LA ENVIDIA Y LOS CELOS DE UN ALFÉREZ, HOMBRE VIL, QUE DEBERÁ SER VISITADO POR LA PARCA,  AUNQUE NO SEA EN COMBATE. Parte 1.

Mi nombre es Cassio de Villiers –el de pila fue puesto por mi madre que es italiana de Padua–, hombre de familia acomodada del septentrión  francés, católico a ultranza, horrorizado por los pactos pecaminosos de Enrique II de Valois-Angoulême  –que murió de un lanzazo en un ojo,  durante un torneo, celebrando la boda de su hija Isabel de Valois con Felipe II de España, muerte que fue predicha por Nostradamus y posiblemente debido a sus pecados de infidelidad a Nuestro Señor, en su cuarteta: el león joven contrarrestará al león viejo en el  campo de batalla, luego en una jaula de oro le sacará los ojos y el león viejo morirá una muerte cruel  y Francisco I de Guisa con  Solimán el Magnífico, para atacar a las Majestades Católicas españolas, partí hacia España,  alistándome en una de las continuas mesnadas y flotas que se organizaban  para proteger el Mediterráneo y las costas africanas de la voracidad otomana. Me embarqué enseguida, y los avatares de la vida, y tras muchas contiendas y descalabros, tuve la fortuna de conocer a Mathurin d’Aux de Lescout, llamado Mathurin Romegas, descendiente de la aristocrática  familia  d’Aux de la Gascuña, y miembro de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalem.

Romegas era Caballero desde 1546 y sirvió siempre en el mar, llegando a convertirse en el terror de los musulmanes en el Mediterráneo, atacándoles continuamente a lo largo de la costa de Berbería, el Levante y el mar Egeo y capturando numerosos barcos y esclavos. Tuve la gran fortuna de servir a su lado, no como componente de la Orden, sino como  soldado cercano a la misma, llegando al grado de alférez. En 1555 zozobró nuestra galera en las inmediaciones del puerto de Marsaxlokk, al sur de la isla de Malta, pudiendo salvar mi vida agarrado a una armadera o cuaderna de mar, pudiendo ayudar a salvar la suya, ya que tras varias horas con la galera vuelta de revés, había quedado preso en una burbuja de aire. Al oír sus gritos acudí y pude practicar un orificio por donde salió ileso con su mono Martín que nunca se separaba del señor Romegas. A partir de esos hechos, su consideración por mí fue muy grande, siendo honrado con la  amistad de hombre tan importante y a la vez atento. Terminó su vida siendo uno de los más grandes comandantes navales de la Orden.

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Seguí con él, participando en numerosas acciones militares, volviendo de tanto en tanto  a  Malta,  sede de la  Orden Hospitalaria de San Juan -a partir de 1530 Orden de Malta-. En 1565  los otomanos llevaron a cabo el Gran Sitio de Malta, una de las mayores gestas de la cristiandad contra los infieles, entre mayo y septiembre, siéndome encomendada la misión secreta por mi señor  Mathurin, de escapar de noche en una goleta para pedir ayuda al Dux de la Serenísima República de Venecia Pietro Loredan, y urgir socorro también al Virrey de Sicilia. La defensa fue épica, especialmente en algunos lugares como el fuerte de San Elmo.  La ayuda desde Sicilia llegaba con cuentagotas y con gran dificultad, por estar la isla rodeada por más de 130 barcos de  la flota otomana. Al final, la llegada  del Marqués de Villafranca -Virrey de Sicilia- a la bahía de San Pablo con 9.600 hombres, ayudó a separar aún más los criterios del almirante Piali Baja y del Jefe de las Fuerzas Terrestres Kizil Ahmed Mustafa Baja (es lo que tienen los mandos compartidos), sobre como tomar la isla. Cuando  los venecianos hubieron decidido ayudar, Malta ya había rechazado  las fuerzas de Solimán el Magnífico. Después del sangriento éxito  para librarse del asedio,  mi señor Mathurín viajó a España para dar a su Majestad Felipe II las gracias de parte del señor de La Valette , máximo exponente de la Orden, por el regalo de espada y daga llevado a Malta por fray Rodrigo Maldonado en nombre del Rey como reconocimiento al valor demostrado, junto a municiones y numerosos enseres. Así pues, y sin nada que me atara a Malta, regresé a Venecia -tierra cercana a donde nació mi señora madre- sin saber muy bien que rumbo darle a mi vida.

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Mateo Pérez de Alesio. siglo XVI. Defensa de San Elmo y LLegada de  la flota otomana a Malta.

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Mateo Pérez de Alesio. siglo XVI. Huida de los otomanos en Malta.

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Espada y Daga regalada por Felipe II al Sr. de la Valette y a la Orden de Malta, robada  como todo por Napoleón.

Chipre perteneció al Imperio Romano desde el siglo I de nuestra era. En el siglo IV –división del Imperio­ a la muerte de Teodosio– pasó a pertenecer al Imperio Romano de Oriente. Y así siguió hasta 1191, año  en que fue conquistada por Ricardo I Corazón de León durante la Tercera Cruzada. La madre de Ricardo Leonor de Aquitania la vendió a los Templarios por cien mil denarios, para pagar la liberación de Ricardo apresado en Alemania al regreso de la Cruzada, cantidad por la que éstos se la vendieron posteriormente a Guy de Lusignan (rey de Jerusalén por dos años, por matrimonio con Sibilla hermana de Balduino IV de Jerusalén, el leproso), culpable de la pérdida de Jerusalén a manos de Ṣalāḥ ad-Dīn. (Ver interesante película al respecto, El reino de los Cielos)

Así se estableció el reino cristiano  de Chipre. Continuó reinando la dinastía de Lusignan hasta 1489, cuando su última reina Caterina Cornaro la cedió a la Serenísima República de Venecia. Esta situación duró hasta 1571, en que los venecianos fueron expulsados por Lala Mustafa Pasha, Jefe de las Fuerzas Terrestres del Imperio Otomano siendo sultán Selim II -a los jefes del asedio de Malta los había decapitado por su fracaso-. La caída del último bastión chipriota Famagusta en ese año, señaló el inicio del período otomano en Chipre. Meses después, las fuerzas navales de la Liga Santa –venecianas, españolas y papales– bajo el mando de Juan de Austria, derrotaron a la flota turca en la batalla de Lepanto, pero esto no modificó la situación de Chipre, que se mantuvo bajo el dominio otomano durante tres siglos.

A principios del siglo XVI comenzaron los  otomanos –que desde la toma de Constantinopla en 1453 habían relanzado su expansión, especialmente contra los territorios de la Serenísima República de Venecia y Europa por el este– a no dar tregua a Chipre, asaltando sus flotas comerciales y realizando ataques de alcance limitado contra la isla. Venecia para defenderse, organizó múltiples flotas, que una vez tras otra fueron derrotadas.

En el año de Nuestro Señor de 1567,  la Serenísima República contrató como jefe de la flota a Otelo, un capitán musulmán experto en combates navales, que para el desarrollo  de su función tuvo que  conseguir mandos intermedios, ofreciéndome a mí, Cassio,  uno de los puestos -fui recomendado por el secretario del Dux- y otro a un también alférez llamado Yago, siendo nombrado yo  su lugarteniente, quedando Yago de tercero, lo que provocó un gran odio de éste hacia el capitán moro y un terrible  rencor y resentimiento hacia mí.

Yago, hombre al parecer muy envidioso, inició una serie de acciones para vengarse de Otelo, yendo con su amigo Roderigo –noble veneciano enamorado de Desdémona desde siempre– a casa del viudo Brabancio –senador de Venecia y padre de Desdémona–, a sembrar cizaña, contándole que su hija Desdémona se acostaba con Otelo. Brabancio, herido en su honor, comenzó a odiar manifiestamente a Otelo, el cual extrañado por este odio, comentó el asunto al que creía su amigo Yago, siendo respondido con cierto desdén, que lo que habría que hacer, era matar  a Brabancio por su público desprecio a todos los oficiales de la flota veneciana.

A pesar de todo, Otelo enamorado de Desdémona, pidió su mano a Brabancio, que consintió aunque a regañadientes, al ver que su hija declaraba públicamente y en presencia del Dux, su amor por Otelo. Tras la boda, Otelo y yo tuvimos que partir de forma inmediata hacia  Chipre para enfrentarnos a la flota turca, solicitando Desdémona al Dux permiso para viajar junto a su marido, petición que le fue concedida, pero nuestra partida con la flota de guerra era inminente, conmigo de segundo y Otelo dejó a su esposa al cuidado de Yago, hasta que pudiera producirse el encuentro en Chipre, tras la batalla naval, para lo que viajarían  a la isla en barcos logísticos.

Bajamos desde el Gran Puerto de Venecia hacia el sur por el Adriático  y el Jónico con una flota dividida en dos grandes escuadras de 42 galeras y 24 galeones venecianos, y dos rápidos jabeques a los que se les encomendó la misión de rodear Creta por el sur hacia Chipre y volver para informarnos cuando avistaran la flota otomana, que según nuestras informaciones  estaba formada por alrededor de 100 galeotas, y debería bajar desde el mar de Tracia, el Egeo y el mar de Creta, para desbordar Rodas y virar hacia el este con rumbo a Chipre. Al cabo de cinco días y cerca ya de Creta se desató una terrible tempestad, de la que por fortuna pudimos salir aceptablemente parados, al poder refugiarnos en el golfo de Kissamos, al norte de la isla. Allí estuvimos cerca de dos días, al cabo de los cuales vimos uno de los jabeques regresar a toda vela, aproximándose con gran estruendo de fuego de culebrinas y bombardas.

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Nos informó de la gran debacle  sufrida por la flota otomana debido a la tempestad,  habiendo perdido más de la mitad de los navíos, retirándose hacia el norte. El otro jabeque también se hundió en la tormenta.

To be continued in part 2.