Mis deidades veraniegas: Tanit y Patricia. Parte 2.
Tras un buen paseo y tomar algo –ya casi anocheciendo- volvimos a Martil, en donde nos acercamos para echar un ojo a la Mezquita de Mohamed V, con su minarete de color ladrillo, aristas enyesadas y las puertas adornadas de azulejos finamente decorados, cenando más tarde en el hotel, recogiéndonos no demasiado tarde, para salir del hotel a las 05,00 de la mañana siguiente, tras desayunar en la habitación algo que nos subimos del bar esa noche.
Antes de levantarnos a las 04,00, unos besos nos recordaron los colores de la noche pasada, y aunque debíamos levantarnos, no podíamos desceñirnos, casi con la pretensión de llegar al amanecer a la playa abrazados, sin habernos desatado. No podía ser, así que con un último beso, con los labios testarudos sin quererse despegar de sus anhelos, saltamos de la cama cada uno por un lado, estableciendo un turno de ducha, ya que en caso de no haberlo hecho, no hubiéramos llegado de ninguna manera a nuestro objetivo a la hora prevista.
La playa de Martil está considerada como una de las más bellas de todo el norte de Marruecos; su arena es muy clara -entre dorada y blanca- y fina, sin embargo, las aguas no son tan claras porque la fina arena da una apariencia más oscura al agua que llega casi siempre a la orilla de forma muy suave, sin olas notorias.
Desde el hotel situado en el centro de la ciudad, nos dirigimos al cuidado paseo marítimo, y al alcanzarlo, anduvimos unos 10 minutos hacia el norte, por la zona de Beni Zalem. Era totalmente de noche, la humedad daba sensación de fresco y no había un alma en la calle; al llegar a donde queríamos eran las 05,40, así que nos sentamos en la arena, abrazados, cerca de donde las suaves olas morían en la arena, oyendo su suave susurro.
Al instante, un punto luminoso de gran potencia comenzó a aparecer en el horizonte, pero para nuestra sorpresa, no subía ni crecía desde la nada, primero a un segmento circular y luego al círculo, que es el dios solar cuando ya completo se muestra soberbio. El rayo de luz en el que se había convertido el punto se acercaba a gran velocidad a ras de mar por la capa de Neuston hacia nosotros, cuando la noche era aún dueña del cielo, en una oscuridad en la que las estrellas titilaban mirándonos temblorosas.
Al instante, una figura hierática rodeada por un halo de gran luminosidad y un gran flabelo en su lado derecho, quizá sostenido por alguien negro como la noche o invisible para mí, se plantó en la playa a pocos metros de nosotros, cantando a mezza vocce una música que nos provocaba cierto misticismo, estando la figura suspendida en el aire. Dejó caer por los hombros hacia el suelo una túnica que parecía liviana, vaporosa y sutil, aunque no frágil, y que constituía toda su vestimenta. Era ella, la que vi cuando tenía con 18 años en esta misma playa. No era posible, pero al igual que entonces se había deshecho de su ropa y era -como antaño- el más hermoso cuerpo de mujer que pensé nunca volvería a ver, esculpido en color bronce, con un rostro perfecto, sus pechos desafiantes, apenas vencida la adolescencia, y unos ojos glaucos grandes, del color del mar de los cayos cubanos, oliendo igual que entonces, a incienso de olíbano
Esa fragancia, mi mente la ha mantenido guardada desde entonces, y en mi alma se ha sostenido el imaginario de ese aroma intacto durante mucho tiempo, pareciendo no conocer el olvido, ayudando a la memoria a trasladarme a aquel momento con rapidez y precisión.
Se dirigió a mí, y sin mover los labios, ni abrir la boca, trasmitiendo sensaciones de su omnisciencia me dijo con claridad: “llevo esperándote 53 años. Es abstruso para ti entender lo que está pasando, pero permanece tranquilo, ya que no debéis temer nada. De Patricia no te preocupes, que ella está oyendo lo que yo quiero que oiga”.
¿Pero quién eres?, acerté a balbucear. Por un momento pensé que en el desayuno alguien nos podría haber puesto algún alucinógeno.
Soy Tanit, diosa fenicia y cartaginesa, que fui principal en Cartago –actual Túnez-, junto a mí esposo Baal Hammon. El culto a mí divinidad fue adoptado por los bereberes púnicos. Resido en un gran palafito en la constelación Apis –actual Musca-, y me fueron construidos por dioses menores subordinados innumerables cenotafios por todo el Universo.
Mi divinidad es la equivalente a la diosa fenicia Astarté, que fue la asimilación fenicia-cananea de una diosa mesopotámica que fue idolatrada por los sumerios, los arcadios, los babilonios y los asirios, bajo los nombres de Inanna, Ishtar y por los israelíes como Astarot, representando a la madre naturaleza, la fertilidad, la vida, la exaltación del amor, y los placeres carnales, siendo adorada posteriormente como diosa de la guerra.
Fui divinidad paredra de mi esposo Baal inicialmente, y desde hace más de 26 siglos, y ya en solitario, estoy asociada como divinidad de la Luna y de la fertilidad, extendiéndose mi manto protector por todo el Mediterráneo y algunos lugares de África y Canarias –diosa guanche tinerfeña Chaxiraxi-. Posteriormente fui divinizada como Diosa Madre de los placeres carnales y tutora de los actos buenos, además de diosa de la fertilidad y de la Luna.
Estoy aquí para responder a tus invocaciones, que aunque creas que no han existido y hayan sido sólo sueños y no realidades, fueron ciertas, y además de para atender a tu llamada, estoy fundamentalmente aquí, para premiarte por tus buenos actos, señalándote que eres un ente de mi gusto.
Dicho esto, que se antoja complejo, pero que entendí perfecta y fácilmente, pensé que quizá quisiera utilizarme para una teogamia con ella. Me sorprendió con un gesto iracundo y altivo/espléndido, haciéndome llegar la respuesta a mi mente, “insignificante ser, jamás podrás lograr el amor de una diosa”, –no sé si pudo ser un acto de misandria, o quizá una actitud soberbia propia de una diosa-, y sin mediar más palabras, pero haciéndome sentir exhortado, extendió dos cuerdas doradas o de oro, que salían de sus ojos glaucos, y con ellas nos cogió a los dos -a uno con cada cuerda- e inició una procelosa -para mí- y vertiginosa ascensión, que en brevísimo espacio de tiempo, dejó abajo y arriba la noche, colocándonos en posición sedente y a una altura tal, que veíamos la tierra del mismo tamaño que vemos la luna habitualmente. Arriba, el cielo negro con miríadas de estrellas que titilaban saludándonos, y abajo el continente africano y Europa que eran de juguete, pero que pude identificar en seguida, pues siendo aún de noche, las áreas iluminadas permitían reconocerlos. Un instante después, vi también las Américas.
Mis preces aprendidas en los jesuitas, en ese momento de tanto nervio, salieron de mi boca en el latín de mis recuerdos, tal como fueron aprendidas, esperando la contestación necesaria de alguien, que no llegó, como antaño…, debiendo contestarme a mí mismo: mater amabilis, ora pronobis; mater admirabilis, ora pronobis: mater boni consili, ora pronobis;…Foederis arca, ora pronobis; lánua cæli, ora pronobis; stella matutína, ora pronobis; salus infirmórum, ora pronobis; refúgium peccatórum, ora pronobis…
Fui interrumpido con firmeza por las palabras de la diosa –que fluían en mi mente sin que moviera su boca-, “quiero que cuentes aquí, bajo los dominios de Neith, que antes de ser divinidad egipcia, lo fue de estas tierras bereberes, un acto bueno que hayas realizado en tu vida, en el que tuvieras que luchar contigo mismo, para obrar bien.
Dios mío, lo que debe estar pensando Patricia de toda esta aventura. Como yo no sabía que decir y por tanto no arrancaba, Tanit me sugirió algo que aconteció en Barcelona hace 43 años -allí y algo después nació mi primogénito, Jaime-, pero yo, que soy de los que no me gusta pasar la vida abrazado a los recuerdos, y aún menos a los de hace tantos años, ya que debió ser cuando viví sobre el 76 en esa ciudad durante unpar de años, no supe que decir, aunque a poco que me hubiera esforzado, podría haberlo recordado, ya que no soy demasiado pródigo en actos buenos….
To be continued in part 3 and last.
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