Arte americano. Parte 1.

Espero que Miguel Ángel Nieto Mangas, magnífico soldado, compañero y amigo, pueda descansar en paz entre parajes tan bellos como estos o más. ¡Va por él!

La exposición arte americano en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid reunió una magnífica colección de arte estadounidense. El museo consiguió exponer en esta muestra una extensa selección de pintura americana a veces desconocida para la vieja Europa, que, en unos siglos y otros, se consideró -con razón-, la cuna del arte, utilizando América solamente para vender las obras de sus artistas, sin admirar lo que en los siglos XIX, XX y XXI se creó artísticamente en el continente americano.

Estos mapas indican el aspecto cambiante del territorio norteamericano y otras posesiones ultramarinas y sus habitantes, desde las tierras donde vivían diferentes naciones indígenas, a la expansión territorial de Estados Unidos entre 1776 -año de la proclamación de Independencia de las 13 Colonias Unidas, en Filadelfia, que constituyeron los Estados Unidos- y la actualidad. Se indican las principales ciudades, accidentes naturales y procesos históricos.

Se han unido las tres colecciones que existen de la familia Thyssen-Bornemisza para organizar esta muestra, posiblemente la más completa de arte americano jamás realizada.

La exposición está dividida en cuatro secciones temáticas: naturaleza, cruce de culturas, espacio urbano y cultura material, permitiendo profundizar en el arte del joven país, reuniendo 140 obras con el objetivo, quizá, de popularizar el conocimiento de las complejidades del arte y su cultura. Sólo se reflejará aquí una pequeña muestra de las 140 obras expuestas.

1 Naturaleza

La naturaleza fue siempre uno de los principales motivos de inspiración para los artistas, y naturalmente también lo fue para los norteamericanos. Esta sección dedicada a la naturaleza comprende las obras de contemplación de su paisaje, las de la transformación constante del mismo, y las de la tensión secular existente entre civilización y preservación de la naturaleza.

Frederic Edwin Church. Paisaje tropical. Hacia 1855. Óleo sobre lienzo. 28 x 41,3 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Thomas Cole. Expulsión. Luna y luz de fuego. Hacia 1828. Óleo sobre lienzo. 91,4 x 122 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Un artista imprescindible a considerar en la primera escuela americana del paisaje fue Thomas Cole, nacido en Gran Bretaña y emigrado a Estados Unidos, que es considerado el primer “americano” en revelar la relación del ser humano con la naturaleza.

En Expulsión, Luz y Luna de fuego, Cole combina sus apuntes realizados plein air en las White Mountains con un paisaje imaginario; se puede ver un abismo de agua, roca y fuego que parece ocupar la totalidad del lienzo y que permite vislumbrar a la izquierda el Paraíso.

Según los expertos, lo que encierra el mensaje de Cole con la unión de estos dos mundos tan contrapuestos, es su punto de vista sobre el peligro que encierra el avance tecnológico de la civilización como fuerza aniquiladora de la naturaleza (Un adelantado a la teoría del cambio climático, ecologistas, Green Peace…).

Frederic Edwin Church. Cruz en la naturaleza. 1857. Óleo sobre lienzo. 41,3 x 61,5 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Frederic Edwin Church como artista trascendentalista y discípulo de la Escuela del río Hudson, nos recuerda que la naturaleza lo es todo. Para transmitir la idea, en esta obra nos eleva observando desde lo alto de un mirador, pintando un paisaje muy amplio que nos posibilita contemplar una naturaleza casi inabarcable, permitiéndonos entrever con un tratamiento extraordinario de la luz, una Cruz con guirnaldas de flores en recuerdo del fallecimiento del hijo de William Harmon Brown, que fue quien le encargó el trabajo.

Realmente no es un paisaje real, sino el fruto de unir dos territorios, uno de Colombia y otro de Ecuador.  Church se embarcó con expedición propia, a través de las rutas recién inauguradas por las líneas de vapor, buscando encontrar, como tantos otros, la conexión de Colombia con Ecuador hacia el sur, para estudiar que recursos y mercancías pudieran extraerse de este último territorio, al mismo tiempo que trabajaba en descubrir los lugares más interesantes para la obtención de esos recursos. Naturaleza sublimizada por un lado, y políticas expansivas e invasivas  por otro, unidas en esta obra, reflejo de las contradicciones de aquella época y de casi todas.

George Innes. Mañana. Hacia 1878. Óleo sobre lienzo adherido a cartón. 76,2 x 114,3 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Esta obra de George Innes tiene un nombre sencillo: Mañana, que nos muestra una escena tranquila, aunque llena de vida, que para los artistas de esa generación era el paradigma de la creación. Un paisaje de arboledas, pastos y animales, simple pero iluminado magistralmente, una de las características de la escuela luminista: hacer uso de la luz para conectar con nuestras emociones, despertando la sensibilidad del espectador.

Mark Rothko. Verde sobre morado. 1961. Técnica mixta sobre lienzo. 258 x 229 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Esta obra compleja, no siempre resulta sencilla de analizar ya que requiere conectar con algo que no es visible con una mirada: sencillez, luz, oscuridad, profundidad e inmovilidad son algunas de las palabras que pueden describir esta obra. Verde sobre morado puede ser la sublimación del paisaje en su estado más elemental, en el que se ofrecen capas semi transparentes de pintura superpuestas que hacen que el color vibre. Las pinturas de Rothko y sus coetáneos americanos lograron crear una identidad independiente de Europa, que centrada en la abstracción, se bautizó como La Nueva Escuela de Nueva York.

 

Asher B. Durand. Un arroyo en el bosque. 1865. Óleo sobre lienzo. 101,6 x 81,9 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Esta obra de Durand, alumno de Thomas Cole, es una obra intimista y parece una invitación del artista a que sintamos sus mismas sensaciones en este rincón de un bosque de hayas de Nueva Inglaterra, en donde una vez más, aplicó su convencimiento de que para pintar paisajes era necesario hacerlo plein air; estaba convencido de la necesidad de pintar a la intemperie para conocer de manera profunda la realidad de la naturaleza y poder representar su atmósfera con la mayor exactitud posible. Esta actitud le acompañó desde sus primeras salidas de campo junto a su maestro. Durand señaló que es necesario acudir en primer lugar a la naturaleza para poder aprender a pintar paisajes.

Jasper Francis Cropsey. El lago Greenwood. 1870. Óleo sobre lienzo. 97 x 174 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Cropsey, vinculado a la Escuela del río Hudson, comenzó a pintar en 1843, tras una visita al lago Greenwood. Desde entonces realizó frecuentes viajes a esta zona próxima a Nueva York, siendo motivo de inspiración para algunas de sus obras. Sus cadros presentan la naturaleza como es, de manera precisa y detallada.

Esta escena del lago Greenwood demuestra el interés del artista por los efectos de los cambios lumínicos y atmosféricos en el paisaje. La vista realizada desde un punto alto, muestra unos grandes árboles en primer lugar con sus hojas otoñales, y al fondo, las montañas que rodean el lago tienen colores cálidos al igual que los cielos. Apunta el artista la grandiosidad de la naturaleza respecto al hombre, al pintar unas pequeñas figuras humanas en unas rocas, en la parte inferior izquierda.

Thomas Moran. Aguas termales del lago Yellowstone. 1873. Acuarela sobre papel. 24 x 32 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

En 1871 Thomas Morán se unió a la expedición geológica de Ferdinand Hayden con destino a la región noroeste de Wyoming y a Yellowstone, lugar del que hizo numerosos bocetos, cautivándolo,  quedando ligado a ese lugar el resto de su vida. Estos dibujos realizados durante el viaje plasmaron la inmensidad de este sorprendente paraje, en donde las diminutas figuras, en el centro y en el fondo de la composición, representan a los pobladores indígenas de esta región, cuyas vidas fueron alteradas con la llegada de las expediciones, y que detonaron el debate político que terminó con la designación de Yellowstone como Parque Natural en 1872. La obra muestra la orilla de este lago que nos recibe con un paisaje extraño y con una luz que puede recordar a Turner, regalando una atmósfera cálida y sugestiva.

Jackson Pollock. Número 11. 1950. Óleo y pintura de papel sobre masonita*. 92 x 92 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Jackson Pollock quiere exponernos con sus abstracciones, la teoría de que no es necesario acudir a la naturaleza para representarla. Con su frase yo soy naturaleza, Pollock se eleva con la tierra y sus ritmos, y no necesita representarla: es él mismo en esencia.

Con el lienzo en el suelo inicia coreografías que beben de las formas de representaciones ancestrales sobre la tierra, convirtiéndose en un médium, donde su cuerpo, la pintura y la propia gravedad inician una danza que va realizando sus obras.

Pollock manifestó que quería reproducir los ritmos de la tierra porque según sus palabras, el hombre forma parte de la naturaleza, no está alejado de ella.

Una de las obras de Pollock de estas características fue vendida por 140 millones de dólares.

*Masonita es un tipo de tablero de fibras de madera altamente comprimida -hardboard-y sometida a vapor, empleada para el aislamiento, la instalación de paneles, puertas o tabiques,​ así como soporte para la pintura.

John William Hill. Vista de Nueva York desde Brooklyn Heights. 1836. Acuarela sobre papel. 43,8 x 85 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Las tensiones entre la expansión de la civilización y la preservación de la naturaleza iniciaron una corriente de pensamiento ecológico. Mientras que una parte de los artistas, pensadores y escritores se retiraron a vivir al campo, otros permanecieron en las grandes ciudades atentos a sus cambios. Los primeros recogían escenas vinculadas a la vida en la naturaleza, los segundos registraron el avance y la expansión humana en las ciudades.

Una buena muestra de lo segundo es esta vista de Nueva York desde Brooklyn Heights, que recoge la agitada vida del puerto. Nuevas construcciones, fábricas en plena actividad y centenares de barcos de mercancías. La minuciosidad del dibujo de Hill permite determinar con exactitud la localización de cada almacén y el lugar desde donde fue pintada la obra. La vista representa el bajo Manhattan desde Wall Street hasta Canal Street, por entonces la parte más poblada de la ciudad con más de 250.000 habitantes. Esta acuarela fue realizada por Hill cuando contaba 24 años.

Winslow Homer. Ciervo en los montes Andirondacks.1889. Acuarela sobre papel. 35,5 x 50,7 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid.

Winslow Homer gran aficionado a la pesca, pasaba varias semanas al año junto a su hermano en los bosques de los montes Andirondacks del estado de Nueva York, tras ser socios fundadores en 1886 del North Wood Club, un coto privado de caza y pesca.

Estos parajes llenos de lagos y ríos le inspiraron casi un centenar de acuarelas de escenas de caza y pesca realizadas entre 1889 y 1892, y fueron objeto de la devastación de los bosques por la industria maderera.

En Ciervo en los montes Andirondacks, Homer capta magistralmente la silenciosa calma del lugar, solamente perturbada por la presencia de un ciervo nadando despavorido sobre las tranquilas aguas, mientras un perro dirige con su persecución y ladridos a la presa hacia el cazador desde la orilla opuesta. El ciervo perseguido entraba en el agua donde le esperaban cazadores en una barca. Esta forma de caza del ciervo está prohibida en la actualidad.

Esta obra formaba parte de un conjunto de más de 30 acuarelas que compró en 1890 Edward W. Hooper de Boston, permaneciendo en propiedad de su familia hasta 1978.

Música: Don Williams: Some Broken Hearts Never Mend .

To be continued in part 2.