LA GRAN ARMADA ESPAÑOLA.

La armada española que partió de Lisboa en agosto de 1588 para desembarcar en Inglaterra, fue llamada peyorativamente La Invencible por los ingleses, por considerar éstos que Felipe II tuvo una actitud muy arrogante y un exceso de confianza no justificado en su seguro éxito. Lo cierto es, que el término fue acuñado por William Cecil, primer barón de Burghley, que buscó realzar la resistencia inglesa frente a una flota mayor -tampoco fue cierto-, y ese adjetivo, empleado con habitualidad por los historiadores, quedó así para siempre; la verdadera denominación española de esa flota fue la Gran y Felicísima Armada.

Haremos un rápido repaso de la situación de las casas reinantes de España, Inglaterra y Portugal por aquel entonces, y los motivos de la guerra hispano-inglesa de 1585-1604.

Enrique VII de Inglaterra, casado con Isabel de York tuvo cinco hijos: Arturo el heredero, Margarita –esposa de Jacobo IV de Escocia y por tanto abuela de María I Estuardo reina de Escocia que fue madre del rey Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia-, Enrique -luego sería VIII de Inglaterra-, María y Catalina.

Enrique VII de Inglaterra.

Arturo, hombre enfermizo, casó con Catalina de Aragón -la hija menor de los Reyes Católicos- pero el matrimonio no llegó a consumarse. A la muerte de Arturo y tras un intento inútil de Enrique VII, ya viudo, de casarse con su nuera, Catalina fue casada con el tercer hijo, Enrique, que ascendió posteriormente al trono inglés con el ordinal VIII; de este matrimonio nació María Tudor Aragón.

Enrique se divorció de Catalina, para lo que tuvo que separarse de la Iglesia Católica, fundando la Iglesia Anglicana, que luego sería protestante, contrayendo segundas nupcias con Ana Bolena, con la que tuvo otra hija, Isabel. A esta segunda mujer Ana, mandó decapitarla, ya que debió considerarlo más sencillo  y soportable que otro divorcio, casándose cuatro  veces más, naciendo de su tercer matrimonio con Juana Seymour, su único hijo varón Eduardo, que le sucedería con el ordinal VI, que reinó entre 1547 y 1553. A la muerte de Eduardo VI, la corona pasó a su hermanastra María I Tudor, prima hermana de Carlos I y segunda mujer y tía de Felipe II de España, que reinó desde 1553 a 1558; reina muy católica, que trató de deshacer lo que su padre había creado en relación con el protestantismo, persiguiendo a los seguidores de este movimiento a sangre  y fuego, siendo conocida con el sobrenombre de Bloody Mary.

Enrique VIII de Inglaterra y Ana Bolena observados por Catalina de Aragón. Marcus Stone. 1870.

A su muerte fue sucedida en el trono por su hermanastra bastarda Isabel I Tudor, la Reina Virgen –aunque eso fuera una paradoja, o por eso-, que reinó  hasta 1603.

Isabel I,  “La reina virgen”.

Isabel I, celosa del poder que in crescendo iban acumulando los Habsburgo -especialmente Carlos I-, comenzó a atosigar a la Corona española desde todos los frentes posibles.

La herencia recibida por Felipe II de la corona de Portugal –por ser hijo de Isabel de Portugal-, el 16 de octubre de 1581 en el castillo de Tomar -anexo al Convento templario de  Cristo-, tras la batalla de Alcántara,  en la que el Duque de Alba derrotó a las fuerzas del otro aspirante Antonio Prior de Crato, apoyado por la Corona inglesa, incitó aún más a Isabel a intentar desgastar al imperio español, poseedor de las Américas, Portugal, España y los Países Bajos,  y como remate, la toma de Amberes por los Tercios españoles, poseyendo además los Habsburgo la corona del Sacro Imperio Romano Germánico en la persona de Maximiliano II de Habsburgo, primo hermano de Felipe II, hijo de su tío Fernando  -nacido en Alcalá de Henares-, primero Rey de Romanos, y después Emperador del Sacro Imperio y rey de Hungría y Bohemia, y archiduque de Austria.

Además de todo lo expuesto, Felipe II  había firmado en 1584 con Francia, representada por el Duque de Guisa, el tratado de Joinville con la Santa Liga de París, para combatir el protestantismo.

Por todo ello, Isabel hizo que su apoyo a los rebeldes holandeses fuera si cabía, más firme  –firmó el Tratado de Nonsuch en 1585, pactando una alianza militar anglo-holandesa contra España- enviando 7000 efectivos a la Unión de Utrecht, con armas y ayuda económica en la medida de sus posibilidades.

En 1585, y llevando ya Isabel 28 años de reinado y como consecuencia de los constantes ataques de los corsarios ingleses a la flota española,  especialmente a los barcos que venían cargados de riquezas de América, y del constante apoyo inglés a las revueltas  de las  Siete Provincias Unidas de la Unión de Utrecht –las siete provincias rebeldes de los Países Bajos españoles ya que las otras diez de la Unión de Arras permanecieron leales inicialmente a la Corona española-  enfrentadas a España en la guerra de los 80 años, se desataron las hostilidades entre Inglaterra y España, dando comienzo la guerra anglo-española en 1585, que duraría 19 años.

A partir de ahí, Isabel I le dio a Sir Francis Drake el mando de una flota, con la misión de atacar los territorios españoles en las Indias, sus rutas comerciales, y los objetivos inopinados que fueran surgiendo y viera factible su consecución, además de aumentar su apoyo con fuerzas y ayuda económica a los rebeldes de las Provincias Unidas de la Unión de Utrecht, intensificando la persecución sangrienta a los católicos en Inglaterra y Escocia.

Drake zarpó al mando de una flota de 21 naves y 2.000 hombres, para  hostigar las costas de España y Portugal, marchando luego a las Indias.  Saqueó Bayona de Galicia y atacó sin éxito a puertos de las islas Canarias, desde donde tomó rumbo a las Indias, después de haber atacado barcos en La Palma, El Hierro e incendiado Santiago en Cabo Verde.

En los primeros días de 1586, llegó a  la isla de La Española, tomando con más de 1.000 hombres Santo Domingo, pidiendo por su liberación un rescate de 25.000 ducados, y tras recibirlos, abandonó la ciudad incendiándola  parcialmente. Lo mismo hizo con Cartagena de Indias a cambio de 107.000 ducados.

Tras declararse en su flota una epidemia de fiebre amarilla, regresó a Portsmouth, no sin antes incendiar varias ciudades que le pillaron de paso.

Mientras  Inglaterra luchaba sólo contra España, los españoles  tuvieron que pelear en muchos frentes, teniendo que mantener el Imperio hispano-portugués, combatiendo simultáneamente contra Francia, Inglaterra, las Provincias Unidas de la Unión de Utrecht y el Islam.

A pesar de tantos frentes, estas constantes acciones inglesas, fueron los motivos básicos que impulsaron a Felipe II  a ordenar la constitución, organización y expedición de una Gran Armada, que con su actuación contra los territorios insulares del reino inglés,  trasladaran los problemas a esas tierras, para que una vez con ellos en casa, dejaran de molestar en los mares a las flotas comerciales, y a las posesiones europeas, peninsulares y de ultramar españolas, que dada su extensión en los cinco continentes, tenía grandes dificultades para defender. Era necesario pasar de una posición pasiva a otra activa/ofensiva..

Al año siguiente de su vuelta del Caribe -1587-, recuperados sus hombres de la fiebre amarilla, Drake volvió a formar una flota constituida por cuatro barcos de la Marina Real inglesa: el Elizabeth Bonaventure, con Drake al mando, el Golden Lyon, capitaneado por William Burroughs, el Rainbow por el capitán Bellingham y el Dreadnought por el capitán Fenner, y veinte barcos más. Los costes de esta expedición fueron financiados por un grupo de comerciantes londinenses, que participarían de los beneficios, en la misma proporción en la que hicieron sus aportaciones, y la reina Isabel, como dueña de las cuatro naves de la Marina Real, recibiría el 50 % de los beneficios.

A la altura de Galicia y tras una gran tormenta fueron informados por dos naves holandesas, que en Cádiz se estaba preparando una gran flota española de guerra, lista para partir primero a Lisboa y luego a Inglaterra.

Comenzaron a navegar hacia el sur, atacando Cádiz, destruyendo gran parte de la flota española allí amarrada, devastando varias fortalezas del Algarve portugués, bordeando Lisboa para poner en serios aprietos a la flota de Álvaro de Bazán, que estaba en Lisboa,  y que el marqués de Santa Cruz pudo rechazar, capturando varios barcos de la flota de Indias cargados de riquezas, entre ellos el San Felipe, con más de 110.000 ducados en oro y especias. Los daños causados por la flota inglesa a la armada española de Cádiz, causaron una demora de más de un año en los planes españoles de invasión de Inglaterra.

Sir Francis Drake.

Al margen de lo expuesto y una vez excomulgada Isabel I por Pío VII en 1570, por protestante y por perseguir a los católicos, siendo además hija bastarda  de Enrique VIII y Ana Bolena, y por tanto sin derechos a la corona inglesa -según la Iglesia-, y habiéndose casado Felipe II con la anterior soberana de Inglaterra María I Tudor -su tía segunda-, el rey español vio una ventana abierta, para además de lograr acabar con las acciones ofensivas inglesas, intentar de paso revindicar sus derechos, y arrebatar el trono de la pérfida albión a Isabel, logrando además de este modo, el cese del asedio de Isabel sobre María I Estuardo, reina de Escocia -con anterioridad reina consorte de Francia por matrimonio con Francisco II de Francia-, por ser católica,  y también porque  era una seria aspirante al trono de Inglaterra, al ser nieta de Margarita Tudor, hermana de Enrique VIII, que al fin terminó con la cabeza cortada,  a instancia de Isabel I y entre sus  lágrimas de pena, el 8 de febrero de 1587, lo cual tensó aún más la situación.

Felipe II.

En 1587, Felipe II tomó la decisión definitiva, y pidió la elaboración de planes para la invasión de Inglaterra, a  D. Álvaro de Bazán, I marqués de Santa Cruz, uno de los grandes vencedores de Lepanto. Los planes fueron presentados y aprobados: la preparación y conducción de la flota le fue encomendada a D. Álvaro de Bazán, aunque el mando efectivo del desembarco y de la operación, se la dio el rey a su sobrino Alejandro Farnesio, III duque de Parma y Gobernador de los Países Bajos, hijo de Octavio Farnesio y  Margarita de Parma -hija ilegítima de Carlos I-, cosa que al marqués le dolió sobremanera, aunque debería haber sabido a esa edad de su vida, que es necesaria la sencillez para el triunfo y el valor para el fracaso, y más en los ambientes políticos y de familia de ese rango.

Alejandro Farnesio, III duque de Parma.

El duque de Parma debería llevar los Tercios españoles desde Dunkerque a  Inglaterra a través de Calais. El rey fue convencido de esta opción, al ser mucho más económico llevar fuerzas a Inglaterra desde Dunkerque que desde España, además de que el más largo transporte, podría estar sujeto a bastantes más incidentes e imprevistos.

La decisión fue pues la constitución de una Gran Armada que partiría de Lisboa y se reuniría en Dunkerque con el duque de Parma. Los tercios españoles serían desembarcados en las costas inglesas, debiendo seguir hasta tomar Londres.

La Gran y Felicísima Armada comenzó a  prepararse: serían un total de 130 barcos, debiendo zarpar de Lisboa en mayo de 1588, rumbo primero a Dunkerque y luego a Inglaterra para derrocar a la reina  Isabel I.

Hubo un error de planeamiento básico: cuando fuera avistada la Gran Armada española desde la costa inglesa, se alertarían todas las fuerzas marítimas y terrestres del reino de Isabel, por lo que el desembarco por sorpresa, que debería ser realizado en barcazas que pudieran llegar a las playas –los navíos no podían hacerlo y por tanto no servían para ese transporte-, no podrían conseguir ese decisivo factor.

Don Álvaro comenzó los preparativos en Lisboa, pero le sorprendió la muerte por tifus en febrero de 1588, siendo nombrado para sustituirle al mando de la flota D. Alonso Pérez de Guzmán y Sotomayor, VII duque de Medina Sidonia, que expuso al rey su desconocimiento de asuntos de la mar, e incluso sus mareos a consecuencia de la navegación,  pero Felipe II insistió, nombrándole Capitán General del Mar Océano, y segundo suyo,  a D. Antonio Martínez de Leyva hijo del virrey de Nápoles y componente del Consejo de Guerra de esa Armada,  naturalmente.

Alonso Pérez de Guzmán El Bueno, VII  duque de Medina Sidonia.

Un día de invierno -es más típico en primavera y otoño-, tuve la oportunidad de observar una galerna del Cantábrico en Santander, durante la noche, y me pude imaginar a los barcos de esa época, pequeños, medios o grandes, de madera, sin ayudas a la navegación, siendo volteados, triturados y descuadernados por las brutales olas y vientos, con un oleaje tal, que las embarcaciones podrían ser elevadas al cielo para luego caer al abismo, sin más consuelo que Dios y algún fanal, propio o ajeno, que en algún sube y baja, se podría conseguir avistar: la historia suele ser un camino lleno de héroes que nunca serán conocidos, siendo cosa rara que esos héroes marinos fueran valientes y mayores, porque los valientes solían morir antes de la edad madura. Al terminar una brutal tempestad, habiendo liberado gran cantidad de adrenalina, los marinos se tornaban y lo siguen  haciendo en general locuaces, contándose una y otra vez sus aventuras llenas de exageraciones, fantasías, y aquello de que los tiempos pasados fueron mejores y más duros: “esto ya no es lo que era”…

El 30 de mayo de 1588 partieron de Lisboa los 130 barcos: grandes galeones portugueses, urcas de construcción inglesa y holandesa, galeras y galeazas mediterráneas, pataches, zabras…es decir una flota muy heterogénea que se constituyó en siete escuadras.

Al poco tiempo de abandonar el puerto de Lisboa -el oficial de la Corona en Portugal-, el viento roló al NW, con marejada en superficie, y más tarde al N, con una tormenta de grandes proporciones. La navegación de bolina –navegar de bolinanavegar de ceñidaceñirbolinear o barloventear,  es la acción de navegar a vela contra la dirección del viento (hacia barlovento)-  era imposible por ser el viento huracanado y  hasta los galeones eran zarandeados como juguetes  en manos de la tempestad.  A los pocos días, la flota desorientada y desperdigada. se encontraba a 70 millas al sur de Lisboa, es decir había retrocedido. La tempestad continuó y tras dos semanas de vientos cambiantes, se encontró a la altura de la Coruña, pero sin víveres ni agua, con algún barco naufragado y todos necesitando reparaciones.

El 19 de junio entraron en el puerto de La Coruña, donde permanecieron hasta el 22 de julio, fecha en la que partieron del puerto gallego 127 buques.

Al partir de La Coruña, la Gran Armada contaba a bordo con los siguientes efectivos: 19.000  soldados, 8.000 marinos, 4.000 galeotes -los condenados a remar-, algo más de 1,5 sacerdotes por barco, algo más de 1 médico cada dos barcos y 2.430 cañones.

La Armada se dividió en escuadras, con el nombre de la región, zona propietaria o reino en donde fueron construidas las naves:

Escuadra de Portugal, al mando del Duque de Medina-Sidonia: la nave capitana era el San Martín, de 1.000 toneladas y 98 cañones.

Escuadra de Vizcaya, al mando del almirante general Juan Martínez de Recalde.

Escuadra de Guipúzcoa, al mando de Miguel de Oquendo.

Escuadra de Castilla, al mando de Diego Flores de Valdés.

Escuadra de Andalucía, al mando de Pedro de Valdés.

Escuadra Levantisca, al mando de Martín de Bertendona, formada por naves de Italia, Venecia y Ragusa (Sicilia).

Escuadra de las urcas y las naves del Mediterráneo,  al mando de Juan López de Medina.

Sin formar Escuadra:

Las galeras de Portugal, al mando de Diego Medrano.

Las galeazas de Nápoles, al mando de Hugo de Moncada.

Escuadrilla de zabras y pataches, al mando de Antonio Hurtado de Mendoza.

Los 127 barcos que constituían la Armada a su salida de La Coruña,  eran de los siguientes tipos:

20 Galeones: barcos de guerra, con dos cubiertas, el casco reforzado y cuatro o cinco palos.

4 Galeras: naves con una sola cubierta, propulsadas con remos, y a veces a vela, con dos o tres mástiles.

4 Galeazas: barcos de guerra grandes, lentos y pesados, a remo. No era una clase de barco adecuado para el océano Atlántico.

35 Naos: barcos con tres, cuatro o cinco palos, mercantes, y de aspecto y distribución similares a los galeones, aunque algo más anchos, con puente de proa y popa.

10 Carabelas: embarcaciones ligeras destinadas al avituallamiento de la flota.

20 Pataches: barcos de diversos tipos empleados como buques auxiliares.

25 Urcas: tipos de barcos de carga utilizados en los  mares del Norte y Báltico, de desplazamiento lento y con casco barrigudo.

9 Zabras y pinazas: embarcaciones destinadas a funciones de remolque y comunicaciones: eran naves largas y ligeras que se desplazaban a remo y vela.

El 25 de julio, Medina Sidonia mandó un patache con  mensaje a Alejandro Farnesio, para comunicarle que ya se dirigía hacia Dunkerque. De nuevo, la mar gruesa, el viento del norte y una gran marejada, impidieron el avance de la flota.

En este nuevo caos marítimo, desaparecieron las 40 naves de la escuadra de Andalucía mandadas por D. Pedro de Valdés. Eran los primeros días de agosto, mejorando el tiempo poco a poco, llegando una semana después el grueso de la Armada, a las islas SORLINGAS, al SW de Inglaterra. Las 40 naves perdidas seguían sin aparecer, aunque dos días después, un patache de los destacados a vanguardia, las avistó cerca de cabo Lizard en Cornualles, y la flota a pesar de lo sufrido, recuperó la moral y la fuerza.

Estaba la flota al SW de Inglaterra, navegando en despliegue de combate en dirección NE, con medidas de vigilancia extremas para evitar sorpresas, pero utilizando fanales para no perder la formación de noche, ya que la sorpresa fue dada por perdida, al observar una cadena de grandes fuegos de leña y brea, que se encendían en puntos altos sucesivos de la costa inglesa, para informar de la presencia de la flota española.

De este modo, fue avistada la bahía de PLYMOUTH, donde la flota inglesa se resguardaba, siendo por tanto muy vulnerable en ese momento y situación. El Consejo de Guerra de la Armada pidió a Medina Sidonia el ataque inmediato, dada la vulnerabilidad inglesa, pero el duque a pesar de la insistencia de todos los componentes del Consejo, se negó, exhibiendo la orden del rey, diciendo que la operación debía ser dirigida por Alejandro Farnesio, haciendo firmar a todos los componentes del Consejo, el acuerdo de desestimación del ataque. Otro gran error de esta Gran Armada: en lo militar -y también en lo civil-. La iniciativa, asumiendo responsabilidades para lo bueno y malo, aunque a veces no se ajuste EXACTAMENTE a la orden inicial  -que constituye básicamente una idea general de la previsión de la maniobra-, es virtud que debe adornar al mando, para poder aprovechar al máximo las vulnerabilidades del contrario y poder protegerse de las propias, proporcionándole ventajas mayores o desventajas menores en el cambiante desarrollo de una operación.

Se volvieron a enviar mensajes a Alejandro Farnesio, que seguía sin ser localizado y por tanto sin contestar, y se dieron órdenes para pasar  de largo Plymouth sin intervenir en modo alguno, continuando hasta entrar en contacto con el duque de Parma.

El 31 de julio con viento del W NW, fue avisado el almirante, de que una escuadra de unos 80 navíos ingleses -el cuerpo principal de la flota inglesa- navegaba a barlovento siguiendo la estela de los españoles. La flota inglesa en conjunto, era superior en número de barcos a la española, con 150, siendo mandada por el lord almirante  Charles HOWARD, primer conde de Nottingham.

Sir Charles Howard, I conde de Nottingham.

Medina Sidonia dio la orden de ponerse en orden batalla, desplegando en el trinquete del San Martín, el estandarte real. De los tres bloques del despliegue de  combate anterior, vanguardia, centro y retaguardia, se pasó  a la formación de combate de media luna.

Se realizaron varias descargas de fuego por ambas partes, buscando los españoles la aproximación para el abordaje –suerte en la  que eran insuperables- pero los ingleses conociendo este extremo, rehuían cualquier acercamiento, hostigando a la Gran Armada  con fuego de largo alcance –superior al de los españoles-, alejándose inmediatamente.

Esa fue la estrategia inglesa: hacer daño por el fuego lejano y rehuir la proximidad que pudiera terminar en abordaje, sabiendo que una permanencia  prolongada en un teatro de operaciones extraño y lejano, podría agotar logísticamente mucho antes la capacidad española  que la inglesa, que tenía su abastecimiento a tiro de piedra, y al mismo tiempo y siempre, intentando buscar  el barlovento a los españoles con sus barcos más pequeños y por tanto, más maniobrables.

Las pequeñas bajas causadas por el fuego y la lentitud de maniobra de  los buques de la Gran Armada, elevó la moral inglesa, desesperando a los españoles, que encontraban a los ingleses siempre a barlovento y rehuyendo el contacto: es decir, aplicando la táctica del desgaste prevista.

A Farnesio le seguían mandado pataches con mensajeros que seguían sin encontrarlo y Medina Sidonia seguía cumpliendo a toda costa las órdenes de S.M. a cientos de kilómetros…, dejando de lado toda posible  iniciativa…

La Gran Armada navegó hacia las costas de Calais y Dunkerque, donde fondeó. El alcalde y la ciudad de Calais, proveyeron de comida y agua a la flota española, poniendo a disposición del almirante español, los cañones de la ciudad, mientras, la flota inglesa recibía refuerzos de Dover -en el SE de Inglaterra- con número de barcos no inferior a 40, mandados por Henry Seymour, y una escuadra de rebeldes holandeses, mandados por Justino de Nassau,  que se estableció en la zona de Dunkerque para cortar la salida española hacia el N.

Por fin encontraron al Duque de Parma en Brujas, no en Dunkerque como era lo acordado, y expresó la necesidad de  aún 15 días más -con gran desesperación de la flota española-, para terminar de preparar los Tercios, que iban a ser trasladados en barcazas desde Dunkerque a las costas inglesas, protegidas por los barcos de la Gran Armada.

A los dos días, la noche del 7 al 8 de agosto, los españoles observaron como 8 brulotes ingleses, aprovechando el viento del W, eran lanzados como barcos incendiarios y con explosivos contra la flota española atracada. Los españoles sin tiempo para levar anclas, picaron los cables de las mismas para intentar quitarse de en medio, pero temiendo ser arrastrados a los bajíos de GRAVELINAS se dispersaron sin orden alguno; aprovechando la circunstancia, los ingleses se lanzaron al ataque, comenzando la que se bautizó como batalla de Gravelinas.

Los combates se sucedieron sin cesar: el mayor alcance de fuego y la mayor velocidad en la maniobra de los buques ingleses chocó con la robustez y fuerza moral en el combate de los españoles. El San Martín de Medina Sidonia, inicialmente solo, y posteriormente auxiliado por 40 buques más, fueron capaces de soportar los embates de más de un centenar de barcos ingleses. Sin vencedor definitivo, y aprovechando que el viento roló favorablemente para los españoles, finalizó la batalla con sólo un barco español hundido y otro apresado en los bajíos de Gravelinas.

La batalla de Gravelinas -la más violenta de la campaña- permitió a los ingleses, impedir el cumplimiento del objetivo español de desembarcar a los Tercios en Inglaterra, aunque   la flota española no hubiera sido realmente derrotada.

Los españoles, con viento desfavorable más tarde, se vieron obligados a salir al mar del Norte, sin agua, alimentos ni municiones, y totalmente desorganizados, aunque no rehuyeron ni en esos momentos, el combate con el inglés.

Después de lo acontecido a la Gran Armada, el trayecto de vuelta a España, se realizó bordeando la costa norte de las islas británicas, que resultaría más “fácil” para los galeones y las naos, y mucho más difícil para el resto de las naves, que estaban diseñadas para mares interiores, como el Mediterráneo.

Llegaron a los puertos españoles 102 barcos de los 127 que partieron de La Coruña, la mayor parte muy dañados, extrayendo la conclusión técnica de que eran más eficaces los barcos rápidos y maniobreros con fuego de largo alcance, que los barcos grandes y lentos en la maniobra.

El fracaso de la Gran Armada, permitió a Inglaterra momentáneamente, continuar sus ataques piratas a los territorios españoles, y a las flotas comerciales, a la vez que continuaron dando apoyo económico y militar a los holandeses contra España.

La Gran Armada  no fue nunca derrotada y jamás rehusó el combate, aunque la historia fue falseada por los ingleses, especialistas en este tipo de libelo, siendo publicitada su historia por Anthony Wingfield en 1589, en un panfleto impreso en el taller de Thomas Woodcok,  A true coppie of a discourse written by a gentleman employed in the late voyage of Spaine and Portingale.

De forma inmediata Isabel I dio la orden de constituir una Contra Armada  -Contraarmada- comandada por Sir Francis Drake sobre la parte naval de la  flota y Sir John Norris sobre las tropas de desembarco, para atacar los puertos donde la flota española  reconstruía sus barcos y se lamía las heridas, tratando de lograr las riquezas posibles en esos ataques.

Tuvieron ciertos problemas para conseguir las tripulaciones y las tropas de desembarco, debido al mal trato que recibieron los que combatieron a la Gran Armada española a su regreso; los ingleses padecieron miles de bajas en contra de lo que dijo su aparato propagandístico y NO fueron ayudados a su regreso, ni aun los enfermos. En palabras del almirante HOWARD al aire y a la reina: es penoso ver como padecen después de haber prestado tal servicio. Valdría más que Su Majestad la Reina hiciera algo por ellos, aún a costa de gastar un dinero y no los dejara llegar a tales extremos. Si estos hombres no son mejor tratados y se les deja morir de hambre y miseria, difícilmente volverán a ayudarnos.

Sin embargo en España, al regresar la flota, habían sido movilizados innumerables recursos en muchos puertos españoles, con alimentos, hospitales, y materiales de reconstrucción de barcos.

En 1589, por fin pudieron poner en marcha la Contra Armada inglesa, partiendo de Plymouth con 150 barcos y 23.000 hombres, recibiendo Drake órdenes de la reina  de atacar los puertos de Santander y San Sebastián en el Cantábrico, puertos en donde se reparaban numerosos buques de la Gran Armada, antes de continuar hacia Lisboa, ciudad que debería ser tomada, nombrando a D. Antonio, Prior de Crato, hijo del infante Luís de Portugal y nieto de Manuel I el Afortunado –casado sucesivamente con las infantas españolas Isabel, María (hijas de los Reyes Católicos) y  Leonor (hija de Juana la Loca)-, rey de Portugal , para sustituir a  Felipe II -que lo era desde 1581, por ser hijo de Isabel de Portugal, hija de Manuel I el Afortunado y María, hija de los Reyes Católicos-, y en caso de no poder quitar la corona a Felipe, destruir la ciudad  y expoliarla.

Antonio, Prior de Crato, autoproclamado rey de Portugal.

A Drake le interesaban básicamente los botines, especialmente el que pudiera lograr en Lisboa, por tanto consideró que San Sebastián y Santander se desviaba mucho de su objetivo, y para disimular, sin ser acusado de incumplimiento de órdenes,  decidió atacar el puerto y la ciudad de La Coruña, pensando que serían presas fáciles y rápidas de conseguir.

Estuvieron atacando La Coruña desde el 4 al 18 de mayo de 1589 con todos los efectivos disponibles, que cuadruplicaban la población de la ciudad. No pudieron tomarla, destacando en el mando de la defensa el marqués de Cerralbo y el capitán Juan Padilla, jugando un papel muy importante en la aportación defensiva del Castillo de San Antón. Al ver la imposibilidad de conquistar la ciudad, intentaron quemarla en sucesivas ocasiones, consiguiéndolo parcialmente en algunos barrios como el de la Pescadería,  profanando por último, antes de retirarse, con disparos las imágenes sagradas, e incendiando  el convento de Santo Domingo como forma de manifestar  su enfado e impotencia.

Estatua de María Pita en la plaza de su nombre en La Coruña.

Puerta del Fuerte de san Antón en La Coruña.

En una de las últimos ataques de los ingleses, rechazados nuevamente, destacó la acción de María Fernández de la Cámara y PitaMaría Pita- que en lucha cuerpo a cuerpo con un alférez abanderado inglés -dicen que hermano del almirante-, le clavó una pica en el pecho, dejándolo colgado de la muralla, sirviendo esta acción de gran ánimo a los defensores y horror a los de Drake, que decidieron retirarse.

La flota inglesa –La Contra Armada o Invencible inglesa- siguió hacia Lisboa donde fracasó también en su intento de provocar un levantamiento del pueblo portugués a favor de don Antonio Prior de Crato, autoproclamado rey de Portugal, en un intento de arrebatar la corona a Felipe II.

Al no existir un mando único de la flota, las diferencias entre Sir Francis Drake y Sir Jhon NorreysNorris para los españoles, uno jefe naval y el otro jefe de la fuerza de desembarco, sobre cómo realizar la operación, se acentuaron: el primero era partidario de atacar Lisboa desde el mar, entrando en el estuario del Tajo, y el segundo, partidario de desembarcar en la fortaleza de Peniche, leal a Antonio de Crato y avanzar por tierra hacia Lisboa. La opinión de Crato, creyendo que Portugal estaba con él,  influyó en la decisión de desembarcar en Peniche. Fue un fracaso con grandes pérdidas inglesas, conducido por Norris, mientras Drake, sin mover un dedo, permanecía expectante a varias millas de la costa lisboeta.

El fracaso de la Contra Armada, que desplegó más de 150 naves de distintos tipos y perdió más de 40 navíos entre hundimientos y capturas durante el desarrollo de sus operaciones, obligó al regreso de la misma, causando grave quebranto financiero al tesoro isabelino,  permitiendo a España reconstruir la flota española del Atlántico, logrando rápidamente la supremacía marítima.

El desastre de la Contra Armada inglesa fue ocultado, con  pérdidas dobles que las de la Gran Armada española, siendo Drake relegado a mandar las defensas de Plymouth, siéndole retirada la licencia para navegar por la reina, hasta 1595…, recuperando el permiso real para morir a manos españolas en un ataque a Panamá en 1596, sirviendo además esta circunstancia, para que no fuera posible llevar inmediatas expediciones inglesas a América del norte, lo que pudo  contribuir a la ruina de Virginia.

La marina española fue triplicada, y a partir de 1590 consiguió transportar tres veces más mercancías entre América y Europa,  que en la mejor década de cualquier otra época anterior.

No obstante, los ingleses, que habían encontrado en la vía corsaria, una fuente de financiación relativamente sencilla, lo siguieron intentando. España aplicó un sistema de escolta y de información a sus buques, que frustraron la mayoría de los ataques corsarios a la Flota de Indias a partir de 1590: las expediciones bucaneras de John Hawkins y  de Martin Frobisher fueron derrotadas en la batalla de Las Flores, en las Azores, siendo capturado el navío  Revenge –el más importante de la flota inglesa-.

Así siguieron algunos años, con acciones ofensivas bucaneras, filibusteras o piratas, gestionadas o realizadas por los ingleses, resueltas siempre a favor de los españoles: Pedro de Zubiaur dispersó  una flota de 40 buques ingleses en 1592, incendiando la capitana y apresando 3 barcos y en 1593, en la batalla de Blaye, derrotó a una pequeña flota inglesa, hundiendo a la capitana y a la segunda.

En 1595, Drake y John Hawkins –pirata, corsario y traficante de esclavos- organizaron una expedición contra los asentamientos españoles en las Indias. Al pasar por Las Palmas de Gran Canaria fueron derrotados y más tarde en diferentes lugares del Caribe, en donde los dos marinos/piratas perdieron la flota y la vida en 1596.

Siguieron las dos Armadas hostigándose permanentemente. Murió Felipe II en 1598 y Felipe III continuó con la guerra; en 1600 se iniciaron conversaciones de paz en Boulogne-sur-Mer sin éxito; en 1603 murió Isabel I y se iniciaron entonces entre Felipe III y Jacobo I de Inglaterra -y VI de Escocia- conversaciones de paz serias, que culminaron en el Tratado de Londres el 28 de agosto de 1604, de resultado ventajoso para los españoles, que continuaron siendo de momento, la primera potencia europea; más tarde, tras la derrota ante Francia en la guerra de los 30 años y el crecimiento de la flota holandesa, España pasó a ser una potencia más en Europa.

The Somerset House Conference, en 1604 pintado en óleo sobre lienzo, mantenida  para negociar el final de la guerra anglo-española. Es un grupo con 11 representantes de los gobiernos de España, Inglaterra  y de los Países Bajos españoles.

En el Tratado de Londres, Jacobo I se comprometía a no intervenir en los asuntos continentales, renunciaba a prestar algún tipo de ayuda a los Países Bajos, abría el canal de la Mancha al transporte marítimo español, prohibía a sus súbditos llevar mercancías de España a Holanda o viceversa, y suspendía las actividades de los piratas en el Atlántico, mientras España renunciaba a nombrar un rey católico para la corona de Inglaterra, garantizando la tolerancia religiosa a los ingleses, comprometiéndose a no contribuir al sostenimiento de la formación del sacerdocio católico irlandés, concediendo facilidades al comercio inglés en las Indias españolas.

La expedición de la Gran y Felicísima Armada en 1588, se encuadra en los primeros años de una guerra entre España e Inglaterra que duró 19 años, comenzando en 1585 y terminando en 1604, y que si bien fue un éxito inglés, al impedir el objetivo español de desembarco en Inglaterra, no fue una derrota para España. A lo largo de la guerra, España obtuvo la mayor parte de los triunfos, hasta llegar a la victoria final, por la que consiguió reforzar su control sobre los mares, obligando a Jacobo I Estuardo, rey de Inglaterra a firmar la paz de Londres con Felipe III en 1604, tratado favorable para los intereses españoles.