Esquerra Republicanade Cataluña acababa de ser creada el mes anterior. La nueva formación que ganó las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 fue el resultado del acuerdo de la Confererència d’Esquerres, que tuvo lugar entre el 17 y el 20 de marzo en Barcelona –Sants– en el que confluyeron el Partit Republicà Català de Lluís Companys, L’Opinióde Joan Lluhí, y el Estat Català de Francesc Macià y Aiguadé Miró.Read More
La Restauración borbónica había llevado consigo una profunda centralización administrativa y legal. Al desaparecer, saltaron los agazapados nacionalismos periféricos: los catalanes con su revolución burguesa y su identidad cultural eternas, y los vascos*, que deseaban dibujar un futuro más confortable tras la pérdida de los Fueros en la última guerra carlista. Aparecieron los partidos nacionalistas: el Partido Nacionalista Vasco (PNV), la Liga de Cataluña y la Unión Catalanista.Read More
Continuemos con la historia de las autoproclamaciones de república en Cataluña, aunque ésta también -la 3ª-, de insignificante duración. Ya narradas la de 1643 -de 7 días-, el intento que quedó en aborto de 1873 -con orden de disolución del ejército regular de Cataluña incluida- y ahora la de 1931, coincidente con la proclamación de la Primera República española en 1931.
El pronunciamiento del general Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874 en Sagunto puso fin a la Primera República, dando paso al período conocido como Restauración de la monarquía borbónica, con la aprobación por las Cortes de una nueva Constitución en 1876.Read More
Me sorprendí un día respondiendo a la pregunta de un nieto, de ¿cuántos días faltan para mi cumpleaños abuelo?, con un siete y la loca, cuando en realidad faltaban ocho. Recordé entonces, como los cadetes de la Academia General Militar, utilizábamos ese especial sistema contable cuando se acercaban el fin de curso, las vacaciones de Navidad o un buen permiso. Yo no recordaba el porqué, pero un amigo, razonando, llegó a la conclusión de que lo que se contaban eran los toques de diana que faltaban para que comenzara esa libertad medida, y la loca se denominaba a la diana del día D, por el alborozo con el que se respondía al toque de corneta a la hora de levantarnos, al pensar en la próxima marcha hacia unos días de asueto.Read More
En diciembre de 1975, días después de la muerte del Jefe del Estado Francisco Franco, y como parte de la Operación Golondrina, embarcó la Bandera en el transporte Aragón que nos llevaría a Cádiz, en donde disfrutamos durante una noche de buenos placeres, los del yantar y beber en dos magníficos bares que había –quizá aún estén- en la Alameda Alpodaca, el Anteojo y el Telescopio -vino blanco frío de Barbadillo y ostras en demasía-, y los demás disfrutes por La Viña y El Mentidero, marchando al poco tiempo a Alcalá de Henares en ferrocarril.
Al llegar a Alcalá, fui reclamado por el jefe de la II BPAC para regresar a la 9ª compañía y volver al mando de la SADA –sección avanzada de desembarco aéreo-, es decir, regresar a mi destino, noticia a la que no podía dar asenso, y que me extrañó sobremanera, después de las lindezas con las que me hubo despedido ese mismo jefe de la BPAC -con gran fatuidad- antes de mi marcha al Sáhara, al que dibujé en el momento de la presentación a mí regreso una sonrisa impostada, tremolando mi altivez. Tarde, comprendí, que el sofocón que me llevé en su día al despedirme para incorporarme al Sáhara, no tenía mucho sentido, por considerar que los militares somos proclives a la grandilocuencia, tanto en las lisonjas o felicitaciones como en las reconvenciones o llamadas al orden, la mayor parte de las cuales casi nunca llevan ni llegan a nada, ni las unas, ni las otras, pero que pueden ser utilizadas con eficacia como estímulos o reconducción de actitudes.
Me reincorporé enseguida a mi querida sección, en la que continué unos meses hasta el ascenso a capitán. Encontré a sus componentes con un cierto grado de relajación operativa y para el cumplimiento de órdenes, y también con problemas de mala relación entre sus integrantes, cada uno por su lado, nada cohesionados -esa pequeña unidad pienso que necesita una especial unión entre sus componentes, al igual que en otras unidades de misiones especiales-, todo, probablemente derivado de la ausencia de mando durante unos meses.
Me pareció forma adecuada de unirlos, someterlos a profunda presión disciplinar, que les permitiera aunarse en el sentir común contra alguien molesto y difícil, que ellos interpretaron acertadamente que era yo.
Como en general no me ha preocupado demasiado en ninguna de mis dos profesiones la complacencia ni la adoración de mis subordinados, preferí que me temieran a que me adoraran, si el temor hacia mí, pudiera facilitar la buena cohesión y operatividad, y la adoración pudiera conducir al desorden. En esa joven fase de mi vida, decidí como técnica de mando, que primero es vencer y luego convencer, que para lo segundo ya habrá tiempo. Todo funcionó como lo planeado y la SADA volvió al carril.
Ascendí a capitán a principios de 1976, quedando agregado a la II Bandera, pudiendo en ese período realizar mi primer HALO -acronym for high altitude, low opening-, curso, del que además de la irrepetibles veintena de saltos de más de 8.000 o 9.000 metros de caída libre, guardo un gratísimo recuerdo de otro de la saga de los Álvarez Veloso, José María –q.e.p.d.-, capitán de artillería, que hizo –como todo en lo que intervenía- que tanto los saltos como las actividades lúdicas posteriores de los saltadores españoles y de los americanos, fueran una gloria.
También durante el tiempo de agregación tuve la oportunidad de mandar el grupo de manualistas franceses y españoles –más de 90- que operamos durante una Galia –maniobra conjunta hispano francesa que se realiza cada dos años en España, y en los años de vano de maniobra en España, se realiza en Francia, con la denominación de Iberia–.
Del salto de esa Galia, recuerdo una anécdota, que contada desde la silla y el aire acondicionado, puede provocar una sonrisa, pero me lo hizo pasar regular. Llevábamos una mochila con 30 kgs de peso con medios de subsistencia y combate para 7 días. El salto se realizó en caída libre, claro, a 11.000 pies AGL –above ground level-, de noche, y visibilidad 00, siendo aún los tiempos de exclusividad de los paracaídas EFA 656 11 y algún Papillón suelto. Organizamos el lanzamiento en 7 Caribous y 6 D/Zs distintas, saltando en cada D/Z un pequeño grupo de cada avión, distribuidos de manera tal, que tras el reagrupamiento en el suelo quedaran las unidades organizadas como se estimaba necesario para la operación. Yo me quedé para la última D/Z por ser la más próxima al centro de la zona de acción.
La primera misión era la de revisar la zona para intentar localizar a los que actuaban como enemigos, y con esa información, trasladada al mando propio, se prepararía al amanecer de tres días después, la defensa y señalización de 3 D/Zs en las que se realizaría el desembarco aéreo de la GU.
Tras salir yo del avión y bajar unos segundos en caída libre, noté un tirón rotundo y a continuación un contrapeso que tiraba de mí, sin saber hacia, ni desde dónde lo hacía. Intenté ver el altímetro, pero con los desplazamientos a toda velocidad para todos lados, me fue imposible ver la altura, así que tras unos segundos de sufrimiento decidí tirar de la anilla. A los pocos segundos noté aliviado que caía verticalmente y sujeto por el paracaídas, y pude comprobar como el mochilón colgaba unos metros debajo de mí, atado a la cuerda que utilizábamos para la suelta de la carga antes de llegar al suelo. Miré el altímetro y estaba a 2.200 metros, notando que me daba algo de brisa en la cara, lo que me hacía suponer que el paracaídas se había colocado a favor de viento. De tanto en cuanto, giraba 180 grados para ir en contra de la dirección del mismo, descendiendo así un buen rato.
De repente y ya intuyendo el suelo, oí como la mochila -unos metros debajo de mí- impactó con algo que me sonó a agua. Efectivamente y horrorizado, vi que mis pies entraban en agua. La campana me cayó encima y el agua me cubría, pero entonces me impulsé con los pies en el suelo y al impulsarme hacia arriba –y entre manojos de nervios totales- vi cómo lograba que el casco, los ojos y la nariz sobresalieran un poco del agua, debajo de la campana. Tomé aire, me hundí, liberé el paracaídas y bucee 6 o 7 metros lateralmente, consiguiendo eludir el paño de la campana. Noté que el agua me llegaba entonces a la altura de los hombros y ya más tranquilo, comencé a intentar salir del agua, para más tarde recoger el paracaídas, sacar la ya pesadísima mochila, quitarme el casco y el armamento que me ahogaban y despelotarme, dando gracias a la diosa Fortuna. En esas estaba, cuando oí en plena noche y en la provincia de Segovia, unas lejanas voces que parecían venir del mundo de Leviatán: Amaro, Amaro…, entonces pensé que quizá no todo había salido tan bien como me parecía y era Mefistófeles o alguno de sus amiguetes reclamándome. Tras un buen rato, encontré al que gritaba, que era el pater de servicio en la D/Z, el capitán cura Linares, que era además el capellán de mi Bandera, y agradecí a la Divina Providencia su bondad para conmigo, y al pater la resulta de su buen servicio, que permitió recuperar mi cuerpo, aunque él hubiera preferido recuperar -supongo- además mi alma.
Un par de meses más tarde fui destinado a la IMEC de Barcelona. Entonces Cataluña era una región de España –-ún no existían las Comunidades Autónomas- en la que la vida de los foráneos era muy agradable, los militares muy bien considerados y sus habitantes llenos de seny de la cabeza a los pies. Me casé, nació mi primogénito, al que le puse de nombre Jaime –tal era nuestro bienestar en aquella tierra- y tuve que esperar con anhelo año y medio, conteniendo la melancolía y la nostalgia, hasta volver a la I BPAC, en donde se me dio el mando de la 1ª compañía en 1978.
Ya cansado de tanto recuerdo mío, paro, y algún día cuando descanse, quizá reanude la recuperación de más vagas remembranzas.
Música: tema principal de la película La Misión. Ennio Morricone.
Así pues, me quedé otro período de 8 meses con la 8ª compañía en el Sáhara. Pasé feliz casi dos años, realizando más de una docena de patrullas de nivel sección por el desierto, algunas con sus lanzamientos correspondientes, en diferentes partes del territorio, de más de diez días cada una, en unos momentos en que el Polisario un día y Marruecos el siguiente, la liaban o podían hacerlo, o cambiaban de actitud y de bando, liándola igualmente.
Al salir de la Academia pensé que siempre sería, y casi exclusivamente, esportillero de las órdenes de mis mandos, aunque a veces pudiera conseguir “engañarles” con algo que me pareciera interesante enseñar, practicar, o ejecutar, aunque no estuviera contemplado en el plan de instrucción, cosa que en los reglamentos pudiera ser definido como iniciativa, que generalmente no gusta al mando por parecerle cosa fútil o poco adecuada, y que sólo es reclamada su aparición, cuando algo sale no demasiado bien, quizá por no ser las órdenes extenuantemente precisas –yo creo que no deben serlo-, y entonces el mochuelo es para el de la falta de iniciativa. De teniente en el Sáhara, me liberaron de la esportilla, dándome siempre una orden de operaciones que cabía en medio bolsillo, y una gran mochila de iniciativa y responsabilidad. Fue una buena escuela para todos, desde luego para mí, sí, debiendo agradecer a los capitanes que tuve, su confianza en la tenientada.
Al terminar este segundo ciclo sahariano, me destinaron a la 9ª compañía, al mando de la cual estaba el capitán Francisco Aguilar Muñoz, y entre cuyos tenientes, estaban tres que llegaron a lograr el empleo de teniente general -Emilio Alamán, Virgilio Sañudo y José Muñoz- enviándome como comprometido, a realizar el curso de APM a Alcantarilla.
Era entonces los cursos de APM de muy pocos saltos, creo que no llegaron a 16. A mí, se me pasó en un pispas, entre las historias -siempre anecdóticas y poco didácticas- contadas por los instructores en un tipo de enseñanza militar a la antigua manera, que gracias a Dios nada tiene que ver con la actual, y las vueltas que sin parar dábamos todos desde la salida del avión hasta la apertura del paracaídas; a veces fueron pocas, en los días que tocaba la apertura inmediata al abandono del avión. Vi el suelo por primera vez en el salto 10º y ya no lo solté. La conclusión a la que he llegado, es que la enseñanza de entonces de APM, es como la eterna del golf: el profesor no sabía, o no quería, o no podía, trasladar a la mente del alumno la esencia del asunto, para que el cerebro de éste pudiera asimilarlo e intentara trasladarlo a su cuerpo,, por lo que de todos los mandos que realizaron el curso de APM en esas épocas, solo continuamos saltando unos contadísimos afortunados, o porque se nos dio más o menos bien, o porque eran héroes. Ambos grupos suenan atractivos.
Lo mejor de ese curso fue el avión. El Douglas DC3, marinero, paracaidista, sencillo, seguro y con un portón lateral por la que podría salir sin doblarse la Torre de Madrid, a pesar de las continuas y desmedidas advertencias de algún instructor que advertía de los males que podrían ocurrirnos al salir de ese magnífico avión. Los saltos de automático del Sáhara los realizamos desde este avión también, al igual que el nocturno del curso básico, ya que el Junker JU 52 no contaba con elementos seguros de navegación nocturna, o eso decían.
Siendo alférez y en el verano del 70, hice el curso de vuelo sin motor en Ocaña, volviendo al año siguiente para un perfeccionamiento. El curso básico lo hice en un velero de doble mando de la casa Blanik, avión marinero, seguro y que perdonaba los errores de los alumnos hasta lo imposible. También entonces había un instructor que gustaba asustar al alumnado narrando los peligros horrorosos que podía conllevar el pilotaje de ese velero. Era la antigua maniera, y supongo que lo haría para dar más importancia a lo que hacía, aunque su criterio lo estimo errado, claro.
Al terminar el curso, me incorporé a la SADA -sección avanzada de desembarco aéreo- de la II BPAC. Los de la SADA fueron magníficos tiempos de mando de unidad pequeña e independiente. Cada día todos aprendíamos, a medida que nos íbamos marcando objetivos nuevos, y algunos, además de los nuevos objetivos, adquirían saberes ancestrales que deberían haber poseído y aún no conocían –por ejemplo, nadar-. Recuerdo una anécdota de salto, a partir de la cual me grabé de forma indeleble debajo de la piel de la frente el lema: no saltaré nunca del avión con alguien que me dé la pasada, sin ver yo lo que hay abajo. Bien es verdad que cuando comencé a saltar con paracaídas tipo ala, traté con láser el tatuaje para disimularlo, por no ser ya tan necesario.
Era mi primer salto de teniente con la SADA en la zona de Maspalomas, al sur de la isla de Gran Canaria. Se saltaba temprano ya que generalmente subía el viento con el sol. Llegué a las 05,00 al cuartel de las Rehoyas, dándome novedades uno de los cabos primeros -todos muy veteranos- con la notificación de la ausencia de los dos sargentos, que por cierto habían ascendido a ese empleo hacía un par de días. Como mi sección saltaba independiente, a nadie debía novedad concreta, pero pensé, que hubiera sido además de obligada, conveniente, la presencia de los dos suboficiales, especialmente por desconocer yo la zona.
El avión un Douglas DC 3, y el piloto, amigo mío de copas y cacerías picafloreras y experto volador. La patrulla formada por 3 capitanes veteranos -veterano en caída libre no significa experto-, 1 suboficial y la SADA con 13 hombres, yo incluido. Maspalomas es una zona triangular, en la que la pasada se da paralelamente a la base del triángulo, cortando los otros dos lados aproximadamente por la mitad. Agua por donde se entra y por donde se sale: la mar océana y los paracaídas 656-11. El capitán más antiguo –q.e.p.d.- decidió que él daría la pasada, saltando a continuación los otros capitanes y el suboficial, y en la misma pasada y a continuación, la SADA. Se lanzó el derivómetro y compensando el viento entramos en pasada. Yo sabiendo entonces poco de estas cosas, pero maliciando lo que podía pasar si el primero saltaba en el centro de la D/Z, me puse el último de la patrulla y los tres cabos primeros, mejores saltadores y nadadores, inmediatamente antes que yo. Comenzamos a largar, y nada más abandonar el avión vi la mar océana por todas partes; mi cabeza se fue hacia los dos que no sabían nadar. Yo flechaba hacia la tierra -apenas sabía- rogando a Dios y esperando, que los que no sabían nadar, supieran flechar, repitiendo ¡flechad, flechad! como si alguien pudiera oírme durante la caída libre…Al final un hombre en el agua a 50 metros de la orilla y todo sin novedad. ¡Qué sin vivir, Dios!
El 4 de julio de 1975 falleció mi hermano Javier -el más joven de los cuatro varones de seis hermanos- con 23 años en un accidente de coche cerca de Valladolid, al dormirse el que venía en dirección contraria, invadiendo su carril y embistiendo su coche de frente. Descansa en paz. Nos acordamos a menudo de ti.
Así fue pasando el tiempo, hasta que me nombraron para formar parte de la comisión aposentadora de la II BPAC en Alcalá de Henares, que sería relevada por la III Ortiz de Zárate en Las Palmas, que a su vez mantendría destacada una compañía en El Aaiún.
La comisión estaba compuesta por el que fue mi capitán de la 7ª compañía, tres tenientes y algunos suboficiales. Llegamos a Alcalá de Henares desde Las Palmas, saliendo a los pocos días en la prensa la posible ejecución de la maniobra política del rey Hassan II con la Marcha Verde, marcha de civiles que se dirigirían a la frontera del territorio español, para penetrar en el mismo, utilizando como parapeto, la inmunidad que les proporcionaba su estatus civil y el estar desarmados, maniobra con la que llevaba tonteando desde el mes de abril de ese año.
El general que mandaba la BRIPAC entonces, era de la promoción y amigo de mi padre y de casa, así que tras pedir licencia a mi capitán, y concedérmela, me dirigí al despacho del general para pedirle marchar al Sáhara de nuevo ya que no quería perderme -tras haber vivido allí un buen tiempo- lo que iba a ocurrir, creyendo que lo que ocurriríasería algo con lo que pudiera soñar un joven teniente con vocación por la carrera de las armas. Pedí ser agregado a alguna Unidad de las que ya allí estaban. En ese momento estaba la I BPAC en cabeza de playa de El Aaiún, además de la compañía de la III BPAC destacada en la capital del territorio: El jefe de la BRIPAC dio las órdenes para que yo fuera agregado a la I BPAC.
Le pedí permiso al capitán jefe de la comisión aposentadora para volar –pagado de mi bolsillo, claro- a Las Palmas, para comunicar personalmente al jefe de la Bandera -me pareció inicialmente más correcto hacerlo en persona que por teléfono porque además no lo conocía demasiado-, mi agregación a la I BPAC, y su respuesta fue contundente, emotiva y poco motivadora para mí: eres uno de los peores oficiales que he conocido por no decir el peor y ahora vete a la I BPAC, adiós. No parecía proceder la pregunta de despedida formal habitual a un jefe, ordena alguna cosa más? especialmente cuando la conversación se movía por derroteros tan sencillos de comprender, así que me di media vuelta y me fui, pensando que si nos han sido dadas una boca y dos orejas, será para escuchar más y hablar menos, produciéndose en mí la anagnórisis que me permitió poder valorar a ese jefe, al que no había tenido la oportunidad de conocer en toda su amplitud, generándose en mí cerebro, un grado de entropía más que notable, aunque es útil reflexionar en estas ocasiones, y recordar que las certezas son el paraíso de los necios y las dudas el infierno de los sabios.
Así, aquella noche en Las Palmas me bebí bastantes más güisquis de los recomendables, volviendo el día siguiente a Madrid, partiendo de forma inmediata para El Aaiún, siendo agregado a la 2ª compañía de la I BPAC, en donde, por el tipo de instrucción que se realizaba a diario, se barruntaba que pronto se produciría la cacareada Marcha Verde, anunciada por Hasán II. Así fue, y en no mucho tiempo -primeros de octubre- desplegamos en la segunda línea de defensa de las establecidas dentro de la Operación Marabunta, para intentar detener pasivamente a las decenas de miles de civiles marroquíes que se establecieron en territorio español, aunque más tarde se retiraran.
Recomiendo leer la historia del abandono del Sáhara por España, escrita con sentimiento y detalle por el general Coloma en el blog del general Dávila:
Hace tiempo, leyendo una novela tipo thriller ambientada en el Vaticano y cuyo protagonista era Freud, leí unas palabras que el autor ponía en boca del descubridor del psicoanálisis: un sabio no es más que un viejo que no recuerda lo que ha hecho de joven. Pensé que yo sería sabio ¡ja! Otra opción para no recordar con precisión -ni ganas de hacerlo-, podría ser la disolución con la edad, poco a poco, de las tres potencias del alma, memoria, inteligencia y voluntad. Ahí ya me tranquilicé…y comencé a escribir algunos vagos y antiguos recuerdos, para lo que no me he molestado en buscar fechas ni datos precisos, por no considerarlos interesantes, y cuando estimo necesario referir algún acontecimiento importante con detalle –no mío, claro-, remito a alguien que haya escrito de ese suceso o hecho con precisión.
Escribo esta corta historia real, de viejos recuerdos de mi vida militar, mojando la pluma en el afecto, el cariño y los buenos recuerdos, ya que, buscando en donde mojar, no encuentro en mi vida sino charcos de tinta que me ayudan siempre a traer al papel remembranzas que me producen bonitos sentimientos, porque quizá se hayan borrado, y sin esfuerzo, los recuerdos de las pocas cosas malas que me hubieran podido ocurrir.
Después de varios años en las Academias General y de Infantería, mal usando la palabra alferecía –se empleaba como adorno-, aunque sin conocimiento de su terrible y real significado, salí teniente, realizando las prácticas en el C.I.R de Colmenar Viejo. Allí pude asistir a una visita de “captación” de los paracaidistas, para reclutar soldados que se pudieran convertir en Caballeros Legionarios Paracaidistas, y pronto comprendí que habían captado a este teniente, aunque nunca supe el porqué; en alguna ocasión culpé a las botas distintas, a la boina o al águila más que a lo que representaban, ya que siempre fui voluble a las influencias de la estética.
Terminé el año de C.I.R., y tuve que esperar agregado a la I Bandera, en el cuartel de Mendigorría, un corto espacio de tiempo a que empezara el curso de mandos paracaidistas en Alcantarilla, Murcia. En la I BPAC tuve el honor de conocer entre otros, al comandante Pedrosa, al capitán Rafael Álvarez Veloso y al también capitán Manuel Marquina, que luego sería mi comandante, estando yo ya destinado de capitán en la I Bandera. La experiencia de mi primer contacto con un cuartel de paracaidistas fue inenarrable: cada día se caía un pequeño trozo de techo, escalera, pared o cualquier otra parte del edificio, y el capitán Marquina –de gesto siempre sublime-, el día de nuestra presentación, le puso su punto de gracia a la frialdad y desajuste de días tan extraños, como me resultan a mí los de la incorporación y presentación en una unidad desconocida. Llegamos otro teniente de mi promoción y yo –descansen en paz todos los nombrados hasta ahora, incluso mis acompañantes de esta anécdota- uniformados de presentación, y al ir a entrar en la zona de la Plana Mayor de la Bandera, a ejecutar una parte del negocio para el que habíamos acudido, empujamos las puertas de batientes salooneras de Mendigorría, con la fortuna de que en ese momento y en sentido contrario salía el capitán Marquina: perdón mi capitán, dijimos al unísono mi compañero de presentación y yo, no le habíamos visto añadimos presurosos. Marquina, altivo él, sin mirarnos, nos respondió: a mí, hay que intuirme. De forma inmediata y en consecuencia, me di cuenta de que mi elección de unidad para desarrollar mi vida profesional, había sido acertada.
Al poco, marché con ganas a Alcantarilla –con el anhelo de dejar de ser un teniente pistolo, que así éramos denominados por todos, los que no éramos paracaidistas aún, y aun los que lo eran, si la tropa intuía escasez de experiencia o poca soltura en estas lides, también así eran denominados-, para realizar el curso básico de mandos paracaidistas, curso que realizamos en aquellos viejos Junkers JU 52, en los que se unían casi siempre los latidos acelerados de los corazones de los jóvenes oficiales y suboficiales con los habituales percances de aquellos aviones, que sufrían frecuentes averías en vuelo, pobres…
Del curso, sólo recuerdo con desazón y tristeza, la negativa a saltar de un teniente amigo, mucho más antiguo que yo, que se quedó clavado en la puerta del avión y no hubo manera. Yo iba de segundo en la patrulla, y entre cascos, paracaídas, primer salto, ruido del avión, nervios ambientales y alguna cosa más que prefiero olvidar, pude ver en ese momento el rostro de mi amigo, compañero de habitación en el pabellón de oficiales, con el que iba y venía de Madrid los fines de semana en el coche, y nunca olvidaré esa expresión de angustia. Lo apartaron de la puerta, repitieron la pasada, ya situado yo de primero en la patrulla, dejándome ir al sonar la chicharra de manera lábil pero con firmeza, por aquella escasa puerta, deseando olvidar lo acontecido. Al llegar al pabellón, en la habitación, este hombre casado y con hijos, lloraba desconsoladamente, preguntando al aire que podría hacer ahora. Nunca me he atrevido en la vida a partir de ese momento a juzgar ningún miedo insuperable, ya que el sufrimiento del que lo padece es algo imposible de medir y mucho menos de enjuiciar por los que no tienen esa limitación cerebral.
Terminado el período de formación y ya con el rokiski en el pecho -curiosamente se rompían con este logro las leyes de la física, ya que en vez de mensurar menos de alto por el peso del emblema, medía uno quizá medio centímetro más; pudiera ser altanería o soberbia, o que quizá se crecía con los golpes contra el suelo?-. En seguida, marché a Las Palmas para incorporarme a la II Bandera, Roger de Lauria, a la cual había sido destinado.
Fuimos destinados 4 tenientes de la promoción a esa Bandera, y uno de ellos, estudioso y singular, que se había incorporado algún mes antes a la unidad por haber realizado el período de C.I.R en el B.I.P., licencia que se pudo permitir por ser de los primeros de la promoción, nos seguía dando a menudo instrucción de las cosas paracaidistas; en la calle, en el bar o donde nos pillara, ya que tenía 6 o 7 saltos más que nosotros, por lo que nuestros conocimientos técnicos aumentaron sin mesura, quizá hasta deslumbrar. Cuando alargaba esas teóricas a duraciones difíciles de soportar, cortaba yo la explicación, señalando algún pájaro que veía por la ventana, alabando su trinar, músicas que también eran disciplina dominada por nuestro amigo, que así, cambiando de tema, podía buscar audiencia en otros oyentes interesados en la ornitología.
Sólo permanecí en Las Palmas algunos días ya que había sido destinado a la 7ª compañía destacada en el Sáhara, con sede en El Aaiún. Así que lamentando no poder recibir más enseñanzas paracaidistas de nuestro experto compañero, me incorporé a la compañía a mediados de otoño. Los otros tres tenientes de la compañía eran cinco años en el empleo más antiguos que yo, o sea que fui teniente lamparilla y pistolo algunos meses más, pero disfrutando mucho.
Las compañías hacían relevos desde la Bandera en Las Palmas cada ocho meses, y cuando se aproximaba el relevo por la siguiente -la 8ª-, nuestro capitán comentó a los tenientes -sin mucho énfasis-, si alguno querría quedarse con la 8ª compañía los siguientes ocho meses. Esperé prudentemente a oír las respuestas de mis antiguos, pero nadie contestó. Malicié, que dada la obvia falta de tenientes en la compañía que iba a venir en breve plazo, antes de trasladar la pregunta a la compañía que iba a ser relevada, probablemente la pregunta habría sido realizada a todos los tenientes de la Bandera que estaban en Las Palmas, sin haber obtenido respuesta positiva a la voluntariedad.
Yo por entonces, había logrado un aceptable grado de confianza con mi capitán -q.e.p.d.-, por lo que le solicité que si no le parecía mal, trasladara una petición -quizá asaz viciosa- al jefe de BPAC, a lo que me respondió: menos rollos y al asunto. Así pues, le expuse mi voluntariedad para permanecer un relevo más -o los que fueran necesarios- aunque a cambio, solicitaba la confirmación del jefe de la BPAC, de ser el primer teniente de la Bandera que se enviaría al primer curso de apertura manual que se realizase transcurridos esos meses. A los dos días me confirmaron ambos extremos –mi agregación a la 8º compañía y el sí a mi petición-.
Música: Frederic Chopin, Nocturne in major no 20 D.
Ya en La Edad Moderna, la utopía social no sería considerada como un pensamiento filosófico exclusivamente ajeno al desarrollo histórico y a la vida social, sino que representaría un futuro ideal hacia cuya realización debería caminar la historia y la vida. La utopía se convirtió en un ideal realizable, al entrar la idea de progreso de la mano de la Modernidad.Read More
Sólo un comentario corto, que anuncio con intención jocosa, ya que la ironía escrita, quizá sea un arte difícil de domar para mí. El comentario es al hilo de las noticias dadas por Lorenzo Milá y algún otro por el virus de moda.
Hasta no hace demasiado tiempo, y resumiendo, había llegado a la conclusión, de que los humanos de los países con sistemas políticos democráticos, estábamos en este mundo para cerrar la boca, abrir la bolsa para pagar impuestos, y echar unas papeletas cada cierto tiempo, que nos dan la sensación de manejar el sistema de algún modo.
Con la crisis del coronavirus a punto de desbocarse por la infumable, constante y exhaustiva información de los medios, un grupo de comunicadores con espíritu de líderes en su sector, decidieron quitar hierro a las preocupantes noticias que ellos mismos se habían hartado de dar hasta el día anterior sobre el asunto, con expresiones como es una gripe como la de todos los años, o se está exagerando una situación que no deja de ser más o menos normal, o es necesario ser prudentes pero sin exagerar…
Y como ejemplo hubo dos periodistas que destacan por su liderazgo en la información -liderazgo bien ganado-, que explicaban la cosa de esta manera con Il Duomo milanés a la espalda:
Fíjense Vds., en Italia hay en la actualidad 300 casos de infectados por coronavirus, de los cuales 250 se curan en sus domicilios, 30 están en los hospitales, y el resto, una cantidad mínima de 20, se mueren, pero es que tienen más de 70 años…
Ese es otro rol, que con carácter retroactivo, añaden a mis capacidades -desde hace un par de años-. Además de los señalados anteriormente de cerrar la boca, pagar impuestos y votar, me permiten encontrarme en el grupo de que no importa que se mueran por coronavirus, naturalmente sin hacer ruido y con cortesía -como se van haciendo las cosas a estas edades-, para que las estadísticas globales no preocupen demasiado al personal, jeje…
Cada día, desde que puedo recordar, tenemos en la sopa a los catalanes: sus intentos de referéndums de independencia y después me largo a Waterloo, o un ratito a prisión, sus España nos roba, su siembra del odio educacional en los niños contra el resto de los españoles, su constante deseo de imponer un trato de exclusividad -con éxito- a su autonomía sobre las demás, sus somos mucho más trabajadores y mejores que la población de España, sus queremos una mesa entre iguales con relator, su “si sois buenos apoyaremos la investidura del Presidente de la nación española” -para lo que lamentablemente siempre son necesarios- y si sois aún mejores, “apoyaremos los Presupuestos de España”. Todas estas cosas y más, nos han llevado a menudo a esas inútiles campañas de “no comprar productos catalanes” -por que el resto de los españoles es sano, buena gente y vago para fijarse en las bajezas- aunque de vez en cuando haya un pequeño repunte en ese sentido, cuando las pelotas son tocadas de forma insoportable.
Ahora que ya consiguieron ser parlamentarios europeos algunos de los huidos, y de los otros que también se fueron nada sabemos, a pesar de las historias que nos cuentan de los suplicatorios y peticiones de extradición. Los que no tuvieron el ingenio de irse, a pesar de sus condenas de 13,12,11 o 7 años, ya algunos que no cumplen con los requisitos del resto de los mortales, van consiguiendo de la Junta de Tratamiento del Centro (la prisión está en Cataluña) permisos de salida para cuidar a un familiar enfermo, para decir que trabajan o para seguir dando morcillas al que se ponga a tiro, como si a la Ley y al Reglamento penitenciario se le hubiere aplicado la técnica del palimpsesto, sobreescribiendo uno especial para estos condenados catalanes independentistas.
Tras las últimas elecciones nacionales -seguimos con los catalanes-, se puede ver al trapacero Rufián, muy taimado, y al que incluso hay que acicatear para que vuelva a ser reconocible, y es que tener cogido el control tranquiliza y taima mucho.
De repente, y gracias al coronavirus chino, nos dejan de hablar a todas horas de Puigdemont, del Honorable Torra, de Rufián, de Laura Borrás y sus mangancias y de toda esta corte, que nos hace no ver ya las noticias en la televisión, ni leerlas en la Tablet, o al menos, mucho menos que antes, para hablar casi de la repercusión de este virus que infectó el Mobile Word Congress.
Seguimos a todas horas con los catalanes, que ahora echan la culpa al pobre coronavirus, de la caída de la FiraMobile Word Congress que se iba a celebrar en Barcelona, y que al parecer es el sustento sin el cual esa ciudad no puede sobrevivir. Podemos oír a políticos y empresarios barceloneses y catalanes que jamás hablaron de España excepto para denostarla, diciendo que la suspensión es un caos de tal calibre para Barcelona, Cataluña y España, que todos los españoles tenemos que reinventarnos y trabajar para ayudar a arreglar esta catástrofe.
El Mobile World Congress (MWC), tiene carácter anual y era el más importante del mundo en la comunicación móvil, celebrándose en la hermosa capital catalana desde 2006 y en principio hasta 2023. Fue fundado por el Delson Group Inc. siendo hasta ahora fuertemente apoyado por empresas asiáticas, especialmente chinas. El MWC es el espacio donde se producen el mayor número de presentaciones de avances en comunicaciones inalámbricas y móviles del mundo.
El goteo de empresas que fueron cancelando su asistencia motivó la decisión del GSMA de cancelar la celebración del congreso. La prensa catalana ha señalado, que la suspensión de este congreso supone un varapalo para la economía española, donde se esperaban recaudar unos 500 millones de euros y la creación de 13.000 nuevos empleos.
La celebración de una feria en Ámsterdam parecida al Mobile Word Congress desató la polémica, ya que buena parte de las empresas que han cancelado su asistencia en Barcelona, sí que han asistido a la de Ámsterdam, aunque en España en ese momento no había nadie infectado del coronavirus, excepto dos personas extranjeras aisladas en territorios insulares.
La medida de la suspensión final por el GSMA -organización de operadores móviles y compañías relacionadas, dedicada al apoyo de la normalización, implementación y promoción del sistema de telefonía móvil GSM– fue tomada ante la numerosa cancelación de las asistencias más importantes que SEGURO se produjo NO POR ALERTA SANITARIA, sino por cuestiones relacionadas con la nueva tasa Google, que el día 18 de febrero fue aprobada en uno de los dos Consejos de Ministros que se celebraron ese día junto al impuesto Tobin que gravará la transacciones financieras con un 0,2% en las operaciones de compra de acciones de empresas con una capitalización bursátil superior a los 1.000 millones de euros.(Pedro ¡vaya puntería! ¡No te arrimas a una buena! Podrías haber esperado tres semanas para esto y quizá la Feria se hubiera celebrado ). También pudiera haber influido de forma determinante en esta suspensión, y quizá en las sucesivas, la advertencia lanzada por EEUU y de momento no oída por el Gobierno de Sánchez, sobre la colaboración española en el desarrollo de la tecnología 5 G con los chinos de Huawei.
A nivel económico, habrá efectos adversos en la ocupación hotelera, el gasto de los asistentes en la ciudad de Barcelona y la generación de negocio en el marco del evento. Algunos, quisieron atacar la ménsula sobre la que se apoya la columna de la reputación de China y sus empresas, para ver si la cosa así pudiera aún tener arreglo, aduciendo la pena que iba a suponer para ese gran país, la pérdida de imagen moderna y avanzada que había logrado con la Expo Universal y los JJOO, pero la estrategia no tuvo éxito.
Tampoco deben olvidarse, las atroces, continuas y violentas luchas callejeras de unos agresivos y descontrolados manifestantes separatistas contra las fuerzas de orden público en las calles de Barcelona, durante semanas, que dejaron las calles feas, sucias, quemadas y con gran número de detenidos, que hoy estarán ya tomando un vermut en Calvo Sotelo, y el corazón roto y la fachada de su casa quemada, de los que aman la convivencia pacífica.
Las gentes que dirigen las grandes empresas que iban a asistir a la Feria, también desean la tranquilidad para los lugares donde se llevan a cabo sus eventos que tanto dinero cuestan. Quizá eligieron Barcelona en 2006 por ello, ya que es una ciudad atractiva y era amable.
Pudiera ocurrir incluso, que los mandamases, busquen sufrir el síndrome de Stendhalen los lugares donde celebran sus eventos, lo que fue posible antaño en esa ciudad, al contemplar las innumerables bellezas que encierra Barcelona, que les hubiera podido producir una emoción sin límites a los más sensibles, y ahora ya, con tanta calle quemada, inquietud callejera y belleza denostada, piensan que la cosa ya no les produciría sensación alguna. Es un síndrome parecido al que sentíamos con veinte años, cuando la más bella del lugar se acercaba sugerente y nos hacía sentir el elegido: corazón a mil, y a punto de perder el control; lo que pasaba es que entonces no había síndromes, ni isquiotibiales, ni zapas de colorines, ni síndromes, ni traumas…
Quizá hubiere que crear un comité autonómico de diversidad funcional para tratar psicológicamente a los culpables de generar los motivos -tasa google y los folloneros de Barcelona- que han hecho imposible esta Feria, y ya veremos la de los tres años que teóricamente quedan, o simplemente dejarles que se cuezan ellos mismos.
*El síndrome de Stendhal -también llamado síndrome de Florencia o estrés del viajero- es una enfermedad ligera que causa un elevado ritmo cardíaco, temblores y palpitaciones en el individuo que lo sufre, cuando contempla obras de arte, especialmente cuando son muy bellas o están expuestas en gran número, pudiendo suceder también en escenarios históricos, o monumentos donde se hayan producido hechos muy importantes.
Stendhal
Se denomina así debido al famoso autor francés del siglo XIX, Stendhal (seudónimo de Henri-Marie Beyle), cuando describió el fenómeno sufrido al visitar la basílica de la Santa Croce de Florencia, y que narró así:
“Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de la Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.