Poeta Ángel González y un toque de Giacomo Leopardi, con perdón.

Hoy tengo la suerte de estar en la villa de Pedraza, donde Zuloaga tiene su mejor museo en un castillo de la familia, y  donde mi primogénito se casa, y aprovechando la unión, recuerdo aquellos versos de un poeta de los de toda la vida, el asturiano Ramón de Campoamor…

Y ¿qué es el mismo amor? Una armonía

que hoy se canta y que el aire se la lleva;

y que luego, mañana o el otro día,

con nuevo ardor, la misma melodía

la vuelve a repetir otra vez nueva;

y así, en curso variable,

cuando nace, se espacia, se disuelve,

en giro interminable

lo que del aire viene, al aire vuelve.

Y en raudo movimiento,

se disipa en el viento

lo que en el viento por amor vivía:

¡ideas, armonías, sentimiento,

flores, música, luz y poesía!

Ángel González estudió derecho y magisterio en la Universidad de Oviedo, y en 1950 se trasladó a Madrid para estudiar en la Escuela Oficial de Periodismo, opositando en 1954  para Técnico de Administración Civil del Ministerio de Obras Públicas, ingresando en el Cuerpo Técnico ese año. Vivió en Sevilla y Barcelona en donde conoció a Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo. En 1956 publicó su primer libro de poesía Áspero mundo obteniendo  un accésit del Premio Adonais.

Volvió a Madrid para trabajar de nuevo en la Administración Pública y conoció al grupo madrileño de escritores de su generación, siendo algunos de sus poemas seleccionados para la antología Veinte años de poesía española (1939-1959) en 1960, recopilada por Josep María Castellet. Con su segundo libro, Sin esperanza, con convencimiento de 1961, pasó a ser incluido en el grupo de poetas conocido como Generación del 50.

En  1970 fue invitado a dar conferencias en la Universidad de Nuevo Méjico en Alburquerque y fijó su residencia en los Estados Unidos, en donde fue profesor invitado en varias universidades, siendo nombrado profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Nuevo Méjico, en donde se jubiló en 1993, casándose ese mismo año con la que sería su mujer para siempre, Susana Rivera.

Su obra es una mezcla de intimismo y poesía social, tratando con un toque irónico asuntos cotidianos con lenguaje coloquial y urbano. El paso del tiempo y la temática amorosa y la social son las tres temas que se repiten en sus poemas, de sabor triste pero desenfadado. Su lenguaje es siempre claro, de fácil accesibilidad y transparente, rezumando su obra, un fondo ético de  fraternidad solidaria y anhelo de libertad, con una poesía llena de contrastes entro lo infinito y lo efímero. Le gustó por encima de todo la amistad, que supo cultivar con la generosidad con la que cuidaba siempre los asuntos importantes. Fue, como quiso ser Cervantes, un escritor educado en la conversación de las tabernas y de las madrugadas.

Sabía que un hombre melancólico como él, tenía que hacer divertida su vida, y decidió que un poeta de su calidad no podía hacer poesía que no hiciera esbozar una sonrisa al lector…

Me basta así…Ángel González.

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,

Si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando luego callas…

El poeta colaboró con el cantautor Pedro Guerra  en el libro-disco La palabra en el aire, también con el tenor  Joaquín Pixán, el pianista Alejandro Zabala, y el acordeonista Salvador Parada en Voz que soledad sonando. Joaquín Sabina le dedicó su composición Menos dos alas, canción que decora este post; aquí la letra de la canción del poeta Sabina…

González era un ángel menos dos alas,
González era un santo por lo civil.
Un dandi con un ojo a la funerala.
Tan rojo, tan castizo y tan zascandil.

Hilaba en los garitos de mala nota,
boleros de Machín con Juanín de Miel,
apurando esos güisquis en los que flota
la luna de las golfas y los crupiers.

Cuando volvía del extranjero,
tan forastero, a las dos no era de día,
a las seis ya era de noche
¡Pídame un coche, fumando espero!
Y le aplaudían los camareros.

Otoños y otras luces, pan con verbenas,
tan príncipe de gales, tan cortefiel,
tratado de urbanismo, Juan de Mairena
chicana magdalena, tinta y papel.

Verde por la vergüenza que no tenía
hasta ayudó a Caronte a quemar sus naves
Decía que morirse no era tan grave
Y agonizó en voz baja por cortesía.

Cuando volvía del extranjero,
tan forastero, a las dos no era de día,
a las seis ya era de noche
¡Viva el derroche, muera el dinero!
Y le aplaudían los camareros.

Giacomo Leopardi (1798-1837).

Y no puedo cerrar -con vuestro permiso- sin trascribir la poesía que más me hizo sentir lo diferente, en los versos del gran poeta italiano del XIX, Giacomo Leopardi, poeta, filósofo, ensayista y de todo un poco, en sus Canti de 1831, en su Canto XXI –de los 23- a Silvia, decía:

¿Recuerdas, Silvia mía,

de tu vida mortal aquellos tiempos,

cuando el amor brillaba

en tus ojos inquietos y rientes

y, alegre y pensativa, los umbrales

cruzabas de los años florecientes?

Sonaba en las tranquilas

estancias y en las calles

el eco de tu canto,

cuando al trabajo femenil atenta

te sentabas, contenta

del dulce porvenir que presentías.

Era el mayo oloroso, y tú mirabas

correr así los días.

Yo, los gratos estudios

dejando a veces y los viejos folios

donde mis verdes años

y lo mejor de mí se consumían,

desde el terrado del paterno albergue

mi oído al son de tus canciones daba

y al rumor de tus manos

que la penosa tela recorrían.

Miraba el claro cielo,

los senderos dorados y los huertos,

y por un lado el mar por otro el monte.

Lengua mortal no dice

lo que dentro sentía.

¡Qué pensamientos suaves,

qué esperanzas, qué gloria, oh Silvia mía!

¡Cuán dulce parecía

la existencia a tu lado!

Cuando me acuerdo de aquel gran contento,

me embarga un sentimiento

acerbo y desolado,

y vuelve a atormentarme mi tristeza.

¡Oh cruel naturaleza!

¿Por qué a tus hijos nada

de lo que ofreces cumples, y de engaños

la vida está sembrada?

Antes de que el invierno el campo helase,

tú, combatida por fatal dolencia,

morías, tierna amiga. Y de tus años

ver la flor no pudiste.

No acarició tu alma

de los negros cabellos la alabanza

o del mirar modesto, enamorado,

ni en las fiestas las mozas a tu lado

de amores conversaban.

También, al poco tiempo,

mi esperanza moría, a mi existencia

negó también el hado

la juventud. ¡Ay cómo,

cómo huiste por siempre,

querida amiga de las dulces horas,

oh mi llorado encanto!

¿Es éste el mundo aquél? ¿El amor éste,

éstas las obras, el placer ardiente

sobre que juntos departimos tanto?

¿Éste el destino de la humana gente?

Al surgir a la vida,

tú, mísera, caíste; y con la mano

me mostraste, al partir, la fría muerte

y un sepulcro lejano.