina creó en 1656, la Academia Real, donde los intelectuales de Roma y los que iban a visitarla se reunían para hablar sobre filosofía, arte, ciencias e incluso alquimia y astrología.
La presencia de Cristina de Suecia en Roma se convirtió en un continuo quebradero de cabeza para el Papa. Aprovechando una epidemia de peste que amenazaba con llegar a Roma, le sugirieron que se pusiera a salvo marchándose a París, y aunque Cristina no quería abandonar el Palacio Farnesio, finalmente accedió, dejando Roma a bordo de cuatro galeras que puso a su servicio el Pontífice en julio de 1656. Dejaba atrás una ciudad cansada de ella, donde circulaban panfletos diciendo “Llegó a Roma amiga de los españoles, católica, virgen y rica y se va amiga de los franceses, atea, puta y mendiga”.
Camino a París se detuvo en Lyon, en donde Cristina y un reducido séquito que la acompañaba se encontraron con la Marquesa de Ganges -libro del marqués de Sade, por lo que no se sabe cuánto hay de ficción y cuánto de realidad–, quien se bañaba casi desnuda. Cristina no pudo reprimirse y corrió tras la marquesa: “la besó en todas partes, en el cuello, en los ojos, la frente, muy amorosamente, y quiso incluso besarle la boca y acostarse con ella, a lo que la dama se opuso”.
De aquel encuentro quedó una apasionada carta de Cristina a la marquesa, donde, entre otras cosas, le decía:
“¡Ah! Si fuera hombre caería rendida a vuestros pies, languideciendo de amor, pasaría así el resto de mis días […] mis noches, contemplando vuestros divinos encantos, ofreciéndoos mi corazón apasionado y fiel.
“Dado que es imposible, conformémonos, marquesa inigualable, con la amistad más pura y firme. […] Confiando en que una agradable metamorfosis cambie mi sexo, quiero veros, adoraros y decíroslo a cada instante. He buscado hasta ahora el placer sin encontrarlo, no he podido nunca sentirlo.
“Si vuestro corazón generoso quiere apiadarse del mío, a mi llegada al otro mundo lo acariciaré con renovada voluptuosidad, lo saborearé en vuestros brazos vencedores”.
En septiembre de ese año hizo su entrada en París, acompañada por una escolta de nada menos que mil quinientos hombres, y una vez más, volvió a escandalizar a todos con su comportamiento durante la misa en su honor en la catedral de Notre Dame, donde su conducta fue absolutamente impropia de una persona de su alcurnia y educación.
Durante su estancia en Francia sorprendió al primer ministro -cardenal Giulio Mazarino– con la propuesta de liderar un ejército para conquistar para Francia el reino de Nápoles, del que era rey Felipe IV de Austria, aprovechando el descontento de los napolitanos por la epidemia de peste. Francia y España eran rivales, y Cristina tenía la esperanza de que el joven monarca Luis XIV le prestara su apoyo para la operación, en la que atacaría los territorios del monarca español, que durante mucho tiempo fue su protector.
A pesar de presentarse el primer día ante la madre del rey francés, Ana de Austria -hermana de Felipe IV de España- mal vestida, con las manos sucias y la peluca en desorden, no tardó en conquistar la corte francesa y convertirse en una gran atracción. En cuanto al asunto de Nápoles, Luis XIV la prometió un ejército de cuatro mil hombres, además de la financiación necesaria para la expedición, y se puso una fecha para el desembarco, febrero de 1657, pero se piensa que todo fue por no decir no desde un principio, ya que lo que deseaban la reina Ana y Mazarino era desembarazarse de Cristina como fuera, por lo que la animaron a volver a Roma, y desde allí seguir preparando la operación. La epidemia de peste que azotaba Roma en ese momento, la obligó a desviarse a Pesaro, donde el Papa Alejandro VII le dejó su palacio.
Allí pasó meses sin recibir noticias de Francia, decidiendo regresar a París. Durante su estancia en la ciudad de la luz y antes de saber que Francia ya no iba a apoyar su invasión, descubrió que uno de sus hombres de confianza, el marqués de Monaldesco, la había traicionado, informado a Felipe IV de sus intenciones. Cristina ordenó su ejecución, lo que constituyó una falta de respeto a la autoridad de Luis XIV, ya que sólo el monarca francés tenía la potestad de ordenar una ejecución dentro de su territorio. El rey de Francia, no le perdonaría lo que consideraba como una grave falta a su autoridad, y el asunto de Nápoles dejó de encontrarse en la agenda política francesa.
Al serle llamada la atención sobre su incapacidad de decidir sobre una vida, ella contestó por carta a Mazarino, demostrando su independencia y que ella no estaba dispuesta a subordinarse a nadie, estuviera en Suecia o en Francia: “Nosotros, las gentes del norte, somos un poco salvajes y poco temerosas por naturaleza. Os ruego que me creáis si os digo que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por complaceros, salvo atemorizarme. En lo que se refiere a mi acción contra Monaldesco, os digo que, si no lo hubiera hecho, no me iría esta noche a la cama sin hacerlo, y que no tengo motivo ninguno de arrepentimiento, y en cambio cien mil motivos para estar satisfecha”
Con sensación de fracaso regresó a Roma el 18 de mayo de 1658, advirtiéndose un profundo deterioro en Cristina. No tenía más que treinta y dos años, pero ya aparentaba ser una mujer de mucha más edad. Gracias a su amigo el cardenal Azolino, las relaciones entre la monarca sueca y el Papa Alejandro VII mejoraron, siéndole concedida una renta anual, que el cardenal se encargó de administrar, para evitar que volviera a derrocharla.
En seguida, una nueva esperanza de volver a ocupar el trono sueco anidó en su mente, cuando el 13 de febrero de 1660 falleció su primo y sucesor Carlos X Gustavo, quedando el trono en manos de su hijo de sólo cinco años, Carlos XI de Suecia, aunque el reino estaba gobernado por un Consejo de Regencia. Cristina viajó a Suecia para saber cómo quedaría su situación financiera -sobre todo- y para hacer valer sus derechos al trono, en caso de que el pequeño Carlos XI, de naturaleza enfermiza, muriera.
En 1666 nuevas noticias sobre una enfermedad de Carlos XI, hicieron que nuevamente renaciera su esperanza de recuperar la corona, viajando hasta Hamburgo para esperar allí noticias, anhelando la muerte de su sobrino. Ella cayó enferma, recuperándose en enero de 1667, viajando a Suecia para participar en la sesión de los Estados Generales, para una vez más, defender sus derechos a la corona, pero el Consejo de Estado no le permitió la entrada en Estocolmo, prohibiéndole inmiscuirse en los asuntos de Estado.
Derrotada Cristina, abandonó Suecia en junio de 1667 y no volvería a poner el pie en su tierra. Mientras, en Roma había muerto Alejandro VII, sucediéndole Clemente IX –Giulio Rospigliosi-, antiguo amigo de Cristina, quien la recibió con entusiasmo y le concedió una nueva renta para que pudiera mantener su nivel de vida, aunque en un palacio algo menos lujoso que el Palacio Farnesio, el Palacio Riario.
Palacio Riario o de la Cancillería. Alberga la sede del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica.
Para entonces, los sinsabores sufridos habían causado estragos en el físico de la reina: “sus rasgos se habían endurecido, le colgaban los carrillos de la mandíbula y tenía su nariz aguileña llena de protuberancias y había engordado mucho. Tenía cuarenta y dos años y aparentaba sesenta”.
Clemente IX -Giulio Rospigliosi-.
En 1669 murió Clemente IX, siendo relevado por Clemente X –Emilio Bonaventura Altieri- que viviría hasta 1676, con el que Cristina mantuvo una relación ambigua y educada, pero distante. A éste, le sucedió Inocencio XI -Benedetto Giulio Odescalchi-, que no quiso saber nada de Cristina y su extravagante forma de vida. Inocencio XI murió el mismo año que Cristina, 1689.
Inocencio XI -Benedetto Giulio Odescalchi-.
Después de que Carlos XI sufriera una caída del caballo, ella se apresuró a escribir esta carta al administrador de sus posesiones en Suecia, reivindicando una vez más sus legítimos derechos “Quiero esperarque no se olvidará que la corona que se posee es el don de una mera gracia que no fue concedida al rey Carlos Gustavo y a sus descendientes más que por mí y, en caso de que el actual Carlos faltara, Suecia no puede, sin cometer un crimen ante Dios y ante mí, escoger a otro rey ni a otra reina sin que mis derechos hayan sido asegurados”. Pero Carlos XI no moriría de ese accidente hípico, sino ocho años después que Cristina.
A pesar de los malos deseos, desde siempre, de Cristina para el rey Carlos XI de Suecia, en 1672 alcanzó éste la mayoría de edad, e ignorando que Cristina había deseado durante años su muerte para ocupar el trono, decidió solucionar los problemas financieros de Cristina aumentándole su asignación anual. Tomó la reina de nuevo el papel de mecenas cultural, convirtiendo el Palacio Riario en el centro de la vida cultural y artística de Roma.
Carlos XI y Ulrica Leonor de Dinamarca -hija del rey de Dinamarca Federico III– tuvieron siete hijos, con lo que la sucesión quedaba garantizada y las aspiraciones de Cristina, enterradas. Carlos XI siempre mostró afecto por Cristina, a pesar de todos los malos deseos de ésta, siendo madrina de su primogénito, el futuro Carlos XII.
La última década de su vida estuvo marcada por las dificultades económicas. Sus ingresos se vieron mermados por el estado de guerra en Suecia. Las dificultades económicas y el hecho de haber perdido el favor del Vaticano, así como la pérdida del alto prestigio del que gozó durante los años pasados, repercutieron en su salud, produciéndole melancolía.
Cristina de Suecia murió el 19 de abril de 1689, a los 62 años. La mujer excéntrica, independiente, egoísta, ambiciosa, amante del arte y de la cultura, y tan apasionada, fallecía velada por su leal cardenal Decio Azolino. Se decidió enterrarla con honores de jefe de estado en la Basílica de San Pedro, privilegio reservado a papas y emperadores, en donde se construyó un monumento funerario en su honor.
Monumento funerario en la Basílica de San Pedro.
Música: barroca italiana. Canzona dicimonona detta la Capriola. Girolamo Frescobaldi.
Cristina de Suecia nació en Estocolmo un 8 de diciembre de 1626. Hija del rey Gustavo II Adolfo de la Casa de Vasa -creada en 1521- y de María Leonor de Brandeburgo de la dinastía alemana de los Hohenzollern. Su nacimiento produjo gran alegría en su padre, pero no en su madre que pretendía un heredero varón.Read More