EN LA INTIMIDAD: UN PAR DE BROCHAZOS DE MI VIDA PROFESIONAL. Parte 2.

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En absoluto fui ACRÁSICO en esos momentos.

Tomada la decisión, busqué la manera más conveniente de irme No podía hacerlo por servidumbre del curso de Estado Mayor, ni pedir la reserva transitoria, así que me busqué otra vía –aún ganado algo menos- y pasé a la situación de retiro por insuficiencia psicofísica. Y sin abrazo de nadie y sin comprensión, empecé mi batalla en solitario, sin intuir ningún horizonte, ni malo ni bueno, aunque claro, preocupante.

Llegado este punto, analicé el comentario que hacemos los militares cuando se habla sobre encontrar trabajo en la vida civil: es fácil encontrarlo ya que nuestra seriedad, honorabilidad y confianza es algo que escasea y que es muy demandado en la empresa civil. ¡No es cierto! En la empresa, fundamentalmente  se piden resultados, y a veces no importa demasiado si uno es honorable o de confianza, o se da por hecho.

A mi mujer de entonces y a las mujeres que tenían alguna autoridad sobre mí en aquel momento, les contestaba a sus preguntas sobre mi extraña decisión, con aquellos versos de Jorge Bucay que circunstancialmente he vuelto a oír hace poco en la boda de un sobrino:

Quiero que me oigas, sin juzgarme.

Quiero que opines, sin aconsejarme.

Quiero que confíes en mí, sin exigirme.

Quiero que me ayudes, sin intentar decidir por mí.

Quiero que me cuides, sin anularme.

Quiero que me mires, sin proyectar tus cosas en mí…

Quiero que me abraces, sin asfixiarme.

Quiero que me animes, sin empujarme.

Quiero que me sostengas, sin hacerte cargo de mí.

Quiero que me protejas, sin mentiras

Quiero que te acerques, sin invadirme…

Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten,

que las aceptes, y que no pretendas cambiarlas.

Comencé a lanzar curriculums y hubiera sido difícil conseguir algún trabajo “digno” si no hubiera sido por un amigo que había sido militar –más moderno que yo- que era el director financiero en una empresa de ADAPTACIONES Y BLINDAJES DE VEHÍCULOS. Fui fichado en el departamento comercial, para intentar poner en marcha un inexistente departamento de exportaciones. Mis primeros meses fueron de sensaciones muy malas, ya que me pedían cada día, no si el batallón estaba entrenado y en revista, sino cuanto había vendido, además de estar en una posición que yo sentía baja dentro de la organización, con jefes de escaso nivel intelectual y poco trabajadores. Esta sensación se agravó, cuando me enteré de que la empresa estaba en quiebra técnica, y, o entraba capital o cerraba.

A los seis meses de entrar yo, los testaferros de uno de los grandes banqueros de la época -hombre de moda- inyectaron capital, pero al auditar la empresa los nuevos accionistas –ya mayoritarios- advirtieron una deuda del hasta entonces Presidente de más de 400 millones de pesetas, que había ido sacando en concepto de anticipos: liquidaron al Presidente y tuve la fortuna de que los nuevos inversores me llamaron para saber si quería ser el Director General del nuevo proyecto. Naturalmente, acepté. Así estuve dejándome la vida dos años, hasta que al socio capitalista principal, que era Presidente  de un Banco de los grandes, le llegó la noticia de le iban a intervenir el banco y procedió a cerrar todas sus participaciones empresariales.

Al cerrar la empresa, y habiendo aprendido algo del oficio durante esos años, monté junto a un buen amigo y técnico, una Sociedad Anónima Laboral -creía aún con carácter general en el hombre-, en la cual mi amigo –compañero del alma y soportador de mi a veces desembridada fuerza vital- y yo, controlábamos el 52 %, haciendo participes del 48% a personas del taller, pensando que de este modo, se involucrarían más en el proyecto, lo que en la mayor parte de los casos fue un error conceptual.

Tres meses antes de cerrar la empresa en la que trabajé por cuenta ajena, había vendido mi pequeña y barata casa que había comprado recien casado y adquirido una mucho mejor, endeudándome hasta las orejas. Mis hijos tenían entonces 15,13 y 11 años.

A los dos años de la puesta en marcha del nuevo proyecto,  cambié a Sociedad Anónima, desencantado de mi creencia inicial sobre los estímulos participativos. Al cabo de los años, fuimos creciendo , convirtiéndonos en una de las principales empresas del sector en España, teniendo que asumir muchos riesgos económicos y trabajando mucho y duro. Como Presidente y Director General de la Compañía, compartí veintitrés años con mi socio y amigo, retirándome a los sesenta y siete años largos.

La conclusión de los 47 años cotizados, es que he sido afortunado en los momentos claves profesionales de mi vida, además de haber trabajado mucho y arriesgado lo indecible: la vida de la empresa no permite el sosiego.

Mis tiempos en la milicia fueron más fáciles que los de la vida civil, mucho más gratificantes, interesantes y mucho más ricos en las relaciones humanas.

Posiblemente volvería a repetir la experiencia, si la vida pudiera volver al mismo punto de partida, que espero que no lo haga. Es claro, que la existencia es una permanente toma de decisiones, y en función de las tomadas, pudiera ser que se arribe a unos puertos u otros, o naufragar en los intentos.

La empresa de la cual estoy ya desligado administrativamente -no mi corazón-, sigue funcionando muy bien afortunadamente.

ME FALTÓ COMPRENSIÓN  A TRAMOS, ESPECIALMENTE en los momentos difíciles, pero no me importó , porque supongo que soy el que mejor me comprendo, mi mejor amigo, mi alimento.

A veces recordé en los peores momentos, aunque no tiene que ver con lo que cuento, la Elegía de Miguel Hernández a su fallecido amigo Ramón Sijé, de Orihuela como él:

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

No sé el porqué, pero recuerdo haberlo recordado algunas veces en mi andadura civil.

Hoy tan ricamente…