Categoría: Escultura

Caravaggio y los viajes low cost. Parte 1.

Ayer hice mi último examen del cuatrimestre, y hoy vuelvo a estar al lado de mi querido blog, tan abandonado como el arte y los museos que tanta vida me han ido dando. Así, y en justa reciprocidad, recuperé en la mente una visita al Prado que hice el pasado otoño con motivo del préstamo y exposición de un Ecce Homo -perdido y encontrado- de Michelangelo Merisi da Caravaggio, para mí uno de los más grandes -sino el más- pintores de la Historia.

Antes de ponerme con el relato de mi visita al Prado, recordé un post escrito sobre una exposición en el Palacio Real de Madrid que contenía una obra del no demasiado prolífico artista que lo utilizo hoy a modo de proemio, que continuará con la visita al Prado y posteriormente, un paseo por la vida del artista y su obra.

El 7 de junio de 2016 fui al Palacio Real, visita gratuita si se iba por la tarde con 2 horas de duración y sin posibilidad de visita guiada, pero como a los jubilados sólo nos costaba cinco  euros, preferí ir a mi aire un martes a las 10,30 de la mañana, y vi la posibilidad al llegar, de poder ver la Exposición con un guía colectivo por cuatro euros adicionales, aunque hubiera pagado a la guía que nos asignaron hasta con la vida, porque nos tocó en suerte una mujer bella, de unos cuarenta, delgada-tipazo, morena con raya en medio y pelo recogido con fiereza en moño trasero, labios fruncidos como lanzando un beso general al tendido, con lo central de ambos labios carnoso, y laterales muy finos,  culta, seria y con un algo acuoso en el fondo de sus ojos grandes  y oscuros que te absorbía…se llamaba Salomé.

Salomé nos señaló que la exposición tenía 72 obras entre pinturas y esculturas del siglo XVII italiano –seicento*–, todas de las Colecciones Reales del Patrimonio Nacional. Aunque la exposición se llamaba de “Caravaggio a Bernini”, solamente había una obra de Caravaggio, Salomé con la cabeza del Bautista y una sola escultura de Bernini, El Cristo crucificado, que estaba  expuesto sin la cruz, sólo el cuerpo.

“De Bolonia a Roma”, “Lujo Real”, “De Roma a Nápoles” y el “Esplendor del Barroco”, eran las cuatro partes en las que se dividía la muestra. Tenían que buscar alguna forma de ordenarla y no era fácil, ya que casi ningún artista participaba con más de una obra. Empezamos con de Bolonia a Roma, y dejamos para el final Lujo Real en los salones Génova, en donde estaba la obra de Caravaggio.

De Bolonia a Roma comenzaba con piezas que reflejaban cómo llegaron a Roma artistas procedentes de Bolonia, como Annibale Carracci, Guido Reni con su Santa Catalina o Giovanni Francesco BarbieriGuercino–, o de otras partes, de Francia Charles Le Brun, o de España, Velázquez. Destacó para mí en este primer bloque la Túnica de José  del sevillano.

La túnica de José. Velázquez.

Annibale Carracci llegó a Roma en 1594, donde aprendió de la escultura antigua y de las pinturas de Rafael Sanzio –Rafael–, un nuevo lenguaje artístico de perfección clásica, intentando reproducir la belleza de las perfecciones y no de lo imperfecto. Creó escuela y tuvo muchos seguidores.

La Asunción de la Virgen. Annibale Carracci.

En la sección de Roma a Nápoles, se apreciaba la influencia de Caravaggio en la pintura de la zona del sur de Italia, gobernada por los españoles durante dos siglos y profusamente representada en nuestro Patrimonio Nacional, ya que muchas obras de esa época fueron traídas a los reyes de España, progenitores de los reyes napolitanos. Destaca José de Ribera, español formado en Italia con sus obras Jacob y el rebaño de Labán y Francisco de Asís en la Zarza, y algunos, que siendo de la escuela de Ribera, fueron de los más destacados artistas del barroco ilusionista, de moda en la Corte española al final de los Austrias. También en esta sección de la escuela napolitana, hay presencia muy notable de la escultura barroca, donde se exhibe El Cristo Crucificado de Bernini, como se apuntaba antes sin cruz. Fue mandado realizar por Felipe IV para El Escorial y es, como todo lo que hizo Bernini, sea escultura –La fuente de los cuatro ríos– en la Piazza Navona de Roma, arquitectura –La plaza de la Basílica de San Pedro– o pintura –retratos­–, todo fantástico.

Jacob y el rebaño de Labán. José de Ribera.

San Francisco de Asís en la zarza. José de Ribera.

Cristo crucificado. Bernini.

Plaza de San Pedro.  

La fuente de los cuatro ríos en Piazza Navona.  Roma.

 

Caravaggio. Retrato de Bernini.

En el Esplendor del Barroco terminaba la exposición con una docena de pinturas de gran tamaño que recorrían todo el siglo XVII con obras tan magníficas como la Conversión de Pablo de Guido Reni, La vocación de San Andrés y San Pedro de Federico Barocci o Los cuatro arcángeles de Massimo Stanzione.

Conversión de Saulo. Guido Reni.

La vocación de San Andrés y San Pedro. Federico Barocci.

Otros pintores destacables en la muestra son: Giovan Francesco Romanelli, Simone Cantarini, Charles Le Brun -protegido de Luis XIV de Francia- o Francesco Albani. Además, los dos escultores más importantes del siglo XVII, el citado Gian Lorenzo Bernini, y Alessandro Algardi están representados con dos de sus obras, que estaban bastante deterioradas, en los jardines del Palacio Real de Aranjuez, y hoy están perfectamente restauradas.

Y llegamos a Lujo Real, habiendo pasado por alto interesantes obras en plata y bronce en la sala 3, provenientes de los camarines de algunos palacios Austrias, pero que a mí no me llamaron demasiado la atención.

En el Lujo Real se encontraba la obra de Caravaggio –la mejor y una de las poquísimas que hay en España– Salomé con la cabeza del Bautista. La pintura se hallaba en magnífico estado de conservación tras su reciente restauración, siendo posible determinar así con claridad, la posición de la espada que empuña y va a ser envainada por el verdugo, que está de espaldas. A las tonalidades pardas que componen el fondo oscuro, decidió añadir el maestro un verde casi negro que ahora resulta visible, sobre todo en la zona de sombras de la izquierda. Se considera una de las mejores obras de la época final de Caravaggio, por el colorido, el contraste de luces característico del tenebrismo, y el realismo de las figuras humanas. Parece ser que la cabeza del bautista en la fuente fue un autorretrato del artista.

El episodio bíblico no es presentado en la obra como drama que está ocurriendo y que debe horrorizarnos, sino como algo dramático que pasó y ahora se presenta con naturalidad. La hija de Herodías presenta la cabeza que reclamó como premio por bailar delante de su padre, el rey Herodes. El pintor utilizó un fuerte claroscuro que realza las figuras humanas en medio de la oscuridad dando a la obra sensación de realidad.

Existe otra Salomé con la cabeza del Bautista en la National Gallery de Londres, realizada para el Gran Maestre de Malta. La que podemos ver en esta Muestra fue la que perteneció a García de Avellaneda y Haro, conde de Castrillo y virrey de Nápoles entre 1653 y 1659, regalada a Felipe IV y traída a España por Velázquez junto a otras 43 obras, colgada en el Alcázar de Madrid, que se salvó junto a otros tesoros artísticos en el incendio del palacio-fortaleza de 1734, ya que aparece catalogada con el número 876, cuando se realizó una lista de las obras no destruidas en el incendio. Después fue al Palacio Real de Madrid, de la hoy calle Bailén, donde permanece desde entonces.

De repente me fijé en la figura que portaba la cabeza del Bautista, miré su cara, sus ojos seductores, su boca fruncida y ¡Dios mío! ¡Era nuestra guía! Busqué a la guía que nos acompañaba, y no estaba. Vi mover los ojos acuosos de la Salomé del cuadro, desde la posición inicial de su cabeza en dirección contraria al Bautista, hacia mí, y comencé a sentirme mareado y poco a poco perdí el sentido.

Me desperté teniendo en frente a una señora de cara bonancible, gruesa, con cabello blanco que me preguntó en francés: vous allez bien? Vous avez besoin d’un médecin? A lo que contesté que me encontraba regular, que no necesitaba médico y le pregunté que si hablaba español o inglés. Me contestó en español, y al decirle que estaba aturdido, sacó del bolso una botellita de agua y me la ofreció. Bebí un trago, le dije que me encontraba mejor y le di las gracias. Êtes vous sûr que tout va bien? Perdón, corrigió la amable señora ¿seguro que está bien ? Sí, sí, le di las gracias y se fue.

Al cabo de unos minutos, me incorporé, miré alrededor y vi que estaba en lo que parecía un museo, por los cuadros expuestos en las paredes y alguna escultura entre ellos. No identificaba donde estaba, pero el lugar me sonaba a conocido. Algunas señales en italiano: Stanza 124, Uscita di strada…Me fijé en la obra que tenía delante y !no me lo podía creer! Estaba ante Judit decapitando a Holofernes de Artemisia Gentileschi, hija de Horacio Gentileschi, seguidor de Caravaggio. A su derecha –seguía sin dar crédito a lo que veía–, Baco –con los ojos acuosos enigmáticos –de campesino, no de un dios– del maestro Caravaggio, del artista violento y revolucionario en la manera de pintar, personificando siempre en todos los aspectos de su aventurada vida, la figura romántica del artista maldito.

De la pintura veneciana aprendió el uso del color cálido y atmosférico y de la lombarda tomó y cultivó más tarde, el fuerte realismo y la predilección por las personas populares y humildes.

Judith decapitando a Holofernes. Artemisa Gentileshi.

Bacco. Caravaggio.

Ante tanto absurdo, busqué la salida a toda prisa, para confirmar que incomprensiblemente, estaba en la puerta de la Galería de los Uffizi de Florencia. Reconocí la Chiasso del Baronceli –conocía Florencia aceptablemente pues había ido varias veces con anterioridad– y la cogí a toda prisa hacia el oeste, buscando para acabar de situarme el puente de los joyeros sobre el río Arno. Torcí a la derecha por la vía Lambertesca rodeando la Piazza D Pesce hasta llegar a la Vía Por Santa María, pudiendo divisar entonces, el puente Vecchio con sus tiendas de joyeros.

Galería de los Uffizi.

Mi primera tentación fue preguntar por un posto di polizia, pero lo pensé mejor y pregunté por una parada de taxis. La parada estaba al lado del Palazzo Pitti, que fue construido por la familia de comerciantes Pitti -para tener uno más grande que los Médicis–, y que en cuanto se arruinaron fue comprado por Eleonora de Toledo mujer de Cosme I de Médici.

Puente Vecchio sobre el río Arno.

Llegué a la parada enseguida -no hay más de 200 ms desde el puente Vecchio- y cogí un taxi, preguntando previamente si podía pagar con VISA, para ir al aeropuerto Amerigo Vespucci o Peretola. Allí encontré pasaje para Madrid en Iberia a las 16,30 y a las 19,00 estaba en la T4.

Pensé en ir a un psiquiatra o a alguien experto en fenómenos paranormales, pero no lo hice, al fin y al cabo la ida a Florencia fue muy barata, y mi filosofía es que las preguntas sin respuesta en la vida, pueden producir de todo, fundamentalmente melancolía.

No obstante, volví tres veces al Palacio Real de Madrid buscando a la guía, pregunté a todos los que hubieran podido conocerla, pero nadie parecía haberla visto jamás.

*Seicento: denominación historiográfica de la dimensión local en Italia del Barroco; movimiento cultural con extensión intelectual, literaria y en todos los géneros del arte

EL SALÓN DEL PRADO.

Lo que hoy se conoce como el Salón del Prado de Madrid fue una vaguada sobre la que corría el arroyo bajo del Abroñigal (también llamado de la Castellana). Esta vaguada fue uno de los prados del común o concejiles de la Villa desde la Edad Media y se componía de dos partes: el prado de San Jerónimo, entre la calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo, y el prado de Atocha, desde esta última hasta la plaza y puerta de Atocha. Es decir, el Salón del Prado es la zona que hoy comprende el Paseo del Prado, desde Cibeles hasta Atocha.

Plaza de Atocha.

Hasta la segunda mitad del siglo XVIII fue zona rural, cuando  el Conde de Aranda –valido de de Carlos III–, encargó a José de Hermosilla construir un paseo, que inicialmente se realizó en el prado de San Jerónimo en 1767, en un extremo la diosa Cibeles, en otro el dios Neptuno , y en el centro Apolo.

Fue una de las reformas más importantes del Rey Alcalde en Madrid, ya que supuso la creación del primer tramo de lo que sería el eje viario más importante de la capital, prolongándose hasta Atocha –después de 1941, glorieta del emperador Carlos V–, como Paseo del Prado y en sentido contrario como Paseo de Recoletos de escasos 500 metros, que debe su nombre a un convento de agustinos recoletos que existía en el trazado, y que llega hasta la plaza de Colón, siendo la alameda o jardín público más antiguo de Madrid.

Carlos III no se conformó con la apertura del Salón,  y quiso que se embelleciera con magníficos edificios neoclásicos –el Museo de Ciencias Naturales (hoy Museo del Prado), el Jardín Botánico con sus cuatro fuentes, el Observatorio Astronómico y la Fuente de la Alcachofa en Atocha–, símbolos de la Ilustración, además de zona para solaz y disfrute de los madrileños.

El Salón del Prado fue el límite oeste del palacio del Buen Retiro, conjunto arquitectónico de grandes dimensiones que el valido Conde Duque de Olivares regaló a su rey Felipe IV, para segunda residencia y recreo, siendo diseñado por el arquitecto Alonso Carbonel, y cuyos escasos vestigios y magníficos jardines, conforman hoy el Parque del Retiro.

Inicialmente, la diosa Cibeles fue la diosa de la Madre Tierra, de la agricultura y de la fertilidad, adorada en Frigia -Anatolia-, desde el neolítico. Equivalente a Gea, también Madre Tierra -diosa primordial-, la que nació por si misma después del Caos y antes de Eros, y que ella sola  engendró a Urano –el cielo- y después se unió con él para engendrar juntos a  los seis titanes (varones) –el menor Cronos– y  las seis titánides (hembras), entre ellas Rea, su equivalente minoica que se unió a Cronos y engendró entre otros a Zeus –al único que no engulló su padre-.

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Diosa Cibeles.

Cibeles fue la personificación de la fértil tierra, diosa de las fortalezas, de las cavernas y montañas, de las murallas –corona amurallada–, de la Naturaleza y de los animales. Su equivalente romana fue Magna Mater –la Gran Madre–, diosa de la vida, de la muerte y de la resurrección. Su consorte, cuyo culto fue introducido más tarde, fue Atis.

Con el establecimiento de los galos en Frigia del este, el culto a Cibeles, la diosa de la Madre Tierra, se extendió entre los habitantes de la región.

Representada habitualmente con vestimentas frigias y una corona con forma de muralla, montando un carro que simboliza la superioridad de la madre Naturaleza, a la que naturalmente se subordinan los poderosos leones que tiran del mismo. Tiene y lleva las llaves que dan acceso a todas las riquezas de la tierra. En alguna representación aparece sentada en un trono custodiado por los leones.

La leyenda, relatada por Ovidio en Las Metamorfosis (X, versículos 570-704), nos cuenta como HIPÓMENES, enamorado de ATLANTA, gran atleta –compañera de Artemisa, diosa de la caza–, intentó seducirla con todos los registros a su alcance: con confianza, con amabilidad, con indulgencia, con cautela, con y sin firmeza…, pero su voluntad se estrelló una y otra vez contra la obcecación de ella. Exigía –era una gran atleta y cazadora– ser ganada en una carrera por quien  quisiera obtener su mano. Ante la imposibilidad de vencer a Atalanta en buena lid, dadas sus cualidades atléticas, Hipómenes aconsejado por su amiga Afrodita –diosa del amor– dejó caer al suelo unas manzanas de oro durante la carrera, que atrajeron la atención de Atalanta, deteniéndose a recogerlas, por lo que perdió la prueba. El mito concluye con la unión de los amantes dentro de un recinto sagrado dedicado a la diosa Cibeles, la cual se enfureció por este hecho y como castigo pidió a Zeus, que le permitiera convertirlos en leones, condenados a tirar de su carro eternamente, deseo que naturalmente Zeus, aceptó.

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Guido Reni. Hipómenes y Atalanta. 1618-1619.  206 x 297 cm. Óleo sobre lienzo.  Museo del Prado. Madrid.

Cibeles fue honrada en todo el mundo antiguo. El centro para su culto estaba en el Monte Dindymon en Pesinunte –Pessinus–, donde cayó el Betilo –piedra sagrada–, cúbico y negro, denominado Kubele  que da origen al nombre de la diosa.

Según el mito frigio, Zeus depositó su semen mientras dormía en el monte Dnídymon, en Frigia, naciendo de ahí una criatura hermafrodita que fue castrada por los dio­ses. Así fue creada la diosa Cibeles. De sus genitales nació un almendro cuyo fruto fue llevado al vientre de la ninfa Nana, que tuvo un hijo al que abandonó nada más nacer. El joven, Atis que así fue llamado el hijo de Cibeles y Nana, fue criado por una cabra y se convirtió en un joven muy hermoso. Cibeles se enamoró de su hijo y cuando se disponía a llevar a cabo los planes para hacerlo suyo, descubrió que Atis planeaba unirse a la ninfa Sagaritis. Cibeles perdió sólo los nervios, pero hizo perder la cabeza a Atis para que se auto castrara como castigo por intentar engañarla.

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Atis.

Hay varias versiones sobre el final de este mito: alguna contempla que Atis murió al castrarse convirtiéndose en un pino, otras que fue enterrado en Pessinus y resucitado por Cibeles y otra que vivió como sacerdote eunuco de la diosa. Todas las versiones contemplan el tema de la muerte y la resurrección.

En 204 a.C. -regulares tiempos para Roma- durante la segunda guerra púnica, los romanos, obedeciendo a una profecía de los libros sibilinos y del Oráculo de Delfos, que apuntaban que Roma sólo podría vencer si adoraba a la «Gran Madre», enviaron misiones a Pessinus con objeto de llevar a Roma la piedra sagrada. La llevaron, e inicialmente se colocó en el templo de La Victoria en el suroeste del Monte Palatino dentro del  Pomoerium, a la espera de la finalización de la construcción de su propio templo que  fue consagrado el 9 de abril de 191 a.C.

El culto a Cibeles en Roma fue continuado hasta el final del período republicano, que terminó con el nombramiento de Octavio Cesar Augusto, hijo/sobrino de Julio Cesar, 27 a.C. como emperador.

Los ciudadanos romanos no podían participar en el sacerdocio y sus rituales, pero sí participaban en el festival de la diosa. La diosa estaba representada por una escultura en el templo y los sacerdotes castrados –galli– llevaban a cabo los servicios religiosos. La auto castración a la que se sometían estos sacerdotes extranjeros en el día de la sangre, era un homenaje a Atis, amado de Cibeles. En las celebraciones, los sacerdotes sacaban a la diosa en procesión, sacrificaban toros (taurobolio) y bebían su sangre y enterraban un pino en honor a Atis. Días después, se clavaban cuchillos en los brazos y rociaban el altar con su sangre en un estado de éxtasis. El último día se celebraba la resurrección de Atis, mientras se paseaba la estatua de la diosa en procesión.

El culto a la diosa fue llevado a Iberia por los romanos tras expulsar a los cartagineses, y se mantuvo hasta el siglo V, cuando los diferentes invasores bárbaros trajeron sus propios dioses, convirtiéndose después al cristianismo.

Durante el reinado de Carlos III en España, que es cuando más se embelleció Madrid, y con el estilo neoclásico imperante, se construyeron entre otras obras, la fuente de Cibeles y la de Neptuno, mirándose entonces las deidades entre ellas, y en medio,  la estatua de Apolo en lo que era el prado de San Jerónimo, parte del Salón del Prado.

Los escultores y arquitectos de la fuente de Cibeles fueron: Francisco Gutiérrez (figura de la diosa y el carro), Roberto Michel (los leones) y el adornista Miguel Ximénez, de acuerdo con el diseño del arquitecto Ventura Rodríguez. La fuente está hecha con mármol toledano de Montesclaros y el resto en piedra de Redueña, localidad madrileña cerca de la sierra de La Cabrera.

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Fue colocada inicialmente en el Salón del Prado mirando a Neptuno en 1782 (se tardó cinco años en su construcción) junto a la finca el Altillo de Buenavista, donde se estaba comenzando a levantar, con el patrocinio de la casa de Alba el palacio de Buenavista, que no terminaría de construirse hasta 1802 y que durante el corto reinado de José Bonaparte se convertiría en Museo de arte, antecedente del Prado.

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Palacio de Buenavista.

A finales del siglo XIX, siendo alcalde de Madrid Alberto Bosch, se produjo una remodelación que dejó la plaza casi como la conocemos hoy. En 1891 se inauguró el edificio del Banco de España, y cuatro años después se ensanchó la plaza y se le dio forma circular para facilitar el tráfico de carruajes.

Fue en 1895, cuando se llevó al centro de la plaza la fuente con la diosa Cibeles, esta vez mirando hacia la Puerta del Sol. Hasta entonces venía llamándose Plaza de Madrid y tras la reforma pasó a denominarse Plaza de Castelar. Fue en los primeros años del siglo XX cuando acabó de definirse la plaza con la construcción del palacio de Linares en 1900 y la del palacio de Comunicaciones (hoy palacio de Cibeles) en 1919, uno de los símbolos de la ciudad de Madrid.

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Debido a que, pese a que la plaza tuvo diferentes nombres, los ciudadanos la llamaron siempre por el nombre de la diosa que se halla en su centro, así que el Ayuntamiento decidió cambiarlo, y desde 1941 su denominación oficial es Plaza de Cibeles.

Está representada con la cabeza coronada de torres con un cetro en la mano y las llaves que dan acceso a las riquezas (aunque  en Madrid dicen que son las llaves de la ciudad), y va montada en un carro tirado por leones -Atalanta e Hipómenes-. En la parte trasera de la diosa están representados los amorcillos, que son unos niños apolos que ayudaban a Cibeles a ocultar a Cronos los llantos de Zeus –Rea le dio a tragar a su marido Cronos todos los hijos que nacían de ambos, siguiendo las órdenes de su marido excepto  el último, Zeus, dándole en esta ocasión una piedra envuelta en trapos–. Los amorcillos fueron añadidos posteriormente a la instalación inicial.

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En la mitología clásica Neptuno –Poseidón griego es el hijo mayor de los dioses  Saturno –Crono– y Ops –Rea–, y hermano de  Júpiter –Zeus– y  Plutón –Hades–, en las mitologías romana y griega respectivamente.

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Neptuno. Taller romano. 135 d.C. 236 cm. Marmol veteado. Museo del Prado.

Neptuno gobernaba y quizá lo siga haciendo, todas las aguas y mares. Todos los habitantes de las aguas le debían obediencia: las sirenas traicioneras, las bellas oceánidas y los oceánides dioses fluviales que son las personificaciones de los ríos a los que se suponía gobernados por ellos–, las incomparables nereidaslas cincuenta hijas de Nereo y de Doris que son consideradas las ninfas del Mediterráneo–, los tritones –dioses mensajeros de las profundidades marinas–, las ninfasdeidades menores femeninas típicamente asociadas a un lugar natural concreto, como puede ser un manantial, un arroyo, o un monte…–, las ondinasdivinidades con forma de mujer que residían en el agua y eran consideradas el espíritu elemental de la misma–, y las náyadesninfas de agua dulce– le debían obediencia y pleitesía, por ser su Dios.

Neptuno eligió los mares como morada, y en las profundidades de los mismos está su reino de castillos dorados. Con su poderoso tridente fabrica las olas, hace brotar fuentes y corrientes marinas, aplaca los mares haciendo que las aguas estén mansas, y cuando se deja llevar por la ira, puede provocar terribles tormentas y tempestades, terremotos y maremotos. Su cólera hizo que en la Odisea, Odiseo no pudiera volver a Ítaca.

Este dios, aparece cabalgando las olas sobre caballos blancos y junto a los mismos, delfines, a los cuales también puede cabalgar, e incluso a veces, puede manifestarse bajo la forma de caballo.

Era el dios que sostenía el planeta en el que vivimos, porqué los mares rodeaban la Tierra y él desde los mares, soportaba el peso de la misma. Neptuno daba forma a las costas  arrancado trozos de montañas para formar bruscos acantilados o pasaba la mano suavemente por las costas para hacer playas y zonas protegidas  en las que los barcos pudieran protegerse o desembarcar.

Neptuno se casó con Anfitrite, una nereida que le dio como hijos a los tritones, monstruos marinos con rostros humanos barbados, cabellos de algas, con manos como caracoles y colas como las de los delfines.

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Nicolás Poussin.Triunfo de Neptuno y Anfitrite. 1634. 114,5 x 146,5 cm.  Óleo sobre lienzo. Philadelphia Museum of Art. Philadelphia. EEUU.

Tuvo otras seis esposas y numerosos hijos, entre los que se pueden destacar: Polifemo  -el más conocido entre los cíclopes-, hijo de Toosa. Pegaso y Crisaor  hijos de Medusa  -una de las tres Gorgonas que al ser muerta por Perseo de un tajo en el cuello fue atacado por las otras dos, pero afortunadamente por la herida del cuello nacieron dos hijos, uno de ellos Pegaso  a cuyo lomo subió Perseo, pudiendo huir . De su última esposa Clito,  nació Atlas.

En Roma, Neptuno sólo fue considerado dios de las nubes y la lluvia hasta el año 399 a. C., cuando se importó el culto a Poseidón –en Roma Neptuno– desde las colonias griegas y se amplió entonces su divinidad a todas las aguas.

La fuente de Neptuno en Madrid,  entra dentro de un conjunto de obras neoclásicas, que en la época de Carlos III, el conde de Aranda encargó al arquitecto Ventura Rodríguez para decorar el Salón del Prado. Fue diseñada en 1777 y su construcción finalizó en 1786. Inicialmente fue situada en el Paseo del Prado donde se cruza con la Carrera de San Jerónimo y mirando hacia La Cibeles.

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El proyecto se inició, usándose de modelo unos bocetos de madera realizados por Miguel Ximénez. Fue realizada al igual que La Cibeles, con mármol blanco de  Montesclaros,  de Toledo. La obra escultórica fue encargada a  Juan Pascual de Mena, comenzando los trabajos en 1782, falleciendo éste dos años después, habiendo solamente terminado la figura de Neptuno.

Las restantes esculturas del monumento fueron continuadas por el discípulo de Mena, José Arias,  y por José Rodríguez, Pablo de la Cerda y José Guerra.

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La fuente se compone  de una gran pileta circular de más de treinta metros de diámetro con dos menores concéntricas, por las que rebosa el agua hacia la inferior, agua  que sale del frente de la carroza, de un tritón situado detrás de la figura del dios, de otros tres tritones de la parte delantera y de dos surtidores verticales que flanquean el conjunto. En el centro está la figura de Neptuno, con una culebra enroscada en la mano derecha y el tridente en la izquierda, sobre un carro en forma de concha, tirada por dos hipocamposcaballos/peces marinos de aspecto singular, con una coraza ósea con anillos terminados en una cresta dorsal; cola larga, prensil y arrollable en espiral, sin aleta caudal; hocico largo y tubular; cabeza que recuerda la de un caballo; una aleta dorsal y dos pectorales junto al cuello con branquias–. Alrededor del carro hay delfines y focas que lanzan agua a una altura considerable. Inicialmente miraba a Cibeles, habiéndose girado su frente en 1898 hacia la Carrera de San Jerónimo.

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La fuente fue trasladada en 1898 al centro de la Plaza de Cánovas del Castillo, lugar donde se encuentra hoy, luciendo su mármol blanco, blanquísimo, ya que se aparca más que se celebra.

Su entorno es espectacular: el Museo del Prado, el Thyssen Bornemisza, el Hotel Ritz, el Palace, la plaza de la Lealtad (Bolsa de Madrid) y el Monumento a los Caídos por España en las inmediaciones de la plaza de la Lealtad que aparece escondido entre árboles y que hasta 1985 se denominó  “Monumento a los Héroes del 2 de Mayo”.

La obra para honrar a los Caidos por España se levantó en 1840 en el mismo sitio donde el general Murat mandó fusilar a bastantes madrileños tras el 2 de mayo de 1808. El escultor fue Isidro González Velázquez y es un obelisco de 5,6 metros de altura con una  base cuadrada en cuya  cara oeste tiene un zócalo que alberga un sarcófago con las cenizas de los madrileños fusilados. Más arriba, el remate superior de la base presenta un medallón en bajorrelieve con las efigies de los capitanes Daoiz y Velarde y sobre la base descansa otro cuerpo de menores dimensiones con cuatro frentes, con estatuas alegóricas a la Constancia, el Valor, la Virtud y el Patriotismo. En la base, figura la inscripción, en letras doradas, “HONOR A TODOS LOS QUE DIERON SU VIDA POR ESPAÑA”, con una llama eterna en su recuerdo.

Desde su instalación, la Fuente de Neptuno ha sufrido serios deterioros que han obligado a diversas restauraciones y rehabilitaciones. En 1842 se restauraron un brazo, tres dedos y las paletas de una rueda. En su traslado, en 1898 se limpió todo el conjunto y se reconstruyeron algunas piezas perdidas. En 1914 se restituyó el tridente robado, pero instalándolo de hierro en vez de bronce como originariamente fue.

Durante la Guerra Civil, igual que con La Cibeles, se construyó una cubierta para protegerla. En 1969 se añadió un segundo pilón y un plato base, y en 1982 se restituyeron dos dedos de cada pie y se restauraron la pierna derecha, los dedos de la mano izquierda, las aspas del carro marino y las patas y orejas de los caballos. En 1995 se restauró de nuevo, estando hoy en estupendo estado.

Durante la Guerra del 36-39, a  Neptuno le colgaron los madrileños  un cartel de su cuello que decía: dadme de comer o quitadme el tenedor.

Fuente de Apolo o de las cuatro Estaciones:

Apolo fue una de las principales deidades de la mitología greco-romana; uno de los doce dioses olímpicos. Era hijo de Zeus y Leto y cuando Hera –mujer de Zeus– descubrió que Leto estaba embarazada y que su marido, Zeus era el padre de la criatura, prohibió a Leto que diera a luz en tierra firme. Leto buscó y encontró con ayuda e intermediación de Zeus, la isla flotante de Ortigia que estaba en constante movimiento navegando por los mares, para para tener a su hijo. Hera también  prohibió a su hija Ilitía que ayudara a Leto -amiga suya- en el parto, y los demás dioses obligaron a Leto a ir a Ortigia sola para tan importante acontecimiento. Zeus como agradecimiento a Ortigia, hizo que la isla se fijara al fondo de los mares con cuatro pilares, y cambió su nombre por Delos, siendo posteriormente consagrada a Apolo. Leto tuvo mellizos, naciendo Artemisa en primer lugar, ayudando a su madre al día siguiente de nacer en el parto de su hermano Apolo. Fueron mellizos, dicigóticos o bivitelinos.

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Apolo del Belvedere -Buena Vista  vaticana-.  Autor desconocido. siglo II. Mármol blanco. 224 cm. Museo Pio Clementino. Ciudad del Vaticano. Roma.

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Paisaje con Apolo  y Mercurio.  Claude  Gelee Lorraine. 1645. 55 x 45 cm. Óleo sobre lienzo.  Galería  de Palazzo Doria  Pamphili. Roma.

Es posible que Apolo, después de Zeus, fuera el dios más poderoso y venerado de todos, temido por los demás dioses -el sólo mató a todos los cíclopes siendo castigado por Zeus ya que éstos eran los que le fabricaban sus poderosos rayos-, y sólo Zeus era capaz de contener su ira. Apolo, hacía que los hombres vieran sus pecados y ayudaba al arrepentimiento dando perdón, dictaba las leyes de la religión y ordenaba la constitución de las ciudades. Fue el dios del oráculo de Delfos y de las musas, de la belleza, de la perfección, de la armonía, del equilibrio y de la razón, y el iniciador de los jóvenes en el mundo de los adultos, siendo el dios de las plagas y enfermedades, pero también el dios de la curación y de la protección contra las fuerzas malignas.

También  fue dios de las artes, la medicina y la poesía, y enemigo de la oscuridad y perseguidor del crimen, siendo utilizado por Carlos III como representación del espíritu ilustrado que deseaba para la decoración del Salón del Prado, señalando a Madrid como ciudad que deseaba fomentar el desarrollo de la cultura y las ciencias.

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Estatua de Apolo  en “Las cuatro estaciones” en el Paseo del Prado de Madrid.

Dentro del conjunto encargado en el siglo XVIII por Carlos III al arquitecto Ventura Rodríguez, además de La Cibeles y Neptuno, y en medio de las dos, se dispuso que se erigiera una estatua en honor de Apolo, dios de las artes, comenzando su construcción en 1780 por Manuel Álvarez  –el Griego– que no terminó la obra por morir en 1797, habiendo acabado el diseño de las figuras que representan las Cuatro Estaciones, mientras que la figura de Apolo la realizó Alfonso Giraldo de Bergaz en 1802, tomando como modelo posiblemente el Belvedere romano. La fuente se instaló en 1803 y sirvió  para conmemorar la boda de Fernando VII –hasta que tuvo uso de razón el deseado, y  luego el felón– con María Antonia de Nápoles.

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Patio de Belvedere en el Vaticano, con Apolo al fondo.

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La figura de Apolo de la fuente delas cuatro estaciones en Madrid.

Esta estatua del dios de la música, está considerada como una de las mejores obras neoclásicas erigidas en España, por la elegancia de sus proporciones y la captación del gesto del dios –dicen que es parecida la cara a la de Carlos III– y su equilibrio. Apolo aparece portando una lira y un carcaj sin flechas en la espalda, acompañado por las esculturas alegóricas de las Cuatro Estaciones, ya que, como dios del Sol, dependen de él, el nacimiento y la sucesión de las estaciones. Esta realizada con piedra de Redueña –Madrid– de baja calidad por lo que debe ser rehabilitada de tanto en cuanto (la última vez entre los años 1991 y 1995).

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No se ve muy bien por estar rodeada de árboles, y en un lateral del Paseo del Prado,  y consta de dos pilones laterales –N/S–, con escalinatas alrededor del conjunto, teniendo en los dos costados –N/S–, seis conchas, tres en cada lado, con la función de recoger el agua, de tamaños crecientes de arriba hacia abajo, llevando en los frontales del pedestal y encima de las conchas dos mascarones que arrojan agua que son las imágenes de Circe y Medusa. A la altura de la cornisa del pedestal, sujetas por estribos decorados, cuatro esculturas representan las estaciones. e intercaladas, cuatro escudos de armas de Madrid. Las figuras de las Cuatro Estaciones están situadas sobre unos estribos que alargan la cornisa adosada al pedestal.

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La Primavera es una mujer con flores que simboliza el nacimiento del año. El Verano es también una mujer con una espiga de trigo en representación de los campos cultivados, y tiene una hoz en la mano que señala la recolección. El Otoño es un hombre joven que lleva una corona de uvas en la cabeza y algunas en su mano. El Invierno está representado por un anciano.

La figura de Apolo, arriba, de cuerpo entero y desnudo, portando una lira en la mano izquierda y un carcaj vacío a la espalda –como dios de las artes, en lugar de las tradicionales flechas y arco–, es grandiosa, teniendo  a sus pies, una serpiente pitón.

El Paseo del Prado de Madrid y sus aledaños hace 3 siglos.

Se adjunta video de como fue el paseo del Prado de Madrid a finales del siglo XVII.

En unos días, podrá verse como se transformó, en lo que hoy son los Paseos del Prado y Recoletos.

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