Desde la Revolución de 1789 a la caida del II Imperio francés. Parte 1.
Tras la reunión de los Estados Generales de Francia el 5 de mayo de 1789 en Versalles y las consiguientes disputas respecto al tema del valor de las votaciones de cada uno de los tres Estamentos, los miembros del Tercer Estado -el pueblo llano- se declararon como únicos integrantes de la Asamblea General, representando no a las clases principales –Primer y Segundo Estado (clero y nobleza respectivamente)- sino al pueblo en sí. Si bien invitaron a los miembros de estos dos Estados a participar en la Asamblea, dejaron clara su intención de proceder incluso sin su participación.
A partir de ahí, y debido a la maniobra de Luis XVI ordenando la reconstrucción del Ministerio de Finanzas, interpretada por el pueblo de París como un autogolpe de la realeza, se lanzó el pueblo a la calle en abierta rebelión el 14 de julio, con la toma de la Bastilla, símbolo del absolutismo monárquico. Algunos militares se mantuvieron neutrales, pero otros se unieron al pueblo.
Toma de la Bastilla.
El 6 de octubre de 1789, después de que una muchedumbre asaltara el palacio de Versalles, Luis XVI decidió trasladarse con su familia al palacio de las Tullerías en el centro de París.
El 3 de septiembre de 1791 fue aprobada la primera Constitución de la historia de Francia. Una nueva organización judicial dio características temporales a todos los magistrados, y desde luego, total independencia de la Corona. Así acababa el Antiguo Régimen y comenzaba el Nuevo Régimen.
El rey había sido mantenido en custodia durante la redacción de la Constitución, aceptándola, pronunciando un discurso ante la Asamblea que fue acogido con con gran satisfacción por sus componentes. La Asamblea Nacional Constituyente cesó en sus funciones el 29 de septiembre de 1791, constituyéndose la Asamblea Legislativa, que se reunió por primera vez el 1 de octubre de 1791.
Existía una fuerte corriente política que favorecía el mantenimiento de un sistema de monarquía constitucional, venciendo inicialmente la tesis de mantener al rey como una figura representativa, aunque desde luego sin poderes exclusivos.
Bajo la Constitución de 1791, Francia funcionaría como una monarquía constitucional; a Luis XVI le mantuvieron el Poder Ejecutivo compartido con la Asamblea, el derecho de vetar las leyes aprobadas por la misma y la potestad de elegir a sus ministros, lo que claramente apuntó a una revolución NO dirigida contra la corona, sino contra el sistema de monarquía absoluta.
En los primeros meses de funcionamiento de la Asamblea Legislativa, el rey había vetado una ley que amenazaba con la condena a muerte de los émigrés –término con el que se refería a una persona que había emigrado, teniendo en esa época connotaciones de autoexilio político, aplicada fundamentalmente a los nobles monárquicos emigrados-, y otra que exigía al clero prestar juramento de lealtad al Estado. Desacuerdos de este tipo fueron los que llevaron más adelante a la crisis constitucional.
En las Tullerías, los reyes y su familia, debieron soportar la presencia constante de la Guardia Nacional, que más que protegerlos parecía vigilarlos, siendo para los partidarios de la vieja monarquía, la estancia en ese palacio, como un arresto domiciliario. El 19 de abril de 1791, los reyes decidieron salir de París para pasar el Domingo de Ramos en su residencia campestre de Saint-Cloud, viéndose envueltos por una multitud que les impidió partir. Tras el incidente, el rey declaró públicamente que se sentía prisionero, preparando con María Antonieta la huida.
El plan consistiría en escapar de noche y viajar de incógnito hasta la ciudad fronteriza más próxima, Montmédy, a unos 287 kilómetros al este de París, en la actual frontera con Bélgica -entonces austríaca-; veinte horas de viaje sin pausa podían ser suficientes. Allí, el rey lanzaría una proclama para denunciar los abusos de la Revolución.
A las diez de la noche del 20 de junio de 1791 la reina confió sus hijos a un noble sueco de su confianza en secreto. Poco después se retiró a su dormitorio, dio las instrucciones a sus doncellas para el día siguiente y se acostó. Nada más quedarse sola se vistió con un traje muy discreto, se tapó la cara con un velo y salió por unas puertas de servicio del palacio.
El rey, por su parte, debió quedarse departiendo con los cortesanos hasta las once y media de la noche. Cuando se fue a dormir, su ayuda de cámara como era tradición, se acostó a sus pies con un cordel atado a su muñeca para que el monarca pudiera llamarle en cualquier momento. Luis le hizo un encargo y cuando el ayuda de cámara volvió, pensó que el rey estaba ya dormido, pero en realidad, el monarca ya había huido.
Luis, María Antonieta, sus cuatro hijos y el noble sueco, se reunieron por fin a las dos de la madrugada. Utilizarían una carroza nueva, con capacidad para ellos y el servicio, con baúles repletos de enseres, no constituyendo una comitiva discreta, aunque salieron de París sin problemas.
La fuga se descubrió a las ocho de la mañana. Al principio, algunos creyeron que el rey había sido raptado por contrarrevolucionarios, pero a mediodía se descubrió que había dejado un documento en el que explicaba las razones de su huida. Las autoridades reaccionaron ordenando el arresto de cualquier persona que intentara abandonar el reino.
Los fugitivos viajaban bajo identidades falsas: la marquesa de Tourzel, aya de los príncipes, se hacía pasar por una aristócrata rusa, la baronesa De Korff, mientras que la reina y la hermana del rey pasaban por ser sus doncellas y el rey por un criado. Cambiaron de caballos en Bondy a media hora de París.
Continuaron sin novedad hasta Châlons, adonde llegaron a las seis de la tarde. Se pararon con una avería en una rueda lo que provocó la llegada a Pont-de-Somme-Vesle con dos horas de retraso, habiéndose marchado las tropas que debían escoltarlos, pensando que se había suspendido la huida.
Continuaron hasta Sainte-Menehould en donde el maestro de postas, Jean-Baptiste Drouet reconoció a la familia real. La carroza real logró continuar el camino, pero Drouet, tomando otra ruta llegó antes que ellos al municipio de Varennes-en-Argonne, a tan sólo 50 kilómetros de Montmédy. Drouet alertó al procurador, máxima autoridad del lugar dado que el alcalde estaba ausente, quien utilizó a un vecino ya mayor, antiguo juez de paz, que había estado en Versalles y que sin duda había visto al monarca en alguna ocasión. Cuando el anciano se presentó ante el rey, se arrodilló y exclamó ¡Sire!; Luis XVI no ocultó su identidad pidiendo que lo dejaran continuar hacia Montmédy.
Los revolucionarios bloquearon la marcha, custodiando a la familia real de vuelta a París. Seis mil ciudadanos armados y guardias nacionales los acompañaron durante el trayecto de regreso. El 25 de junio entraron en París, apareciendo el monarca tranquilo, como si nada hubiese ocurrido.
Tras la huida, la oposición revolucionaria a la monarquía se hizo cada vez más virulenta. El 10 de agosto de 1792, el palacio de las Tullerías fue asaltado y la Asamblea Legislativa suspendió las funciones constitucionales del rey, mientras la familia real era encerrada en el Temple.
La Asamblea acabó convocando elecciones con el objetivo de configurar por sufragio universal masculino un nuevo parlamento que recibiría el nombre de Convención (1792-1795).
El nuevo parlamento elegido ese año, abolió la monarquía y proclamó la república, creando un nuevo calendario -muy francés-, por el cual el año 1792 se convertiría en el año 1 de la nueva era.
El tiempo que transcurrió entre la disolución de la vieja Asamblea y la formación de la nueva Convención el gobierno pasó a depender de la Comuna Insurreccional, organización que mandó asesinar a miles de personas.
El poder legislativo de la nueva república estuvo a cargo de la Convención Nacional y el poder ejecutivo en el Comité de Salvación Pública.
El mismo día en el que se reunía por primera vez la Convención el 20 septiembre de 1792, las tropas francesas -el populacho de toda Francia- derrotaron por primera vez al ejército prusiano en Valmy.
Las dos potencias absolutistas europeas, Austria y Prusia, se dispusieron a combatir a la Francia revolucionaria, constituyendo la Primera Coalición con el apoyo del Reino Unido, España -a ratos-, Portugal, Nápoles, las Provincias Unidas y Cerdeña, en apoyo a la monarquía francesa, lo que hizo que el pueblo francés se convirtiera en un ejército nacional, dispuesto a predicar e imponer el nuevo orden revolucionario en toda Europa. El pueblo francés manifestaba su hostilidad hacia la reina María Antonieta -llamada la Austriaca por ser hija del que fuera emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Francisco I de Lorena- y contra Luis XVI, que casi siempre se negaba a firmar las leyes propuestas por la Asamblea Legislativa.
Por el manifiesto de Brunswick, los ejércitos del Imperio austríaco y de Prusia amenazaron con invadir Francia si la población se resistía al restablecimiento de la monarquía, siendo considerado a partir de entonces Luis XVI un conspirador junto a los enemigos de Francia. El 17 de enero de 1793, la Convención condenó al rey a muerte por una pequeña mayoría acusándolo de “conspiración contra la libertad pública y la seguridad general del Estado” siendo ejecutado públicamente en la guillotina el 21 de enero de 1793. Meses más tarde, el 16 de octubre, su esposa María Antonieta siguió el mismo camino.
Luis XVI y el abad Edgeworth, al pie de la guillotina, el 21 de enero de 1793, por Charles Benazech.
Tumba de Luis XVI y María Antonieta en Saint Denis.
Tras años de guerra, la victoria se decantó del lado francés en 1794.
Música: Jacques Offenbach. Orphée aux enfers.
To be continued in part 2.