LOS AUGURES EN LA ANTIGUA ROMA. Parte 1.

El augur Demócrito observó a Rómulo con atención: su cuerpo fibroso y moreno curtido por la vida al aire libre, el trabajo, la guerra y la caza, y un rostro que traslucía determinación y fe en sí mismo, podían señalarle como a un líder entre los hombres de su pueblo.

Se unió a él y a su partida de facinerosos, tras ser expulsado de Faleria -ciudad etrusca al oeste del Tíber y al norte del monte Soracte- por haber sustraído parte del tesoro del templo. Rómulo y sus hombres necesitaban un sacerdote que mediara por ellos ante los dioses.

Más tarde, se les unió otro augur, Tarquinio, que decía venir de Soútrion -en la actual provincia de Viterbo en el Lazio- que tomó partido por el gemelo de Rómulo, Remo, que comandaba su propia hueste.

A Demócrito, Remo no le gustaba; su ominosa e inaprensible crueldad con las víctimas y con los enemigos vencidos, su carácter pendenciero, y su falta de asertividad, lo convertían  en un monstruo, careciendo a diferencia de Rómulo, del carisma necesario de los líderes.

Las diferencias entre los gemelos eran seculares, y y se agudizaban constantemente. Un día en que ambas huestes fueron al meandro del Tíber, al lado de la isla Tiberin, que dividía en dos el curso de sus aguas, y que se usaba para cruzar el río a través de dos pontones que la unían con las orillas pot la Vía Salaria, que usaban latinos y sabinos para comerciar con la sal que obtenían de las inmediaciones del cercano mar Tirreno.

Rómulo persuadió a su hermano para expulsar a los latinos que controlaban el paso y cobraban el portazgo, para establecer, tras expulsarlos, una población fortificada que les permitiera a ellos controlar el cruce del río y cobrar el impuesto correspondiente por pasar de una a otra orilla. Derrotar a los latinos fue sencillo, decidiendo entonces el establecimiento de una ciudad en las inmediaciones.

Los hermanos no se ponían de acuerdo en la elección de la colina sobre la que debería alzarse la nueva ciudad, ni en el nombre con el que debía ser bautizada. Era el año 753 a.C.: Remo porfiaba por el Aventino y quería llamarla Remoria, mientras que Rómulo apuntaba al Palatino y que su nombre fuera Roma.

El argumento de Rómulo era que, en las estribaciones del Palatino fue donde transcurrió la infancia de ellos, en una cueva donde su madre, Luperca, se abría de piernas ante los clientes que le pagaban con una bolsa de sal por sus servicios. Allí también, cuando murió su madre, los dos gemelos fueron encontrados y recogidos por el pastor Fáustulo que les dejó una loba para amamantarlos, y al que ayudaron a cuidar sus rebaños desde que pudieron hacerlo.

Los augures Demócrito y Tarquinio y los sacerdotes convencieron a ambos hermanos para que la cuestión se sometiese a la opinión de los dioses, mediante auspicio, tanto en la elección de la colina más favorable para construir la nueva ciudad, como su nombre.

Se acordó que cada gemelo subiera a la parte más alta de la colina por él elegida, acompañado por testigos de la parte contraria y su augur, y que rogaran a los dioses que les mostraran su favor enviándoles buitres. En el lugar desde donde se vieran más buitres, sería el lugar elegido para edificar la ciudad, bautizándola con el nombre elegido por el vencedor.

Así, decidieron poner en marcha las dos comitivas para el día siguiente. El dux Rómulo subiría al Palatino con su augur Demócrito, un sacerdote, el enviado de Remo, Apulio, un aedo -cantante de epopeyas-, y varios componentes de su hueste. Al Aventino, ascendieron con el dux Remo, su augur Tarquinio, un sacerdote, un notario nombrado por Rómulo para controlar la veracidad del auspicio, un aedo y algunos hombres de Remo.

Los ropajes de augur, con la trabea -túnica de los augures-, verde en el caso de Tarquinio y marrón de Demócrito, que les llegaba hasta los tobillos, la toga ceremonial blanca y los lituus dificultaban su ascenso, debiendo esforzarse mucho para seguir el ritmo de los jóvenes, aunque el petricor nacido con la lluvia hacía que el esfuerzo fuera más ligero, aunque de tanto en cuanto fueran increpados amablemente para que aceleraran en su ascenso.

Augur con trabea y lituus.

Demócrito mientras sudaba subiendo, pensaba en la incapacidad de entreverar las razones de los gemelos, que les convertía en jóvenes necios; la sabiduría es un don que se va entregando con la edad –en algunos casos-, mientras se roba la juventud, y pensó que estos dos jóvenes si llegaban a edad provecta, serían viejos y sandios.

Cuando por fin llegaron a la cúspide de ambas alturas las dos delegaciones, los dos maduros augures se sentaron para recuperar el resuello, pero ambos duces les instaron a levantarse y comenzar. Los augures se levantaron aunque estuvieron tentados de señalar que los dioses les habían apuntado la conveniencia de alguna demora en el comienzo, y que eran seres de paciencia finita si se les contrariaba, pero prefirieron ponerse al tajo, para acabar cuanto antes.

Los dos grupos se visualizaron entre ambas alturas, comunicándose entre ellos, a través de las señales de sol transmitidas con un disco de bronce. Acordaron escudriñar los cielos en busca de los signos de los dioses durante dos horas solares. Marcaron con sus lituus -el bastón que acababa en una espiral de los augures- el espacio de cielo que se debía escrutar.

A la izquierda de los augures estaban colocados los duces -Rómulo y Remo- que no podían ocultar su nerviosismo, y a su diestra el observador que había enviado el otro líder para que no hubiera trampa alguna. A sus espaldas, el resto de la comitiva.

Desde el Palatino el tiempo pasaba demasiado rápido, sin que los dioses mandaran las señales pedidas. Desde el Aventino les llegaron hasta cuatro exclamaciones de júbilo; los de Remo habían visto ya cuatro buitres enviados por las divinidades como muestra de simpatía hacia su causa, volando en círculo a la derecha, confirmadas por Tarquinio y el sacerdote. Sonó otro gritó de alegría lanzado por alguien de la escolta de Remo, seguido de suspiros de decepción, ya que el ave avistada era un cernícalo.

El sol apretaba hasta lo indecible. La frustración de los del Palatino iba en aumento. Un quinto griterío desde la otra colina hundió aún más los ánimos.

De repente, Demócrito gritó entusiasmado al ver dos buitres volando en círculo a la derecha en el cielo marcado del Palatino. El sacerdote confirmó el augurio. Todos sintieron cierto júbilo a excepción de Amulio, el enviado de Remo. Un tercer buitre y, casi sin interrupción, un cuarto, les hicieron recuperar la sonrisa a los de Rómulo, alegría que fue ahogada por el sexto grito de júbilo de los del Aventino.

Una exclamación de alegría de Rómulo rompió el aire al divisar un quinto buitre a poniente. Los gritos se multiplicaron cuando Numitor, de su escolta, señaló tres aves distantes y comprobó que eran buitres. Amulio estaba nervioso.

Fueron doce las aves divisadas desde el Palatino. Los del Aventino no volvieron a bramar.

Cuando se reunieron en la explanada que separaba las dos colinas, todos tenían claro que el vencedor había sido Rómulo, aunque Remo intentó señalar con tesón irracional que ellos habían sido los primeros en recibir los augurios, y por tanto él debería ser el vencedor. Sólo lo secundaron Amulio y otro par de hombres de su hueste. El resto de sus hombres lo abandonó.

Rómulo mandó uncir dos bueyes blancos. Ascendió con ellos a la explanada preferida del Palatino y con el arado trazó un rectángulo que sería el emplazamiento sobre él que se levantaría la empalizada que protegería a la ciudad y a sus habitantes. Hasta que los ritos de inauguración no hubieran concluido, según los mores de sus ancestros, ese surco no podía ser cruzado por nadie bajo pena de muerte.

Acabado el trazado, Rómulo ordenó sacrificar un par de bueyes y cuatro cerdos. Al día siguiente, continuaron los ritos inaugurales, poniéndose en marcha una gran celebración. El vino corría sin freno, y mientras la carne se asaba,  Rómulo ofreció su éxito y la futura ciudad a Marte, el dios de la guerra, a cuya protección se acogía.

Remo se presentó de improviso, borracho y con sus armas. Rómulo lo invitó a unirse al banquete, pero su gemelo declinó el ofrecimiento, y con paso vacilante se dirigió hacia el surco marcado por Rómulo que señalaba los límites de la nueva ciudad. Se volvió desafiante hacia Rómulo, esbozó una sonrisa y lo saltó por encima.

Un silencio saludó el sacrilegio secundado por Amulio. La disforia aprisionó los corazones de los presentes mientras Rómulo embrazó su escudo y se abalanzó sobre su hermano con el gladius desenvainado. El sacrilegio había condenado a Roma a ser conquistada en alguna ocasión según los mores. Los dos combatieron con furia, pero peor de lo que sabían, por hacerlo con ira, hiriéndose mutuamente, pero la determinación de Rómulo unida a la falta de reflejos de Remo por la cantidad de vino ingerido, permitieron a Rómulo atravesar el hígado de su hermano. Amulio quiso atacar a Rómulo, pero Numitor lo degolló. Rómulo mandó arrojarlos a una fosa que cavaron junto al surco: sus cadáveres servirían de cimientos a las murallas de Roma.

Siguieron las celebraciones y Rómulo desde la mesa en la que estaba comiendo, hizo un gesto con el brazo a Demócrito para que se acercará, invitándole a sentarse a su lado…

Demócrito, ahora debemos escribir una historia sobre lo acontecido, que será la contada en los siglos venideros, ya que Roma será grande, y no se debe relatar lo que realmente ha sucedido.

El augur, observó a Rómulo, consciente de haber vivido unos hechos que permanecerían en la memoria de los hombres.

-¿Qué vamos a contar? ¿Qué dos hijos de una lupa, y padre desconocido pelearon por dar el nombre que querían a un poblado de pastores en un monte u otro?

No, eso no se puede contar así, aunque tampoco importa lo que ha sucedido realmente, ya que como sabes las grandes gestas son cantadas para ensalzar a héroes que quizá lo fueron o no, y están llenas de exageraciones y mentiras que los elevan hasta convertirlos en mitos.

-Se podría contar que el padre de los hermanos fue el dios Marte, y de ahí el carácter belicoso de los hermanos, y la madre una vestal, Rea Silvia, que aunque debía ser virgen 30 años como todas las sacerdotisas de Vesta -diosa romana del hogar-, fue violada por el dios y que al nacer los gemelos, al margen de enterrar viva a la vestal, éstos, fueron arrojados en una canasta al Tíber. Qué La canasta encalló en un meandro, y fue encontrada por una loba que recuperó a los niños y los amamantó.

Me gusta la historia, griego.

Si quieres, podríamos ir aún más lejos, haciendo descender tu estirpe de alguno de los héroes de la Ilíada, dicen que escrita por Homero, un ciego aedo de Quíos -isla griega en el mar Egeo situada próxima a la costa de la península de Karaburun, en Turquía-.  También se podría contar que descendéis  de uno de los héroes que combatió en Ilión -Troya-. Allí se cantan, las circunstancias que dieron lugar a la guerra que los pueblos griegos libraron contra la legendaria Troya, debido a la afrenta que infirió Paris a Menelao, rey de Esparta, al seducir a la esposa del monarca lacedemonio y huir con ella, al palacio real del rey Príamo.

Música : Ancient Roman Music

To be continued in part 2.