Categoría: Política

La historia de la Diada catalana. Aproximación al intento fallido de proclamación del Estado Catalán. Parte 1.

Ahora que se acercan las eleccones catalanas, aprovecharé para proseguir -de tanto en cuanto  lo haré para aburrir menos- con el  relato del segundo intento  -han sido cuatro- de proclamación -en esta ocasión fallido– de independencia  e instauración de una república en Cataluña. La primera república catalana que duró 7 días recordemos  que vivió desde el día 16 al 23  de enero de 1641.

Es interesante irlo recordando para hacer frente a las milongas que de tanto en cuanto nos susurran o vocean.

La Guerra de Sucesión española, fue una guerra para lograr la corona española, librada entre la familia natural del último rey español de la Casa de AustriaCarlos II el Hechizado-, los Habsburgo, con su representante el Archiduque Carlos Francisco de Austria a la cabeza, y los nombrados herederos en su testamento por el Austria fallecido, los Borbones franceses, con Felipe de Anjou como representante.Read More

Las reinas vírgenes. Parte 4. Cristina de Suecia. Parte 2.

Tras despedirse de su primo Carlos X Gustavo y de su comitiva, siguió la reina Cristina hasta el puerto de Halmstad -costa SW de Suecia, casi tocando a Dinamarca-, donde embarcó hacia Hamburgo, desde donde posteriormente continuaría hasta Amberes y Bruselas, dominios del Imperio español, donde se pondría bajo la protección del rey Felipe IV.

 

Jacob Ferdinand Voet. La reina Cristina de Suecia.1670-1675. Óleo sobre lienzo. 67,3 x 54,6 cm. Scottish National Gallery. Edimburgo. Escocia.UK.

La intención de Cristina era ir a vivir a Roma, pero no desaprovechaba ocasión alguna para disfrutar de la vida. El 23 de julio llegó a Hamburgo -puerto del norte de Alemania- alojándose en el hogar de un comerciante judío de ascendencia portuguesa, enamorándose de su sobrina, Raquel Teixeira. El comportamiento de la reina, que se había cortado el pelo como un hombre y vestía como tal, causó estupor entre los hamburgueses.

Cristina se sentía feliz y así lo demuestra una carta escrita a su más íntima amiga y antigua amante, Ebba Sparre: paso el tiempo comiendo bien, durmiendo bien, estudiando muy poco, asistiendo a comedias francesas, italianas o españolas y viendo pasar agradablemente los días. No oigo ya sermones y desprecio a los oradores. pues como dice Salomón, es vanidad todo lo que no sea vivir con alegría, comer, beber y cantar.

Continuó su viaje, primero a Amberes y luego a Bruselas, en donde pasó la Navidad de 1654 permaneciendo allí nueve meses, gastando mucho más de lo debido, viéndose obligada a empeñar parte de sus joyas y de la vajilla para pagar las deudas que acumulaba, y poder mantener a su séquito y elevado tren de vida.

Cristina cambió de la fe luterana al catolicismo en la víspera de Navidad de 1654, a los 28 años de edad, comunicándolo de forma privada al entonces Papa Inocencio X -Giovanni Battista Pamphili, tataranieto de Juan Borgia– que recibió con gran alegría la noticia de su conversión, y aunque murió 13 días más tarde, el 7 de enero de 1655, su sucesor, Alejandro VII  -Fabio Chigi, sobrino de Paulo V Borghese-  en abril de 1655, acordó, tras conocer la intención de Cristina de ir a vivir a Roma, hacer público su cambio de fe.

La reina sueca emprendió viaje hacia Roma en otoño de ese mismo año, por itinerario similar al del Camino Español de los Tercios, pactando el momento y el lugar de realizar el cambio público de fe, que se decidió se realizaría en la capilla del castillo de Innsbruck -Austria-, en donde fue recibida por representantes oficiales de la Iglesia Católica el 3 de noviembre de ese año.  Inmediatamente, se comunicó a todas las casas reales europeas, la nueva del cambio de fe de Cristina.

Palacio de Ambras. Innsbruck. Austria.

La noticia fue recibida en Suecia, así como en el resto de reinos protestantes con asombro, pues resultó extraño, que la hija del León del Norte -Gustavo II Adolfo-, el paladín del luteranismo, hubiera abjurado de la fe de su padre.

Cristina continuó el viaje hacia Roma, deteniéndose en Bolonia para visitar la antigua universidad, y en Asís, la cuna de san Francisco, haciendo valiosas donaciones en joyas.

Alejandro VII ordenó, que por cada localidad por la que pasara, fuera saludada con salvas de cañón y con las iglesias tañendo sus campanas, misas, procesiones e incluso representaciones artísticas en su honor.

Alejandro VII -Fabio Chigi -.

El 23 de diciembre de 1655 entró en Roma por la Puerta del Popolo, seguida de un gran cortejo, sobre un magnífico caballo blanco, escoltada por la Guardia Suiza, El Papa, el colegio cardenalicio, la nobleza y una multitud salieron a recibirla. Entró en la Ciudad Eterna con un séquito de no menos de “doscientas personas repartidas en una caravana formada por medio centenar de carruajes y carrozas, con cocineros, músicos, cocheros, lacayos y mozos de caballeriza.” El día de Navidad, recibió la comunión y la confirmación con el nombre de María Cristina Alexandra, de manos de Alejandro VII en la basílica de San Pedro. Naturalmente, una reina conversa era algo muy poco habitual, siendo la circunstancia aprovechada por la Iglesia y por Cristina.

El Papa, puso a su disposición el bello Palacio Farnesio, propiedad del duque de Parma, que lo cedió a la monarca sueca, con magníficas vistas sobre el río Tiber, convirtiéndose la residencia en el centro de la vida cultural de Roma.

                                                 Palacio Farnesio. Roma.

Cristina, se convirtió en una de las mujeres más aclamadas y poderosas de la época, fijando su residencia habitual en Roma. Pronto comenzó a tener problemas económicos, cada vez mayores, debido a sus excesos cada vez más extravagantes, con comportamientos excéntricos, lo que comenzó a provocar tensiones en el Vaticano.

Tuvo que abandonar Roma para volver años después, pero ya no gozaría de los privilegios que tuvo en sus primeros años, y su fe en la religión católica fue cada vez menor. Felipe IV le retiró su protección y el estado español le dio la espalda. Sus problemas económicos iban a más y su salud se resentía.

El papa Alejandro VII llegaría a decir desesperado “Es una mujer nacida bárbara, educada como bárbara y con cabeza llena de bárbaras ideas”. Mientras, Cristina creó en 1656, la Academia Real, donde los intelectuales de Roma y los que iban a visitarla se reunían para hablar sobre filosofía, arte, ciencias e incluso alquimia y astrología.

La presencia de Cristina de Suecia en Roma se convirtió en un continuo quebradero de cabeza para el Papa. Aprovechando una epidemia de peste que amenazaba con llegar a Roma, le sugirieron que se pusiera a salvo marchándose a París, y aunque Cristina no quería abandonar el Palacio Farnesio, finalmente accedió, dejando Roma a bordo de cuatro galeras que puso a su servicio el Pontífice en julio de 1656. Dejaba atrás una ciudad cansada de ella, donde circulaban panfletos diciendo “Llegó a Roma amiga de los españoles, católica, virgen y rica y se va amiga de los franceses, atea, puta y mendiga”.

Camino a París se detuvo en Lyon, en donde Cristina y un reducido séquito que la acompañaba se encontraron con la Marquesa de Ganges -libro del marqués de Sade, por lo que no se sabe cuánto hay de ficción y cuánto de realidad, quien se bañaba casi desnuda. Cristina no pudo reprimirse y corrió tras la marquesa: “la besó en todas partes, en el cuello, en los ojos, la frente, muy amorosamente, y quiso incluso besarle la boca y acostarse con ella, a lo que la dama se opuso”.

De aquel encuentro quedó una apasionada carta de Cristina a la marquesa, donde, entre otras cosas, le decía:

“¡Ah! Si fuera hombre caería rendida a vuestros pies, languideciendo de amor, pasaría así el resto de mis días […] mis noches, contemplando vuestros divinos encantos, ofreciéndoos mi corazón apasionado y fiel.

“Dado que es imposible, conformémonos, marquesa inigualable, con la amistad más pura y firme. […] Confiando en que una agradable metamorfosis cambie mi sexo, quiero veros, adoraros y decíroslo a cada instante. He buscado hasta ahora el placer sin encontrarlo, no he podido nunca sentirlo.

“Si vuestro corazón generoso quiere apiadarse del mío, a mi llegada al otro mundo lo acariciaré con renovada voluptuosidad, lo saborearé en vuestros brazos vencedores”.

En septiembre de ese año hizo su entrada en París, acompañada por una escolta de nada menos que mil quinientos hombres, y una vez más, volvió a escandalizar a todos con su comportamiento durante la misa en su honor en la catedral de Notre Dame, donde su conducta fue absolutamente impropia de una persona de su alcurnia y educación.

Durante su estancia en Francia sorprendió al primer ministro -cardenal Giulio Mazarino– con la propuesta de liderar un ejército para conquistar para Francia el reino de Nápoles, del que era rey Felipe IV de Austria, aprovechando el descontento de los napolitanos por la epidemia de peste. Francia y España eran rivales, y Cristina tenía la esperanza de que el joven monarca Luis XIV le prestara su apoyo para la operación, en la que atacaría los territorios del monarca español, que durante mucho tiempo fue su protector.

A pesar de presentarse el primer día ante la madre del rey francés, Ana de Austria -hermana de Felipe IV de España- mal vestida, con las manos sucias y la peluca en desorden, no tardó en conquistar la corte francesa y convertirse en una gran atracción.  En cuanto al asunto de Nápoles, Luis XIV la prometió un ejército de cuatro mil hombres, además de la financiación necesaria para la expedición, y se puso una fecha para el desembarco, febrero de 1657, pero se piensa que todo fue por no decir no desde un principio, ya que lo que deseaban la reina Ana y Mazarino era desembarazarse de Cristina como fuera, por lo que la animaron a volver a Roma, y desde allí seguir preparando la operación. La epidemia de peste que azotaba Roma en ese momento, la obligó a desviarse a Pesaro, donde el Papa Alejandro VII le dejó su palacio.

Allí pasó   meses sin recibir noticias de Francia, decidiendo regresar a París. Durante su estancia en la ciudad de la luz y antes de saber que Francia ya no iba a apoyar su invasión, descubrió que uno de sus hombres de confianza, el marqués de Monaldesco, la había traicionado, informado a Felipe IV de sus intenciones. Cristina ordenó su ejecución, lo que constituyó una falta de respeto a la autoridad de Luis XIV, ya que sólo el monarca francés tenía la potestad de ordenar una ejecución dentro de su territorio. El rey de Francia, no le perdonaría lo que consideraba como una grave falta a su autoridad, y el asunto de Nápoles dejó de encontrarse en la agenda política francesa.

Al serle llamada la atención sobre su incapacidad de decidir sobre una vida, ella contestó por carta a Mazarino, demostrando su independencia y que ella no estaba dispuesta a subordinarse a nadie, estuviera en Suecia o en Francia: “Nosotros, las gentes del norte, somos un poco salvajes y poco temerosas por naturaleza. Os ruego que me creáis si os digo que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por complaceros, salvo atemorizarme. En lo que se refiere a mi acción contra Monaldesco, os digo que, si no lo hubiera hecho, no me iría esta noche a la cama sin hacerlo, y que no tengo motivo ninguno de arrepentimiento, y en cambio cien mil motivos para estar satisfecha”

Con sensación de fracaso regresó a Roma el 18 de mayo de 1658, advirtiéndose un profundo deterioro en Cristina. No tenía más que treinta y dos años, pero ya aparentaba ser una mujer de mucha más edad. Gracias a su amigo el cardenal Azolino, las relaciones entre la monarca sueca y el Papa Alejandro VII mejoraron, siéndole concedida una renta anual, que el cardenal se encargó de administrar, para evitar que volviera a derrocharla.

En seguida, una nueva esperanza de volver a ocupar el trono sueco anidó en su mente, cuando el 13 de febrero de 1660 falleció su primo y sucesor Carlos X Gustavo, quedando el trono en manos de su hijo de sólo cinco años, Carlos XI de Suecia, aunque el reino estaba gobernado por un Consejo de Regencia. Cristina viajó a Suecia para saber cómo quedaría su situación financiera -sobre todo- y para hacer valer sus derechos al trono, en caso de que el pequeño Carlos XI, de naturaleza enfermiza, muriera.

En 1666 nuevas noticias sobre una enfermedad de Carlos XI, hicieron que nuevamente renaciera su esperanza de recuperar la corona, viajando hasta Hamburgo para esperar allí noticias, anhelando la muerte de su sobrino. Ella cayó enferma, recuperándose en enero de 1667, viajando a Suecia para participar en la sesión de los Estados Generales, para una vez más, defender sus derechos a la corona, pero el Consejo de Estado no le permitió la entrada en Estocolmo, prohibiéndole inmiscuirse en los asuntos de Estado.

Derrotada Cristina, abandonó Suecia en junio de 1667 y no volvería a poner el pie en su tierra. Mientras, en Roma había muerto Alejandro VII, sucediéndole Clemente IX Giulio Rospigliosi-, antiguo amigo de Cristina, quien la recibió con entusiasmo y le concedió una nueva renta para que pudiera mantener su nivel de vida, aunque en un palacio algo menos lujoso que el Palacio Farnesio, el Palacio Riario.

Palacio Riario o de la Cancillería. Alberga la sede del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica.  

Para entonces, los sinsabores sufridos habían causado estragos en el físico de la reina: “sus rasgos se habían endurecido, le colgaban los carrillos de la mandíbula y tenía su nariz aguileña llena de protuberancias y había engordado mucho. Tenía cuarenta y dos años y aparentaba sesenta”.

Clemente IX -Giulio Rospigliosi-.

En 1669 murió Clemente IX, siendo relevado por Clemente XEmilio Bonaventura Altieri- que viviría hasta 1676, con el que Cristina mantuvo una relación ambigua y educada, pero distante. A éste, le sucedió Inocencio XI -Benedetto Giulio Odescalchi-, que no quiso saber nada de Cristina y su extravagante forma de vida. Inocencio XI murió el mismo año que Cristina, 1689.

Inocencio XI -Benedetto Giulio Odescalchi-.

Después de que Carlos XI sufriera una caída del caballo,  ella se apresuró a escribir esta carta al administrador  de sus posesiones en Suecia, reivindicando una vez más sus legítimos derechos “Quiero esperar que no se olvidará que la corona que se posee es el don de una mera gracia  que no fue concedida al rey Carlos Gustavo y a sus descendientes más que por mí y, en caso de que el actual Carlos faltara, Suecia no puede, sin cometer un crimen ante Dios y ante mí, escoger a otro rey ni a otra reina sin que mis derechos hayan sido asegurados”. Pero Carlos XI no moriría de ese accidente hípico, sino ocho años después que Cristina.

A pesar de los malos deseos, desde siempre, de Cristina para el rey Carlos XI de Suecia, en 1672 alcanzó éste la mayoría de edad, e ignorando que Cristina había deseado durante años su muerte para ocupar el trono, decidió solucionar los problemas financieros de Cristina aumentándole su asignación anual. Tomó la reina de nuevo el papel de mecenas cultural, convirtiendo el Palacio Riario en el centro de la vida cultural y artística de Roma.

Carlos XIUlrica Leonor de Dinamarca -hija del rey de Dinamarca Federico III– tuvieron siete hijos, con lo que la sucesión quedaba garantizada y las aspiraciones de Cristina, enterradas. Carlos XI siempre mostró afecto por Cristina, a pesar de todos los malos deseos de ésta, siendo madrina de su primogénito, el futuro Carlos XII.

La última década de su vida estuvo marcada por las dificultades económicas. Sus ingresos se vieron mermados por el estado de guerra en Suecia. Las dificultades económicas y el hecho de haber perdido el favor del Vaticano, así como la pérdida del alto prestigio del que gozó durante los años pasados, repercutieron en su salud, produciéndole melancolía.

Cristina de Suecia murió el 19 de abril de 1689, a los 62 años. La mujer excéntrica, independiente, egoísta, ambiciosa, amante del arte y de la cultura, y tan apasionada, fallecía velada por su leal cardenal Decio Azolino. Se decidió enterrarla con honores de jefe de estado en la Basílica de San Pedro, privilegio reservado a papas y emperadores, en donde se construyó un monumento funerario en su honor.

Monumento funerario en la Basílica de San Pedro.

Música: barroca italiana. Canzona dicimonona detta la Capriola. Girolamo Frescobaldi.

Las reinas vírgenes Parte 3. Cristina de Suecia. Parte 1.

CRISTINA DE SUECIA

Cristina de Suecia nació en Estocolmo un 8 de diciembre de 1626. Hija del rey Gustavo II Adolfo de la Casa de Vasa -creada en 1521- y de María Leonor de Brandeburgo de la dinastía alemana de los Hohenzollern. Su nacimiento produjo gran alegría en su padre, pero no en su madre que pretendía un heredero varón.Read More

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Las reinas vírgenes. Parte 1.

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El Cardenal Infante Borbón mal tratado por el rey; sus hijos con el apellido recuperado. Parte 3.

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El Cardenal Infante Borbón mal tratado por el rey. Parte 2.

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El Cardenal Infante Borbón mal tratado por el rey. Parte 1.

Dedicado a mi querido amigo C.B.A del M., esperando que no le resulte farragoso ni de difícil digestión, aunque a veces no se consiga lo que se pretende.

La manera en la que el Cardenal Infante Fernando de Austria -hermano de Felipe IV- fue tratado por la corte, pleno de honores y parabienes, no tuvo nada que ver con la forma en que se trató al Cardenal Infante Luis Antonio de Borbón y Farnesio -hermano de Carlos III-, con frecuentes vejaciones y dolorosas humillaciones.Read More

EL ARTE AUSTRIACO DEL S. XX: KLIMT y la Sezession. El ANSCHLUSS y paso de Österreich a Ostmark; el expolio alemán.

Que la luz del balcón ilumine tu lado izquierdo, ordenó Gustav a Ádele. Me desnudo, preguntó ella con el visible deseo de hacerlo reflejado en sus ojos bazos?. No, sólo te deseo sin ropa para mí; en este retrato intentaré plasmar tu belleza para que el mundo pueda apreciarla, y me envidie y te adore.

Corría el año 1903 y Ádele había convencido a su marido Ferdinand para que encargara algún cuadro, entre ellos algún retrato, a su adorado Gustav Klimt, al que veneraba además de por su arte, por la relación íntima iniciada tras conocerse hacía unos meses, en una de las frecuentes y célebres fiestas que organizaban los Bloch-Bauer en su magnífica mansión del número 18 de la selectiva Elithabethstrasse vienesa, enfrente de Schillerplatz, a la que asistían intelectuales, artistas y lo más selecto de la sociedad vienesa.

Adèle Bloch-Bauer.

La noche que Gustav fue invitado por primera vez  a la casa de los Bloch-Bauer en otoño de 1902 –tenía Adele 21 años y Klimt 40-, asistían a la velada, un joven de 20 años Stefan Zweig que acababa de publicar su primer libro de poemas Cuerdas de plata –Silberne Saiten-, Richard Strauss, que siendo ya un músico exitoso, acababa de estrenar su segunda ópera con un rotundo fracaso –Feuersnot– en 1901, Gustav Mahler y su mujer Alma, Richard Brahms, el dramaturgo Arthur Schnitzler y el arquitecto Otto Wagner entre otros.

Gustav Klimt con su habitual indumentaria.

Ádele desde niña había vivido junto a su hermana Therese y otros 5 hermanos en un ambiente de gran abundancia económica, gracias a los negocios financieros de su padre Moriz Bauer, casado felizmente con Jeanette. Nació en la primavera de 1881 y en cuanto tuvo 18 años, mujer inconformista y adelantada a su tiempo, buscó abandonar el ambiente conservador del hogar familiar, casándose sin estar enamorada con el industrial azucarero judío –su familia también lo era, claro- Ferdinand Boch 16 años más mayor que ella y ya muy rico, lo que le permitió poner en marcha sin trabas su talante progresista, haciendo frecuentes donaciones a asociaciones obreras dedicando gran parte de su tiempo a luchar por el sufragio femenino, lo que señalaba su carácter combativo, no sintiéndose nunca satisfecha por sus logros, conduciendo su desarrollo vital hacia objetivos que nunca sería capaz de alcanzar, lo que le producía una insatisfacción permanente, convirtiéndola en un alma frágil, angustiada, enfermiza y desdichada, manifestándose altiva  y engreída como escudo para proteger su debilidad, sintiendo además una fascinación incontenible por el arte, no siendo, a pesar de las frecuentes fiestas a las que asistía y organizaba alrededor del arte, una mujer festiva.

Tras la boda, su marido Ferdinand, presentó a la familia Bauer  a su hermano Gustav Bloch, abogado, financiero y hombre de grandes habilidades musicales, que desde el primer momento mostró gran atracción por Therese,  la hermana de Adele siete años mayor que ella, con la que se casó un año después, teniendo 5 hijos –dos niñas y 3 varones-, de los cuales el favorito de  Adele –nunca se le supieron hijos- fue Robert. Así pues, dos  hermanos casados con dos hermanas y los dos matrimonios cambiaron sus apellidos, pasando a llamarse Bloch-Bauer.

Adèle conoció a Gustav Klimt y se enamoró perdidamente de él. Pasaron algún año viéndose furtivamente con mucha ansiedad y pasión. Una de las formas menos llamativas de estar más tiempo junto al artista  sin alarmar  a su entorno, fue convencer a su marido Ferdinand de  que le encargara algunos cuadros, y entre ellos algún  retrato de ella, lo que le permitió pasar mucho tiempo en su estudio junto a él -en realizar La dama dorada (uno de sus retratos) tardó 5 años-, pero dedicando más tiempo al tálamo que al óleo, ya que cada día, con el primer beso, se perdía el primer trazo de carboncillo en el infinito… Así, Ferdinand su marido, pudo permanecer sin hacer preguntas comprometedoras,  que sin duda tampoco hubieran sido incontestables para ella, aunque las potenciales respuestas hubieran podido causarle melancolía a él, ya que la contestación sería obvia, aunque algo difícil de asumir, y sin posible réplica a esa sin duda dolorosa contestación.

Adèle sirvió a Klimt como modelo de mujer nueva, independiente, con criterio propio, luchadora, y al mismo tiempo mujer “fatal”. Aunque Gustav elegía a sus musas para crear con ellas un clima erótico -aunque sin publicidad-, a Adèle nunca llegó a pintarla desnuda ni con sugerencias eróticas, deseando su desnudez sólo para él.

Adèle no tuvo hijos al parecer, ni con Klimt, a pesar del natural creativo del artista  que tuvo más de 18 hijos ilegítimos, con mujeres tanto de la burguesía, como con chicas de la calle que pasaron por su taller, ya que siempre necesitó estar rodeado de mujeres. Durante los 30 años de su vida en que mantuvo una relación con Emile Flöge “de aquella manera”, tuvo 14 hijos con unas y otras.

Emile Flöge y Gustav Klimt.

La eterna compañera del artista fue Emilie Flöge (1874-1952), hermana de la mujer viuda de su hermano Ernest Klimt. La vida de muchos artistas, casi de cualquier época, ha estado siempre rodeada de mujeres: musas, clientes, marchantes, compañeras, y quizá todas amantes. De entre todas las mujeres de Klimt, Emile sobresalió entre las demás por la duración de su relación/amistad, y quizá por el morbo de la falta de conocimiento sobre el contenido de la misma, estando hasta la muerte del pintor a su lado. Durante las relaciones intensas de Klimt con otras mujeres, especialmente con Adèle, permanecía Emilie  apartada de él, volviendo cuando era requerida.

Emilie Flöge fue una dama de la sociedad vienesa que comenzó como costurera, y  llegó a tener junto con su hermana Helene (viuda de Ernest Klimt) una tienda de moda que fue una de las mejores de Viena. Es posible que el conocido cuadro de Klimt, El beso, esté protagonizado por  Gustav y Emilie.

Gustav Klimt. El beso. 1907-1908. Óleo sobre lienzo. 180 x 180 cm. Österreichische Galerie Belvedere. Viena.

Tras algunos años de pasión desenfrenada con Adèle, la relación fue moderándose y siguieron viéndose cada vez con menos frecuencia y pasión hasta 1911, año en que fue galardonado el artista con el primer premio de la Exposición Universal de Roma. El 6 de febrero de 1918 murió en Alsergrund  de “gripe española”,  tras haber pasado amplios  períodos de mala salud. Adéle moriría ocho años después -en 1925-, parece ser que de meningitis.

El exitoso negocio de las hermanas Flöge empezó a ir mal con la llegada del Tercer Reich a Austria. Después de la anexión o Anschluss, en 1938, muchas de las clientas adineradas e importantes habían huido a Suiza, por lo que el negocio tuvo que ser cerrado. Durante algún un tiempo, siguieron trabajando en su piso  de la Ungargasse donde realizaban algún encargo puntual.

Durante los bombardeos aliados en la Viena nazi, su apartamento en la Ungargasse fue destruido. En él se guardaba una gran colección de ropa de Emilie y cuadros que había heredado de Klimt.

Emilie Flöge volvió a Viena después de la guerra. Allí pasó los últimos años de su vida. Murió el 26 de mayo de 1952 a los 77 años de edad.

Gustav Klimt nació en Baumgarten, un 14 de julio de1862 y fue un pintor simbolista, y el representante más notable del modernismo austríaco. Klimt, utilizando el desnudo femenino como una de sus fuentes de inspiración básicas, impregnó  sus obras  de una gran sensualidad, siguiendo la línea de Ingres y Rodin en sus dibujos eróticos.

Klimt fue el segundo de siete hermanos, heredando los tres varones las inclinaciones artísticas de su padre Ernst Klimt, grabador de oro y de su madre Anna Finster aficionada al belcanto. En una familia sin demasiadas posibilidades económicas, Gustave,  con catorce años, consiguió gracias a su talento, una beca para estudiar en la  la Escuela de Artes y Oficios de Viena, donde se formaría hasta los 21 como pintor y decorador de interiores. La educación artística recibida fue clásica, por eso, la primera parte de su obra puede considerarse académica. Junto a su hermano Ernst –también en la Escuela- y Franz Matsch, montaron la “Compañía de artistas”, colaborando como asistentes de su profesor en la decoración del Kunsthistorisches Museum de Viena,  en cuya escalera se pueden admirar 40 pinturas en las pechinas e intercolumnios, que decoran los estrechos espacios de pared que quedan entre los arcos y las columnas, 11 de las cuales son obra de Gustav Klimt, y el resto  son de su hermano Ernst y de Franz Matsch. Klimt. Comenzó su carrera individual pintando interiores de grandes edificios públicos de la Ringstrabe -avenida de circunvalación del centro de Viena-.

Kunsthistorisches  Museum   de Viena.

Con 26 años, Klimt recibió la Orden de Oro al Mérito Artístico de manos del Emperador Francisco José I de Austria por su trabajo en los murales del  Burgteather de Viena -su trabajo y el de la Compañía fue decorar el techo de las dos entradas principales al edificio con enormes pinturas, todas relacionadas de alguna manera con el teatro-, siendo nombrado miembro honorario de las universidades de Munich y Viena, estando a los 30 años, al morir su padre, en condiciones de poder mantener a su familia.

Burgteather de Viena. Los dos hombres del fondo son Gustav y Ernst Klimt en autorretratos.

A principios de la década de 1890, Klimt conoció a Emile Flöge, quien soportó estoicamente durante más de 27 años -hasta su muerte- las constantes aventuras amorosas del artista.

Comenzó en esa época a viajar con la familia Flöge al lago Attersee, donde realizó numerosos paisajes. Estas obras se convirtieron en una excepción para Klimt, dedicado desde siempre a la figura como casi único objetivo de su arte. Los paisajes realizados se caracterizaron por una gran ornamentación y un uso excesivo de motivos compositivos. Los espacios pintados  aparecen  muy aplanados, como si tuviera algún defecto en la visión lejana.

Klimt se convirtió en uno de los miembros fundadores y Presidente de la WIENER SEZESSION,  grupo fundado en 1897. La SEZESSION nació como una alternativa para los artistas no promocionados por la Academia vienesa -Klimt fue promocionado, pero pensó en los que no lo eran-. Su  objetivo principal fue la promoción de artistas jóvenes y la exhibición de obras extranjeras. El grupo fue un colectivo artístico con libertad de estilos: había naturalistas, realistas, simbolistas… Los artistas de la Sezession entronizaron a  Palas Atenea –la diosa griega de la sabiduría y de la justicia- como su símbolo representativo. Klimt perteneció a este colectivo hasta 1908.

Gustav Klimt. Palas Atenea. 1898. Óleo sobre lienzo. 75 x 75 cm. Kunsthistorisches  Museum. Viena.

En 1894, Klimt recibió el encargo de decorar el techo del Aula Magna de la Universidad de Viena. Tardó más de 5 años en acabar las tres obras que propuso –Filosofía, Medicina  y Jurisprudencia–  siendo muy criticado por lo radical y lo egocéntrico de la obra, que además fue considerada pornográfica. Klimt adaptó la forma clásica de la alegoría y su simbolismo convencional, pero con su propia plástica, y un punto sexual provocativo. La universidad decidió no colocar las obras de Klimt, no volviendo el artista a admitir encargos de carácter oficial. Las tres obras fueron destruidas por las SS  durante su retirada de Viena, en mayo de 1945.

Filosofía. Terminada en 1901.

Medicina. Terminada en 1904.

Jurisprudencia. Terminada en 1907.

En 1899, Klimt reafirmó su estilo con la Nuda Veritas -la Verdad desnuda–  que el año anterior había publicado en  la revista de la Sezession “Ver Sacrum” junto a un dibujo alegórico a La envidia, lo que supuso, al llevarlo al lienzo una declaración de principios, desafiando a los críticos de su obra: el desnudo de una mujer, sosteniendo un alegórico “espejo de la verdad”, coronado con una conocida sentencia de Schiller: “Si no puedes agradar a todos con tus méritos y tu arte, agrada a pocos. Agradar a muchos es malo”.

Gustav Klimt. Nuda  Veritas. 1899. Óleo sobre lienzo. 252 x 56, 2 cm.  Osterreichisches Theatermuseum. Viena.

En 1902, Klimt concluyó su trabajo en el Friso de Beethoven a tiempo para la XIV exposición de los secesionistas vieneses, organizada en su homenaje. Destinado a ser expuesto temporalmente, el friso fue pintado directamente sobre la pared con una técnica ligera. Tras la exposición, sin embargo, el friso fue conservado, si bien no volvió a ser expuesto en público hasta 1986.

Gustav Klimt. Fragmento del Friso de Beethoven.1902.

En esa época conoció a Adèle Bloch- Bauer, viajando bastante –quizá para olvidarla- a  Italia, visitando Florencia, Venecia y Rávena, comenzando a partir de su regreso, la que fue considerada como  época de madurez artística del artista.

La “etapa dorada” de Klimt vino determinada por un gran éxito comercial y aceptación de la crítica del estilo del artista. No se llama dorada por la brillantez de lo producido ni por el alto rendimiento en su trabajo, sino básicamente por la utilización del pan de oro en sus obras,  aunque ya lo había usado desde 1898 en Palas Atenea y su primera versión de Judith, de 1901. Tras regresar de su viaje italiano, intervino en la decoración del palacio Stoclet, convirtiéndose el edificio en lo más representativo del art nouveau centroeuropeo. La aportación de Klimt fueron El Cumplimiento y La Expectación, considerando estas obras como  el nivel más avanzado de su carrera artística en el aspecto de la ornamentación.

Sin embargo las obras más importantes de esta etapa fueron el La dama dorada: Retrato de Adèle Bloch-Bauer I (1907) y El beso (1907-1908).

Gustav Klimt. La dama dorada. Retrato de Adèle Bloch-Bauer I. 1907. Óleo sobre lienzo. 138 x 138 cm. Neue gallery. Nueva York.

Gustav Klimt. 1907-1908. Óleo sobre lienzo. 180 x 180 cm. Österreichische Galerie Belvedere. Viena.

Gustav Klimt. Judith II.1909. Óleo sobre lienzo. 178 x 46 cm. Galería Internacional de Arte Moderno. Venecia.

Sus obras de madurez se caracterizan, por dejar a un lado sus inicios académicos y naturalistas, caminando hacia el uso de motivos simbólicos o abstractos que enfatizaran la libertad de espíritu, que le dieron a su obra un carácter ecléctico, utilizando referencias del arte del antiguo Egipto, de la Grecia clásica,  y del arte bizantino. También sintió admiración por artistas tan distintos como los medievales  o los de la escuela RINPA japonesa.

Sus dramáticas composiciones con planos y cortes extraños, puntos de vista imposibles, y a veces escorzos de difícil comprensión, pusieron de manifiesto el carácter innovador de su plástica.

En 1911, Klimt fue galardonado con el primer premio de la Exposición de Roma por la obra  Muerte y vida.

Gustav Klimt. Muerte y vida.. 1916. Óleo sobre lienzo. 178 x 198 cm. Colección particular. Leopold Museum. Viena.

En su taller quedaron gran cantidad de obras sin acabar. Esas y otras, fueron confiscadas por los nazis, que al abandonar Viena en 1945 quemaron el castillo donde éstas permanecían guardadas.

Klimt además de ser uno de los creadores de la Sezession apoyó la Kunsthalle, institución que apoyaba a jóvenes artistas para evitar su éxodo al extranjero, teniendo gran influencia sobre alguno de ellos como Egon Schiele.

Sobrevivió Adèle Bloch-Bauer 7 años a su amado -1925-, testando que tras su muerte, las obras que poseía de Klimt pasaran al Estado austríaco. Su esposo convirtió su cuarto en una especie de museo en el que colgaban los seis cuadros de Klimt de la familia: dos retratos de Adèle y cuatro paisajes. El testamento de Adèle fue revocado por su viudo Ferdinand en 1945, presentando los documentos de compra de los cuadros pagados por él, y que habían quedado en poder de los nazis al huir a Suiza precipitadamente en 1938 tras el ANSCHLUSS -unión o reunión- que convirtió  ÖSTERREICH -Austria- en OSTMARK –Marca del este, provincia alemana- y la ocupación nazi consiguiente.

Regreso a la II República de Austria.

La I República de Austria se constituyó al desmembrase el imperio austrohúngaro tras la primera guerra mundial.

ANSCHULUSS es una palabra que, en el contexto político, significa unión o anexión y fue utilizada para referirse a la incorporación de Austria a Alemania en 1938, pasando de constituir Österreich –Austria- a Ostmark –Marca del Este-.

La anexión austriaca a Alemania fue precedida de la devolución del Sarre a Alemania en 1935 –provincia alemana administrada por Francia, en misión encomendada por la Sociedad de Naciones tras el Tratado de Versalles al fin de la primera gran guerra durante 15 años entre 1929 y 1935- seguida de la crisis de los Sudetes –territorios checoslovacos del  norte y oeste, liderados por  Konrad Henlein, nazi que negoció con Hitler reivindicaciones separatistas inaceptables para el gobierno checoslovaco-. La ocupación del resto de Checoslovaquia y la invasión de la mitad de Polonia -con el pasillo de Danzing-,  supusieron el comienzo de la segunda guerra mundial.

El Anschluss fue precedido por un período de creciente presión política de Alemania sobre Austria, exigiendo la legalización del partido nazi y la  participación de éste en el gobierno.

A pesar de conseguir ser el partido más votado en las elecciones alemanas de abril 1932, los nazis tuvieron que contentarse con ejercer la oposición. Desde esa posición, instigaron y financiaron un movimiento nazi austríaco, cuya norma de actuación fue el terrorismo. El canciller socialcristiano austriaco Dollfuss disolvió el Parlamento, ilegalizó el partido comunista, la milicia socialdemócrata y el partido nacionalsocialista, instaurando un régimen de carácter fascista que fue denominado austrofascismo.

Los socialdemócratas se exiliaron y los nazis austríacos se reforzaron, exigiendo un fascismo más germánico y subordinado a Alemania, asesinando al canciller Dollfuss, pero fracasando en el golpe de Estado para hacerse con el poder. El Ejército no se unió al golpe y los austrofascistas lograron detener momentáneamente las aspiraciones de los nazis.

Canciller Dollfuss, asesinado.

Benito Mussolini, al saber del asesinato de Dollfuss, movilizó las tropas italianas a la frontera austriaca, amenazando con intervenir militarmente para sostener en el poder a los representantes del partido del asesinado. Hitler no deseaba un conflicto con un régimen ideológicamente tan cercano como el del fascismo italiano, por lo cual se abstuvo de enviar tropas para apoyar a los nazis austríacos.

El nuevo canciller, Schuschnigg consiguió el apoyo de católicos y socialistas, que consideraron mejor o un mal menor el austrofascismo que el nazismo alemán, acentuando los nazis austríacos -financiados por los alemanes- la  acción terrorista contra autoridades gubernamentales y señalados militantes antinazis, asesinando en cuatro años a más de 800 personas, llegando a una situación que amenazaba inexorablemente con una guerra civil.

El presidente de Austria Wilhelm Miklas y el canciller Schuschnigg  se reunieron con Hitler en Berschtesgaden en febrero de 1938, fecha en que la actividad terrorista nazi en Austria alcanzaba niveles insoportables.  Hitler exigía la participación de los nazis en el gobierno austríaco, la puesta en libertad de los terroristas detenidos, y  la colaboración entre el Ejército austríaco y la Wehrmacht a cambio de que Alemania dejara de intervenir en la política austríaca, con la amenaza , en caso de no aceptar esas condiciones, de impulsar la guerra civil.

De vuelta a Viena, el canciller puso en libertad a los nazis terroristas austríacos encarcelados, y nombró Ministro de Interior a un nacionalsocialista,  en un intento de mantener la independencia de Austria. No obstante, los nazis austríacos no se dieron por satisfechos al ver que el Gobierno se apoyaba en socialistas y católicos para defender la independencia del país, por lo que los atentados terroristas nazis prosiguieron.

Hitler en un discurso días después, se refirió a los austríacos como «10 millones de alemanes que viven fuera de nuestras fronteras», expresando así su intención de anexionar Austria a Alemania.

El canciller austríaco decidió realizar un plebiscito el 13 de marzo de 1938 con una pregunta que expresaba el deseo de mantenimiento de una «Austria unida, cristiana, social, independiente, alemana y libre», sin hacer mención alguna a deseos de unión con Alemania. Llevó todos los preparativos en secreto pero Hitler fue informado, forzando al Canciller Schuschnigg a convocar sobre la marcha y para el mismo día -10 de marzo- un referéndum  para que se votara sobre la independencia o la unión de/con Alemania, fijando sutilmente Schuschnigg en 24 años la edad mínima para votar, evitando así la participación de jóvenes desempleados –descontentos- que constituían la mayor fuente de militantes nazis de Austria. Evidentemente Hitler eliminó el asunto planteado de esa manera.

Hitler ordenó a los nazis austríacos pasar a la acción para evitar que se celebrara el referéndum de la manera deseada por el Canciller Schuschnigg, y diseñaron las papeletas que invitaban al sí. Se adelantó el referéndum tres días y se permitió el voto a los menores de 24 años que eran partidarios de Hitler.

¿Estás de acuerdo con  que la reunificación de Austria con el Imperio Alemán se realice el 13 de marzo de 1938 y votas en favor de la lista de nuestro  Fuhrer?- Sí en grande y no en pequeño…

En 1938, Hitler comienza la invasión e incorporación de Austria (Anschluss) y de los Sudetes checos (Conferencia de Munich) con el apoyo de la población y con la pasividad de otras potencias.

El 11 de marzo, los nazis austríacos habían ocupado casi todos los edificios gubernamentales de la capital, arrestando a todos los líderes políticos anti-nazis que encontraron, con la ayuda de policías nacionalsocialistas.

Así, tras días de una violencia extrema, de una acción diplomática explosiva, y de una amenaza militar permanente, las tropas alemanas entraron en Viena el 14 de marzo de 1938.

Tropas alemanas entrando en Viena.

Hitler entró en Austria el sábado 12  de marzo, dirigiéndose a Braunau am Inn, su localidad natal. El recibimiento entusiasta de la población austríaca a las tropas alemanas sorprendió a los propios alemanes, llegando Goering a Viena el día 13 para coordinar los detalles de la toma del poder por los nazis. Hitler llegó a Viena el día 15, en olor de multitudes, declarando la anexión de Austria a Alemania en la Heldenplazt de Viena ante más de 300.000 personas. El ANSCHULUSS se había consumado.

El Fuhrer en la Heldenplazt de Viena el 15 de marzo de 1938.

Al terminar la segunda guerra mundial, el 27 de abril de 1945, el gobierno interino austríaco avalado por los aliados, declaró el Anschluss null und nichtig («nulo e inválido»), estableciendo la Segunda República Austríaca. Los vencedores estuvieron ocupando Austria varios años, tratando a Austria como un estado independiente, manteniendo un gobierno civil austríaco desde el primer momento. No se restituyó la plena soberanía hasta que el Tratado para el Restablecimiento de Austria Independiente y Democrática fue firmado en  Viena el 15 de mayo de 1955.

Tropas soviéticas liberando Viena.

Cuando los alemanes ocuparon Austria, en 1938, Ferdinand Bloch-Bauer huyó a Suiza, siendo confiscado y robado todo su patrimonio por los nazis (los cuadros de KLIMT también), con la excusa, de custodiar y proteger las obras de arte. Antes de morir en Zurich en noviembre de 1945, Ferdinand otorgó testamento, pero contravino  la voluntad de su esposa Adèle, y legó la propiedad de sus obras de Klimt a sus sobrinos, hijos de su hermano Gustave y Therese Bauer. Mientras tanto, el retrato de Adele estuvo y estaba en la Galería Nacional de Austria Belvedere, junto con los otros Klimt robados a los Bloch-Bauer.

Tras muchas peripecias en los tribunales, negativas a devolvérselos y duros recursos –a pesar de una ley de 1996 por la que el Gobierno austriaco se comprometía a devolver lo robado por los nazis-, una de las sobrinas de Adèle  y Ferdinand Bloch-Bauer, María Viktoria Altmann, consiguió que el estado de Austria en 2006, perdiera en un tribunal internacional su posición de no devolver las obras de KLIMT a sus dueños, siendo condenado a que las seis obras de Klimt pertenecientes a la familia Bloch, y entre ellas La dama dorada, fueran sacadas del Patrimonio del Estado austriaco, y devueltas a los herederos. El retrato de su tía Adèle fue vendido en 135 millones de  dólares antes de impuestos, a Ronald Lauder para la galería de su propiedad Neue Galerie  de Nueva York.