LA REBELIÓN DE LAS ALPUJARRAS. Parte 4.

Tras la rendición del reino nazarí, los Reyes Católicos firmaron las últimas capitulaciones de la ciudad de Granada el 25 de noviembre de 1491, en las que se garantizaban la libertad personal y la conservación de los bienes de los vencidos y el mantenimiento de su organización social, jurídica, cultural y religiosa. Sus alfaquíes y ulemas seguirían siendo los jefes de las comunidades musulmanas.

Pero desde el primer momento, a pesar de lo firmado, se impuso un régimen señorial, en el que los mudéjares –musulmanes viviendo en territorios cristianos- granadinos, quedaron sometidos a los nuevos señores cristianos; el vasallo musulmán era prácticamente un esclavo. Los nobles musulmanes granadinos optaron por emigrar al norte de África, como su rey, y los que se quedaron, abandonaron la ciudad de Granada y se fueron a haciendas y alquerías que tenían en las Alpujarrras, o a los arrabales de la capital. Esta situación se sancionó jurídicamente en 1498, cuando se dividió la ciudad de Granada en dos partes: una para los cristianos y otra para los que no lo eran, la Morería.

Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, al que le fue concedido por su participación en la campaña de Granada el I marquesado de Mondéjar, fue recompensado, además del título, con grandes predios y numerosos vasallos mudéjares, siendo encargado de reorganizar el territorio conquistado, auxiliado en lo espiritual por Hernando de Talavera, nombrado arzobispo de Granada, hombre dialogante, que trató de manejar la conversión de los musulmanes por la vía de la persuasión, incluyendo hasta el uso del árabe en la  liturgia cristiana.

I marqués de Mondéjar. El gran Tendilla.

D. Hernando de Talavera, arzobispo  de Granada.

Entre 1495 y 1499 se implantaron grandes impuestos que solo los mudéjares debían pagar. Esto, unido al cambio en la política de conversión forzosa al cristianismo instigada por el cardenal Cisneros, que asesoró a los reyes para que se aplicaran medidas mucho más duras de las acordadas y de las manejadas por el arzobispo Talavera para la cristianización, utilizando como idea fundamental para convencer a los reyes, el que Granada no pudiera servir como núcleo inicial de futuros ataques e invasiones procedentes del norte de África.

Cisneros llegó a Granada en octubre de 1499, cambiando la filosofía que había aplicado hasta entonces el arzobispo Hernando de Talavera, haciendo que se produjeran bautismos masivos forzados, no quedando para los mudéjares más alternativa que convertirse al cristianismo o la pobreza derivada de las exacciones, e incluso la prisión o la muerte.

Cardenal D. Francisco Jiménez de Cisneros.

El 18 de diciembre de 1499, solo tres meses después de la llegada del cardenal a Granada, los mudéjares del Albaicín se sublevaron, restableciéndose el orden gracias a los oficios del marqués de Mondéjar y del arzobispo Talavera,​ a quienes los sublevados les dijeron “que se tornarían cristianos y harían todo lo que el arzobispo y el marqués mandasen, con tal que el arzobispo Cisneros se fuese de Granada.

La chispa de la rebelión del Albaicín en 1499 había prendido, extendiéndose durante unos meses por las Alpujarras y las tierras de Almería, no siendo sofocada completamente hasta mediados del año 1502, fecha en la que se inició una nueva revuelta en la serranía de Ronda. La consecuencia de estas rebeliones fracasadas fue la conversión de muchos mudéjares, que pensaban obtener así mejores condiciones de vida por parte de los cristianos.

Se mantuvo la situación en el Reino de Castilla, en donde fue posible para los mudéjares mantener su condición de musulmanes sin ser obligados a convertirse al cristianismo, hasta febrero de 1502.

El cardenal Cisneros defendió ante los reyes la idea de que los mudéjares debían “ser convertidos y esclavizados, porque como esclavos serían mejores cristianos, y la tierra quedaría segura para siempre”. Los Reyes Católicos, sin embargo, pensaban que era mucho más útil la política de la moderación.

Pero al fin pudo la Iglesia, y el 12 de febrero de 1502, los Reyes Católicos promulgaron una real cédula en la que se obligaba a los mudéjares de la Corona de Castilla a escoger entre la conversión al cristianismo o el destierro. La inmensa mayoría optó por la conversión. A partir de esa fecha, los mudéjares castellanos bautizados que permanecieron en estos territorios pasaron a ser llamados moriscos -palabra derivada de moro-.

Las nuevas capitulaciones firmadas por varias comunidades mudéjares en 1502 y los representantes de los soberanos, como las de Baza, Huéscar y Tabernas, expresaron el compromiso de que los nuevos cristianos –moriscos– serían sometidos al régimen fiscal común, aboliéndose los impuestos desmesurados, teniendo oportunidad de acceso a los cargos locales, pudiendo utilizar los pastos concejiles o comunales, estableciendo incluso un castigo para los cristianos viejos que les faltaren al respeto llamándoles moros o tornadizos.

La real cédula de12 de febrero de 1502 no afectó a los mudéjares de la Corona de Aragón, debido fundamentalmente a la protección que les dieron sus señores, que obtenían de ellos cuantiosas rentas, aunque la realidad es que existía un fuerte rechazo popular a la convivencia con los mudéjares, que se materializó en la revuelta de las Germanías del Reino de Valencia, en la que los agermanats asaltaron las poblaciones mudéjares y los bautizaron a la fuerza.

Al fin, en Aragón, también fue aprobada por las Cortes aragonesas a finales de 1525, reinando ya Carlos I, la obligatoriedad de conversión al cristianismo de los mudéjares o su expulsión. A los moriscos que procedían de la Granada islámica reciente, les fueron reconocidos algunos derechos, al mismo tiempo que se les exigieron fuertes impuestos.

A pesar de que los moriscos de la Corona de Aragón, consiguieron, después de unas largas negociaciones con la corte de Carlos I y el pago de 40.000 ducados que la Inquisición no interviniera en sus asuntos, y que durante diez años pudieran conservar sus costumbres y su lengua, tener cementerios distintos, e igualdad fiscal con el resto de los cristianos, el acuerdo, que se mantuvo en secreto, no se cumplió, y aunque hubo  revueltas en el Reino de Valencia, a ellas no se unieron los moriscos del Reino de Aragón.

Volviendo a Granada en 1499, la conversión de musulmanes provocó la creciente tensión local, que se materializaron en las revueltas del Albaicín y Ronda. Ante esta situación, el marqués de Mondéjar, Íñigo López de Mendoza y Figueroa y el arzobispo Talavera, trataron de intentar dominar la situación de manera pacífica, aunque solicitaron tropas a los concejos de la zona para controlar la situación.

El marqués y el arzobispo publicaron una amnistía para quienes se convirtiesen al cristianismo, al tiempo que garantizaban que el castigo alcanzaría solamente a los responsables de la rebelión.

1500 comenzaba con la masiva conversión de los mudéjares de la zona, tras el restablecimiento de la situación, lo que supuso la retirada de las tropas llegadas a  la capital. Los cabecillas de la revuelta se habían retirado a La Alpujarra, donde encontraron un buen caldo de cultivo en los alpujarreños, para los que regía la misma capitulación que para la ciudad de Granada. Así y allí se engendraron las sucesivas revueltas de las Alpujarras.

Durante enero y febrero de 1500, los alpujarreños sublevados fueron avanzando poco a poco en el control de la zona, llegando a Adra, Albuñol, Castell de Ferro y Márjena, esta última recuperada de forma inmediata por las fuerzas del rey Fernando de Aragón.

Castell  de Ferro.

En marzo de 1500, la situación de la zona de Almería se tranquilizó al llegar el rey Fernando y sus huestes, que penetraron en las Alpujarras por El Padul llegando a Lanjarón. El condestable de Navarra por el este tomó Andarax. El rey Fernando aceptó la capitulación a los cabecillas de la revuelta, que se encontraban refugiados en Órgiva. Se iniciaron unas negociaciones que concluirían con la conversión general y la firma de un acuerdo el 30 de julio del año 1.500.

En la zona oriental se iniciaron nuevas revueltas en el mes de octubre en las localidades de Níjar, Inox, Velefique, Huebro y Torrillas. Diego Fernández de Córdoba, I marqués de Comares, gobernador y capitán general de Orán y Mazalquivir entre 1510 y 1512 y entre 1516 y 1518, virrey de Navarra entre 1512 y 1515 y Alcaide de los Donceles*, fue nombrado capitán general de una hueste que iniciaría el asedio de Velefique para reducir a los amotinados. A comienzos del año 1501, las tierras de esta zona quedaron ya plenamente pacificadas. Finalmente, a mediados de enero, las serranías de Ronda y Villaluenga constituyeron el último reducto del levantamiento mudéjar. Tras sufrir los castellanos diversas derrotas, el rey Fernando en persona pasó a dirigir las operaciones y obtuvo la capitulación de los mudéjares a cambio de que se les concediera el permiso para su libre emigración a África.

*El de Alcaide de los Donceles fue un cargo honorífico y militar de carácter hereditario existente en la Corona de Castilla desde mediados del siglo XIV hasta finales del XVII. Era el jefe de los donceles, que formaban el cuerpo de caballería ligera Contino de Donceles de la Real Casa cuyos integrantes eran jóvenes nobles criados como pajes en la casa del rey.

Así se sucedieron los años con bautismos forzados e incumplimiento de los pactos, hasta finales de 1525, fecha en la que se ordenó en el Reino de Aragón la obligatoriedad de conversión al cristianismo de los mudéjares o su expulsión.

El reparto de la población morisca en los territorios peninsulares fue muy desigual. La mayor concentración estuvo en el reino de Granada, en donde los moriscos constituyeron más de la mitad de la población y en algunas zonas, como en las Alpujarras, la totalidad. Allí se conservaron la cultura, y en algunas zonas, la religión musulmana, utilizando los moriscos granadinos el árabe para hablar y también en los escritos.

El segundo núcleo en importancia fue el del Reino de Valencia, donde los moriscos representaban un tercio de su población. La mayor parte trabajaban el campo, viviendo bastante aislados de la población cristiana, lo que les permitió conservar sus costumbres, su religión y también su lengua como en Granada.

En Aragón, los moriscos suponían un quinto de su población. Entre ellos, el árabe estaba en decadencia y la mayoría hablaban una variedad del castellano conocida como aljamía, que escribían con el alfabeto y manera árabe.

Los menos, fueron los moriscos de Castilla, alrededor de 20.000, sin inquietudes culturales, dispersos en pequeñas morerías urbanas, que convivían pacíficamente con los cristianos.

Los moriscos y los cristianos viejos convivieron durante las tres décadas siguientes según las bases fijadas en diciembre de 1525, a pesar de que lo acordado entonces no siempre fue respetado.

Lo que se pretendió fue acabar con los elementos peculiares que diferenciaban a los moriscos de los cristianos viejos, siendo el equilibrio después de 1526, precario, pues los moriscos no estaban dispuestos a renunciar a sus costumbres profundas, ni los cristianos viejos a tolerarlas. Si sólo se hubiera tratado de las prácticas religiosas, la tensión social no habría llegado demasiado lejos, pero las vestimentas, el lenguaje y, sobre todo, la comida, fueron los que provocaron los grandes desajustes imposibles de entreverar.

El obstáculo quizá más importante a la conversión verdadera fue la doctrina islámica de la taqiyya –acto de disimular las creencias religiosas propias cuando uno teme por su vida, por las vidas de sus familiares o por la preservación de la fe-, que autorizaba a cumplir con las normas externas cristianas sin traicionar su fe musulmana. Así lo determinó una fetua dictada por un muftí de Orán en 1504 que tuvo una amplia difusión entre los moriscos; por ejemplo, después del bautismo de un niño morisco, las familias en cuanto llegaban a la casa lo lavaban para eliminar el crisma –aceite y bálsamo mezclados consagrado los Jueves Santos, con que se unge a los que se bautizan, confirman u ordenan-, realizando a continuación su ceremonia musulmana.

También dificultó la conversión real al cristianismo, la oposición a la catequización y a la actuación de la Inquisición de los señores cristianos viejos, jefes de moriscos valencianos y aragoneses, y sobre todo a las confiscaciones de la Inquisición de los bienes de los moriscos encausados, en detrimento del derecho de sus señores.

Los moriscos mantenían una gran actividad económica, basada en Granada en el comercio de la seda con Italia. La seda se convirtió en prácticamente el único cultivo de carácter industrial de las Alpujarras. Este comercio de la seda fue muy importante para la Corona por los cuantiosos y necesarios ingresos por impuestos que le proporcionaba.

La situación económica positiva de los moriscos granadinos despertó el recelo de los cristianos de la región. Era inadmisible que unos recién convertidos al cristianismo y que seguían practicando su antigua religión a escondidas, tuvieran una economía más boyante que la suya.

A este recelo por causas económicas, se sumaban las amenazas de los piratas berberiscos y la turca. A mediados del siglo XVI estuvo claro que la política de absorción de la minoría morisca había fracasado. Esto, unido a las acciones del Imperio Otomano en el Mediterráneo Occidental, que en 1554 se habían apoderado del Peñón de Vélez de  la Gomera y en 1555 de Bugía -Argelia, situada en la Cabilia-, pedían con urgencia una solución al problema morisco, ya que en cualquier momento los turcos y los berberiscos, podían recurrir a ellos para recuperar su Al Andalus, poniendo en peligro  la estabilidad de la Monarquía española.

A la preocupación de la corte española por la amenaza morisca-turca, se sumó el auge del bandolerismo morisco de los monfíes en Granada y de la piratería berberisca, que informada y apoyada por los moriscos para sus incursiones en las zonas costeras, llegaron a ser muy importantes como las de 1560 y 1565 que alcanzaron las Alpujarras, o la de 1566, que llegó a los pueblos almerienses de Tabernas y Lucainena de las Torres.

Se tomaron medidas radicales para hacer frente a estas ayudas, prohibiendo la pesca a los moriscos en algunas zonas, ya que eran sospechosos de colaborar con los piratas, decretando en 1563 su desarme total, incautándose de 330 armas de fuego y cerca de 30.000 armas blancas, descubriéndose que los moriscos aragoneses fabricaban armas para los valencianos, y que éstos ocultaron muchas armas antes de que pudieran ser requisadas.​

Los cristianos viejos pidieron la intervención real ante las incursiones berberiscas, creciendo los maltratos a los moriscos y los impuestos, incluso procediendo a la confiscación de sus tierras a los que no pudieran presentar un título legal de propiedad, cosa frecuente en aquellos tiempos, creciendo la tensión entre las dos comunidades hasta lo insoportable, sobre todo para una de ellas, que llegó a mantener contactos con el sultán de Estambul y con el sultán de Marruecos para formar una posible alianza contra Felipe II; los turcos pretendían utilizar a los moriscos españoles como elemento desestabilizador dentro de territorio español, para así poder conquistar territorios como Chipre y Túnez, mientras los españoles empleaban sus fuerzas dentro de su territorio.

A todo ello, se unió una gran crisis en el negocio de la seda -sericicultura-, debido al alto precio por los impuestos cada vez mayores, decayendo la producción y en consecuencia las exacciones a pagar a la Corona, quedando muchas familias en situación de indigencia.

Por iniciativa del arzobispo de Granada Pedro Guerrero, se reunió en 1565 un sínodo provincial de los obispos del reino de Granada, en el que se acordó cambiar la política de persuasión por la de represión. Se reclamó la aplicación de las medidas que habían quedado en suspenso en 1526, lo que significaba la prohibición de todos los elementos distintivos de los moriscos, solicitando a Felipe II que se extremaran las medidas de control.

Esta propuesta fue discutida por una junta de juristas, teólogos y militares en Madrid, que acordó recomendar al rey la aplicación de las prohibiciones acordadas por la junta reunida en Granada en 1526 y que el rey Carlos I había dejado en suspenso a cambio de los 80.000 ducados que le entregaron los moriscos granadinos, que gestionaron este acuerdo al saber que el emperador había suspendido la aplicación de medidas en Aragón, por el pago de 40.000 ducados.

Felipe II dio su aprobación, y la pragmática sanción que contenía las prohibiciones, fue promulgada el 17 de noviembre de 1566 y hecha pública el 1 de enero de 1567, siendo Pedro de Deza, uno de los más firmes defensores de estas medidas en la junta, nombrado por Felipe II presidente de la Real Chancillería de Granada, que fue quien hizo pública la Pragmática y comenzó a hacerla cumplir. La resistencia a la pragmática desencadenó la Rebelión de las Alpujarras de 1568 a 1571.

La Pragmática constaba de once disposiciones:

  1. Prohibir hablar, leer y escribir en arábigo en un plazo de tres años.
  2. Anular los contratos que se hicieran en aquella lengua.
  3. Que los libros escritos en ella, que poseyeron los moriscos, fueran presentados en un plazo de treinta días al presidente de la Chancillería de Granada, y que, una vez examinados, se devolvieran los que no tuvieran inconveniente en poseer personas creyentes para que sus propietarios los poseyeran otros tres años
  4. Que los moriscos se vistieran a la castellana, no haciéndose marlotas, almalafas -ropa típica musulmana- ni calzas, y que sus mujeres fueran con las caras destapadas.
  5. Que en bodas, velaciones y fiestas semejantes siguieran las costumbres cristianas, abriendo ventanas y puertas, sin hacer zambras ni leilas -bailes musulmanes-, con instrumentos y cantares moriscos, aunque éstos no fueran contrarios al cristianismo.
  6. Que no celebraran el viernes.
  7. Que no usasen nombres y sobrenombres moros.
  8. Que las mujeres no se alheñasen -teñirse de rojo con el color de la planta de alheña-.
  9. Que no se bañaran en baños artificiales y que los existentes se destruyeran.
  10. Que se expulsase a los “gacis” -moros del norte de África- y que los moriscos no tuvieran esclavos de este linaje.
  11. Que se revisaran las licencias para poseer esclavos negros.

El propósito del edicto era pues, obligar a los moriscos a que abandonasen sus costumbres islámicas, para de este modo convertirse realmente al cristianismo.

Los moriscos intentaron negociar la suspensión de la Pragmática, como ya lo hicieron en 1526, pero el rey se mostró inflexible.  La voluntad de terminar de una vez con toda una estructura social y su cultura era clara, y no había nada que hacer ante ella, excepto la guerra.

En cuanto se conoció el fracaso de estas gestiones. los moriscos de Granada, comenzaron a convocar a rebelión.

To be continued in part 5.

Música: Diego Ortiz Recercada No 1 sobre el passamezzo antiguo . Música española del renacimiento.