EN LA INTIMIDAD: UN PAR DE BROCHAZOS DE MI VIDA PROFESIONAL. Parte 1.

Dedicado a los amigos…

Un par de meses antes de convertirme en septuagenario, mi hijo me preguntó si guardaba una copia de la hoja de servicios de mi vida militar, supongo que para para saber cómo había sido, aunque yo sé que  su memoria aún alcanza algunas cosas de las vividas en esa época de nuestra existencia. Me sorprendió -no es habitual en los componentes de la generación X- y gustó que se interesara por esa fase de mi vida, cerrada hacía ya tanto tiempo.

Te comenté  que la iba  buscar al cuarto de los trastos y bajaste conmigo;  en una carpeta de plástico tamaño folio, en el fondo de un baúl, junto a cosas inútiles, la bici, óleos que sólo me gustan a mí y vinos buenos, yacía toda mi vida militar. Tomé la carpeta,  y tú, viendo que una ligera emoción contenida me movía las arrugas, te acercaste y me abrazaste con tu mirada –supongo que como haría la Venus de Milo- y acercaste tus labios a mi mejilla. Tu olor me tranquilizó, como siempre…y me arrastraste a no sé qué puerta de algún milenio siguiente…con tu vestido salmón tan ceñido…

Pasé con cierta rapidez una a una las hojas de plástico, viendo las diferentes vicisitudes de mi vida militar: los cursos los identificaba de forma inmediata por el color y diseño tantas veces visto, los escritos con los ascensos, condecoraciones… Nunca pensé que veinticuatro años se pudieran pasar en cinco segundos. Me  paré al llegar a la copia de la hoja de servicios que tanto tiempo lleva arrumbada. La cogí y noté al intentar pasar una página, que estaban ligeramente pegadas, emitiendo un pequeño ruido al despegarse, que acabó siendo confortable para mi oído, comprobando que se podían separar sin problema. La acerqué a mi cara y pude sentir que olía a veintitantos años de sudor, esfuerzo, miedos vencidos, agua de lluvia, frío, calor, falta de sueño, muñones en las piernas, y sobre todo a felicidad y satisfacciones.  Las hojas sonrieron al ver terminar –aunque fuera momentáneamente- el castigo de encierro en un baúl durante tantos años.

Subí a la mesa donde a veces, leo o escribo y comencé a repasar mi andadura militar. Concluí que fue una época de mi vida llena de alegrías, donde buenas personas y grandes profesionales, hicieron que el trabajo fuera más sencillo y las misiones fáciles de cumplir.

Desde adolescente, deseé con fuerza dedicarme a la carrera de las armas. Tras el período de formación en la AGM, pasé los empleos de teniente y capitán prácticamente completos en paracaidistas.

Soy visceralmente miedoso y disfruto venciendo mis miedos: así, volé  planeadores, salté de día y de noche, en caída libre y automático, a 30.000 pies y a 800, e hice  cosas de algún riesgo que hoy me gusta recordar y que repetiría. Serví en las arenas del Sahara, en compañías de fusiles, de armas, y en la Unidad de Lanzamiento. Con roturas de tres vértebras y algunos huesos más,  se saldó la andadura sin más novedad reseñable, al margen de la satisfacción.

Al llegar a la última página de la hoja de servicios, vi mi pase a la situación de retiro en el año 1991 y comencé a recordar la difícil decisión que tomé, cuando abandoné lo que tanto había amado; en ese momento, también recordé a mi padre moribundo durante el curso de jefes e inter armas, que tanto deseaba que hiciera Estado Mayor y que  estoy seguro hubiera querido que siguiera en la vida militar.

Tras terminar en la Escuela de Estado Mayor y con unos cortos meses de estancia en la embrionaria DITRA, fui destinado a DIGENPOL, por tener la titulación requerida de inglés y ayudado/reclamado por alguien destinado en MINISDEF. Me destinaron a DIGENPOL, Subdirección General de Asuntos Internacionales, Área de Agregados Militares y a cargo directo del análisis para la conveniencia o no -me lo dieron por moderno, ya que nadie intuía la importancia que llegaría a tener-, de la participación y puesta en marcha de cascos azules españoles.

Aunque quizá no tenía el nivel administrativo adecuado para gestionar este asunto a nivel MINISDEF, por la cuestión de relaciones con los Estados Mayores de los tres  Ejércitos y el EMAD –sólo llevaba cuatro años de comandante-, mi partner en el MAE, era un Embajador en Misión Especial, entrevistándome más de una decena de veces en un año con el segundo de Naciones Unidas en NY.

Trabajaba muy intensamente y muy a gusto, y como anécdota tonta recuerdo que cuando viajábamos a cualquier parte con  el embajador y algún subdirector de Exteriores, me ponía negro, porque las dietas de comandante daban para una plaza en los flaps del avión y para dormir en un hotel muy lejos de Manhattan, en cuya  First Avenue se encontraba la sede de UUNN; los demás viajaban en first class y se alojaban en el Plaza, en frente del edificio de Naciones Unidas. Tengo que decir, que explicada a mí jefe máximo (DEP), que siempre se interesaba por todos y todo, esta circunstancia, dio instrucciones para que se corrigiera.

Se puso en marcha la misión de Namibia con el EA,  en Angola con Observadores de ET y la misión ONUCA, mandada por un general español –del que fui jefe de gabinete en Centroamérica durante unos meses- para el desarme de la contra nicaragüense.

Pero yo ya empezaba a no estar tan convencido de que lo que hacía fuera lo mejor para mí, profesionalmente: al volver en 1991, empecé a dar vueltas a la idea de dejar la carrera y buscarme la vida en la civil. Mis buenas relaciones con alguna persona cercana al Ministro Serra y a mí, me anunciaba el Armagedon de la reducción de las FFAA a un cuarto de lo que eran entonces, continuando  la desmusculación anímica y física de las mismas comenzada en 1982, también que la Escala Superior, sería la gran sufridora de futuras acciones demagógicas de contentar a unos y a otros con posibles integraciones, el ambiente de trabajo fue haciéndose peor, al comenzar el asunto de los cascos azules a ir como un tiro de bien y despertar ansiedades y envidias. Era poco adecuado para mi forma de ser: deseaba que mi trabajo beneficiara a la organización para la que trabajaba, naturalmente, y también a mí cuando fuera brillante y que me perjudicara cuando no lo fuera, pero generalmente beneficiaba  en el primer caso sólo al siguiente de la lista hacia arriba, cosa que me molestaba bastante;  tambíén quería dar a mis hijos mejores posibilidades en su formación académica, lo que conllevaba necesidad de más recursos económicos, y por último, salir cada día de casa en un tren cayéndoseme la baba a las 07,00 de la mañana, para volver a las 21,00, con muchas pérdidas de tiempo del sistema de vida, no era un plan que me resultara  seductor.

Tuve miedo a la incertidumbre, por no tener claro si sería capaz de superar tanta nostalgia y el recuerdo de tantas emociones, y miedo a olvidar lo que un día dejé y tanto amé, sin posibilidad de vuelta atrás. Pero no me arrugo al enfrentarme a mis miedos y disfruto al vencerlos, sintiendo además que la vida es larga y tediosa para los que viven pendientes de decisiones que no se atreven a tomar aun deseándolo, y sufriendo con esa incertidumbre, y corta, divertida y fogosa para los que la gozan y se atreven con las cosas que puedan proporcionarles esperanza; los años arrugan la piel pero la ausencia de inquietudes e ideales arrugan el alma.

AUNQUE A MENUDO, LA VERDAD O LO QUE CREEMOS QUE LO ES, PUEDE SER LA PRIMERA VÍCTIMA DE LAS DECISIONES QUE TOMAMOS, RACIONALIZANDO MÁS QUE RAZONANDO? O QUIZÁ NO?  

To be continued in part 2.