LOS PAPAS DE AVIGNON

Antes de entrar en el tema del papado, conviene que nos situemos en los titulares de la corona francesa, antes y durante la fase de los papas de Aviñón, e intentar ver cómo influyeron en el traslado de la Sede Pontificia a Francia, y la posterior duplicidad e incluso triplicidad de Santos Padres de la Iglesia católica.

Luis IX de Francia El Santo, fue rey de Francia, siendo el noveno de la dinastía capeta. Hijo de Luís VIII El León y de la infanta castellana Blanca de Castilla, quinta hija de Alfonso VIII de Castilla –el de las Navas de Tolosa- y Leonor Plantagenet -hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania-, y primo hermano por tanto de Fernando III el Santo, ya que éste era hijo de Berenguela de Castilla, hermana de Blanca, casada con Alfonso IX de León.

Doménikos Theotokópoulos El Greco. San Luis rey de Francia. 1585-1590. Óleo sobre tela. 117 x 95 cm. Museo del Louvre. París.

Felipe III de Francia (1245-1285) El Atrevido, fue su sucesor, siendo segundo hijo de Luís IX y Margarita de Provenza. Felipe III casó con Isabel de Aragón  –hija de Jaime I el Conquistador-, teniendo cuatro hijos, el segundo de los cuales fue su sucesor en la corona francesa como Felipe IV el Hermoso (1268-1314), rey de Francia y Navarra, ya que su hermano, el primogénito, fue envenenado siendo niño.

Felipe IV el Hermoso, en 1284 casó en Nötre Dame de París, con la reina Juana I de Navarra, lo que le confirió el título de Felipe I rey de Navarra y también el de conde de Champaña. Tuvieron cinco hijos de los cuales tres varones fueron reyes de Francia y una, reina consorte de Inglaterra. El pequeño, Roberto, murió a los 11 años.

Felipe IV el Hermoso.

Con Felipe IV, que subió al trono en octubre de 1285, comenzó una sucesión de reyes de Francia que terminarían con la dinastía CAPETA y que la historia les ha denominado los reyes malditos, maldición que comenzó con su orden de quemar al Gran Maestre de los Templarios Jacques de Molay, quien maldijo al rey y a su descendencia, al Papa y al primer ministro -los gestores de su condena- mientras ardía en la hoguera en 1314. En un año, todos los responsables directos estaban muertos ysus descendientes lo estarían en un plazo breve

Jacques de Molay.

Felipe el Hermoso murió en un accidente de caza, a consecuencia de un derrame cerebral al caerse del caballo en noviembre de 1314 en Fontainebleau. Sus restos fueron enterrados en Saint-Denis y su corazón -a petición propia- en el monasterio de Poissy en compañía de la Gran Cruz de los Templarios –¡Hay que tener cara dura!-.

Muerte de Felipe IV el Hermoso.

Luis X el Obstinado.

Su hijo mayor Luis X el Obstinado, rey de Francia y Navarra, reinó entre 1314 y 1316. Casó en primeras nupcias con Margarita de Borgoña, matrimonio del que nació Juana. Su mujer fue encerrada en el Château Gaillard tras ser juzgada y condenada a cadena perpetua por el Parlamento, por el adulterio que al parecer cometió junto a sus dos cuñadas -Juana y Blanca- en la torre de Nesle, siendo acusadas por su hermana política Isabel la Loba. El matrimonio con Margarita no pudo ser anulado por vacío de poder en el solio pontificio, muriendo en extrañas circunstancias durante su encierro, quizá sofocada o estrangulada por orden de su marido, y tras su fallecimiento en 1315, y ya Luís libre para contraer nuevas nupcias, lo hizo con su prima Clemencia de Hungría, matrimonio del que nació un hijo póstumo Juan, que falleció con cuatro días, días en los que fue llamado Juan I el Póstumo, rey de Francia.

Torre de Nesle. Lugar del adulterio.

Margarita de Borgoña siendo rasurada.

Los adúlteros, hermanos Felipe de Aunay y Gauthier de Aunay, caballeros del palacio real, recibieron un castigo más que ejemplar: los dos amantes fueron juzgados y condenados por crimen de lesa majestad, siendo ejecutados en la plaza pública, despellejados vivos, sus genitales fueron cortados y tirados a los perros, después decapitados y sus cuerpos arrastrados y colgados por las axilas en una horca.

Suplicio de los hermanos Aunay.

Juana, la hija del primer matrimonio de Luís y Margarita, desheredada del trono de Francia por el adulterio de su madre, heredó el trono de Navarra, en donde reinó como Juana II entre 1328 y 1349. No subió al trono de Navarra, hasta el fallecimiento de Carlos IV de Francia en 1328 –último capeto-, que falleció sin descendencia masculina, pasando la corona a un Valois en Francia, por aplicación de la ley sálica vigente en ese país, pero no existente en Navarra, cuyos nobles reclamaron la corona para Juana II, que reinaría hasta 1349.

Luís X, gran aficionado al tenis indoor –detestaba jugar al aire libre, mandando construir una pista dentro de palacioo jeau de paume, murió al beber vino frío tras un partido, por neumonía o pleuresía, o quizá envenenado.

Su mujer Clemencia de Hungría, estaba embarazada a su muerte, y hubo que esperar al nacimiento, para saber si sería varón o hembra el neonato. Fue un varón y sucedió a su padre, reinando durante cuatro días como Juan I el Póstumo (1316), rey de Francia y de Navarra, al parecer, muerto por envenenamiento. Durante el embarazo y hasta el nacimiento de Juan I, fue Felipe, el hermano menor siguiente a Luís X, el regente de Francia, preocupándose con gran dedicación durante ese tiempo, a activar definitivamente la ley sálica, para que Juana la primera hija de Luis X no pudiera ser reina de Francia nunca.

Felipe V el Largo.

El segundo hijo de Felipe IV el Hermoso, Felipe V el Largo, tras ser regente, y a la muerte de su sobrino Juan, reinó en Francia y Navarra entre 1616 y 1622.  Estaba casado con Juana de Borgoña -otra de las posteriormente adúlteras- a la cual se le aplicó pena menos dura que a María de Borgoña, ya que ésta, estaba destinada a ser la madre del futuro rey de Francia y en principio Juana, no. Tuvo con su marido Felipe cuatro hijas y un hijo que sólo vivió un año. Como estaba vigente la ley sálica, a su muerte por disentería y altas fiebres, le sucedió en el trono su siguiente hermano Carlos, al no tener hijo vivo varón –en la penitencia se puede llevar la pena-. Continuaba la maldición.

Juana de Borgoña, mujer de Felipe fue encerrada en Dourdan por complicidad al descubrirse los adulterios, al haber guardado en secreto las infidelidades de sus cuñadas -y quizá también las suyas-. Apoyada por su madre Mahaut de Artois, se reconcilió con su marido, cuando este era ya rey, y se convirtió en reina de Francia en 1317.

Carlos IV el Hermoso.

Carlos IV el Hermoso reinó en Francia y Navarra entre 1322 y 1328. En 1307 se había casado con Blanca de Borgoña -la tercera de las cuñadas adúlteras-, que fue encerrada, esperando a que fuera nombrado nuevo papa Juan XXII, para anular el matrimonio, casándose Carlos, una vez libre, en 1322, con María de Luxemburgo, quien le dio una hija, María, que no sobrevivió más allá de 2 meses. Su mujer quedó nuevamente embarazada y en marzo de 1324, en el transcurso de un viaje a Issoudun en Berry, el carruaje de María de Luxemburgo volcó, provocando la muerte de la reina y del niño varón que llevaba dentro.

Blanca de Borgoña también fue rapada, pero se benefició de una sentencia más favorable, en comparación con el de su prima Margarita, por el mismo motivo que Juana, aunque con adulterio confesado. La encerraron en mazmorras subterráneas durante siete años y luego obtuvo la autorización para tomar el hábito religioso. Se convirtió en reina de Francia estando aún en prisión, en febrero de 1322, hasta que su matrimonio fue anulado en mayo de ese año por el papa Juan XXII.

El rey Carlos se casó por tercera vez con su prima Juana de Evreux con la que tuvo otra niña María y en febrero de 1328 cuando murió Carlos, estaba Juana nuevamente embarazada. Hubo que esperar al nacimiento de la criatura para comprobar que el último capeto había muerto: fue otra niña, Blanca. La dinastía capeta continuaría con una rama menor, la Casa  de Valois. La maldición de Jacques de Molay en la hoguera se cumplió.

El último hijo varón de Felipe IV y Juana I de Navarra fue Roberto (1297-1308). Murió en flore adolescentiæ suæ.

En este relato, es interesante hacer un pequeño recordatorio de la única hija de Felipe IV, Isabel la Loba de Francia, hermana de estos tres últimos reyes de Francia, delatora y acusadora de sus cuñadas, reina consorte de Inglaterra por su matrimonio con Eduardo II y madre de Eduardo III, el iniciador de la Guerra de los Cien Años.

Isabel la Loba llegando a Inglaterra para su matrimonio.

Mujer de gran hermosura, a pesar de lo cual, no logró atraer lo suficiente a su marido, que prefería la compañía de sus favoritos. A  pesar de ello, tuvieron cuatro hijos. Con los años, el rey se iba inclinando  cada vez más hacia sus amantes Le Despenser -padre e hijo- y Piers Gaveston, relegando a la reina a una triste situación en las relaciones con su marido.

Deseando perder de vista a su marido, Isabel encontró la oportunidad cuando el tercero de sus hermanos y rey de Francia Carlos IV, cedió al marido de Isabel, Eduardo II, sus posesiones francesas -los ducados de Aquitania y Guyena– en 1325, por los que hasta entonces pagaba vasallaje. La reina se ofreció para ir a Francia a garantizar la paz entre ambas naciones. Allí se volvió a encontrar con sir Roger Mortimer, barón de Wigmore y conde de March, convirtiéndose en su amante. Enterado de esto, el rey inglés exigió el retorno de su esposa, pero el rey Carlos IV se negó a expulsar a su hermana de Francia.

Isabel la Loba de Francia -reina de Inglaterra por matrimonio con Eduardo II- y su amante Roger Mortimer abandonaron la corte francesa en el verano de 1326, marchando hacia la corte de Guillermo I el Bueno de Henao, Holanda y Zelanda, que les proporcionó ayuda, a cambio del compromiso matrimonial de su hija Felipa con el futuro rey Eduardo III de Inglaterra, hijo de Isabel.

El 21 de septiembre de 1326, Isabel y Mortimer, al mando de un ejército mercenario, arribaron a las costas de Suffolk. Eduardo II puso precio a sus cabezas, pero había sido abandonado por sus aliados, sus favoritos asesinados, siendo el propio rey capturado y obligado a abdicar en favor de su hijo en enero de 1327. En septiembre de ese mismo año, el depuesto monarca fue asesinado en el castillo de Berkeley, por órdenes de la reina y Roger Mortimer.

El joven Eduardo III fue coronado en enero de 1327. A partir de ese momento, Isabel gobernó como regente de Inglaterra junto  a Mortimer.

Eduardo III.

Eduardo III no perdonó a Roger Mortimer el que fuera amante de su madre, ordenando su apresamiento en 1330. Pese a los ruegos de Isabel, Mortimer fue enjuiciado por traición y ahorcado.

Isabel fue confinada en el castillo de Rising (Norfolk), donde murió, tras tomar el hábito de clarisa, en 1358 a los 67 años de edad.

A Eduardo III no le parecía lógico pagar a Felipe V el Largo  de Francia un vasallaje por tierras que habían pertenecido a sus antepasados desde hacía siglos, teniendo además -según él- derecho a ser soberano de Francia, por ser nieto de Felipe IV el Hermoso -hijo de Isabel la Loba de Francia, hermana de los tres sucesivos reyes muertos- y haberse agotado la línea directa de varón. Se veía  como un rey al que le habían robado sus derechos en Francia y al que se le exigía además, pagar tributo al usurpador, por el uso de sus propios territorios. Esa fue la mecha que puso en marcha la guerra de los 100 años.

Muerto Carlos IV el Hermoso -último rey maldito– sin descendencia de varón, y  vigente la ley sálica, se planteaban los derechos sucesorios de dos nobles:

El Regente Felipe de Valois, hijo de Carlos de Valois -hermano de Felipe IV el Hermoso– y por tanto nieto de Felipe III y primo hermano de los últimos tres reyes Luis X, Felipe V y Carlos IV, y por otra parte la del rey Eduardo III de Inglaterra hijo de Isabel la Loba de Francia, y por tanto sobrino de los últimos reyes  franceses y nieto de Felipe IV el Hermoso.

Lo Estados Generales se reunieron y decidieron que la Ley Sálica privaba a las mujeres también de transmitir los derechos sucesorios, de igual manera que les privaba de poder gobernar Francia. Así, con el apoyo de Roberto III de Artois, Felipe de Valois fue coronado rey de Francia con el nombre de Felipe VI de Francia el Encontrado  aunque ya no de Navarra.

Felipe VI el Encontrado.

Felipe VI de Valois, el Encontrado, reinó entre abril de 1328 y agosto de 1350, casándose en primeras nupcias con Juana de Borgoña –hija de Roberto II de Borgoña y de Inés de Francia- teniendo ocho hijos, de los cuales le sucedió el primogénito Juan, que subiría al trono como Juan II el Bueno.

Enviudó de Juana de Borgoña en septiembre de 1348 y se casó en enero de 1349 con Blanca de Navarra  hija de Felipe III y Juana II, reyes de Navarra. De esta unión nació póstumamente Juana Blanca.

El balance del reinado de Felipe VI se caracterizó por una serie de fracasos en política interior y por la guerra con Inglaterra -100 años-, que junto a la aparición de la peste negra en 1348 -mató a 1/3 de la población euroasiática: 25 millones de personas-, hicieron que su reino entrara en una espiral de revueltas que llevarían a Francia a la guerra civil en 1358.

Felipe VI devaluó la moneda, endeudó su país y estableció onerosos impuestos, en particular la gabela sobre la sal, para hacer frente a los elevados costes de la guerra.

Felipe VI supo aprovechar la relación con la nobleza en torno al Ródano, concediéndoles rentas y poniendo en práctica una hábil política matrimonial. Así, el conde Humberto II de Vienne, lleno de deudas y sin herederos, vendió el DELFINADO -antigua provincia del sureste de Francia con capital en Grenoble- a Felipe VI para poder participar con fuerzas propias en una Cruzada en Tierra Santa, con la única condición de que fueran los príncipes primogénitos del rey de Francia quienes llevaran la corona de Delfín. Este es el origen del título de Delfín de Francia de los herederos a la corona francesa. Juan fue el primer Delfín de Francia, título que se conservaría hasta el fin de la monarquía francesa en el siglo XIX.  El último delfín fue Luis Antonio d´Artois, de la casa de Borbón, hijo de Carlos X, duque de Angulema –vino a España al mando de los 100.000 hijos de San Luís para que Fernando VII recuperara el trono español en 1823-, que perdió el título en 1830, al abdicar su padre y hacer él lo propio, quedando los derechos de la corona en manos de su sobrino Enrique de Burdeos.

Juan II el Bueno.

Juan II de Francia, el Bueno, sucedió a su padre a los 30 años -1350-. Al iniciarse la Guerra de los Cien Años -24 de mayo de 1337-, con 17 años de edad, fue nombrado por su padre primero oficial y después general en jefe del ejército francés. Era hombre ambicioso, de juicio mediocre, y tozudo pero de buen trato, generoso con los suyos, y valeroso en la batalla, por lo que recibió el apodo de le Bon.

Su reinado estuvo marcado por graves problemas financieros, las intrigas del rey de Navarra Carlos II el Malo -que pretendía el trono francés por ser su madre Juana II de Navarra hija de Luis X el Obstinado, rey de Francia-, la crisis de los Estados generales y la Guerra con Inglaterra.

Juan II casó en primeras nupcias a la edad de 13 años con Bona de Luxemburgo, y tuvieron 11 hijos. La mayor fue una mujer, Blanca, y el segundo un varón, Carlos, que sería el sucesor de su padre con el nombre de Carlos V el Sabio.

Los ingleses, conducidos brillantemente por Eduardo III y sobre todo por su hijo primogénito Eduardo de Woodstock -el Príncipe Negro- apresaron en la batalla de Poitiers -1356- al rey Juan y a su hijo Felipe, liberados 4 años más tarde tras la firma del Tratado de Brétigny, con el compromiso de pagar 3 millones de escudos, dejando como garantía hasta finalizar el pago a dos hijos del rey Juan II, Juan y Luís. En 1363 Luís escapó, y Juan II, el rey, cumpliendo el código de honor, acudió a Londres para sustituir al hijo huido y allí murió al año siguiente, en abril de 1364.

Carlos V el Sabio de Francia reinó desde abril de 1364 a septiembre de 1380. Era hombre inteligente, pero físicamente débil, con piel pálida y un cuerpo fino y desproporcionado, lo contrario que su padre Juan II, que era alto y fuerte. Fue educado en la corte con nobles de su edad, con los que mantuvo una relación cercana durante su vida: sus tres hermanos Juan, Felipe y Luis, su tío Felipe de Orléans y otros de importantes casas como la de Bar, Borbón, Évreux Brabante, Artois y Alençon.

Carlos V el Sabio.

Fue un hombre religioso, tolerante y amante del arte, siendo creador de la primera Biblioteca Real de Francia, que fue instalada en el Louvre.

Carlos, fue Regente de Francia el tiempo que duró la captura de su padre por los ingleses en Poitiers en el año 1356. Para pagar el rescate de su padre y de su hermano, Carlos tuvo que subir los impuestos y manejar a la hostil nobleza liderada por Carlos II el Malo de Navarra, la oposición de la  burguesía, y las revueltas campesinas.. Carlos superó todas estas adversidades, pero para liberar a su padre, tuvo que firmar el Tratado de Bretigny en 1360, por el que entregó amplios territorios del suroeste de Francia a  Eduardo III,  comprometiéndose  además a pagar un desmesurado rescate.

Carlos se convirtió en rey en 1364. Bien aconsejado, pudo  reponer el tesoro real y restaurar el prestigio de la casa de Valois. Creó un ejército permanente pagado con ingresos regulares, que liberó al pueblo francés de las compañías de routiers -soldados mercenarios de la Edad Media organizados en bandas o rutas– que se dedicaban a saquear el país cuando no estaban guerreando. Este Ejército consiguió que el resultado de la Guerra de los Cien Años, momentáneamente fuera favorable al bando francés, reconquistando durante el reinado de Carlos, casi todos los territorios cedidos a los ingleses en Bretigny. Carlos V murió en 1380 y le sucedió su hijo Carlos VI el Loco  cuyo lamentable reinado (1380-1422) permitió a los ingleses recuperar el control de amplias zonas de Francia.

Carlos VI el Loco.

Conocidos de forma somera los reyes de Francia durante el período 1305-1420, se entrará ahora en el relato de la época de los 7 papas de Aviñón, que comenzó durante el reinado de Felipe IV el Hermoso que consiguió que en el cónclave de 1305, fuera nombrado un papa francés, Clemente V, que trasladó la sede pontificia de Roma a Aviñón en 1309, situación que se mantuvo durante los siguientes 7 papas, hasta 1377.

Bajo el reinado de Carlos V el Sabio, y a pesar de las intensas negociaciones, Aviñón dejó de ser la sede pontificia, y el Papa  Gregorio XI reinstauró Roma como Sede Pontificia el 17 de enero de 1377.

A continuación, se produjo el Cisma de Occidente que duró 39 años -entre 1378 y 1417-, cuando dos papas, y a partir de 1410, tres, se disputaron la autoridad pontificia: uno en Roma, y los otros en Aviñón y Peñíscola respectivamente.

Felipe IV el Hermoso de Francia fue un rey orgulloso de la grandeza de su linaje, promoviendo la canonización de su antecesor san Luis IX rey de Francia. Supo rodearse de consejeros competentes, consiguiendo fortalecer el poder central del rey, tanto en el plano nacional como internacional.

Felipe IV el Hermoso.

Fortaleció la Corona, sobre todo en el aspecto financiero, con la institución de un tribunal de cuentas y la sustitución de las prestaciones militares personales de los vasallos, por impuestos en dinero, destinados a contratar mercenarios.

Para sanear las finanzas del reino, atacó injustamente a quienes tenían grandes capitales, especialmente a los judíos -a los que expulsó en 1306-, a LOS TEMPLARIOS -a cuyo Gran Maestre Jacques de Molay, mandó quemar en marzo de 1314-, de cuyo tesoro se apropió, además de anular la cuantiosa deuda que con ellos mantenía de un plumazo, y a los lombardos.

Papa Bonifacio VIII.

Con el papa Bonifacio VIII tuvo grandes diferencias –algunas de las cuales se expondrán- y eso fue lo que le llevó a intentar, consiguiéndolo años más tarde, que un papa fuera francés, y trasladara la Santa Sede a Francia.

Felipe IV se encontró -tras 10 años de reinado- con un papado de prestigio. El papa Bonifacio VIII (1294-1303) era un político experimentado y feroz defensor de la soberanía universal del papado en toda la Cristiandad, como se estableció en la bula Dictatus Papae, recopilada y redactada en 1087 por el papa san Gregorio VII, siendo la piedra angular de la desastrosa relación entre Bonifacio y Felipe la cuestión concreta de que si los señores seculares podían cobrar impuestos al clero o no.

Desde el principio del reinado de Felipe el Hermoso se produjeron conflictos entre los señores eclesiásticos -los responsables administrativos de los bienes de la Iglesia- y los oficiales reales, por la recaudación sobre los hombres y las tierras, que en general se resolvieron a favor de la jurisdicción real.

Para intentar terminar con esta nueva situación de abuso real -en opinión de la Iglesia- el papa Bonifacio VIII, elegido en diciembre de 1294, se propuso hacer valer su plenitudo potestatis -poder completo- sobre los reyes, promulgando dos años más tarde la bula Clericis laicos, por la que prohibía a los soberanos, cualquier intervención fiscal sobre el clero sin autorización pontificia bajo pena de EXCOMUNIÓN. La bula papal provocó una reacción del rey Felipe, que pronto se resolvió con la marcha atrás del papa, que en aquel momento tenía graves problemas políticos en la península itálica, publicando dos nuevas bulas que dejaron sin vigencia la Clericis laicos.

La detención de un obispo –Pamiers- por orden real bajo la acusación de traición, por quitar la razón en asunto administrativo al conde de Foix -protegido del rey-, desencadenó un grave conflicto con el papa Bonifacio VIII, ya que los papas eran los únicos que podían juzgar a un obispo, y este hecho, constituyó una grave violación de los  privilegios de la Iglesia.

El objetivo último del rey era que el papa reconociera implícitamente, la soberanía de la monarquía sobre todos sus súbditos en territorio francés, incluidos los miembros de la alta jerarquía eclesiástica, es decir, un reconocimiento de la superioridad absoluta del rey sobre el papa en los territorios de su reino.

El pobre obispo, utilizado para la ocasión, fue acusado además del delito de traición, del de herejía, enviando una carta Felipe a Bonifacio justificando su actuación.

El Papa emitió la bula Salvator Mundi, retirándole al rey francés todos los privilegios concedidos por los papas precedentes. Felipe intentó obtener el desafuero para el obispo de Pamiers -acto jurídico por el que el aforado pierde su privilegio- pero Bonifacio le contestó con la bula Ausculta fili –Escucha hijo-, recriminando al rey francés, el no haber tenido en cuenta la bula Clericis laicos, al no haber obedecido al papa, adjuntando cargos contra el rey, citándole para que compareciera ante un consejo en Roma. Bonifacio VIII manifestaba sobre la soberanía papal, que “Dios nos ha situado sobre los reyes y los reinos”.

Felipe IV respondió escribiendo: “Su venerable estupidez puede que sepa que no somos el vasallo de nadie en cuestiones temporales”.

Bonifacio VIII convocó a los obispos franceses a Roma para juzgar al rey Felipe, culpable de abusos inauditos contra la Iglesia. Felipe, respondió acusando al papa de herejía, simonía, sodomía y hechicería, en la reunión de los representantes del clero y de la nobleza y los de la ciudad de París -semilla de los Estados Generales de Francia-, convocando además un concilio para juzgarlo.

Bonifacio VIII mediante la bula Unam Sanctam  en noviembre de 1302, declaró la supremacía del poder espiritual sobre el temporal y por tanto, la superioridad del papa sobre los reyes, siendo estos últimos responsables ante él. Inició la preparación de la excomunión del rey y de interdicto a todo su reino –nadie podría recibir los sacramentos ni celebrar ritos eclesiásticos solemnes en ese país-, deponiendo al clero francés sometido a Felipe IV.

Felipe IV envió a su consejero Guillermo de Nogaret con una escolta armada a Italia, al objeto de arrestar al papa y juzgarlo en concilio. Nogaret fue informado por los Colonna -enemigos papales- de que el papa se encontraba en Anagni. Nogaret y Sciarra Colonna llegaron a la ciudad y fueron recibidos por el papa, solo, en el gran salón del palacio episcopal, abandonado por todos. El papa al ver aproximarse a los dos hombres dijo: he aquí mi cabeza, he aquí mi tiara; moriré, es cierto, pero moriré siendo Papa. Nogaret se alejó impresionado, pero Colonna se abalanzó sobre Bonifacio, anciano de 68 años, golpeándole con su manopla de hierro –EL ATENTADO DE ANAGNI-.

Sciarra Colonna abofeteando con su mano de hierro al papa Bonifacio VIII.

La población de Anagni, avergonzada por haber abandonado al papa, se dirigió al palacio y detuvo a los franceses y a Colonna. Pero el papa murió un mes más tarde, el 11 de octubre de 1303, sin recuperar la razón a resultas del golpe, negándose a recibir la extremaunción y sin reconocer a sus familiares más allegados.

El episodio fue contado por Dante Alighieri en la Divina Comedia:

Perchemen paia il mal futuro e ´l fatto veggio in Alagna intrar lo fiordaliso en el vicario suo Cristo esser catto. Veggiolo un´altra volta esser deriso; veggio rinovellar l´aceto e ´l fele e tra vivi ladrom esser anciso.

Para que menos se vea el mal futuro y pasado, veo en Anagni entrar la flor de lis, y en su vicario quedar Cristo encarcelado. Véolo ser de nuevo burlado; veo renovar el vinagre y la hiel, y entre vivos ladrones ser occiso.

Purgatorio, Canto XX, 85-90.

Felipe el Hermoso, sin inmutarse por su responsabilidad en la muerte del papa, comenzó a trabajar, para que a partir de ese momento, fueran elegidos papas franceses, aunque no lo consiguió a la primera, pero sí con el segundo.

A la muerte de Bonifacio VIII, un mes después de sufrir el ultraje de  Anagni, el cardenal Nicola Bocassini fue elegido papa con el nombre de Benedicto XI.

Papa Benedicto XI.

Mucho más conciliador que su antecesor, su breve pontificado se inició con la abolición de la excomunión dictada por su antecesor contra Felipe IV, pero se negó a perdonar a los autores materiales de la ofensa sufrida por Bonifacio en Anagni, excomulgando tanto a  Sciarra Colonna como a Guillermo de Nogaret.

En diciembre de 1303 Benedicto XI absolvió a los cardenales de la familia Colonna y a sus parientes, excomulgados por Bonifacio VIII, aunque como los bienes de los Colonna no fueron restituidos, esta familia continuó revolviéndose contra el papa.

Ante las pretensiones del rey Felipe IV de Francia de iniciar un proceso contra el papa Bonifacio VIII -post mortem-, la rebelión de la familia Colonna, y por otro lado, el rechazo violento de los partidarios de Bonifacio por haber absuelto a Felipe IV y a los Colonna de la excomunión, Benedicto XI, asustado, creyó conveniente refugiarse en Perugia, una ciudad más segura, donde murió tras ocho meses de pontificado, el 7 de julio de 1304, a instancia del rey francés, de los Colonna, de los partidarios de Bonifacio, o de una indigestión de higos, no es seguro. Fue enterrado en la Iglesia de Santo Domingo de Perugia.

Tumba de Benedicto XI en la iglesia de Santo Domingo de Perugia.

A partir de aquí, Felipe IV, se dio cuenta de la necesidad de controlar el cónclave, para lograr un papa francés y de su gusto, y se puso a ello.

A la muerte de Benedicto XI, se celebró el cónclave en Perugia y TRAS ONCE MESES de disputas entre los cardenales favorables y contrarios a Bonifacio VIII, fue elegido el 5 de junio de 1305 Bertrand de Got, francés, aunque súbdito del rey inglés, que SIN SER CARDENAL recibió la tiara papal con el nombre de CLEMENTE V. SERÍA EL PRIMER PAPA DE AVIÑÓN.

CLEMENTE V, Bertrand de Got, fue elegido papa el 5 de junio de 1305 en Perugia tras once meses de cónclave. Era arzobispo de Burdeos y su elección fue controvertida, ya que no pertenecía al colegio cardenalicio, pero había mantenido una posición neutral en el conflicto entre Bonifacio VIII y Felipe IV y era francés, aunque súbdito de Eduardo I de Inglaterra.

No encontrándose en Perugia y llamado para su coronación, expresó su deseo de que la ceremonia se realizara en Lyon, como así fue, asistiendo a la misma el rey Felipe IV.

Clemente, estuvo durante todo su pontificado sujeto a los deseos del rey francés, siendo su primer acto tras la coronación, el ascenso al cardenalato de nueve obispos franceses de la cuerda de Felipe IV.

Clemente V.

Siguiendo las órdenes del capeto, anuló un año después de su nombramiento, las bulas eclesiásticas contrarias a los intereses de Felipe: la Clericis laicos y Unam Sanctam* que había promulgado Bonifacio VIII.

Clemente V mediante bula, declaró inocente al rey, pues, según él, todo lo que había hecho, fue animado por un celo bueno, sincero y justo, que procedía de su fervor por la fe católica.

Felipe IV el Hermoso.

Unam sanctam. Se puede resumir esta bula en dos conceptos: 1.- La unidad de la Iglesia: no hay sino una iglesia, fuera de la cual no hay salvación, y ésta es el cuerpo de Cristo con una sola cabeza. 2.- Potestad espiritual de la Iglesia: esa cabeza es Cristo o su representante el papa, y rechazar el cuidado pastoral de esta cabeza es autoexcluirse del rebaño de Cristo.

Pero Felipe, no contento con la declaración de su inocencia, y animado por el deseo de venganza contra Bonifacio VIII, asesinado con su complicidad, instó al papa Clemente a realizar una condena oficial por herejía contra Bonifacio VIII.

El papa Clemente, intentó calmar el ánimo real levantando la excomunión de Guillermo de Nogaret y de Sciarra Colonna y de los habitantes de la ciudad que participaron en el atentado de Anagni, abandonando a Bonifacio a su suerte, pero sin condenar al papa, como era la pretensión del rey. El caso fue cerrado definitivamente en 1312, aunque a cambio, tuvo que ceder, colaborando con Felipe IV en el logro de otro de sus objetivos: acabar con la Orden del Temple, que era lo mismo que anular la deuda inmensa que Francia había ido acumulando y mantenía con la Orden por préstamos que servían para sufragar las guerras del rey francés.

Los templarios tenían una buena organización administrativa, llegando a ser una de las instituciones más ricas de la Europa medieval. Con Felipe IV y a su demanda, los templarios administraron el tesoro real francés, por lo que hasta ese momento habían sido muy estimados por la corona.

En realidad, hay alguna razón más por las que Felipe pudo desear la desaparición de los templarios además del endeudamiento y la incapacidad de saldar la deuda: la fidelidad que tuvo la Orden hacia el papa Bonifacio VIII, y las riquezas que poseían, lo cual permitiría además de anular la deuda, quedarse con todos los bienes del Temple, engrosando de manera inimaginable el tesoro real francés.

Así en octubre de 1307, el rey Felipe IV el Hermoso ordenó el arresto de todos los templarios que se encontraban en territorio francés, acusándolos de herejía. La acusación se basaba en las manifestaciones de un ex caballero de la Orden, Esquieu de Floyran, quien contó que los templarios adoraban a un ídolo de Bafomet -supuesta deidad cuyo culto se le atribuyó a los Caballeros de la Orden del Temple-, renegaban de Cristo, y cometían sodomía. Los arrestados fueron unos dos mil, entre ellos el Maestre General de la Orden, Jacques de Molay.

La detención de los templarios sin la autorización del papa Clemente, de quien dependían directamente, provocó sus protestas, pero Felipe lo convenció, presentándole las confesiones obtenidas bajo tortura, consiguiendo de este modo que el papa promulgara la bula Pastoralis praeminens, que decretaba la detención de los templarios en todos los territorios cristianos.

No contento, Felipe obtuvo del papa una instrucción general por la que se condenaba a la hoguera a aquellos que se retractaran de sus confesiones. Así, o por confesión mediante tortura, o por retractarse de ella, eran enviados a la hoguera.

Presionado por el rey francés, Clemente, convocó en 1308 por la bula Regnums in coelis,  el Concilio de Vienne. Se celebraría en 1311 y 1312, dando lugar a la bula Vox in excelso  por la que se suprimía la Orden del Temple.

El 13 de marzo de 1314, el preboste abrió el rollo con la sentencia y dijo: Jacques Bernard de Molay, vigésimo tercer Gran Maestre de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón, conocidos como templarios: has sido juzgado y hallado culpable por tu propia confesión de los delitos de herejía, idolatría, simonía y blasfemia contra la Santa Cruz. Por ello has sido condenado a morir en la hoguera.

Jacques de Molay.

Fui condenado a cadena perpetua, no a muerte. Y me retracté de esa confesión, obtenida bajo tortura, susurró el condenado.

Rechazasteis la misericordia del rey Felipe proclamándoos inocente cuando ya habíais sido hallado culpable. Añadisteis el pecado de la soberbia a los que ya poseíais, y os condenasteis a vosotros mismos y a los templarios a la desaparición.

Ya no existen, mis hermanos ya no existen, replicó el anciano, meneando la cabeza, pero la orden vivirá para siempre.

De Molay, tiró de la túnica deshilachada y mugrienta que era toda su vestidura. La mano huesuda descubrió su hombro escuálido. Allí, cerca del corazón, el anciano había lacerado su carne, dibujando una cruz, la misma que había guiado su espíritu durante todos los años de su vida. Había usado el mango de una cuchara para hacerlo. Los queloides de la herida estaban infectados.

Felipe y Clemente me matarán, pero no me impedirán morir con la cruz en el lugar donde siempre ha estado.

Sea pues. Morid con la cruz, y que la orden muera con vos, dijo el preboste, haciendo un gesto al verdugo.

Me gustaría morir mirando a Nôtre Dame.

El preboste dio unas cuantas órdenes, y los guardias cambiaron de sentido los haces de leña a regañadientes. Ataron al Gran Maestre al poste.

El verdugo se acercó a Jacques de Molay, con la antorcha encendida en la mano.

¡Dieu vengera notre mort!, musitó el anciano. ¡Pagarás por la sangre de los inocentes, Felipe, rey blasfemo! ¡Y tú, Clemente, traidor a tu Iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte, y ambos estaréis muertos antes de un año!

Jacques de Molay ardiendo en la hoguera en 1314, de la Crónica de St. Denis del siglo XIV. Se representa el acto en la Île de la cité de París.

Jacques de Molay maldiciendo al papa y al rey.

Así comenzó el final de Clemente V, que murió 1 mes y 7 días después de que Jacques de Molay fuera quemado en la hoguera. Con este hecho comenzó el fin de los reyes de la dinastía capeta y la historia de los reyes denominados malditos, muriendo Felipe IV, 8 meses y 16 días después del Gran Maestre templario, siendo sucedido el 29 de noviembre de 1314 por su hijo primogénito Luis X El Obstinado.

Placa conmemorativa que señala el lugar en donde fue quemado el Gran Maestre Templario.

El otro gran aspecto del pontificado de Clemente V, fue el traslado de la sede pontificia a Aviñón. Aviñón en 1309 pertenecía al Reino de Nápoles, reino que era vasallo de la Iglesia Católica. Así, Clemente V, para contentar al rey francés sin poner en evidencia su flojera, adujo que Aviñón era de la Iglesia, trasladando la Sede Pontificia a esa ciudad, inicialmente -dijo- de manera temporal.

Clemente llevó consigo el tesoro papal acumulado por su predecesor, y aunque prometió que en dos años volvería a Roma, su muerte 5 años después de su llegada, y SOBRE TODO el poder que sobre él ejercía el rey de Francia, hicieron que no cumpliera lo prometido. El traslado que inicialmente tuvo carácter provisional, motivado por la situación de inseguridad y caos en que se encontraba Roma, y la celebración del concilio de Vienne -relativamente cercano a Aviñón-  que estaba programado para 1311, fue permanente hasta 1377 -desde 1309- y, durante siete pontificados.

También la situación geográfica de Aviñón, en los tiempos convulsos que corrían para el papado, era mejor que Roma, ya que la proximidad de Francia y del Imperio, permitirían al pontífice pedir la protección del rey o del emperador, como mejor le conviniera en cada momento.

Clemente V falleció el 20 de abril de 1314 en Roquemaure, con solo 50 años de edad. Fue sepultado en el interior de la Colegiata de Uzeste, en Aquitania.

Tumba de Clemente V en Uzeste.

A su muerte, el magnífico tesoro papal acumulado por Clemente desapareció. La suma dejada por el pontífice en testamento fue de 812.000 florines de oro; de ellos, 300.000 fueron a parar a su sobrino, 314.000 a familiares y sirvientes, y 200.000 a iglesias, conventos y caridad. Un préstamo de 160.000 florines hecho al rey de Francia, nunca fue devuelto, claro.

Su sucesor, Juan XXII emprendió litigios en un intento de recuperar los bienes de la Iglesia, entre 1318 y 1322, pero no consiguió  que fueran recuperados.

El segundo papa que ocupó la sede de Aviñón fue Juan XXII, que sobrevivió a los cuatro reyes malditos restantes, tres hijos, y un nieto de Felipe IV el Hermoso, Luís X el Obstinado, Juan I el Póstumo  -nieto que vivió 4 días-, Felipe V el Largo y Carlos IV el Hermoso, conviviendo también con Felipe VI el Encontrado  de la Casa de Valois, sobrino carnal de Felipe IV, y por tanto primo hermano de los tres anteriores.

Juan XXII.

Juan XXII -Jacques Duèze- de familia humilde, estudió teología y leyes, llegando a ser profesor de Derecho en Toulouse. Carlos II de Anjou, rey de Nápoles, lo nombró en 1309 su canciller. A la muerte de su mentor, se trasladó a Aviñón en 1310 como arzobispo de aquella diócesis. En 1312 fue nombrado cardenal por Clemente V.

Tras la muerte de Clemente V se produjo un interregno de casi dos años, en el que el trono de San Pedro permaneció vacante debido a la división que se produjo durante el cónclave celebrado en Carpentras, en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, entre italianos, franceses y gascones. Felipe V el Largo acabó con esta situación, ordenando un cónclave en Lyon, con 23 cardenales, a los que mandó encerrar hasta que eligieran un papa -de su gusto naturalmente-, siendo elegido de forma inmediata Jacques Duèze que fue consagrado papa el 5 de septiembre de 1316 como Juan XXII, fijando la residencia papal en Aviñón, debido a la violenta agitación que vivía Italia, los disturbios constantes del pueblo romano, y sobre todo por la instrucción del rey francés.

Adaptó el palacio episcopal adjunto a la catedral, y lo convirtió en el primer palacio pontificio capaz de acoger al gobierno de la iglesia. También contribuyeron a esta decisión, las continuas mudanzas de Clemente V, que no fueron del gusto del rey francés ni de la curia, puesto que la administración de la Iglesia requería una sede fija. Aviñón se encontraba en una posición central entre las dos fuerzas políticas de la Europa del siglo XIV, y fue Juan XXII quien escogió la ciudad como su sede permanente.

Los papas en esa época más que en ninguna, intentaban imponer SU equilibrio político para Europa, regulando entre otras cosas, la necesidad de la CONFIRMACIÓN Y EL VISTO BUENO PAPAL, mediante la coronación realizada por el Santo Padre, para que fuera efectiva la elección de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

En 1314 se produjo la elección al trono de Alemania, disputado entre Luis, duque de Baviera y Federico, duque de Austria. Juan XXII decidió nombrarse regente del trono alemán hasta que se aclarara la situación. Ocho años más tarde venció el de Baviera –Luis IV– en la batalla de Mühldorf, renunciando Federico al trono.

Juan XXII, se negó a reconocer a Luis como rey –no era su candidato- alegando que éste había asumido el título sin su confirmación, negándose a coronarlo como emperador del Sacro Imperio, procediendo a su excomunión en 1324 por razones varias, entre ellas, la de herejía, que era muy recurrente.

Continuaba la controversia filosófica de si la Iglesia debía someterse al Estado o al contrario. Marsilio de Padua escribió Defensor pacis, a favor del poder temporal del emperador, defendiendo también el concepto de que las ideas promulgadas en los concilios de obispos, deberían prevalecer sobre las del papa. Juan XXII anatematizó la obra con su bula Licet iuxta doctrinam.

Luis IV de Baviera respondió invadiendo Italia y ocupando Roma. Se  hizo proclamar emperador en esa ciudad en enero de 1328, en la basílica de San Pedro, siendo coronado por Sciarra Colonna -el que mató de una bofetada a Bonifacio VIII en Anagni-, prefecto de la ciudad. Tras la coronación, el emperador depuso al papa, acusándolo de herejía, proclamando como nuevo papa al franciscano italiano Pedro de Corvara, quien tomó el nombre de Nicolás V, primer antipapa de la historia. Juan XXII en respuesta, excomulgó a la ciudad de Roma.

El pueblo romano, agobiado por la ocupación militar de su ciudad por las tropas del de Baviera y por la excomunión de la ciudad, se sublevó y obligó a Luis a abandonar Roma en agosto de 1328. El cisma en el seno de la Iglesia fue corto, ya que el antipapa Nicolás V renunció dos años más tarde de su nombramiento y se sometió a Juan XXII.

Durante el pontificado de Juan XXII se produjeron dos asuntos graves, uno de régimen interior y otro de orden teológico.

Los franciscanos desde el siglo anterior, se habían dividido en dos facciones fuertemente enfrentadas: los conventuales y los espirituales, facción radical, esta última, que defendía el ideal de pobreza absoluta, alegando que Jesús y sus discípulos carecían de posesiones terrenales. Juan XXII en octubre de 1317, por medio de la bula Ouorumdam exigit, ordenó que los llamados espirituales, que habían iniciado formas de vida eremítica, se sometieran a la obediencia de los superiores de su orden. Éstos, hicieron caso omiso y el papa publicó la bula Gloriosam Ecclesiam condenando la actitud de los espirituales, calificándola de herética, citando al Superior de esta facción de la Orden a comparecer en Aviñón. Miguel de Cesena se negó, buscando la protección de Luís IV de Baviera, por lo que el papa procedió a su excomunión, expulsándole de la Orden.

El asunto teológico de mayor calado del pontificado de Juan XXII fue el de la doctrina de la visión beatifica.

Según la doctrina católica hasta entonces, aquellos que morían en estado de gracia, veían a Dios desde su muerte a la espera del Juicio Final. Sin embargo Juan XXII había escrito -antes de ser papa- un tratado en el que declaró que las almas de los justos no verían a Dios sino hasta después del Juicio Final. Encontró gran oposición de muchos teólogos, considerándose ese punto de vista herético por parte de las universidades importantes, y una parte sustancial de la propia Iglesia.

El emperador Luis, pidió la convocatoria de un concilio universal para condenar al papa por hereje y elegir un sucesor. También, fue uno de los motivos aducidos por el emperador, tras su coronación en Roma, para deponer al papa y forzar la elección del antipapa Nicolás V.

El papa se defendió de esta acusación, manifestando que la Iglesia no tenía una doctrina oficial sobre este punto y que además, su teoría no había sido expuesta ex cathedra, lo que le permitía retractarse.

Juan XXII creó el Tribunal de la Sagrada Rota Romana en 1331, falleciendo en diciembre de 1334, después de dieciocho años de pontificado, siendo sepultado en la catedral Nôtre Dame des Doms de Aviñón.

      Catedral Notre-Dame des Doms of Avignon.

Tumba de Juan XXII.

El tercer papa de Aviñón y 197 de la Iglesia  católica fue BENEDICTO XII, que ejerció el papado durante ocho años (1134-1342), siendo rey de Francia durante todo su pontificado Felipe VI el Encontrado de la Casa de Valois.

Felipe VI el Encontrado.

Nació Jacques Fournier, en una modesta familia, ingresando de monje cisterciense en el monasterio de Boulbonn, marchando después a la abadía de Fontfroide desde donde fue enviado a estudiar teología a París.

Fue abad en Fontfroide, en donde fue nombrado obispo de Pamiers, cargo desde el que combatió a los herejes cátaros, formando parte de la Inquisición, aunque de forma moderada.

Nueve años más tarde fue nombrado obispo de Mirepoix,  y un año después -1927- cardenal, por el Papa Juan XXII, recibiendo el apodo de El cardenal blanco por continuar usando el hábito de la orden cisterciense.

Al ser elegido, y antes de su consagración en diciembre de 1334, se dirigió al cónclave y dijo: han elegido a un asno. Fue coronado el 8 de enero de 1335 y si fuera verdad lo de que​ el que mejor se conoce es uno mismo, los cardenales quedarían muy preocupados tras la elección.

Al comienzo de su pontificado intentó fijar su sede en Roma, encontrando la oposición del rey de Francia que lo impidió por todos los medios. También su papel de mediador entre el rey de Francia y el rey de Inglaterra, antes del inicio de la Guerra de los Cien Años (1137-1453), recomendaba su permanencia en Aviñón.

Benedicto XII.

Aconsejado así también por sus cardenales, decidió quedarse en Aviñón. Continuó la reorganización de la corte pontificia comenzada por Juan XXII, aumentando los ingresos de la Iglesia, lo que le permitió construir un palacio para los papas –El palacio de los papas de Aviñón-, espléndido, que pudo ser adaptado a las necesidades del gobierno centralizado de la misma, permitiendo llevarse de Roma los archivos de la Santa Sede.

Palacio de los papas de Aviñón.

Benedicto XII fue un papa so­brio, y evitó sucumbir al lujo y a la práctica del nepotismo, condenando con fuerza la simonía. Su objetivo fue reorganizar las órde­nes religiosas, buscar la paz entre los reinos cristianos y eliminar los abusos de cualquier índole.

El problema político durante su pontificado, y debido a su sumisión a Felipe VI de Francia y a Roberto I de Anjou-Sicilia el Prudente de Nápoles, fue la prolongación de los desencuentros habidos entre Juan XXII y Luis IV de Baviera. Parecía que este pontificado pondría fin a la antigua disputa, pero no fue así. Los obispos alemanes firmaron una carta pidiendo la reconciliación, sin embargo, los príncipes electores juraron una liga perpetua en defensa de los derechos y el honor del Imperio, y el 16 de julio de 1338, proclamaron en RENSE, la NO necesidad de que el emperador fuera confirmado ni bendecido por el papa para poder gobernar en los territorios del Sacro Imperio.

La situación se agravó, cuando el emperador Luis, pretendiendo casar a su hijo Luis con su prima Margarita, ya casada con Juan Enrique de Bohemia, anuló por propia autoridad, el matrimonio anterior de ésta con su marido, atentando directamente contra un derecho exclusivo del Papa, ya que sólo el pontífice romano podía disolver un matrimonio.

Promulgó la bula Benedictus Deis en 1336, por la que cerró la visión dual que existía en el seno de la Iglesia, y que dejó sin resolver Juan XXII, sobre la visión beatífica. A partir de ahí quedó claro, que los justos, DESDE su muerte, podrán disfrutar de la visión de Dios hasta el Juicio Final.  En fin… no comments…

Tumba de Benedicto XII en la Catedral Nôtre-Dame des Doms of Avignon.

El Papa Benedicto XII falleció en Aviñón el 25 de abril de 1342, siendo enterrado al igual que su antecesor  en la catedral de Nôtre Dame des Doms de esa ciudad..

*La visión beatífica es, dentro de la concepción doctrinal de la mística cristiana, un privilegio divino que consiste en el conocimiento inmediato de Dios. Este privilegio lo tienen todas las jerarquías angélicas y las almas de los justos, es decir de los que mueren en gracia de Dios.

CLEMENTE VI, el cuarto papa de Aviñón, de nombre Pierre Roger de Beaumont, fue hijo del caballero francés Guillermo Roger y de Guillermina de la Monstre. En 1302, Pierre Roger ingresó en el monasterio benedictino de Chaise-Dieu a los 11 años, y cinco más tarde, en 1307, marchó a París a estudiar Teología. Tras dieciséis años de formación, en 1323, obtuvo el título de maestro de Teología convirtiéndose en un famoso predicador.

En 1326 fue nombrado abad de Fécamp. Dos años más tarde obispo, en 1328 arzobispo de Sens y en 1338, cardenal. Fue elegido papa en mayo de 1342 tomando el nombre de Clemente VI, desarrollando el ejercicio del papado hasta 1352. Convivió con Felipe VI el Encontrado que murió en 1350 y con Juan II el Bueno durante dos años hasta su muerte.

Clemente VI.

Estuvo totalmente sometido a la monarquía francesa, llegando a ser embajador de Felipe VI ante el rey de Inglaterra.

Su pontificado se caracterizó por el nepotismo -la mayoría de los cardenales que nombró eran parientes suyos-, y por la simonía, derivada de la venta de bienes espirituales para poder financiar su afición por el lujo y por el mecenazgo de las artes, contando entre sus protegidos a Petrarca.

Patio de honor del palacio de los papas y ventana en la esquina desde donde se vendían las indulgencias.

Clemente VI despilfarró una fortuna y transformó el palacio papal en un magnífico y sun­tuoso edificio gótico por el que desfilaron los mejores artistas del momento, llegando a ser la corte más fastuosa de Europa, dejando atrás la sobriedad de su predecesor. Era visitado por los hombres principales de las cortes europeas y se rodeó de los artistas de mayor renombre, siendo necesario ampliar el palacio papal  para poder acoger a tan numerosos visitantes y artistas. Clemente no se movió nunca de Aviñón.

Palacio de los papas visto desde la torre de Felipe IV.

Compró la soberanía de Aviñón y la Provenza a Juana I de Nápoles en 1348, declarándola en esa época y quizá en agradecimiento, inocente de complicidad en el asesinato de su marido, del que estaba acusada; la compra costó a Clemente 80.000 florines y el perdón de algún pecadillo, asegurando así una más prolongada permanencia de la sede papal en Aviñón.

Durante su pontificado tuvo lugar la pandemia de la peste negra entre 1347 y 1353, que se llevó por delante en Eurasia a más de 25.000.000 de personas -más de un 30 % de su población-.

Examen de bubones producidos por la peste negra.

La pandemia tuvo su origen al parecer en las estepas de Asia central, siendo llevada por los ejércitos mongoles al oeste de las tierras asiáticas. El contacto con Europa tuvo lugar en la colonia genovesa de Caffa, ciudad que fue asediada por los soldados mongoles, los que durante el asedio catapultaban cadáveres infectados, lo que hizo que la enfermedad se propagara con gran velocidad en la ciudad.

En 1347 algunos ciudadanos de Caffa huyendo del asedio, marcharon a las ciudades de Messina, Venecia y Génova, portando con ellos la peste, irradiándose desde esas ciudades a toda Europa.

Médico durante la peste negra.

La aterrada población europea culpó de la peste a los judíos. Clemente VI condenó toda violencia contra los judíos, exculpándoles, ordenando al clero la toma de medidas para la protección de los injustamente inculpados.

La epidemia de peste trajo consigo el renacer de los Flagelantes, grupos de laicos que peregrinaban de ciudad en ciudad azotándose. Los Flagelantes surgieron en la Italia de la Edad Media, defendiendo la idea de que uno podía alcanzar la salvación por méritos propios sin ayuda de la Iglesia. Bastaba participar en procesiones de penitentes para ser absuelto de los pecados. Clemente VI los acusó de herejes, condenándoles en 1349.

Flagelantes.

En relación al conflicto alemán heredado de sus antecesores, con la bula Olim videlicet de abril de 1344, Clemente VI excomulgó al emperador Luis IV de Baviera por anular el matrimonio de la condesa de Tirolo, Margarita Maultasch con el príncipe Juan Enrique de Bohemia, para poder casarla con su hijo Luis, marqués de Brandeburgo, sin permiso de su predecesor el papa Benedicto XII, pidiendo además a los príncipes electores que procedieran a una nueva elección de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, aunque no fue necesario, ya que el Señor se llevó con Él a Luis IV en 1347, siendo elegido entonces Carlos IV de Luxemburgo, del agrado del papa.

Durante su pontificado se publicaron los derechos naturales del hombre -cristiano o no-: derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.

El pontífice nombró en 1344 a Nicola GabriniCola di Rienzo-, notario de la Cámara Apostólica en Roma, institución encargada de la administración financiera de la Santa Sede con competencias legislativa, administrativa y judicial. Inicialmente, gobernó con la filosofía papal, pero a medida que fue creciendo su poder, se desvió de la línea de actuación marcada por el papa que terminó ordenando su excomunión y apresamiento.

Al final, tras la muerte de Clemente, fue liberado, y acompañando al cardenal español Gil Álvarez de Albornoz, como legado papal, y a tropas mercenarias, conquistó Roma convirtiéndose  en dictador y tirano.

El 6 de diciembre de 1352, murió Clemente VI de un ataque al corazón. Antes de morir, el pontífice había renovado su deseo de ser enterrado en la Abadía de San Roberto de la Chaise-Dieu, donde entró con 11 años. En el coro, se construyó una tumba suntuosa de mármol blanco, cubierta con una fina capa de oro.

Tumba de Clemente VI en la abadía de San Roberto de la Chaise-Dieu de Aviñón.

INOCENCIO VI,  papa número 199 de la Iglesia católica y quinto de Aviñón, nació en Beyssac, del departamento de la Corrèze en el centro-oeste francés. De nombre Étienne Aubert y nacido en familia acomodada, estudió leyes obteniendo el doctorado en Derecho Canónico en Toulouse, enseñando Derecho Civil en esa universidad, ejerciendo más tarde de abogado en Limoges y de juez en Toulouse.

Entró en la carrera eclesiástica de archidiácono, siendo designado más tarde prior de Rouvignac, obispo de Noyon con 48 años y de Clermont con 50. Fue consejero del rey Felipe VI El Encontrado, siendo nombrado Par de Francia. En 1342, con 52 años, recibió el capelo como cardenal presbítero de San Juan y San Pablo, y en 1352, diez años más tarde, fue nombrado cardenal de Ostia y Velletri.

A la muerte de Clemente VI, se reunieron para el cónclave en Aviñón 26 cardenales el 16 de diciembre de 1352, cónclave que duró sólo dos días y en el que los cardenales firmaron una capitulación electoral -bajo juramento-, que señalaba que el que saliera elegido papa, tenía que ceder ciertos poderes pontificios al colegio cardenalicio. El día 18 de diciembre fue elegido Étienne Aubert, quien tomó el nombre de Inocencio VI que llevaba menos de un año en su cargo de cardenal de Ostia y Velletri. Durante todo su pontificado, reinó en Francia Juan II le Bon (1350-1364).

Inocencio VI.

Naturalmente, una vez recibida la tiara papal, Inocencio VI declaró inválido el documento firmado durante el cónclave, aduciendo que limitaba el poder divino del papa.

En Roma, tras el regreso de Cola di Rienzo que había retomado el poder a la muerte de Clemente VI, y debido a su tiranía, se vivía en un estado de anarquía con ineluctables revueltas. Inocencio VI envió al cardenal Gil Álvarez de Albornoz  para resolver la situación, consiguiendo que el mismo pueblo que había apoyado en su día a Cola di Rienzo, lo asesinara en una manifestación en 1354, logrando así imponer el papa su poder en los territorios romanos usurpados a la Iglesia.

Inocencio VI junto al cardenal Gil Albornoz y el emperador Carlos IV. Fresco de la capilla de los españoles del convento dominico de Santa María Novella, Florencia. Italia.

Una vez restablecido el orden, Inocencio le confió el gobierno de los Estados Pontificios al cardenal Gil Álvarez de Albornoz, siendo conocido por la Historia como el segundo fundador de los Estados Pontificios*.

*Los Estados Pontificios fueron los territorios de la península itálica que estuvieron bajo la autoridad temporal del papa, desde el año 751 hasta 1870. Se encontraban entre los principales Estados de la península italiana hasta la unificación de Italia en 1861*. Estas territorios eran la manifestación del poder temporal del papa, a diferencia de su primado eclesiástico. Después del año 1861, los Estados Pontificios, reducidos al  Lacio, continuaron su existencia hasta 1870. Entre 1870 y 1929, el papa no tuvo ningún territorio para su reino temporal y el Vaticano estuvo bajo soberanía italiana. Pío XI y Mussolini resolvieron estas diferencias entre el reino de Italia y el papado, al crear como Estado independiente la Ciudad del Vaticano, con 44 hectáreas de la ciudad de Roma, en la zona de los edificios históricos papales.

*El 18 de febrero de 1861, Víctor Manuel II de Saboya se reunió en Turín con los diputados de todos los Estados que reconocían su autoridad, asumiendo el 17 de marzo el título de rey de Italia por la gracia de Dios y voluntad de la nación

Inocencio VI también estaba interesado en establecer la paz entre Francia e Inglaterra en la Guerra de los Cien Años, habiendo trabajado en ello antes de ser papa, participando en delegaciones para lograr la paz. Era un hombre respetado por los nobles de ambos países, pero al final no consiguió grandes objetivos por la desconfianza de los ingleses en un intermediario francés, aunque logró la firma del tratado de Bretigny, consecuencia de la batalla de Poitiers en la que Juan II el Bueno de Francia, fue apresado. Consecuencia inmediata del período de paz que siguió a la firma de este acuerdo, fue que las tropas mercenarias de cada bando, al ser licenciadas, se dedicaron al pillaje, por lo que Inocencio tomó la decisión de fortificar la sede pontificia de Aviñón, dedicando a este menester importantes sumas de dinero para la construcción de nuevas murallas alrededor de la ciudad, reforzando también la defensa y la solidez del palacio papal.

Tratado de Bretigny.

A él también se debe la mejora de la Cartuja de Villeneuve, construida en el mismo lugar donde se encontraba su antiguo palacio cardenalicio. Allí sería enterrado.

Inocencio VI tampoco regresó a Roma. Vivió dando ejemplo de sencillez, al reducir el lujo de la sede pontificia, que tanto propugnó e impulsó su antecesor Clemente VI.

Quiso influir en Pedro I el Cruel, rey de Castilla, para que mejorara el trato dado a su mujer legítima Blanca de Borbón -hermana de la reina de Francia Juana de Borbón-, a la que encerró de por vida, por no haber recibido la dote prometida por el rey Juan II de Francia -su cuñado- y por su padre Pedro I duque de Borbón, holgando con María de Padilla, Juana de Castro, María González de Hinestrosa, Teresa de Ayala o Isabel de Sandoval. Las gestiones papales no produjeron en Pedro influencia alguna.

Inocencio VI, durante su pontificado, abordó con fuerza la reforma de la administración eclesiástica, para lo cual prohibió la acumulación de cargos y beneficios, obligando a los obispos a residir en sus respectivas diócesis, luchando contra la corrupción.

Inocencio VI falleció el 12 de septiembre de 1362, siendo enterrado -dispuesto por él- en la Cartuja de Nôtre Dame de Val de Bénédiction de Villeneuve las afueras de Aviñón.

Cartuja de Notre Dame de Val de Bénédiction de Villeneuve.

Tumba de Inocencio VI.

URBANO V  fue el papa número 200 de la Iglesia  católica y SEXTO de Aviñón. Nacido Guillaume Grimoard, en Le Pont-de Montvert de Occitania, en 1310, fue hijo primogénito de Guillaume II de Grimoard, señor de Grizac, y Amphélise de Sabran, señora de Montferrand.

Con 12 años fue enviado a Montpellier para realizar estudios de derecho canónico, continuando con los de derecho civil en Toulouse. Con 25 años -1335- entró en la orden benedictina, en el monasterio de Chirac, en donde fue ordenado sacerdote.

En la Universidad de Montpellier, dio clases de Derecho, realizando simultáneamente el doctorado que logró en 1342. En 1352 fue designado abad de Saint German de Auxerre por Clemente VI, pasando a dirigir la abadía de san Víctor en 1361 por designación de Inocencio VI.

Desarrolló misiones diplomáticas, encomendadas primero por Clemente VI, en 1352, para resolver el problema con Giovanni Visconti  -arzobispo de Milán- que puso momentáneamente a la ciudad de Bolonia -territorio pontificio- bajo su yugo, derrotando a los ejércitos pontificios. interviniendo también en nombre del papado con Inocencio VI, para frenar los deseos expansionistas del nieto de Giovanni, Bernabé Visconti, ambas resueltas con brillantez.

En el cónclave celebrado a la muerte de Inocencio VI, en septiembre de 1362, salió elegido en primera votación Hugues Roger, hermano de Clemente VI, quien rechazó la designación.

Tras una segunda ronda de votaciones con fumata negra, fue elegido el 28 de septiembre, en tercera votación, Guillaume de Grimoard, quien, al no ser cardenal, no participaba en el cónclave.

Urbano V.

El futuro papa fue reclamado para que abandonara Italia, donde se encontraba en misión diplomática, y marchara a Aviñón para ser ordenado obispo, e inmediatamente ser coronado papa el 6 de noviembre de 1362.

Durante los dos primeros años de su papado (1362-1370) reinó en Francia Juan II el Bueno, preso en Londres y fallecido en 1364, siendo sucedido por su hijo Carlos V el Sabio que reinó en Francia hasta 1380.

Urbano V fue un papa muy piadoso, austero, sencillo y enemigo de la ostentación. Hombre de gran espiritualidad, favoreció el estudio y la cultura, así como la construcción de iglesias y universida­des. Su actitud de gran humanista, le hizo ganarse la confianza de todos. Entre sus características menos positivas, estuvo la de su sometimiento excesivo a la corona francesa -como sus antecesores-.

El objetivo principal de su pontificado fue volver a fijar la sede pontificia en la ciudad de Roma. Excepto el rey Carlos V el Sabio de Francia, todas las naciones cristianas querían que el papa regresara a la Ciudad Eterna: el emperador del Sacro Imperio Carlos IV -que llegó a viajar a Aviñón en 1365 para pedírselo-, santa Brígida de Suecia, que se lamentaba de la situación inaceptable en la que se encontraba la curia romana, y algunos filósofos como el poeta aretino Francesco Petrarca, que en 1366 había enviado una carta de petición al papa de la viuda Roma, señalando  que su esposo, el papa, se había marchado y la había dejado sola.

Francesco Petrarca.

A pesar de la negativa del rey francés y del asesoramiento de los cardenales, fue a Roma en 1367, permaneciendo en la Ciudad Eterna tres años a pesar de las amenazas que representaban los disturbios políticos y las epidemias.  En Roma fue recibido por los emperadores del Sacro Imperio Carlos IV de Luxemburgo y el emperador bizantino Juan V Paleólogo.

Aunque en 1360 había comenzado a cambiar la situación en Roma gracias al establecimiento de una nueva constitución apoyada por la nobleza romana y por una recién creada milicia popular, en la Ciudad Eterna, unos partidarios políticos sucedían a otros, sin otras miras que las venganzas entre familias y las ansias de poder. Las ciudades de los Estados Pontificios combatían entre ellas, sin descanso por esos mismos motivos.

Al establecerse el papa Urbano V en 1367 en el Vaticano, emprendió una gran actividad reformadora y de reconstrucción de la ciudad. Paulatinamente las cosas iban tomando nuevo rumbo. Roma volvía de nuevo a ser, el centro del mundo, y de todas partes llegaban a ella huéspedes ilustres.

En 1368 el pontífice reconcilió la Iglesia con el Sacro Imperio: Carlos IV de Luxemburgo fue coronado en Roma. También logró Urbano un acercamiento con el emperador bizantino, abjurando Juan V Paleólogo de su fe, convirtiéndose al catolicismo para  buscar apoyo contra los turcos que amenazaban Constantinopla. La Iglesia por fin se mostraba unida, aunque esa situación duró poco tiempo.

En 1370, se reanudaron las hostilidades de la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, por lo que Urbano V regresó a Aviñón, falleciendo a los dos meses de su llegada, el 19 de diciembre de 1370. Primero fue enterrado en la catedral de Aviñón y posteriormente sus restos fueron trasladados a la abadía de san Víctor de Marsella según su deseo. Fue beatificado por Pío IX en 1870.

Tumba de Urbano V.

GREGORIO XI  (1330-1378) fue el papa 201 de la Iglesia católica desde 1370 a 1378 y SÉPTIMO y ÚLTIMO de Aviñón. De nombre secular Pierre Roger, fue el último pontífice francés hasta hoy día. Hijo de Guillaume Roger, conde de Beaufort, y de Marie de Chambon. Estudió en Perugia derecho y teología, doctorándose en ambas materias. Durante su pontificado continuó de rey en Francia  Carlos V el Sabio (1364-1380).

Gregorio XI.

Con 12 años fue canónigo del capítulo de la catedral de Ruán, luego de Rodez y más tarde de la de París, en donde fue nombrado archidiácono. Con 18 años, su tío Clemente VI, lo nombró cardenal diácono.

Sin haber tomado las órdenes para ser presbítero -se  puede ser cardenal sin ser sacerdote- fue elegido papa por unanimidad en diciembre de 1370, debiendo tomar las órdenes necesarias del sacerdocio antes de ser coronado, lo que sucedió en enero de 1371.

Coronación de Gregorio XI.

Fue un hombre cultivado y hábil diplomático, regresando a las prácticas nepóticas de algunos de sus predecesores, nombrando a varios cardenales de su familia.

Gregorio XI, intentó reconciliar a los reinos cristianos para poder lanzar una cruzada contra los turcos. Francia e Inglaterra sumidas en la Guerra de los Cien Años, eludieron su participación. Este papa logró que los reinos de Castilla, Aragón, Navarra y Portugal, acabaran sus confrontaciones por la vía de los enlaces matrimoniales.

Aunque el papa estaba bajo la tutela e influencia del rey francés, el conflicto creciente entre facciones amistosas y hostiles a él -básicamente porque nombraba obispos franceses para las ciudades italianas- instilaban una creciente inestabilidad en los territorios pontificios y sobre todo en Roma. El papa estableció un embargo a las exportaciones de grano durante una hambruna y Florencia organizó una liga con ánimo belicista, uniendo a varias ciudades contra el papa: Milán, Bolonia, Pisa, Génova, Perugia y Luca.

Gregorio XI mediante su delegado y pariente Roberto de Ginebra, contrató mercenarios para acabar con las sublevaciones. La oposición contra el papado creció y Florencia entró en abierto conflicto con el papa en la  llamada la Guerra de los ocho santos, en referencia a los ocho concejales florentinos que fueron elegidos para dirigir el conflicto. El papa, el 31 de marzo de 1376, puso en Entredicho a la ciudad de Florencia, declarando a sus habitantes como enemigos del papa y de la Iglesia, declarando ilegales sus posesiones, marchando sus mercenarios sobre Cesena, en donde masacraron a más de 4.000 personas, quedando la ciudad y su comercio muy dañados y casi extintos.

Fue el pontífice que tomó la decisión de abandonar definitivamente Aviñón, siendo influido por la opinión de santa Catalina de Siena, que propugnaba la vuelta de la Santa Sede a Roma. Gregorio XI abandonó la ciudad francesa para poner rumbo a Roma, a donde llegó el 17 de enero de 1377, aunque este retorno no puso fin a las hostilidades entre los Estados Pontificios, debido a los sucesos de Cesena, en donde el cardenal Roberto de Ginebra -futuro antipapa CLEMENTE VII- ordenó masacrar a la población, soliviantando de tal modo al pueblo romano, que el Papa tuvo que refugiarse en el palacio de Anagni. Su deseo de restablecer la paz en la Iglesia, hizo que volviera nuevamente a Roma el 7 de noviembre, para residir permanentemente en el Vaticano, abandonando definitivamente la secular residencia de los papas del Palacio de Letrán de Roma.

Retorno a Roma de Gregorio XI por Giorgio Vasari.

Durante su pontificado mantuvo mano dura contra los movimientos heréticos; condenó a los Turlupines que propugnaban la pobreza total, incluso el no uso de vestiduras -nudistas-, la doctrina Fatalista de Albert Alberstadt de Alemania y las doctrinas del reformador inglés John Wycliff, acusándolos de herejía.

Gregorio XI murió el 26 de marzo de 1378, pidiendo ser sepultado en la iglesia de la abadía de La Chaise-Dieu en Francia, pero los romanos no aceptaron que su cuerpo abandonara Italia, siendo enterrado en Roma, en la iglesia de santa Francesca Romana. habiendo vivido dos años en Roma desde su llegada.

Santa Francesca Romana.

Italia seguía siendo tierra de luchas entre gobernantes, familias y ciudades. A su muerte, tras un pontificado corto y complejo, se produjo una grave crisis de sucesión que dio lugar al Gran Cisma de Occidente.

*El entredicho o interdicto es, en derecho canónico, una censura eclesiástica por la cual las autoridades religiosas prohíben a los fieles la asistencia a los oficios divinos, la recepción de sacramentos y la sepultura cristiana.

La presión que pudo ejercer la corona de Francia sobre el papado puede explicarse por el poderío político y bélico de Francia a principios del siglo XIV, y algo más tarde, también económico, que permitió a Felipe IV el Hermoso invertir su tiempo y recursos en convertir al papado en un vasallo de Francia. Una vez sometido al rey francés, el papado no tuvo la fuerza necesaria para recuperar su independencia política. El fin de esta situación, se puede explicar por las continuas victorias inglesas en la Guerra de los Cien Años, que debilitaron tanto a Francia, que permitieron a los papas volver a Roma. Una vez sentido el alivio de la presión francesa, también fue crucial la insistente predicación de santa Catalina de Siena que convenció al papa Gregorio XI para volver a Roma, quizá en contra de sus deseos.

No se debe confundir el período del papado de Aviñón (1309-1377), con otro período de la historia de la Iglesia católica, entre 1378 y 1417, conocido como el Gran Cisma de Occidente, en el cual la Iglesia se encontró dividida bajo dos obediencias posibles y simultáneas, la del papa residente en Roma y la del antipapa residente en Aviñón, y que en un momento determinado derivó en  la coetaneidad  -coetareidad- de tres papas.

A la muerte de Gregorio XI, dieciséis de los veintinueve cardenales existentes se reunieron el 7 de abril de 1378 en cónclave en la ciudad de Roma, sin esperar la llegada de los cardenales que se encontraban en Aviñón, para la elección del sucesor.

Los cardenales se encontraban divididos en tres facciones, cada una con un candidato: dos facciones francesas (lemosinos de Occitania y galicanos) que sumaban diez cardenales, y una italiana que contaba con cuatro. Los dos restantes cardenales, eran neutrales e independientes.

Presionados por el pueblo romano, amotinado para conseguir un papa romano o al menos italiano, por el temor de que al elegir un extranjero se llevara de nuevo la sede papal fuera de Roma, y dado que los únicos romanos presentes no eran los más adecuados, uno por ser demasiado mayor y otro por demasiado joven, y agobiados por las manifestaciones populares en la plaza de San Pedro, los cardenales eligieron al napolitano Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari, que al no ser cardenal no se encontraba en el cónclave, por lo que fue reclamada su presencia, manteniéndose su elección en secreto ya que era preciso su aceptación previa al nombramiento. La revuelta del pueblo siguió viva, y los cardenales fueron forzados a permanecer en Roma, ya que el pueblo creyó atisbar un engaño en la elección, hasta que Prignano llegó al cónclave, aceptó, y fue coronado papa con el nombre de URBANO VI.

Urbano VI.

Bartolomeo Prignano de niño emigró con su familia del Lazio -Itri- a Aviñón, volviendo a Italia en 1364, para ser consagrado obispo de Acerenza (Nápoles) y en 1377 de Bari, siendo administrador de Gregorio XI,

Todos los cardenales, incluidos los franceses de Aviñón, fueron favorables a las primeras medidas de Urbano VI para evitar abusos, reformar la Curia y favorecer la unidad en la Iglesia. Sin embargo, al poco tiempo fue criticado por los que fueron favorables a sus actuaciones, por soberbio, desconfiado y colérico, y por realizar reproches a los cardenales en público, por su absentismo, vida de lujo y ausencia de castidad.

La actitud del papa, junto al hecho de que había decidido su permanencia en Roma, hizo que, con la excusa del calor que sufrían en Roma, los cardenales, salvo los cuatro italianos, se reunieran en Anagni, donde, el 9 de agosto de 1978 publicaron una declaración anulando la elección de Urbano VI, aduciendo que era ilegal, al haberse efectuado por miedo a la violencia del populacho. Declararon vacante la silla de Pedro y convocaron un nuevo cónclave.

El 20 de septiembre de 1378, con la esperanza de que Urbano abdicara, todos los cardenales incluidos los italianos se reunieron en Fondi  -Nápoles- procediendo a una nueva elección, con el apoyo del rey de Francia Carlos V el Sabio, siendo elegido el cardenal francés Roberto de Ginebra, que adoptó el nombre de Clemente VII, que residiría en Aviñón, comenzando así el mencionado Gran Cisma de Occidente que duraría hasta 1417. La cristiandad se dividió en dos obediencias: Alemania, Italia y Flandes reconocieron al papa Urbano VI, y el resto de Europa manifestaron su obediencia al antipapa Clemente VII. Castilla, Aragón y Navarra declararon una prudente espera.

Clemente VII.

Urbano VI fue excomulgado por el antipapa francés Clemente VII, haciendo lo propio el latino con el francés. La opinión eclesiástica actual considera como papa electo conforme a derecho a Urbano VI,  y que Clemente VII fue elegido de forma no canónica, de ahí que en la historia se le conozca con el título de antipapa, y que posteriormente subiera a la silla de san Pedro un papa que tomó el nombre ya utilizado por el ilegal antipapa Clemente VII. El legal Clemente VII fue hijo natural de Juliano de Médici, nacido de madre sin marido, Fioretta, hija de Antonio, en el siglo XVI, con el número 219 de orden en el papado.

El problema se intentó solucionar inicialmente por la vía de la fuerza. Tras el cónclave de Fondi, la reina Juana de Nápoles se sumó a la obediencia de los que reconocían al antipapa Clemente VII, actitud aprovechada por Luis I de Anjou -hijo de Juan II El Bueno de Francia y Bona de Luxemburgo, primer Valois de la rama angevina- que propuso al antipapa, atacar a Urbano VI utilizando como base Nápoles, adoptando la reina Juana I a Luis I como hijo previamente, y reconociendo Clemente  VII dicha adopción, para que Luís I heredara el reino de Nápoles al fallecimiento de Juana, que sólo había tenido un hijo varón, fallecido.

Luis se haría con un ejército, que desde Nápoles comenzaría la guerra contra Urbano. En junio de 1380, Juana adoptó a Luis I, nombrándole heredero, aunque la acción desde Nápoles se detuvo por la muerte de Carlos V el Sabio de Francia. Mientras, Urbano VI declaró hereje a la reina Juana I, la depuso y nombró rey de Nápoles a Carlos III Durazzo, que en julio de 1381 entró en Nápoles.

Luis I de Anjou en 1382 atravesó Italia con su ejército, pero la muerte de Juana terminó con sus anhelos por falta de fondos, siendo arrinconado en Tarento y más tarde en Bari, muriendo en septiembre de 1384. De este modo, la solución por la fuerza entró en vía muerta.

Simultáneamente a la vía de la fuerza, y también después de fracasar, se intentó resolver la situación por la vía cessionis, que pretendía que uno de los dos papas, o los dos, abdicaran, vía que tampoco tuvo éxito.

Después se intentó la vía compromossionis, por la que se pudiera aceptar el arbitraje de terceros, acatando los dos la decisión de los árbitros. También fracasó.

La siguiente vía de intento de solución fue la vía conciliar -via concilii-, que consistió en la propuesta de celebración de un concilio ecuménico, cuyo juicio final debería ser aceptado por el papa y el antipapa, teoría sustentada en la consideración teológica de la superioridad de un concilio general sobre los criterios del papa.

Sin haber tomado la decisión de la celebración del concilio, en 1389, murió Urbano VI, lo que se presentó como posible solución al problema, pero los cardenales fieles al papa fallecido, celebraron un cónclave eligiendo papa a Piero Tomacelli, que fue entronizado con el nombre de Bonifacio IX.

Bonifacio IX.

Así siguieron las cosas cinco años más, falleciendo Clemente VII el 16 de septiembre de 1394. Sus cardenales fieles, se reunieron en cónclave en Aviñón, eligiendo papa a Pedro de Luna, coronado con el nombre de Benedicto XIII, que sería antipapa también. El cisma se prolongó sin señales de solución, sucediendo a Bonifacio IX, primero Inocencio VII (1404-1406) y luego Gregorio XII (1406-1415).

Benedicto XIII.. El antipapa Luna.

Inocencio VII.

Gregorio XII.

El antipapa aviñonés Benedicto XIII, mucho menos manejable que su antecesor, aconsejó al rey francés cambiar su posición, hasta entonces inamovible, inclinándose por lograr una solución lo antes posible.

En 1407 se estuvo a punto de lograr resolver problema, al acordar Gregorio XII y Benedicto XIII, encontrarse en Savona, para utilizar la vía cessioni de la abdicación de ambos. En el último momento declinaron esta posibilidad, quedando como única vía de solución el concilio ecuménico.

Los cardenales disidentes, las ciudades del norte de Italia, el rey francés Carlos VI el Loco o el Bienamado, los alemanes, los ingleses  y la Universidad de París llegaron a un acuerdo para convocar un Concilio en PISA. El concilio comenzó el 25 de marzo de 1409, siendo invitados el papa y el antipapa, que no se presentaron,  en calidad de acusados, siendo depuestos ambos el 5 de junio por herejes y cismáticos. Los 24 cardenales presentes se reunieron en cónclave inmediatamente para elegir un nuevo papa único, recayendo la elección en Pedro Philargés, franciscano gran humanista, profesor de Oxford y de la universidad  de París, quien tomó el nombre de  Alejandro V.

Alejandro V.

A pesar de la gran cantidad de obispos que habían acudido a Pisa y de que al papa elegido en el cónclave, se habían sometido todos ellos en obediencia, para la mayoría de los reinos cristianos, la legitimidad de la convocatoria del concilio era dudosa. De hecho, no todos los cardenales y teólogos estaban convencidos de que la autoridad de un concilio pudiese deponer a un papa. El concilio en vez de ser la solución, empeoró todo, pues se pasó de una  bicefalia a una  tricefalia.

Alejandro V solo duró un año en el cargo, puesto que murió en Bolonia al año siguiente de su elección. Su sucesor, Baldassare Cossa, sería elegido por los cardenales pisanos el 17 de mayo de 1410, tomando el nombre de Juan XXIII. Así pues seguía habiendo tres papas: Juan XXIII nombrado sucesor de Alejandro V elegido en Pisa, el elegido por Roma Gregorio XII  y el aviñonés Benedicto XIII.

Juan XXIII.

Roma fue tomada por las tropas de Juan XXIII, debiendo huir  Gregorio XII  a Gaeta y Rimini. El aviñonés Benedicto XIII, fue reconocido como papa verdadero por Aragón, Navarra, Castilla y Escocia, retirándose a Barcelona y después, a  Peñíscola.

Ante esta situación, sólo el emperador del Sacro Imperio Segismundo de Luxemburgo era considerado capaz de convocar un concilio ecuménico, en el que las resoluciones resultantes fueran aceptadas por todos.

Segismundo convocó en octubre de 1413 un concilio en la ciudad imperial de Constanza, confirmando Juan XXIII la convocatoria, pensando que saldría beneficiado, por ser el emperador partidario suyo.

El concilio de Constanza comenzó el 5 de noviembre de 1414. Juan XXIII, el único de los tres papas que acudió, se enemistó con Segismundo y en vez de abdicar, huyó de noche disfrazado. Fue destituido, arrestado y hecho prisionero el  29 de mayo de 1415. Gregorio XII envió a Constanza un documento con un decreto por el que convocaba el concilio de Constanza, renunciando al pontificado.

Así quedaba sólo coronado el antipapa Benedicto XIII -el papa Luna- que primero se entrevistó con el emperador en Perpiñán sin resultado favorable alguno, siendo invitado posteriormente por Fernando de Antequera –Fernando I de Aragón- a Morella, en donde, y con la asistencia de fray Vicente Ferrer, fue invitado a abdicar para resolver el problema. La negociación fracasó y Benedicto XIII volvió a Peñíscola, al castillo que había pertenecido a los templarios, no renunciando NUNCA al papado hasta su muerte el 23 de Mayo de 1423.

La actitud de Benedicto XIII determinó a Castilla, Navarra y Aragón a abandonarle, compareciendo ante el concilio junto a las autoridades italianas, francesas, imperiales e inglesas. Benedicto XIII  fue depuesto por el Concilio el 26 de julio de 1417, condenado por cismático y hereje.

El 6 de abril de 1415 se proclamó -dentro del concilio-  la superioridad de los concilios sobre el papa y que la autoridad de la Iglesia no reposaba ni sobre el papa ni sobre los cardenales, sino sobre la agregatio fidelium, cuya expresión la constituían las naciones.

Para la elección del nuevo papa, se decidió agregar a los 23 cardenales, a otros 30 prelados -seis por nación-. Otón Colonna fue elegido el 11 de noviembre de 1417, tomando el nombre de Martín V.

Martín V.

Aún trajo algo de cola la rama de Benedicto XIII, que no quiso ceder en su postura hasta su muerte en 1423, a los 96 años, tras la cual, sus cardenales eligieron a su sucesor, Gil Sánchez Muñoz, que tomó el nombre de Clemente VIII,, último papa de la obediencia de Aviñón, en Peñíscola, lugar donde residió hasta su abdicación en 1429, por las presiones políticas del rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo.

De este modo y tras grandes trasteos, la Iglesia católica volvió a tener una única cabeza.

Alfonso V el Magnánimo de Aragón.

Música: Johann Pachelbel. Canon in D Major.