ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LAS PROPINAS.
Parece ser que las propinas tienen su origen en la Inglaterra del siglo XVI, cuando los invitados de nivel socio económico alto, daban dinero a los empleados de sus anfitriones que les habían atendido durante la estancia, haciéndolo naturalmente, por medio de un sirviente propio.
La propina –del latín, propinare, dar de beber-, es una recompensa generalmente económica que se otorga como agradecimiento por un buen servicio y/o por el producto consumido.
La deriva de esta costumbre de la propina, aparentemente inofensiva, a lo largo del tiempo, ha ido fijando las teorías sobre el origen y el sentido primitivo de esta práctica, remitiendo regularmente al mismo punto: el clasicismo. Se comenzó dando pequeñas cantidades de dinero a los siervos y gentes de clase inferior que servían y cobraban salarios de miseria, o también a los que no cobraban nada, como en la época de la esclavitud, para estímulo o agradecimiento por la labor realizada.
Pero también, y sobre todo, las propinas fueron consideradas como un elemento para subrayar o enfatizar la diferencia de estatus, no constituyendo modo de retribución alguna, sino una muestra del vasallaje debido. Precisamente por ello, la cuantía de la propina no dependía de un contrato, sino de la voluntad soberana del amo sobre el criado.
Algo de esto ha llegado hasta nuestros días, aunque realmente la práctica de la propina ha evolucionado de forma diferente, dependiendo de su objeto, y del contexto que envuelve cada situación.
Los ámbitos y las percepciones pueden ser muy diferentes: si haciendo una gestión en una ventanilla, hago el gesto de dar propina, pudiera ser interpretado como un soborno para obtener ventajas; si doy la lata a un camarero con alguna excentricidad que le haga trabajar más de lo debido, y no le diera propina, sería desconsiderado por mí parte; si en mi trabajo en el despacho al acabar el día, el jefe al despedirme hasta el día siguiente me diera seriamente 3 euros, sería muy extraño, y podría considerarlo bien o como una muestra de su satisfacción por mi trabajo bien hecho y sentirme halagado, o realmente pensar que se trata de una excentricidad, o de una falta de consideración, con la consiguiente humillación inferida…; si en el curso del día, en el trabajo, llamo a un bar próximo para que nos traigan cafés y croissants y no le doy una propina a la persona que nos los trae, pudiera ser interpretado como de cutrez manifiesta, impulsando el retraso del servicio en el siguiente pedido.
Pero siendo todos profesionales de alguna cosa, no debería ser extraño el mismo tratamiento para cada cual por un buen trabajo ¿Por qué no se da propina al conductor del autobús, y sí al que nos corta el pelo, y no al que me vende unos pantalones, y no al de la taquilla de un cine, y sí al taxista…? La respuesta probable sería que, por costumbre, aunque no me parezca plausible.
La costumbre apunta a que en los ámbitos y situaciones en donde se practica la propina, pervive el sentido de que sólo es dada al personal que llamamos de servicio, cuya denominación lo dice todo, y que, además en realidad, lo que estamos haciendo es mejorar el salario del trabajador con una adenda monetaria que debería pagar su empresario/contratador. De hecho, en algunos sectores se contrata a personas de este modo: te pago tanto, más propinas. Por tanto, desde la perspectiva del propietario, pudiera permitir que se pagara menos a su personal y, por lo tanto, pudiera ofrecer mejores precios a sus clientes, precio menor irreal, ya que crecería con la propina.
Esto pudiera llegar a constituir un chantaje para el cliente y una injusticia para el trabajador. Chantaje, porque si el usuario del servicio es opuesto a la práctica de las propinas, al no darlas, está privando al trabajador de una parte de su salario, es decir, si la da mal porque va contra su criterio, y si no la da, también mal, aunque en este caso para el que sirve. E injusticia, porque puede obligar al que sirve a una sobreactuación amable para el logro de una buena propina, acción que en sí misma es humillante.
También se pudiera producir gran desigualdad entre las diferentes posiciones de los trabajadores. En un restaurante, los cocineros, los que limpian las vajillas y los que preparan los platos obtienen menor salario -por ausencia de propina- que los que atienden las mesas. Por ello se ha convertido en norma casi universal que las propinas se repartan entre todos ellos al final de un período concreto, existiendo en los bares y casas de comidas populares, recipientes a la vista de todos, donde se van vertiendo las propinas, aunque quizá, las que provengan de los obscenos exhibicionistas de la pasta -en lugares de mayor copete-, alguno la despiste: la carne es débil que lo dijo el señor en Getsemaní.
Pagar más, a pesar de que no estamos obligados a hacerlo, parece ir en contra de nuestro propio interés, pero es claro, que cuanto más extrovertidos son los rasgos de personalidad de las personas en un país o cultura, mayor es la cantidad de proveedores de servicios a los que se le dan propinas y en cantidad más generosa.
La práctica de la propina se ha extendido a casi todo el mundo, aunque cualquiera que haya viajado, conoce las costumbres que rodean a las propinas: cuándo darlas, cuánto, a quién y porqué, lo que difiere de un lugar a otro.
La evolución de esta costumbre ha sido muy diferente en cada país: en Estados Unidos, es costumbre dar entre un 15% y 25% en servicios de hostelería, y si no se hace, puede salir el camarero a abroncarte. En países iberoamericanos, 10%, en los países nórdicos entre 5% y 10%, y en Japón es tan poco común que es casi tabú. Hay países donde la propina está incluida en la factura y otros donde están prohibidas por ley.
Antes de viajar es recomendable informarse al respecto, para evitar situaciones embarazosas, aunque pudiera haber una propina común en cualquier parte del mundo para ciertas situaciones; estamos en una terraza apaciblemente, charlando con amigos, y repentinamente aparecen dos, generalmente gordetes, uno con guitarra o bongos, y otro que dice que canta, ambos insoportables. Se les pregunta cuanto esperan recaudar por su actuación y se les da esa cantidad, pero para que desaparezcan de forma inmediata. Aunque realmente la acción pueda considerarse más que una propina, un acto de solidaridad con viandantes y compañeros de terraza: no es una propina, es sencillamente la compra del logro de un rato de tranquilidad.
En los tiempos en que se pagaba en metálico -aún se hace-, las propinas navegaban entre el cutre que miraba la propina -o alguno de los que le acompañaban- pareciéndole siempre excesiva, incluso reduciéndola con un toque descuidado al colocarse el último en el desfile de despedida del lugar, y aquellos personajes que a la mínima, sacaban enormes fajos de billetes que normalmente llevaban en el bolsillo de atrás del pantalón, sujetos con un clip o con una goma, se humedecían los dedos con saliva de la lengua sacada, y contaban ostentosamente los billetes para pagar la cuenta, dando propinas escalofriantes que ponían de manifiesto su poderío.
Como cosa negativa para el Estado y para el conjunto de los clientes, es que la propina en metálico es/era una fuente de fraude fiscal, al no ser declarada, produciendo inflación por la subida real de los precios de los servicios, rompiendo además -quizá o casi seguro-, el equilibrio de la igualdad en el servicio entre los que dan pequeñas y grandes propinas. Cuando alguien da propinas sospechosamente generosas ¿A partir de qué cantidad pudieran convertirse en un intento de dominio tipo señor/servidor?
Ahora han llegado las tarjetas de crédito, el pago con el teléfono y con el reloj, y con ello la propina va desapareciendo, y también en consecuencia, los amantes de mostrar los fajos de billetes enrollados con gomas o cogidos con clips de gran tamaño -en los pequeños caben pocos-, exhibicionistas de la pasta, que con la tecnología se quedan sin el espectáculo, perdiendo por otra parte sus sobresueldos las personas con empleos precarios, mal pagados, que dependen de las propinas para subsistir, lo que obligara a subir los salarios a los empresarios, aunque como cosa positiva, es que se avanza en el recorrido hacia la igualdad entre servidores y servidos, y desde luego sale ganando la Hacienda pública, porque todo lo que se paga con medios tecnológicos, hasta las propinas, queda registrado, se controla y tributa por ello. Por todo ello, parece que nos iremos desentendiendo de las propinas, teniendo los empresarios que subir el salario de sus trabajadores y así, muy pronto, las únicas propinas que quedarán, serán las de los bises en los conciertos.
Música: Maria Daines. The Other Side [Relaxing Blues Music 2021.
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Una vez me diste cinco duros, pero lo entendí en idioma paraca, no era por mi trabajo. Era la antesala de un arresto…..vamos, que me cortase el pelo. Jejeje
Un abrazo, deseando estés bien, ando muy liado pero haber si encuentro un rato y nos vemos como quedamos. Salute sire
No conocía el significado de “Bis”. Ahora ya sí. Magnífico como siempre. Gracias.
La propina tiene que ser merecida, desde mi pobre opinión, aunque es recomendable, para sucesivas ocasiones, el trato y la rapidez en el servicio es importante, sobre todo en el barrio que están a tope de clientes. Un abrazo y disfruta de esta Semana Santa.