Perdido, buscando el Teatro Real de Madrid.

Con un par de entradas en el bolsillo para asistir a la ópera Das Rheingold de Wagner en el Teatro Real de Madrid, salimos de casa con tiempo bastante para ir en transporte público, pero tardamos 13 siglos en llegar…

En 852, Muhammad I, quinto emir independiente de Córdoba, hijo de Abderramán II, mandó construir en una colina al norte del río Manzanares -en donde hoy se encuentra el Palacio Real-, un puesto militar para controlar el paso hacia y desde el puerto de Guadarrama. Mayrit, así denominado el puesto, nació como enclave castrense de la Marca Media  musulmana -con capital en Toledo- que llegaba hasta la sierra de Madrid, frontera parcial entre las dos submesetas de la Meseta Central.

Para la defensa del puesto militar se  construyó una muralla, en fecha indeterminada entre los años 860 y 880, quedando fuera de la misma una amplia vega cultivable y de fácil acceso a reservas acuíferas. Para apoyar este sistema defensivo, se construyó  una atalaya islámica -como era habitual-, la Torre de los Huesos, de planta cuadrangular, construida en mampostería y sillares hechos de piedra caliza y sílex, localizada fuera de la ciudadela, vigilando la zona  del barranco del arroyo del Arenal, en la zona noroeste del puesto militar, próxima al lugar ocupado actualmente por el Palacio Real. La torre tomó su nombre, por la proximidad del antiguo cementerio islámico de la Huesa del Raf, y no como cuentan algunos, por despeñar presos y huesos cristianos, aunque naturalmente ese hecho pudiera haber sido  verídico.

Resto de la Torre de los Huesos, en el primer tramo del aparcamiento subterráneo de la Plaza de Oriente, en vitrina visible.

 

Restos de la muralla musulmana de Madrid en las inmediaciones del Palacio Real.

Mayrit, probablemente proviene del nombre de lengua romance Matric, que a su vez deriva del latín  Matrice –madre de aguas o arroyo matriz-, por el arroyo de San Pedro que discurría entre los dos cerros que hoy están a ambos lados de la calle Segovia, al que hay que añadir el sufijo it –abundancia, en árabe andalusí o mozárabe-.

El  puesto militar de Mayrit creció, dividiéndose  en dos núcleos muy próximos: El Alcázar o fortaleza para las tropas, que se construyó en el cerro que hoy son los terrenos que ocupa el Palacio Real, con su propia muralla, y al sur del mismo, la al-mudayna o ciudadela, en donde vivía la población civil, separada de la fortaleza por una vaguada  y fortificada de manera independiente, para impedir sublevaciones de la población, en su mayoría de origen bereber, teniendo su propia mezquita mayor o aljama, la Mezquita Kebira.

Muralla musulmana desde el Alcázar  a la Puerta de la Vega.

Para el abastecimiento de aguas de Mayrit, los árabes diseñaron una serie de conductos y alcantarillados que llevaban el agua al centro de la población, en donde sus habitantes la utilizaban en caños y fuentes públicas, entre las que cabe mencionar la Fuente de los Caños del Peral, que se ha encontrado recientemente, creando un museo para su exposición.

En el siglo X, Abd al Rahmman III, califa cordobés, ordenó reforzar la muralla, después de haber sufrido varios ataques de cierto peligro, como la del rey Ramiro II de León en 932, siendo empleada posteriormente la plaza de Mayrit por Al Mansur –Almanzor- en 977,  como base de partida de su campaña militar hacia el norte.

Toledo cayó en manos cristianas, siendo conquistado por Alfonso VI en 1085, por lo que Madrid –Mayrit-, que cayó en la misma  campaña, es posible que fuera ocupada por el rey Bravo  –ya entonces con las coronas de Castilla, León y Galicia  en sus sienes- un par de años antes -1083-. En 1085 -tres siglos después de ser escondida por los cristianos para hurtarla de la destrucción musulmana-, se encontró la imagen de Santa María la Real de la Almudena, antes denominada Santa María la Mayor, en uno de los cubos de la muralla, cercana a la llamada puerta de la Vega, siendo colocada por Alfonso VI en la antigua mezquita aljama -ya cristiana-, que fue denominada Santa María de la Almudena hoy Catedral de Madrid-para su culto y devoción por la Corte y el pueblo de Madrid.

El asedio a la fortaleza musulmana de Mayrit fue feroz y de ahí puede venir el nombre que se les da a los madrileños, “gatos”; en el asedio a la ciudad: un soldado cristiano escaló la muralla de defensa ayudado de una soga y su daga, clavando la misma en pequeños agujeros entre las uniones de las piedras, ayudándose así para subir, con bastante agilidad y rapidez. Sus compañeros de armas, asombrados de la valentía y agilidad del atacante, susurraban que subía como un gato. Consiguió entrar en la fortaleza, permitiendo a su ejército lanzar un ataque sorpresa. La leyenda cuenta, que gracias al intrépido y ágil Gato se pudo conquistar la población. Este especial gentilicio, se ha hecho extensivo desde entonces para todos los naturales de Madrid.

Tras la conquista de Madrid por Alfonso VI, se construyó una segunda muralla, de mayor perímetro conocida como muralla cristiana, constituyéndose la población madrileña en baluarte defensivo contra los musulmanes. Se construyó otra torre albarrana en la nueva muralla que se denominó Torre Alzapierna o Gaona, cumpliendo además de la misión de vigilancia, la de protección a las fuentes de los Caños del Peral -en la actual Plaza de Isabel II- y de seguridad a la Puerta de Valnadú, uno de los cuatro accesos de la nueva muralla, estando por tanto la puerta de Valnadú -derribada en 1567- flanqueada por las dos torres, la de los Huesos y la de Alzapierna.

Restos de muralla cristiana.

La  derrota en Uclés , frente a los almorávides en 1108, de las fuerzas de Alfonso VI,   comandadas por su hijo y heredero Sancho Alfónsez -que murió a consecuencia de la batalla-, al encontrarse el rey en Sahagún recién casado y convaleciente de las heridas recibidas en la batalla de Salatrices, supuso un frenazo de más de 30 años en la Reconquista. Poco después del contratiempo de Uclés, también murió el rey Alfonso VI El Bravo.

Animado por su éxito, Alí Ben Yusuf, rey almorávide, sitió Madrid en 1109, acampando frente al Alcázar en lo que hoy conocemos como Campo del Moro -de ahí su nombre- conquistando el alfoz  -término rural geográfico que quiere decir lo que pertenece al concejo de la población-, la muralla exterior y la medina, pero sin poder entrar en el Alcázar defendido por la muralla interior. Al tiempo,  el ejército almorávide fue diezmado por una epidemia de peste y regresó a  Sevilla.

Pero no fue hasta la victoria de las Navas de Tolosa -1212- cuando Madrid pudo encontrarse segura, sin temor a razzias o asedios esporádicos. Previamente, en 1202, le fue concedido por Alfonso VIII el fuero de villa, por necesidades de carácter administrativo, penal y procesal. Los ayuntamientos en Madrid aparecen con Alfonso XI, que instauró una corporación de doce regidores, celebrándose Cortes en la iglesia de San Martín y en la de  San Jerónimo. Madrid fue residencia habitual de Juan II -padre de Isabel la Católica y Enrique IV-. Este último le concedió el título de “muy Noble y muy Leal”  villa.

Iglesia de San Martín.

Así creció Madrid, pero dejando extramuros la zona donde hoy se encuentra la plaza de Isabel ll, tras el Teatro Real y en frente del Palacio de Oriente, un arrabal abundante en arroyos y manaderos de agua, que dio lugar a la existencia de numerosas huertas y a la ubicación en la misma de industrias de curtidos –tenerías que producían grandes pestilencias fétidas y perniciosas para la salud, y otras de alfarerías, carnicerías y pescaderías, que podríamos considerar insalubres y poco agradables para estar cerca de la población.

Dibujo del Alcázar de Madrid de J. CorneliusVermeyenen. 1534-1535. A la izquierda en rectángulo muralla musulmana en estado avanzado de deterioro.

Cuando Felipe II decidió llevar su Corte a Madrid en 1561, se consideró necesario embellecer y adecentar los alrededores del Alcázar, ahora de los Austrias, y ello afectó a esa zona “industrial”. Los negocios de tenerías, fueron trasladas a la Ribera de Curtidores  -de ahí el nombre-, y para que los manaderos de agua fueran aprovechados, mandó construir en 1565 a Juan Bautista de Toledo una fuente -sobre la de los Caños del Peral-, que así se denominó, con seis fuentes y  lavaderos públicos de 57 pilas, para que se pudiera aprovechar el agua sobrante de la fuente. El uso del lavadero fue arrendado por el Ayuntamiento, hasta que en 1663 lo vendió, por los problemas que le suponía el alquiler.

Para hacer practicable el arroyo del Arenal ,se destruyó el edificio incluido en la elipse, con cuyos restos se niveló la zona y comenzó la calle del Arenal. El Alcázar y las Fuentes de los Caños del Peral  se señalan con rectángulos de vértices romos.

La Fuente de los Caños del Peral  constaba de seis caños, cinco estaban dispuestos en un frontispicio  y el sexto formaba  ángulo en su extremo norte -que es el que ha recuperado la modernidad y el museo-, estando el recinto rodeado de altos muros para proteger el lugar de arrastres de barro y basuras; vecinos y aguadores cogían agua o esperaban turno para llenar sus cántaros y cubos, mientras las lavanderas lavaban la ropa en los lavaderos. El trabajo de los aguadores era fundamental para el abastecimiento de la capital que no dispuso de agua corriente hasta la construcción, para traída de la misma, del Canal de Isabel II, a mediados del siglo XIX. Hasta entonces, el agua fue vendida en la calle o  trasladada de las fuentes a las casas por los aguadores, gremio formado por  gallegos y asturianos.

Madrid y su Alcázar en 1561, cuando Felipe II trasladó la Corte a la Villa.

La Fuente de los Caños del Peral desapareció de la vista de los madrileños a principios del siglo XIX; el espacio conocido como plazuela de los Caños del Peral fue nivelado -era un gran desnivel abarrancado- y ensanchado, dando lugar a la actual plaza de Isabel II -donde muere la calle del Arenal-, cuyo principal edificio es el Teatro Real -su parte trasera da a la plaza-, erigido sobre el solar donde estuvo hace casi 400 años el Teatro de los Caños del Peral, situado sobre el terreno antiguamente ocupado por los lavaderos públicos de la fuente del mismo nombre.

Tras la muerte del último Austria, Carlos II, en 1700, sin descendencia, y con una guerra de sucesión que tendría que lidiar, aterrizó en España el primero de una Casa Real que aún permanece en nuestro país, la de Borbón. Felipe de Anjou, segundo hijo de Luis de Francia, conocido como el Gran Delfín o Monseñor -príncipe de Francia e hijo mayor y heredero de Luis XIV y la española María Teresa de Austria-, fue proclamado rey de España como Felipe V, que el pueblo y la historia le calificaron primero como “El Animoso” y posteriormente “El  Melancólico”.

Jean Ranc. Retrato de Felipe V. 1723. Óleo sobre lienzo. 144 x 115 cm. Museo del Prado. Madrid.

Tras una guerra -de sucesión no de secesión- entre los borbonistas y los austracistas que duró 13 años, el 11 de septiembre –diada catalana- de 1714, el Duque de Berwick ordenó el asalto a la ya sitiada ciudad de Barcelona, la cual tras una heroica defensa, finalmente se rindió. Con la caída de Barcelona, se acababa con la rebelión de los partidarios del archiduque Carlos de Habsburgo, poniendo de esta manera fin Felipe V a la foral Corona de Aragón –partidaria de los Austrias- por la vía militar, aboliendo las instituciones, fueros y leyes propias que regían los estados que  componían los REINOS de Aragón, Valencia, Mallorca y Principado de Cataluña,  mediante los Decretos de Nueva Planta  de 1707-1716, que instauraron en su lugar un Estado centralista y absolutista inspirado en la Monarquía francesa de su abuelo Luís XIV, imponiendo las leyes de la Corona de Castilla a todos los territorios, salvo al reino de Navarra y a los señoríos de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava,  que pudieron mantener sus fueros por su lealtad al Borbón durante la contienda, aunque “El Derecho Privado de Aragón, Cataluña y Mallorca, también se mantuvieron.

El desenlace de la guerra y la firma de los dos Tratados de Utrech -abril y julio de 1713-, Rastatt -mayo de 1714- y Baden -septiembre de 1714-, supusieron para España la pérdida de sus posesiones en Italia -el reino de Nápoles, Cerdeña, Sicilia y el ducado de Milán-, las provincias católicas de los Países Bajos  -las actuales Bélgica y Luxemburgo-, de Gibraltar y Menorca, y la pérdida del control del comercio con las Indias, a causa de la concesión a los británicos del DERECHO DE ASIENTO de esclavos negros y del  Navío de Permiso.

Europa tras los Tratados de  Utrech.

Derecho de Asiento.

Como el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos VI de Habsburgo, a pesar de las firmas realizadas, no renunciaba formalmente a sus pretensiones al trono español, permaneciendo su emperatriz aún en Barcelona, las cesiones españolas convenidas no se ejecutaban,  y tuvo que firmarse el Tratado de Viena en 1725, para que el austríaco renunciara formalmente a la corona de España, pudiendo regresar entonces a recuperar sus bienes la nobleza española partidaria de los Austrias,  que se había exiliado en Viena.

Con Felipe V comenzó a llegar la ilustración y el progreso, acabando, poco a poco, con el medievalismo de los Austrias -lo que no excluye el reconocimiento de su afán y tesón de engrandecer su Imperio-, intentando extirpar “esa peste llamada paisanismo o catetismo”: el amor exclusivo a la patria particular, que “era un incentivo de guerras civiles y de revueltas contra el soberano”, intentando construir un modelo uniformista -mismas leyes, único reino y una sola lengua- completamente opuesto al de la monarquía reinante anterior,  que admitía diversas “patrias” o comunidades políticas con sus respectivos derechos, fueros y libertades (la única forma que encontraron para obtener recursos para la conquista y mantenimiento del Imperio).

Así, el nuevo monarca creó entre otras instituciones:

La Real Biblioteca, fundada en 1712, que aunó colecciones reales y eclesiásticas, y que empezó a crecer sustancialmente cuando se promulgó la real orden que obligaba a depositar en la misma un ejemplar de cualquier libro impreso en España, aún vigente. (merece la pena una visita).

La Real Academia Española, que tuvo su origen en la tertulia literaria del Marqués de Villena, constituyéndose formalmente en 1713 con el objetivo de evitar la corrupción de la lengua castellana, y que recibió el título de “Real” y la aprobación del monarca al año siguiente, quien concedió a sus miembros el privilegio  de  ser “criados de la Casa Real”, publicando formalmente la Fundación y los Estatutos de la Academia en 1715.

La Real Academia de la Historia, nacida oficialmente en 1738 y cuyos miembros recibieron también el privilegio de “criados de la casa real”. Su origen, como el de la Real Academia Española, fue una tertulia privada surgida en 1735 que se reunía en casa del abogado Julián de Hermosilla, en la que se trataban temas de cualquier ámbito, por lo que inicialmente se llamó Academia Universal, pero que pronto se orientó exclusivamente a la historia y geografía de España.

Todas las expresiones artísticas tuvieron una presencia muy importante en la Corte de Francia en la época de Luís XIV, porque era una manera más de realzar su esplendor y grandeza. En el ámbito musical, sin duda, la figura del músico italiano Lully fue básica para entender la afición musical creada en  la corte  del Rey Sol. Este músico de origen italiano, se convirtió en el referente musical de la época, trabajando junto a personalidades tan destacadas como el dramaturgo Molière,  al que puso música a siete de sus libretos.

Lully.

Murió de una gangrena en un pie, motivada por una herida que se hizo con el bastón que utilizaba como director de orquesta y que golpeaba con entusiasmo para marcar  el compás. Su amor por el baile le llevó a negarse a que se le amputara su pierna, acabando la infección con su vida.

En consecuencia, habiendo visto y oído tanta manifestación musical durante su niñez y adolescencia, Felipe V también trajo a la Corte española la afición por la música,  la  ópera y la ópera-ballet, habituales en la francesa. Desde su llegada, fueron frecuentes los conciertos y óperas que se celebraban en el Alcázar, en el palacio del Buen Retiro o en algún Real Sitio, para la Corte y los nobles -invitados por el rey- siendo las representaciones sufragadas por el monarca.

Teniendo noticias de este arte, el pueblo comenzó a sentir y poner de manifiesto  su deseo de conocer la ópera,  decidiendo entonces una compañía italiana, sacarla del ámbito exclusivo real,  cobrando a los que quisieran asistir.

Tras muchos problemas administrativos con el Ayuntamiento, se obtuvo permiso para actuar en unos antiguos lavaderos en desuso junto a las fuentes de los Caños del Peral. Una compañía de “trufaldines” -derivación del nombre de una de las máscaras empleadas por la compañía italiana de teatro,  la Truffaldino-, bajo la dirección de Francisco Bartolí, construyó en 1708 en este lugar, un pobre teatro, con un escenario simple y un barracón con tejadillo, empezando a representarse las funciones que se daban en palacio, que luego eran repetidas; así, en el corral de  las  fuentes del Peral se estuvieron haciendo representaciones durante 30 años. En 1737, Felipe V ordenó la demolición del tinglado, encargando la construcción de uno nuevo y de mayor capacidad a los arquitectos Virgilio Rabaglio y Santiago Bonavia, contando con el mecenazgo de Francisco Palomares y dando el apoyo real, al ordenar el embargo de todos los materiales de construcción de la ciudad y la mitad de la cal destinada a la construcción del puente de Toledo para acelerar la obra.

El Real Teatro de los Caños del Peral se inauguró el domingo de carnaval de 1738, con la representación de Demetrio, ópera seria en tres actos compuesta por Johann Adolph Hasse, con música de Antonio Caldara y libreto en italiano de Pietro Metastasio. El teatro fue dañado durante la invasión francesa y cerrado en 1810, aunque posteriormente y de forma eventual, se empleó para bailes de máscaras, celebrándose también en 1814  sesiones de las Cortes Constituyentes de Cádiz, tras su traslado a Madrid desde San Fernando -de Cádiz- y hasta su traslado el 2 de mayo del mismo año al Monasterio de Doña María de Aragón -actual Palacio del Senado-. En 1816 el arquitecto de la corte Antonio López Aguado informó al rey -Fernando VII- que el Teatro amenazaba ruina  en los cimientos, por la humedad del subsuelo debida al agua del arroyo que alimentaban las fuentes de los Caños del Peral, siendo demolido en 1817 por orden real.

Teatro de los Caños del Peral.

El Palacio Real se comenzó a construir en 1735 durante el reinado de Felipe V y finalizó su construcción en 1764, siendo rey Carlos III. Deseando el nieto de este último, Fernando VII, hacer una plaza por el lado oriental digna del palacio, y que recordara su reinado, encomendó al encargado de obras de  la corona Isidro González Velázquez la reforma de la Plaza de Oriente, con el diseño en el lado opuesto del Palacio, de un Teatro Real; tras diseñar y construir la plaza, el espacio que dejó para la entrada al teatro fue minúsculo. Para no modificar la forma de la plaza, diseñó un teatro con fachada inadecuadamente estrecha, debiendo abrir los laterales de una forma extraña. El rey entonces, encargó al arquitecto real Antonio López Aguado que sin deshacer lo realizado en la Plaza hasta entonces, y sobre el poco apropiado espacio cedido por González Velázquez, construyera un Teatro, debiendo partir de la fachada estrecha que había -pequeña- no teniendo más remedio López Aguado que abrir los laterales y luego cerrarlos para concluir en la parte trasera también estrecha.

Palacio Real de  Madrid.

Plano de la zona del Palacio Real y Plaza de Oriente  -aún sin las dimensiones actuales- en 1808.

Plano de la zona del Palacio Real y Plaza de Oriente  en 1849.

En 1818 se iniciaron los trabajos de construcción del Teatro Real, en el lugar en donde hasta hacía apenas un año, se había ubicado el Real Teatro de los Caños del Peral, obra que el monarca quiso impulsar para poder contar con un coliseo lírico que pudiera equipararse con los mejores de Europa.

Del diseño y construcción inicial del Teatro Real se encargó por fin el arquitecto, Antonio López Aguado. Con grandes interrupciones, causadas por la falta de presupuesto y por la muerte del arquitecto, que fue sustituido por Custodio Teodoro Moreno, las obras finalizaron en 1850, 33 años después de su inicio, reinando ya Isabel II, siendo utilizado parcialmente en 1841 como sede parlamentaria, acogiendo al Congreso de los Diputados, siendo el edificio levantado, de estilo neoclásico con toques eclécticos, en forma de ataúd.

En construcción.

Se inauguró el 19 de noviembre de ese 1850, bajo la presidencia de la reina Isabel II y el día de su onomástica –desde el Concilio Vaticano II en 1959, Santa Isabel de Hungría se celebra el 17 de noviembre, celebrándose hasta entonces el 19 del mismo mes-, siendo durante los 75 años siguientes, uno de los principales teatros de ópera europeos. La obra elegida para el estreno fue la ópera La favorita de Gaetano Donizetti, interviniendo las mejores voces líricas del momento y el mejor director.

Francisco de Zurbarán. Santa Isabel de Hungría o de Turingia. 1635-1640. Óleo sobre lienzo. 125 x 100,5 cm.  Perteneciente a los fondos del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Su nombre significa “promesa de Dios”. Hija de Andrés II rey de Hungría, casada con Luis de Turingia. Murió a los 24 años.

 

Tras la revolución de 1868 –Gloriosa o Septembrina*– y el exilio de la reina Isabel II, pasó a llamarse el teatro, Teatro Nacional de la Ópera. En octubre de 1925, un hundimiento provocó el cierre provisional del teatro y el inicio de unas obras de remodelación, que con nuestra Guerra Civil por medio -con explosión de polvorín interior incluido- se prolongaron 41 años, hasta 1966, año en el que se abrió al público como auditorio -no como teatro de ópera- y sede del Real Conservatorio Superior de Música y Escuela de Arte Dramático, pero se sentía la necesidad de que Madrid contara nuevamente con un teatro de ópera que se equiparara a los mejores del mundo.

En 1969 se celebró en este “auditorio” el Festival de Eurovisión, con decorado diseñado por Salvador Dalí, llevándose a cabo el 13 de octubre de 1988 el último concierto realizado por la Orquesta Nacional. Las obras de rehabilitación como teatro de ópera se iniciaron en 1991,  y continuaron durante 7 largos años…

 

NOTA *La Revolución de 1868, llamada la Gloriosa y también conocida por la Septembrina, fue una sublevación militar con elementos civiles que tuvo lugar en septiembre de 1868 y supuso el destronamiento y exilio de la hasta entonces reina Isabel II, dando paso al llamado SEXENIO DEMOCRÁTICO: primero en forma Gobierno Provisional (generales Prim y Serrano)(1868-1871), después en forma de monarquía parlamentaria con el importado monarca Amadeo de Saboya (1871 a 1873) y por último en forma de república, la Primera República (1873-1874); esta aventura de seis años del Sexenio Democrático terminó con el pronunciamiento en Sagunto del general Martínez Campos dando paso a la Restauración borbónica.

Con la apertura del Auditorio Nacional de Música de Madrid -en  la calle Príncipe de Vergara- en 1988, cesó la actividad sinfónica del Teatro Real, con el proyecto de volver a convertirlo en una sala de ópera.

En enero de 1991 comenzaron las obras de reconstrucción, siendo liderado el proyecto  por el arquitecto José González Valcárcel que murió en 1992, siendo sustituido por Francisco Rodríguez de Parterroyo que presentó un proyecto diferente, y que tras ser aprobado por el Ministerio de Cultura, se puso en marcha, quedando la reforma y actualización finalizadas en 1995, dando paso a la organización técnica, administrativa y artística, que permitió la inauguración en 1997.

 

Madrid desde 1925a 1997 -72 años-, sólo tuvo ópera de forma puntual e irregular en las temporadas del Teatro de la Zarzuela, sala pequeña y con modestas condiciones técnicas. La inauguración del Teatro Real en 1997 dio lugar desde el primer momento a temporadas completas, con posibilidad de traer las mejores óperas y voces del mundo,  con un sistema de abonados que permitirían su sostenibilidad.

El 11 de octubre de 1997 y bajo la presidencia de SS.MM. los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, el Teatro Real, reabrió sus puertas como teatro de ópera con la obra La vida breve -drama lírico en dos actos con música de Manuel de Falla sobre libreto de Carlos Fernández Show que se ofreció en francés- y el ballet  El sombrero de tres picos –con decorados y figurines de Pablo Picasso-, también de Falla. Ambas obras fueron dirigidas por el entonces director musical del Teatro, Luís Antonio García Navarro.

Habían pasado desde 1988 casi diez años  de reformas, intrigas, ceses y dimisiones, contratos incumplidos y cambios de rumbo aderezados con 21.200 millones de pesetas de inversión, pero el objetivo se había logrado y una semana después de la inauguración real, tuvo lugar el estreno absoluto con la ópera Divinas palabrasópera en dos actos para solistas, coros y orquesta, de Antón García Abril con libreto del dramaturgo Francisco Nieva, realizado sobre una tragicomedia de aldea “esperpéntica” de una de las obras teatrales más conocidas de Ramón María del ValleInclán, con el tenor Plácido Domingo como estrella.

El edificio rehabilitado tiene una superficie de 65.000 m2, con 8 plantas por encima del escenario y cuatro hacia el subsuelo, con una de las cajas escénicas más avanzadas del mundo, cuya tecnología de última generación permite trabajar simultáneamente en varias escenografías e intercambiarlas a gran velocidad, gracias a un sistema de plataformas superpuestas.

La sala principal tiene 1.189 m2 manteniendo su estructura original, de “modelo italiano” en forma de herradura, recuperando la decoración original, siendo capaz de un aforo de 1746 localidades -a pesar del pequeño patio de butacas-, gracias a las 15 filas de la zona del “Paraíso“, por encima de la cuarta planta.

El “Paraíso” del Teatro Real de Madrid  es el conjunto de asientos del piso más alto, abarcando toda la sala, siete pisos por encima del escenario, en donde no se ve demasiado bien por la distancia, pero tiene muy buena sonoridad: “los suspiros en el escenario, se oyen en el paraíso y no es porque Dios tenga buen oído”.

En su construcción e inauguración en 1850,  el paraíso fue un espacio mucho más reducido que el actual, con sólo cinco filas, de bancos corridos, en los que el público se apretujaba lo indecible, fraguándose entonces su denominación secular: “es el paraíso, porque no entran más que los justos”,  y además apretados.

También es curioso y necesario saber –para los que llegan tarde- que el “infierno o jaula”, es a donde se condena a los poco puntuales, que deberán ver la representación en pantallas de alta definición hasta el siguiente entreacto.

Dadas sus características de diseño, el aforo cuenta con un cierto número de localidades que presentan incidencias en su calidad, siendo su visibilidad reducida o de poca comodidad, aunque las incidencias están detalladas en el plano de calidades y  en las entradas.

Fuera de la sala, el foyer -salón de bienvenida- de entrada, con 220 m2, está decorado con una columnata elíptica forrada de madera tropical. El segundo piso, accesible para todo el público asistente, permite circular por todo el perímetro del edificio, comunicando el vestíbulo con el restaurante, situado en el antiguo salón real de baile, en la fachada posterior que da a la Plaza de Isabel II. Un vestíbulo superior, que se abre con grandes ventanales a la la Plaza de Oriente, completa las zonas públicas del Teatro.

Foyer.

En 2007 se inauguró la Sala Gayarre, en la sexta planta a partir del suelo, con 190 localidades, que se utiliza para actividades complementarias, como conciertos y representaciones de ópera de cámara, recitales, actividades, conferencias, y otros usos. Está anexa al Café del Teatro.

Sala Gayarre.

La caja escénica tiene más de 80 metros desde los sótanos a la parte más alta de la torre de telares -cabría entero el edificio de telefónica de la Gran Vía-, y para su máximo rendimiento, se diseñó una maquinaria para efectuar movimientos escénicos en vertical, ante la carencia de espacio lateral, por la estrechez de la planta del teatro. El espacio escénico disponible para las escenografías supera los 600 m2 en el nivel cero, y rebasa el doble de esta superficie a 16 metros por debajo del escenario y del patio de butacas. El suelo del escenario está compuesto de 9 plataformas que permiten mover las escenografías entre ambos niveles.

 

Vista del interior del escenario y del sistema de varas de la tramoya.

La embocadura del escenario tiene 18 metros de ancho y 14 de alto, y la torre escénica de donde cuelga toda la tramoya está a 37 metros de altura sobre el suelo del escenario. La entrada de material puede llevarse directamente al escenario y a la caja escénica por la Plaza de Isabel II, permitiendo depositar la carga directamente desde los remolques de los camiones al mismo suelo del escenario.

Escenario.

Todas las cosas necesarias para el funcionamiento y representación de las obras, tienen su espacio en el propio edificio del teatro: oficinas administrativas, almacenes de material, talleres de maquinaria, salas acondicionadas para la orquesta, el coro y el cuerpo de baile, sala de ensayos de escena de las mismas dimensiones del escenario principal, talleres de sastrería, utilería,   peluquería, salas de ensayo individuales, salas de caracterización…

La acústica del Teatro es magnífica; existe el mito en el mundo de la ópera, de que los teatros construidos cerca del agua tienen mejor sonoridad. En este caso no está construido cerca del agua, sino sobre ella, ya que como se comentó, la zona se asienta sobre un acuífero, que alimentaba la Fuente de los Caños del Peral, cuyos restos aparecieron al realizar las obras del metro de Ópera. El aumento de la altura de la cubierta del Teatro, realizado en las diferentes modificaciones a lo largo de su historia, ha conseguido aumentar ligeramente el tiempo de reverberación, hasta situarlo en un término ideal para la ópera. Tanto actores principales y secundarios como el coro, tienen diferentes salas para calentar la voz desde media hora antes de cada función.

Sala de calentamiento de voz para el coro.

La sala principal y el infierno están equipados con cámaras y pantallas de alta definición, siendo el escenario  un plató, desde el que a menudo se  transmite en directo y con subtítulo en varios idioma para acercar la ópera a todos los públicos con el programa La ópera en  el cine,  que transmite desde todos los teatros de ópera importantes del mundo para su visualización en salas de cines especiales, a menudo en directo y por un módico precio.  Además, en el Teatro Real, en todas las óperas representadas, se realiza en sala, la proyección con sobretítulos en español en pantallas situadas estratégicamente.

Grandes salones situados en la segunda planta del edificio, reproducen el ambiente de la ópera en el siglo XIX y albergan en su interior destacadas obras de arte: salones Falla, Vergara, Arrieta, Felipe V, Carlos III, Isabel II y el salón de baile.

Salón Vergara.

El Fantasma de la Ópera probablemente hizo que en 1995 la gran araña de cristal de La Granja, de 2.700 kilos, se desplomara sobre el patio de butacas -con el teatro vacío gracias a Dios-; la lámpara restaurada, volvió a ser protagonista en la reapertura de 1997; antes de comenzar la representación, fue bajada y subida tres veces a modo de quitamiedos.

Y tras andar perdido tanto tiempo por esos lares del Señor, por fin llegamos a nuestras butacas, justo cuando la orquesta ocupaba ya el proscenio, esperando al director, afinando en LA (de la OCTAVA CENTRAL) -aunque no exista un tono patrón fijo en la naturaleza- a una frecuencia de 440 Hz., tal como fijó la Organización Internacional de Estandarización con una ISO  en 1953,  como medida universal para la afinación; LA fue elegido por ser un tono de los medios, en el rango fácil de todos los instrumentos de la orquesta.  La afinación puede variar dependiendo del lugar y de la temperatura  de donde se celebre el concierto; en América afinan en LA 440 mientras que en muchos lugares de Europa lo hacen en LA 442 Hz., afinando algunos instrumentos antiguos  en  LA 439. En otras épocas, las afinaciones se hicieron con otros valores, y aún hoy se discute sobre como debe hacerse, existiendo defensores de filosofías New Age y de las diferentes Armonías del Universo, que piden menos hercios para la afinación…un sinvivir…

Al llegar el Director, se hizo un silencio abrumador,  y cuando se volvió hacia el público para saludar,  se levantaron los músicos, y el público rompió, como es habitual, en fuertes aplausos, en un gesto de ánimo para lograr la perfección en lo que tantas veces se ensayó.

Los aplausos se fueron diluyendo… dando paso a un ligero y breve compás de espera; el director levantó la batuta, y comenzaron a sonar las primeras notas de la ópera de Gaetano Donizetti, El Elixir de amor.

NOTA *LA 440​ es el nombre que se le da  al sonido  LA cuando produce una vibración de 440 Hz a 20 °C centígrados.