La vulgaridad como derivada del estatismo o la involución.
Dedicado a mi amigo Jacobo Taboada Valdés.
Hace unos días, un buen amigo, comentando cómo veía la sociedad española en este momento, me decía:
A mí lo que más me puede, es el aliento vulgar que nos rodea; no lo puedo soportar…(sic)
Me pareció la vulgaridad un asunto interesante para la reflexión.
En su Tratado de nobleza (1591), el escritor Fray Juan Benito Guardiola establecía que existían tres tipos de “señales exteriores” que permitían reconocer ese estado social. Algunas de estas señales eran las palabras o las alabanzas, otras las obras o acatamiento, y “la tercera y más principal, y de donde las susodichas tienen origen y principio, es en las insignias que se daban a los buenos y virtuosos, que habían hecho alguna obra heroica, por las cuales venían a ser diferenciados de la gente plebeya y vulgar, y eran estimados por varones gloriosos y excelentes”.
A pesar del reconocimiento intelectual de Fray Benito, no puedo sino estar en desacuerdo total, ya que igualar a plebeyo con vulgar y a noble con la excelencia, no creo que pueda ser nada más que una derivada del pensamiento de hace cinco siglos o del de ahora respecto al de entonces.
En primer lugar, vivimos en una sociedad o grupo social, y en la mayor parte de los casos, tenemos que aguantar a los demás, lo que por otra parte, puede resultar incluso más fácil que a aguantarnos a nosotros mismos.
Si esto fuera así, convendría hacer evolucionar nuestra forma de apreciar la vida, intentando soportar mejor a los que nos gustan menos o no nos gustan, y aprender a soportarnos mejor a nosotros mismos. Si no pudiéramos con lo primero, quizá deberíamos vivir de forma eremítica, aguantando lo imposible en los escasísimos roces con los para nosotros insoportables y ya está, aunque con tanto vulgar no sé si esa posibilidad podría ser asumible. Lo segundo tiene mal arreglo.
¿Son preferidos los vulgares por el Creador y por eso abundan tanto?
En sentido etimológico, vulgar significa relativo al vulgo, al pueblo, lo corriente, lo popular, lo que más abunda. Sin sentido peyorativo alguno.
Cuando algo no tiene ninguna característica especial, ni original, ni novedosa, y sin importancia alguna, se dice que es vulgar, pero aquí ya se introduce el carácter peyorativo a la calificación, posiblemente concepto introducido por esferas elitistas, que ven con cierto desprecio todo lo que es del pueblo, corriente o demasiado sencillo.
El sentido etimológico positivo del término, ha ido entrando en desuso, y cuando se utiliza, se aplica refiriéndose con añoranza y deferencia a algunas tradiciones populares.
El resto de las aplicaciones del término vulgar, se aplica con carácter negativo a la falta de educación, ordinariez, falta de elegancia, de saber estar, de modales, de expresión adecuada (eludir decir que alguien boquea), con pensamiento ignorante, incluyendo todas las funciones que el hombre es capaz de desarrollar con sus sentidos o con los accesorios con que decora su cuerpo, su alma o el ambiente en el que se mueve. Es decir, es considerado siempre por unos, defecto de los otros: odi profanum vulgus.
¿Y puede ser alguien vulgar en unas cosas y no en otras? En principio sí parece posible, aunque es más que probable, que a la larga, se sea vulgar en todo o en nada, por los vicios que pueden ir añadiéndose al ser vulgar incorregible, o sustrayéndose de esa vía vital del que quiere dejar de serlo.
La vulgaridad gusta eludir la pasión por pensar y la tensión que entraña esa dificultad, recorre las mismas vías que su entorno, naturalmente sin criticarlo, adaptándose a sus estilos y gustos y a sus formas de actuar, eligiendo los modales que se lleven, sin personalidad alguna y sin reflexión, eludiendo los posibles riesgos del pensamiento y forma de actuación propios. Puede convertir la mesura en falta de valor o arrojo, la dignidad en soberbia vanidosa, y el respeto en actitud servil, con un alejamiento total de las cuatro virtudes cardinales Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.
La clave de la cuestión es que no hay nadie más vulgar que el que ignora que lo es, porque nunca pondrá medios para remediar el qué puedan mejorar su juicio y su sensibilidad, creyéndose además, a menudo, alguien especial.
La vulgaridad total y duradera, no nace de una ignorancia que pueda corregirse con la educación, sino como se ha dicho anteriormente, de la incapacidad para ser sensible a los efectos de esa educación, aunque los medios sociales de comunicación coadyuven a potenciar esa incapacidad, adulando a los vulgares.
Sic luceat lux vestra ad illuminationem hominum vestigia: Así, deja que tu luz brille para iluminar los pasos de los hombres.
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La vulgaridad quizá es un tema de estética o de perlesía cerebral y no de moral o ética: posiblemente Jack el destripador no fue vulgar y hay buenas gentes que sí lo son, aunque las cosas execrables de la vulgaridad ética pueden ir pegándose a partir de la vulgaridad estética.
Las élites utilizaron y utilizan a vulgares que destacan en algún aspecto artístico popular -hay muchos para elegir entre los que bailan, cantan, torean u otros-, utilizándolos para su divertimento, incluso enriqueciéndolos, llegándose a creer los vulgares que ya forman parte de esas élites, siendo en ese momento expulsados de las mismas, que nunca consentirán, no ya ser iguales, que no lo son ni serán, sino que puedan sentirse iguales.
Los personajes públicos y populares ayudan poco a mejorar la situación: los horteras proliferan y se hacen populares con su mal gusto, y los políticos -generalmente vulgares- y de gran influencia en el vulgo tampoco ayudan a mejorar.
Decía Mr. Walter Boughton Pitkin “los políticos son gente semifracasada en sus particulares negocios y profesiones, de dudosa moral y portentosa vulgaridad” y apuntaba D. Armando Palacio Valdés al hilo, “la oratoria política es el arte de decir vulgaridades con corrección y propiedad”.
¿Crece la vulgaridad en la actualidad?
Siempre ha habido gente vulgar, pero es posible que antaño, esas personas supieran ser ignorantes y fueran más respetuosos con los que lo eran menos que ellos, es decir, sabían ignorar, y los que sabían, sabían saber. Detesto la expresión ¡antes todo era mejor! pero quizá en este caso, sea cierto.
Pero porqué crece lo vulgar en la actualidad? La vulgaridad pudiera ser la consecuencia de la unión de tres fenómenos que se han dado, los dos primeros en las últimas décadas, y uno desde siempre: la búsqueda de la igualdad entre las personas, lógicamente peleada por las clases bajas y permitida por la pasividad de las clases altas, siendo de gran utilidad para las clases políticas que hacen bandera de la desigualdad para que se corrija, pero sin llegarle a ellos naturalmente. A ello se une la búsqueda de la liberación y de las libertades a toda costa, azuzada generalmente por la clase política reaccionaria. A estas dos, se suma la incultura secular, celebrada, o al menos mostrada sin rubor por el personal, incultura que está instalada en la sociedad desde siempre.
Los dos primeros conceptos pudieran ser positivos y el tercero es negativo, pero sin preocupar a casi nadie, colocando en la línea de salida de la vulgaridad a grandes cantidades de personas que antes sabían ser ignorantes y ahora son vulgares, unos sin saberlo, por lo que seguirán siéndolo y agudizando su estatus, y otros –escasos– dotados de cierta inteligencia, que intentarán evolucionar desde esa línea de salida, buscando la mejoría y evolución para ellos, y si no, para sus descendientes, llegando alguna vez a la meta de la ejemplaridad y la excelencia.
La vulgaridad se extiende más cada día, cazando ahora a las clases intelectualmente medias, al creerse que poseen muchos conocimientos por la gran cantidad de información que les llega, información que mediatiza y dirige su conocimiento, pero evita que se filosofe y se piense, haciéndoles creer que saben algo, pero sin asimilar nada. Eso es vulgar.
El espectáculo de la vulgaridad ha dado lugar a una sensación de molicie mental en la autodenominada intelectualidad, que de vez en cuando decide reunirse alrededor de la izquierda política como en Roma los reunía el cónsul de turno ¡en la celebración de su Triunfo!
Si la vulgaridad fuera acompañada de inteligencia, intentaría la evolución, buscando la excelencia y el abandono de la misma. En caso contrario, la persona dotada de intensa estulticia, sabiéndose vulgar e incapaz de evolucionar, buscará con tenacidad la justificación del derecho a ser vulgar y lo defenderá a ultranza, tratando de imponer su vulgaridad donde pueda, proponiendo el estatismo o en algunos casos peores la involución.
La involución es la detención y retroceso de una evolución en diferentes ámbitos y aspectos como el biológico, cultural, intelectual, político, económico, el estatismo es la inmovilidad y la evolución es el conjunto de transformaciones continuas que van experimentando los seres humanos y la naturaleza en ámbitos similares.
Podemos decir por tanto que la evolución es un cambio hacia delante, lo que podría suponer mejoras, mientras que la involución es deshacer lo andado, es decir, retroceder y el estatismo, ni hacia delante ni hacia atrás.
¡Quién a los 20 años no es revolucionario, es que no tiene corazón! y ¡Quién a los 40 continúa siéndolo, es que no tiene cabeza!
La época de la vida en la que un ser humano puede querer cambiar las cosas, empeñándose con toda su fuerza vital, o incluso desear y hacer la revolución para conseguir esos cambios, suele ser durante la juventud –¡si no es en la juventud cuándo va a ser!–, a excepción de los que sin ser ya jóvenes, siguen conduciendo esos ímpetus juveniles desde una posición de modus vivendi y desde el backstage, haciendo que siguen siendo revolucionarios para que les crean, pero naturalmente sin creer ya en la revolución. Puede existir otra figura en la madurez al hilo del asunto, que es la de los que continúan con el mismo piñón fijo intelectual desde la adolescencia, por su incapacidad intelectiva para evolucionar, y otra aún más grave que es la del sujeto involutivo desde siempre, es decir el que hace el camino al revés: cuando es joven hace lo que los maduros habitualmente y cuando es maduro, lo que los jóvenes.
Los jóvenes revolucionarios, pueden ser incluso un alivio, por que pueden poner de manifiesto su vitalidad -si no estarían muertos-, pero los que ya no tienen edad de serlo y llevan las arrugas de la envidia y del odio -la mayor parte de las veces sin maquillar-, son los que intentan permanentemente hacer sentir mal a sus conciudadanos, llevando a los corazones de los demás, con violencia –al menos intelectual–, conceptos como la desigualdad, la falta de solidaridad, la injusticia social y otros del mismo calado, sin darse cuenta, que el abismo que van abriendo esos conceptos lo provocan ellos mismos, por su falta de esfuerzo, de valores y de compromiso con la sociedad. Cuando dos cosas que fueron de parecido nivel antaño, se desigualan, es porqué una crece más deprisa que la otra, o porqué la otra crece más despacio que la primera, o porqué alguna crece al revés.
Con la madurez emocional –casi siempre ligada a la edad– va llegando la calma, quizás el bienestar, la familia, la necesidad por el análisis de las cosas y su estudio, que pueden ayudarnos a mejorar, el placer por la cultura, alejándonos normalmente de los blancos y negros y acercándonos a los grises. Las personas maduras suelen tener un pensamiento y una conducta sobre las cosas, sobre sí mismos y sobre el entorno, que generalmente está exento de actitudes agresivas, no deseando la revolución violenta, ni los grandes cambios traumáticos -aunque naturalmente se deseen mejoras para todos–, a excepción de los que yéndoles mal en la vida, quizá por falta de sacrificio, creen que esa revolución puede darles lo que tienen a los que envidian, sin pensar en el esfuerzo realizado por los mismos, y el coste para llegar a su posición, a los que continúan con el piñón fijo de la revolución desde la adolescencia, aunque les vaya bien o muy bien, o también a los involutivos.
Y aunque hoy es difícil tener una opinión auténtica y personal, porque las que tenemos, son las que quieren que tengamos los que nos proporcionan la información, llegamos a una etapa de la vida –mayores– en la que vamos entrando habitualmente en los puertos del conservadurismo, deseando la tranquilidad, la placidez y la serenidad de pensamiento. Hay casos, en que los caminos de algunos no entran en esos puertos, y se ven personas muy maduras de edad, en posiciones permanentes de involución con el correspondiente griterío intelectual y físico.
Existen ejemplos claros de personajes públicos, no evolutivos, sino estáticos o involutivos; un ejemplo claro de estatismo es Cristina Almeida
Hoy con más de ochenta años, con padre periodista que ejerció de corresponsal de guerra con el Ejército Nacional desde la entrada de Yagüe en Badajoz, educada en las monjas, abogada compañera y amiga de Carmena desde la facultad –fue la jueza que te casó–, afiliada con Carmena al partido comunista en 1964 –tenías entonces veinte años y eso hicieron muchos jóvenes de la época con padres de derechas–, y con despacho desde el año 66, defendiendo los derechos de los trabajadores y de los presos políticos durante el franquismo. La mujer de las lealtades –por Manuela Carmena me tumbaría en una parrilla como San Lorenzo–. Después, durante la democracia, como se había acabado el franquismo –qué pena, era muy guay–, te dedicaste al feminismo –también fue guay–, así llegaste a una concejalía del Ayuntamiento de Madrid en 1979, enviando a los colegios públicos de tu distrito EL libro rojo del cole. Después –tan revolucionaria eras–, que fuiste expulsada por Carrillo del PCE. Participaste en la fundación en 1986 de IU, siendo elegida diputada en 1989 y 1996, formando el Partido Democrático Nueva Izquierda en 1996 –integrado en IU–, debiendo dejar la coalición por enfrentamientos con Julio Anguita, pasando al grupo mixto. No terminaste la legislatura para formar parte de la lista a la Presidencia de la Comunidad de Madrid por la coalición PSOE-Progresistas, siendo elegida diputada en 1999 y senadora por designación autonómica hasta 2003. Durante todos estos años, estuviste sin cotizar, por culpa de la Administración, claro.
En 1995 constituiste un despacho de abogados con Ana Clara Belió y todos estos años has seguido siendo socia del muy fructífero negocio, cotizando lo mínimo como autónoma, que la pensión ya me la pagarán. En 2011 pusiste una demanda contra el Congreso para reclamar tu pensión, porqué aunque no habías cotizado, tenías derecho, y Bono te la concedió sin llegar a mayores, siendo la segunda de mayor cuantía después de la de Pablo Castellanos.
Hoy te veo en televisión alguna vez, y sigues con las mismas arrugas en la voz, el mismo aspecto –parece que te deben y no te pagan– y diciendo las mismas cosas que en los 70, sin que pueda apreciarse evolución intelectual alguna. SIEMPRE LO MISMO, como la Esfinge con Edipo al repetir siempre las mismas dos preguntas. Te han acertado muchas veces tus enigmas –a la esfinge sólo fue necesario resolverle una vez sus enigmas para que se despeñara–. Eres como la Esfinge/Gárgola pero sin compromisos cuando te pillan. ¿Cuándo madurarás?
Este mito es un episodio frecuentemente representado en el arte, por ejemplo, por Jean Auguste Dominique Ingres, Edipo y la esfinge en el Louvre, o por Gustave Moreau en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Otro ejemplo claro, en este caso de involución, es el de Jorge Vestrynge.
Tan niño prodigio que fuiste, con más ya de 75 años y tan virgo, tan francés, tan de Tánger, licenciado en políticas y sociología, doctor con una tesis muy interesante, tan delfín de Alianza Popular con Fraga, con tus gafitas y tu pinta de niño de serrano, siete años secretario general de AP, candidato a la alcaldía de Madrid en el 83 –casi ganaste– y ya con alguna publicación interesante entonces –Madrid mi desafío–. Aunque hay que decirlo, comenzaste tu carrera política en el neofascismo francés siendo muy cercano a la organización neonazi Círculo Español de Amigos de Europa, siendo admirador del falangista José Antonio Girón de Velasco –el León de Fuengirola-, Ministro de Trabajo con Franco. Te enfadaste con D. Manuel y fundaste Renovación Democrática, partido que se integró en el Grupo Mixto y ahí comenzó tu viraje ideológico. Se rumoreó tu entrada en el CDS, pero te afiliaste al PSOE y luego te diste de baja porque no ibas a llegar a ser Felipe. Luego asesor del Partido Comunista de España e IU. Más tarde, el libro Memorias de un maldito, en 1999, de fondo anti sistémico y así continuó tu involución hasta ser desalojado como okupa y denunciado por hacer scratches en la puerta de la casa de la entonces vicepresidenta Soraya. Unido a Pablo Iglesias –compañero de profesorado en la Facultad de Políticas– y a Podemos, cuando un par de charletas y comentarios en clase –pourraient être malhereux– contra la inmigración y alabanzas al partido del Frente Nacional de Marie Le Pen, te dejaron en segundo plano.
¡Eres como Benjamin Button! En involución sobresaliente o matrícula.
¿Cuándo te vas a afiliar al partido de Hades? En su mundo subterráneo, sus infiernos, su Tártaro. Allí tampoco llegarías a ser Hades -hijo de los Titanes Cronos y Rea y hermano de Deméter, Hestia, Zeus y Poseidón-.
A sensu contrario y como ejemplo de evolución política -quizá desmesurada- está el ejemplo de Jiménez los Santos, o en el ámbito del cancaneo la de Belén Esteban, CEO de la Cocina de la Esteban. que evoluciona hacia la cocina de diseño con cocretas, almondigas, gazpacho y zumos de mondarina.
Sería casi imposible enumerar los personajes públicos de nuestro país que son involutivos en los diferentes sectores de la sociedad, de la farándula, la política, la intelectualidad,…ya vulgares o caminando hacia la vulgaridad.
Música: Los secretos. Ojos de gata.
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Buenas tardes , has puesto dos casos públicos mi conocidos.
Espero que estés mejor de salud y sobre todo de animo.
Un abrazo.