LA FLOJEDAD DEL SER CON ISQUIOTIBIALES
Cuando los que hacían deportes, no tenían isquiotibiales, ni soleos…, solamente “bolas” que se subían de tanto en cuanto; cuando no se tomaban esteroides ni proteínas para hacer crecer la masa muscular, porque la masa muscular nos era tan extraña como el conocimiento de las hormonas catabólicas y anabólicas. Cuando la soledad era considerada como estigma execrable, siendo en realidad algo que puede llegar a ser un gran regalo, aunque pueda seguirse pensando que deja manchas en la gabardina, cuando el cinismo formaba parte inexcusable del equipamiento educacional humano, siendo ahora un kit que viene de serie… Entonces, el sentido de la responsabilidad y del deber eran cargas que el hombre acostumbraba a llevar en su mochila, debido a que la vida de él y de los suyos dependían casi exclusivamente de su hacer y esfuerzo. Después, gracias a todo, los susurros despertaron la necesidad de libertades, y los que mandan, utilizando esta bandera de la libertad, en capote, nos van manejando con suavidad, a veces hasta poniéndonos la piel de gallina en el corazón, al ver lo mucho que preocupamos a los líderes.
Lo que ha venido a llamarse estado de bienestar, estado benefactor o estado providencia, es un concepto con el que se designa a una organización social y a un Estado, en el que se proporcionan unos servicios básicos a todos sus habitantes, en base a unos derechos sociales establecidos. Ahí aparecieron los isquiotibiales y se acabaron los bocadillos de pan con aceite, aficionándonos –como no– a la brocheta de langosta con espejo de arroz oriental , o algo así, y a comer toda la familia los días no lectivos por ahí…tengamos o no tengamos… “porqué todos tenemos derecho a descansar”…y a las zapatillas Nike fosforitos y al uniforme deportivo a la altura, que si no, “no se puede hacer deporte”…
En sí mismo, esto es magnífico, aunque la ausencia de contraprestación necesaria universal de deberes, puede llevar a la flojera individual y naturalmente colectiva, y a la carencia de valores en la sociedad. Cuando se produce una reacción de una parte de un colectivo, que cree en el esfuerzo, la excelencia y el bien común, su voz es silenciada con la utilización de la palabra solidaridad, por los que nos conducen, influencers e influidos.
Así, seguimos siendo manejados al compás de las nuevas zanahorias ad captandum vulgus que nos van ofreciendo, especialmente cuando se acercan citas electorales… más derechos y menos deberes. En teoría de límites, esto sería NO POSIBLE o al menos de resultado indefinido, aunque podría tranquilizarnos lo que manifestó Einstein a Max Born… “cuando se afirma que algo es imposible, probablemente se esté equivocado”.
Volver al esfuerzo personal y colectivo, a la honestidad y lealtad, a la responsabilidad, al sentido común y del deber, a la búsqueda de la excelencia y a los valores en los que creer y defender, puede crearnos unas obligaciones, que aunque incómodas, sin duda, nos proporcionarían los tan ansiados derechos –incluso aplicando la teoría de límites, cuando n tienda a infinito–, a nosotros y a nuestros descendientes, a los que deberíamos educar en esos caminos. Podría proporcionar quizá también, bienestar al alma, esa satisfacción de lo bien cumplido.