Ausencia de apoyos internacionales al gobierno republicano durante la Guerra Civil de 1936: razones. Parte 1.

Una de las principales preguntas de todos los historiadores en este asunto, se centra en conocer los motivos por los qué el legítimo gobierno de la Segunda República española no fue auxiliado por las grandes potencias democráticas, sin ambages, para hacer frente al Levantamiento de 1936.

España, tuvo desde abril de 1931 un gobierno que había “abrazado los principios democráticos”, aunque desordenadamente, estando integrada desde 1920 – fecha de su fundación- en la Sociedad de Naciones; Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña países defensores de las libertades y de la democracia, desistieron de apoyar con nitidez y contundencia al gobierno español legítimamente constituido, mientras los regímenes de Italia y Alemania, apoyaron al bando levantado en armas contra el gobierno legítimo.

La no intervención clara del bloque democrático pudiera ser la respuesta a la ausencia de una clara política exterior por parte de la joven república, razón aducida por los que se abstuvieron de prestar la ayuda requerida. Parece que no fue así, ya que el nuevo gobierno, no solo la tuvo en cuenta, sino que participó de modo activo en ella por diferentes vías, eso sí, ponderando su estatus de potencia pequeña, calibrando su capacidad de influencia en la doble vertiente de la escena internacional: política exterior y relaciones internacionales.

Es interesante recordar la posición internacional de España al inicio de la República: las crisis de 1898 con las consabidas guerras ultramarinas y las pérdidas de colonias y de la vida de numerosos nacionales, y la guerra de Marruecos, afortunadamente cerrada durante la Dictadura de Primo de Rivera, aconsejaron a los sucesivos gobiernos durante el reinado de Alfonso XIII llevar una política exterior de neutralidad por impotencia –o negativa-, neutralidad refrendada por la opinión pública.

España se había adherido desde el primer momento a la Sociedad de Naciones -adhesión solicitada por el gobierno del conservador Antonio Maura-, organismo en el que sus miembros se comprometían colectivamente a asegurar la paz, y a arbitrar por vías pacíficas los conflictos internacionales al objeto de evitar enfrentamiento alguno como el vivido en la  I Gran Guerra, si bien habría que esperar al establecimiento de la Segunda República, en 1931, para que España empezara a tener visibilidad en dicha institución, dado que en los primeros años de pertenencia la acción política exterior española fue errática y prácticamente invisible, a excepción de las dos peticiones del gobierno de Primo de Rivera, que fueron rechazadas: la de conseguir mayores beneficios coloniales derivados del reparto entre potencias tras la Primera Guerra Mundial -a pesar de nuestra neutralidad-, y el logro de la posición de miembro permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones, lo que llevó a España a amenazar en 1926 con la retirada de ese Club, acción que no se consumó a pesar de la amenaza; mantuvo en suspenso su participación durante cerca de dos años y al fin volvimos con el rabo entre las piernas.

El gobierno republicano protagonizó uno de los hechos que pudiera desbaratar la teoría de su poca atención a los asuntos internacionales en el entorno internacional próximo: quiso avalar su cambio de rumbo en política exterior, y lo hizo a través de la prioridad concedida a la integración de España en la Europa democrática a través de un amplio programa de reformas articuladas en la Constitución de 1931, en la que se recogieron aspectos explicitados en el acuerdo de Ginebra, específicamente en el artículo 6, renunciando a la guerra como instrumento de política nacional -fruto del pacto Briand-Kellog– ratificando la voluntad europeísta y pacifista del nuevo régimen; en los artículos 24 y 50 se intentaba manifestar la necesidad de reforzar la unión con Hispanoamérica y Portugal, áreas tradicionales de intereses españoles, continuando los contactos seculares con Francia y Gran Bretaña.

Otro de los aspectos que subrayaron el interés del gobierno republicano por las relaciones exteriores se materializó en su actividad como miembro de la Sociedad de Naciones: de 1931 a 1936, Salvador de Madariaga ejerció como portavoz español, posicionando a España en un lugar de prestigio diplomático. A él se debe la señalada inclusión de los artículos mencionados de la Sociedad de Naciones en la Constitución de 1931, y la continuidad de los contactos con Francia y Gran Bretaña, sin dejar de lado las legítimas reivindicaciones históricas españolas, el impulso de la colaboración con otros países neutrales y el acercamiento a Portugal e Hispanoamérica, en un proyecto que pretendía señalar el pasado de España como potencia, apartando, eso sí, cualquier pretensión expansionista.

Se intentó adecuar la política internacional española desde la política interior: el éxito radicaría en el equilibrio entre ambas.

Nuestro representante en la Sociedad de Naciones actuó en momentos difíciles, como fue el de la condena de la agresión japonesa a Manchuria, condenándola, mediando también en los conflictos territoriales entre Colombia y Perú, y Bolivia y Paraguay, y siendo parte activa en el contencioso del Sarre. Madariaga presidió el comité que dictó las sanciones a Italia por la invasión de Etiopía y, a iniciativa del ministro de Estado, impulsó y presidió el Grupo de los Ocho, que quedó constituido inicialmente por 8 países democráticos europeos liberales y neutrales, cuyo nexo común era el de preservar sus intereses de pequeñas potencias, frente a las grandes, en el supuesto de futuras contiendas.

Se han utilizado las memorias de Salvador de Madariaga con el fin de responsabilizar a Azaña de la indiferencia republicana hacia el exterior, mencionando la desatención del presidente del Gobierno al jefe de gobierno francés Éduard Herriot durante su visita a nuestro país en 1932, como causa principal para el no apoyo de la República francesa a la española durante el Alzamiento del 36. Azaña en sus notas, dejó señaladas otras razones de interés nacional francés, para que nos negaran este apoyo, desdiciendo a Madariaga.

Francia concentró todos sus esfuerzos internacionales en controlar el crecimiento armamentístico y económico de Alemania, concediendo a España un papel secundario, tratándolo como un país de segunda fila, resultándole molesto en el asunto marroquí. La derecha francesa receló del anarquismo en los dos primeros años del primer bienio republicano, y la izquierda lo hizo de la CEDA posteriormente; lograr una buena sintonía con Francia era una misión difícil en aquellos momentos, y la acogida a los exiliados monárquicos españoles en el 31, no ayudó a mejorar la situación.

Una de las dificultades de la diplomacia española al llegar la República, fue, que los mandos superiores del Ministerio de Estado afectos a la Monarquía se fueron, permaneciendo los intermedios y las bases funcionariales. Más tarde, estos mandos intermedios abandonaron su puesto de trabajo tras el inicio del Alzamiento, dejando el Servicio Diplomático en cuadro.

El pensamiento político de Manuel Azaña a nivel internacional se apoyaba en dos pilares: el europeísmo y el sentido pragmático que debían tener estas relaciones. Acusó a los gobiernos alfonsinos de neutralidad por impotencia, y aun no queriendo desde luego renunciar a la neutralidad, buscó darle otro tinte diferente de activismo o positividad, vinculándola con fuerza a un Organismo Internacional, lo que le proporcionaría -creyó- una garantía de paz, aunque obligara a compromisos. Pequeñas potencias sin afanes expansivos, y en principio, sin amenazas exteriores, ni medios para hacerles frente si las hubiera, debían unirse en un frente común –Grupo de los Ocho liderados por España-, sin descuidar la colaboración con las grandes potencias democráticas, pero sin dependencia expresa.

Así pues, la Sociedad de Naciones se convirtió para Azaña en el foro adecuado para llevar a cabo la vocación europeísta, el compromiso con la democracia y las aspiraciones pacifistas de España.

Música: L Boccherini. La Musica Notturna delle Strade di Madrid   Op 30 n 6 (G 324)  Parcial. J Saval.

To be continued in part 2 and last.