PAPAS DE AVIÑÓN. GRAN CISMA DE OCCIDENTE 1378-1417. Parte 8.
La presión que pudo ejercer la corona de Francia sobre el papado puede explicarse por el poderío político y bélico de Francia a principios del siglo XIV, y algo más tarde, también económico, que permitió a Felipe IV el Hermoso invertir su tiempo y recursos en convertir al papado en un vasallo de Francia. Una vez sometido al rey francés, el papado no tuvo la fuerza necesaria para recuperar su independencia política. El fin de esta situación, se puede explicar por las continuas victorias inglesas en la Guerra de los Cien Años, que debilitaron tanto a Francia, que permitieron a los papas volver a Roma. Una vez sentido el alivio de la presión francesa, también fue crucial la insistente predicación de santa Catalina de Siena que convenció al papa Gregorio XI para volver a Roma, quizá en contra de sus deseos.
No se debe confundir el período del papado de Aviñón (1309-1377), con otro período de la historia de la Iglesia católica, entre 1378 y 1417, conocido como el Gran Cisma de Occidente, en el cual la Iglesia se encontró dividida bajo dos obediencias posibles y simultáneas, la del papa residente en Roma y la del antipapa residente en Aviñón, y que en un momento determinado derivó en la coetaneidad -coetareidad- de tres papas.
A la muerte de Gregorio XI, dieciséis de los veintinueve cardenales existentes se reunieron el 7 de abril de 1378 en cónclave en la ciudad de Roma, sin esperar la llegada de los cardenales que se encontraban en Aviñón, para la elección del sucesor.
Los cardenales se encontraban divididos en tres facciones, cada una con un candidato: dos facciones francesas (lemosinos de Occitania y galicanos) que sumaban diez cardenales, y una italiana que contaba con cuatro. Los dos restantes cardenales, eran neutrales e independientes.
Presionados por el pueblo romano, amotinado para conseguir un papa romano o al menos italiano, por el temor de que al elegir un extranjero se llevara de nuevo la sede papal fuera de Roma, y dado que los únicos romanos presentes no eran los más adecuados, uno por ser demasiado mayor y otro por demasiado joven, y agobiados por las manifestaciones populares en la plaza de San Pedro, los cardenales eligieron al napolitano Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari, que al no ser cardenal no se encontraba en el cónclave, por lo que fue reclamada su presencia, manteniéndose su elección en secreto ya que era preciso su aceptación previa al nombramiento. La revuelta del pueblo siguió viva, y los cardenales fueron forzados a permanecer en Roma, ya que el pueblo creyó atisbar un engaño en la elección, hasta que Prignano llegó al cónclave, aceptó, y fue coronado papa con el nombre de URBANO VI.
Urbano VI.
Bartolomeo Prignano de niño emigró con su familia del Lazio -Itri- a Aviñón, volviendo a Italia en 1364, para ser consagrado obispo de Acerenza (Nápoles) y en 1377 de Bari, siendo administrador de Gregorio XI,
Todos los cardenales, incluidos los franceses de Aviñón, fueron favorables a las primeras medidas de Urbano VI para evitar abusos, reformar la Curia y favorecer la unidad en la Iglesia. Sin embargo, al poco tiempo fue criticado por los que fueron favorables a sus actuaciones, por soberbio, desconfiado y colérico, y por realizar reproches a los cardenales en público, por su absentismo, vida de lujo y ausencia de castidad.
La actitud del papa, junto al hecho de que había decidido su permanencia en Roma, hizo que, con la excusa del calor que sufrían en Roma, los cardenales, salvo los cuatro italianos, se reunieran en Anagni, donde, el 9 de agosto de 1978 publicaron una declaración anulando la elección de Urbano VI, aduciendo que era ilegal, al haberse efectuado por miedo a la violencia del populacho. Declararon vacante la silla de Pedro y convocaron un nuevo cónclave.
El 20 de septiembre de 1378, con la esperanza de que Urbano abdicara, todos los cardenales incluidos los italianos se reunieron en Fondi -Nápoles- procediendo a una nueva elección, con el apoyo del rey de Francia Carlos V el Sabio, siendo elegido el cardenal francés Roberto de Ginebra, que adoptó el nombre de Clemente VII, que residiría en Aviñón, comenzando así el mencionado Gran Cisma de Occidente que duraría hasta 1417. La cristiandad se dividió en dos obediencias: Alemania, Italia y Flandes reconocieron al papa Urbano VI, y el resto de Europa manifestaron su obediencia al antipapa Clemente VII. Castilla, Aragón y Navarra declararon una prudente espera.
Clemente VII.
Urbano VI fue excomulgado por el antipapa francés Clemente VII, haciendo lo propio el latino con el francés. La opinión eclesiástica actual considera como papa electo conforme a derecho a Urbano VI, y que Clemente VII fue elegido de forma no canónica, de ahí que en la historia se le conozca con el título de antipapa, y que posteriormente subiera a la silla de san Pedro un papa que tomó el nombre ya utilizado por el ilegal antipapa Clemente VII. El legal Clemente VII fue hijo natural de Juliano de Médici, nacido de madre sin marido, Fioretta, hija de Antonio, en el siglo XVI, con el número 219 de orden en el papado.
El problema se intentó solucionar inicialmente por la vía de la fuerza. Tras el cónclave de Fondi, la reina Juana de Nápoles se sumó a la obediencia de los que reconocían al antipapa Clemente VII, actitud aprovechada por Luis I de Anjou -hijo de Juan II El Bueno de Francia y Bona de Luxemburgo, primer Valois de la rama angevina- que propuso al antipapa, atacar a Urbano VI utilizando como base Nápoles, adoptando la reina Juana I a Luis I como hijo previamente, y reconociendo Clemente VII dicha adopción, para que Luís I heredara el reino de Nápoles al fallecimiento de Juana, que sólo había tenido un hijo varón, fallecido.
Luis se haría con un ejército, que desde Nápoles comenzaría la guerra contra Urbano. En junio de 1380, Juana adoptó a Luis I, nombrándole heredero, aunque la acción desde Nápoles se detuvo por la muerte de Carlos V el Sabio de Francia. Mientras, Urbano VI declaró hereje a la reina Juana I, la depuso y nombró rey de Nápoles a Carlos III Durazzo, que en julio de 1381 entró en Nápoles.
Luis I de Anjou en 1382 atravesó Italia con su ejército, pero la muerte de Juana terminó con sus anhelos por falta de fondos, siendo arrinconado en Tarento y más tarde en Bari, muriendo en septiembre de 1384. De este modo, la solución por la fuerza entró en vía muerta.
Simultáneamente a la vía de la fuerza, y también después de fracasar, se intentó resolver la situación por la vía cessionis, que pretendía que uno de los dos papas, o los dos, abdicaran, vía que tampoco tuvo éxito.
Después se intentó la vía compromossionis, por la que se pudiera aceptar el arbitraje de terceros, acatando los dos la decisión de los árbitros. También fracasó.
La siguiente vía de intento de solución fue la vía conciliar -via concilii-, que consistió en la propuesta de celebración de un concilio ecuménico, cuyo juicio final debería ser aceptado por el papa y el antipapa, teoría sustentada en la consideración teológica de la superioridad de un concilio general sobre los criterios del papa.
Sin haber tomado la decisión de la celebración del concilio, en 1389, murió Urbano VI, lo que se presentó como posible solución al problema, pero los cardenales fieles al papa fallecido, celebraron un cónclave eligiendo papa a Piero Tomacelli, que fue entronizado con el nombre de Bonifacio IX.
Bonifacio IX.
Así siguieron las cosas cinco años más, falleciendo Clemente VII el 16 de septiembre de 1394. Sus cardenales fieles, se reunieron en cónclave en Aviñón, eligiendo papa a Pedro de Luna, coronado con el nombre de Benedicto XIII, que sería antipapa también. El cisma se prolongó sin señales de solución, sucediendo a Bonifacio IX, primero Inocencio VII (1404-1406) y luego Gregorio XII (1406-1415).
Benedicto XIII.. El antipapa Luna.
Inocencio VII.
Gregorio XII.
El antipapa aviñonés Benedicto XIII, mucho menos manejable que su antecesor, aconsejó al rey francés cambiar su posición, hasta entonces inamovible, inclinándose por lograr una solución lo antes posible.
En 1407 se estuvo a punto de lograr resolver problema, al acordar Gregorio XII y Benedicto XIII, encontrarse en Savona, para utilizar la vía cessioni de la abdicación de ambos. En el último momento declinaron esta posibilidad, quedando como única vía de solución el concilio ecuménico.
Los cardenales disidentes, las ciudades del norte de Italia, el rey francés Carlos VI el Loco o el Bienamado, los alemanes, los ingleses y la Universidad de París llegaron a un acuerdo para convocar un Concilio en PISA. El concilio comenzó el 25 de marzo de 1409, siendo invitados el papa y el antipapa, que no se presentaron, en calidad de acusados, siendo depuestos ambos el 5 de junio por herejes y cismáticos. Los 24 cardenales presentes se reunieron en cónclave inmediatamente para elegir un nuevo papa único, recayendo la elección en Pedro Philargés, franciscano gran humanista, profesor de Oxford y de la universidad de París, quien tomó el nombre de Alejandro V.
Alejandro V.
A pesar de la gran cantidad de obispos que habían acudido a Pisa y de que al papa elegido en el cónclave, se habían sometido todos ellos en obediencia, para la mayoría de los reinos cristianos, la legitimidad de la convocatoria del concilio era dudosa. De hecho, no todos los cardenales y teólogos estaban convencidos de que la autoridad de un concilio pudiese deponer a un papa. El concilio en vez de ser la solución, empeoró todo, pues se pasó de una bicefalia a una tricefalia.
Alejandro V solo duró un año en el cargo, puesto que murió en Bolonia al año siguiente de su elección. Su sucesor, Baldassare Cossa, sería elegido por los cardenales pisanos el 17 de mayo de 1410, tomando el nombre de Juan XXIII. Así pues seguía habiendo tres papas: Juan XXIII nombrado sucesor de Alejandro V elegido en Pisa, el elegido por Roma Gregorio XII y el aviñonés Benedicto XIII.
Juan XXIII.
Roma fue tomada por las tropas de Juan XXIII, debiendo huir Gregorio XII a Gaeta y Rimini. El aviñonés Benedicto XIII, fue reconocido como papa verdadero por Aragón, Navarra, Castilla y Escocia, retirándose a Barcelona y después, a Peñíscola.
Ante esta situación, sólo el emperador del Sacro Imperio Segismundo de Luxemburgo era considerado capaz de convocar un concilio ecuménico, en el que las resoluciones resultantes fueran aceptadas por todos.
Segismundo convocó en octubre de 1413 un concilio en la ciudad imperial de Constanza, confirmando Juan XXIII la convocatoria, pensando que saldría beneficiado, por ser el emperador partidario suyo.
El concilio de Constanza comenzó el 5 de noviembre de 1414. Juan XXIII, el único de los tres papas que acudió, se enemistó con Segismundo y en vez de abdicar, huyó de noche disfrazado. Fue destituido, arrestado y hecho prisionero el 29 de mayo de 1415. Gregorio XII envió a Constanza un documento con un decreto por el que convocaba el concilio de Constanza, renunciando al pontificado.
Así quedaba sólo coronado el antipapa Benedicto XIII -el papa Luna- que primero se entrevistó con el emperador en Perpiñán sin resultado favorable alguno, siendo invitado posteriormente por Fernando de Antequera –Fernando I de Aragón- a Morella, en donde, y con la asistencia de fray Vicente Ferrer, fue invitado a abdicar para resolver el problema. La negociación fracasó y Benedicto XIII volvió a Peñíscola, al castillo que había pertenecido a los templarios, no renunciando NUNCA al papado hasta su muerte el 23 de Mayo de 1423.
La actitud de Benedicto XIII determinó a Castilla, Navarra y Aragón a abandonarle, compareciendo ante el concilio junto a las autoridades italianas, francesas, imperiales e inglesas. Benedicto XIII fue depuesto por el Concilio el 26 de julio de 1417, condenado por cismático y hereje.
El 6 de abril de 1415 se proclamó -dentro del concilio- la superioridad de los concilios sobre el papa y que la autoridad de la Iglesia no reposaba ni sobre el papa ni sobre los cardenales, sino sobre la agregatio fidelium, cuya expresión la constituían las naciones.
Para la elección del nuevo papa, se decidió agregar a los 23 cardenales, a otros 30 prelados -seis por nación-. Otón Colonna fue elegido el 11 de noviembre de 1417, tomando el nombre de Martín V.
Martín V.
Aún trajo algo de cola la rama de Benedicto XIII, que no quiso ceder en su postura hasta su muerte en 1423, a los 96 años, tras la cual, sus cardenales eligieron a su sucesor, Gil Sánchez Muñoz, que tomó el nombre de Clemente VIII,, último papa de la obediencia de Aviñón, en Peñíscola, lugar donde residió hasta su abdicación en 1429, por las presiones políticas del rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo.
De este modo y tras grandes trasteos, la Iglesia católica volvió a tener una única cabeza.
Alfonso V el Magnánimo de Aragón.
Tweet
No creo que haya ninguna institución o colectivo con más intrigas que la Iglesia.
Muy bueno. Ole.