SOFONISBA ANGUISSOLA. Parte 2.

Pronto, la fama de la joven Sofonisba traspasó las fronteras de la península itálica, siendo en 1559 invitada a la corte de Felipe II como dama de honor de su tercera mujer, Isabel de Valois, hija de Enrique II de Francia y Catalina de Médici, por recomendación del duque de Alba y el duque de Milán, que conocían su habilidad y a su familia, viviendo en la corte española durante casi tres lustros. Pronto se convirtió en la dama de honor favorita de la reina Isabel, con la que compartía el gusto por las artes y la música, a la que además impartió clases de pintura, al igual que a sus dos hijas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela.

Sofonisba llegó a las Españas en 1559, unos meses antes que Isabel de Valois, que pronto cumpliría 14 años. Se encontraron por primera vez en Guadalajara, conectando muy bien, a pesar de los 10 años de diferencia de edad -Sofonisba tenía 24-. La corte se trasladó a Toledo, en donde permaneció durante 16 meses, moviéndose posteriormente al Alcázar madrileño en 1561.

El Alcázar de Toledo. Grabado del siglo XVI. Pieter van der Verge.

El Alcázar de Madrid. 1561. Anton Van Wingaerde.

Sofonisba formaba parte ya del círculo de damas más íntimo de la reina-niña que había cumplido 16 años. Alrededor de la reina, se estableció un grupo de jóvenes pajes del príncipe CARLOS, que ayudaron a Isabel a sobrevivir en una corte tan austera como la de Felipe II, con personas de su edad.

Además de sus ocupaciones como dama de compañía y maestra de la reina, Sofonisba se mantuvo muy activa como retratista de los personajes que la rodeaban, la reina, el propio rey, su hermana la princesa Juana, su hijo el príncipe Carlos,  y más tarde, las infantas  Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, no recibiendo remuneración específica por cada trabajo, que no los firmaba, aunque se le concedió una pensión de cien ducados anuales, a la que se añadieron 800 liras imperiales de renta para su padre, Amílcare Anguissola. Durante mucho tiempo, se atribuyó la autoría de la mayoría de sus obras a otros artistas como  Juan Pantoja de la Cruz, Alonso Sánchez Coello o El Greco, fundamentalmente por no tener firma, aunque hacia 1990, año en el que asunto se estudió con minuciosidad, ya se fueron reconociendo la autoría de sus obras.

Sus retratos gustaron tanto en la corte española, que en ocasiones, se pidió al pintor de cámara Alonso Sánchez Coello, o a Juan Pantoja de la Cruz, que hicieran copias de lo retratado por Sofonisba.

Su fama llegó al Vaticano, pidiendo el papa Pío IV a la artista que realizara para él un retrato de la Reina de España Isabel de Valois. La obra no se conserva, pero se transcribe el intercambio epistolar entre el pontífice y la pintora que se guardan en los archivos vaticanos:

Santo Padre, he conocido por su Nuncio que desea un retrato de mi real Señora realizado por mi mano. Considero un favor singular que se me permita la posibilidad de servir a V.S. y he pedido el permiso de Su Majestad, que ha sido concedido rápidamente, sabiendo el afecto paternal qué su santidad le profesa. Aprovecho la oportunidad de enviárselo por este caballero. Será un gran placer para mí si he gratificado el deseo de su Santidad, debo añadir que, si el pincel pudiera representar la belleza del alma de la reina a sus ojos, sería maravilloso, yo, por mi parte, he utilizado la máxima diligencia para presentar lo que el arte puede mostrar… 

Madrid, 16 de septiembre de 1561. La más humilde sierva de Su Santidad. Sofonisba Anguissola.”

El Papa que no realizó pago alguno por el encargo, le envió diversos regalos y objetos devocionales, además de una carta de agradecimiento:

Dilecta hija en Cristo. Hemos recibido el retrato de nuestra querida hija de la Reina de España que nos ha enviado. Nos ha dado la máxima satisfacción tanto por la persona representada, a quien amamos como un padre por la piedad y las buenas cualidades de su mente, y porque está bien ejecutado y con diligencia por su mano. Agradecemos y le aseguramos que vamos a conservarlo como un tesoro entre nuestras posesiones más selectas, y elogiamos su maravilloso talento que es la menor de sus cualidades. Y por ello le enviamos de nuevo nuestra bendición. 

                                                                          Que Dios la guarde.

El retrato muy alabado, debió salir en algún momento de las colecciones del papa, pues lo cierto es que en ellas no está. Ese primer retrato de la reina que Sofonisba realizó para el Papa, fue una de las obras más copiadas en su tiempo, destacando entre los copistas Pedro Pablo Rubens Juan Pantoja de la Cruz.

A la izquierda copia del Retrato de Isabel de Valois de Sofonisba Anguissola por Rubens. Colección Privada.

A la derecha la copia de tres cuartos de Pantoja de la Cruz de la misma obra que se encuentra en el Museo del Prado.

Sofonisba retrató también a la princesa viuda de Portugal, archiduquesa de Austria e Infanta de España, madre de Sebastián I de Portugal e hija de Carlos I, Juana de Austria, en 1561. En el retrato aparece con una niña que porta tres rosas en la mano.

 

Sofonisba Anguissola. Serenísima princesa Juana hermana del rey nuestro Señor. 1561. Óleo sobre lienzo. Museo Isabella Stewart Gardner.Boston. USA. 

El papa Pío IV estuvo también muy interesado en conocer a la princesa Juana por su fama de persona religiosa, lo que la llevó a fundar el Monasterio de las Descalzas Reales en Madrid y por incorporarse, en secreto, a la orden de los jesuitas –las mujeres lo tenían prohibido-, pidiendo una copia del retrato de Juana de Austria -hermana de Felipe II-, personaje fundamental en la Corte, que mantuvo una estrecha relación con Isabel de Valois y con sus hijas las infantas y también con Sofonisba Anguissola, que acudía a ella como amiga y consejera. La copia se envió a Roma y tampoco ha aparecido. Posiblemente se devolvió posteriormente al Alcázar madrileño, quemándose en el incendio que se produjo en la Navidad de 1734.

A pesar de sus muchas ocupaciones Sofonisba encontraba algún tiempo para dedicarse a sí misma, realizando un nuevo autorretrato, El único que se conoce realizado durante su estancia en España, en el que se muestra tocando la espineta, junto a su ama Cornelia Appianiseguramente con la intención de enviarlo a su familia para dar noticias de ella.

Sofonisba Anguissola. Autorretrato tocando la espineta. 1561. Óleo sobre lienzo. 50 x 42 cm. Collection Spencer en Althorp. Northamptonshire.Reino Unido.

 Sofonisba Anguissola. Isabel de Valois sosteniendo un retrato de Felipe II.1561-1565. Óleo sobre lienzo. 206 x 123 cm. Museo del Prado.

La reina sostiene en la obra una miniatura de su marido, apareciendo el rey con ropa negra ornada con botones, luciendo el toisón de oro colgado al cuello, en imagen similar a como lo lucía durante su matrimonio con María Tudor siendo también rey de Inglaterra.

Hacia 1562 pintó los retratos El príncipe Carlos adolescente -Buckingham Palace, Londres-,  Juan de Austria -Pollock House, Glasgow, Reino Unido- y Alejandro Farnesio -National Gallery, Dublín, Irlanda-. En 1567 retrató nuevamente al príncipe Carlos -Colección Bauzá, Madrid-, que fue el modelo para las seis copias que le fueron encargadas a Sánchez Coello tras el fallecimiento del príncipe.

Sofonisba Anguissola. El rey Felipe II. 1565. Óleo sobre lienzo. 88 x 72 cm. Museo del Prado.

Este retrato de Felipe II estuvo atribuido a Juan Pantoja de la Cruz, según inventario del Alcázar de Madrid de 1686. Posteriores estudios desaconsejaron esta filiación, señalándose su semejanza con otras obras de la artista de Cremona. Todo ello se confirmó con más seguridad en 1990.

Cuando llevaba 12 años en la corte española, en 1571, casó Sofonisba con Fabrizio de Moncada, caballero de la nobleza siciliana, y dos años después dejó España  marchando a Sicilia con su marido. Isabel de Valois, su valedora, había muerto en 1568, y aunque la pintora tuvo también buena relación con la cuarta mujer de Felipe II, Ana de Austria, que casó con el rey en mayo de 1570, a la que también retrató, prefirió volver a Sicilia, de donde su cuñado era virrey. Cinco años más tarde, murió su marido, y tras un año de luto y otro de alivio, contrajo nuevamente matrimonio con Orazzio Lomellini, viviendo a caballo entre Génova y Palermo.

Sofonisba Anguissola. Retrato de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela., 1570. Nivaagaard Museum. Niva. Dinamarca.

Sofonisba Anguissola. Retrato de la reina Ana de Austria. 1573. Óleo sobre lienzo. 86 x 67,5 cm. Museo del Prado.

Sofonisba Anguissola. Isabel de Valois. 1599. Óleo sobre lienzo. 68 x 54 cm. Kunsthistorisches Museum. Viena. Austria.

Sus retratos destacan por el tratamiento de la luz, la minuciosidad, y el colorido vivo de algunas pinceladas que hacen resaltar los rostros, las manos y los detalles sobre la oscuridad de los fondos.

En Palermo fue visitada por Anton van Dyck en 1624, que le hizo un retrato en su cuaderno de viaje, anotando la edad de Sofonisba, -errada-, de noventa y seis años -tenía 89- pudiendo aún hablar con lucidez sobre pintura y continuar pintando, manteniéndose activa hasta 1625 –un año más tarde-, fecha en la que falleció en Palermo a los 90 años de edad.

Entre sus últimas obras se encuentra un Autorretrato pintado hacia 1610, en el que la pintora porta en su mano un papel con una dedicatoria al rey español.

Sofonisba Anguissola. Autorretrato. 1610. Óleo sobre lienzo. Gottfried Keller Foundation.

Música. Renacimiento. PAVANA DE ALEXANDRE – Alonso Mudarra. Música para vihuela de Tres libros de música en cifras para vihuela. Sevilla, 1546.

SOFONISBA ANGUISSOLA. Parte 1.

Hace no demasiado tiempo, vi en un chat de amigos, el óleo de Felipe II pintado  por Sofonisba Anguissola, al referirse a la batalla de san Quintín. Así, aprovechando que el Genil pasa por Granada, me ha parecido interesante tratar de intimar un poco con tan importante maestra de la pintura.

En los tiempos que corren, en casi todos los órdenes y actividades de la vida, se sigue reivindicando -la mayor parte de las veces sin razón- la insuficiente valoración de la mujer dentro de cualquier campo intelectual, profesional, social uotro cualquiera, cuando de todos es sabido, que a nadie se le ocurriría levantar la voz, incluso ni pensar, ni aunque fuera solamente un poco, para mostrar un desacuerdo sustancial con la forma de actuar de alguna mujer, y mucho menos, tomar alguna medida para impedir que hembra alguna realice cualquier cosa que le venga en gana.

Siempre no fue así. En el área del arte, en siglos pasados, era poco recomendable anunciarse como artista femenina, ya que la cotización bajaba a niveles insufribles, por ser considerada, entonces, un ser inferior al hombre, además de que la pintura estuviera conceptuada como actividad manual poco apropiada para la mujer, a excepción de alguna protegida por ser de familia noble o de altos cargos eclesiásticos, a las que se  permitía iniciativas tales. En pleno Renacimiento, el círculo de mujeres artistas, se restringía a lo privado, en el contexto de conseguir una buena formación en música y pintura, como parte del ajuar femenino de las aristócratas.

Por ejemplo, Artemisia Gentileschi –hija del pintor toscano Orazio Gentileshi, uno de los máximos exponentes de la escuela romana del gran Caravaggio– ha pasado a la historia por haber denunciado la violación que sufrió por uno de los discípulos del taller de su padre. Por ese hecho, fue repudiada y vilipendiada públicamente, castigando así su determinación y valor.

Cuando visito el Prado, tras entrar por la puerta de los Jerónimos, siempre paso, en un primer momento, por la sala 055 para saludar a Felipe II, retratado por la magnífica Sofonisba Anguissola, y si voy con tiempo, saludo también a la mayor parte de la familia que en esa sala se suelen encontrar: Ana de Austria –cuarta mujer del rey- y a las dos hijas de Felipe II e Isabel de Valois, las infantas Isabel Clara Eugenia y a la infanta Catalina Micaela retratadas por Alonso Sánchez Coello.

Intentar localizar cuadros pintados por mujeres en el Museo del Prado, es obra mayor, ya que en sala, de algo más de 1.700 obras colgadas –otras 30.000 en los almacenes-, sólo hay ocho, cuyas autoras sean mujeres. Es un reflejo del desprecio que sufrieron a lo largo de la historia, ya que en primer lugar, no pudieron aprender en talleres y escuelas de arte como los hombres, y después, para las que lo consiguieron y llegaron a ser buenas artistas, se silenciaron sus nombres buscando el olvido. Quizá el Prado en el año 2500, exponga obras de 8 varones…, o se busque el concepto de la brillantez en lugar del quotismo verbenero, y estén expuestas/os las/los mejores artistas y obras, sin esconder a nadie como hizo la historia.

Hace unos meses, hicieron una exposición temporal en el Prado, reivindicando el buen arte de Sofonisba Anguissola y de Lavinia Fontana denominada AL RESCATE DE LAS MAESTRAS SOFONISBA ANGUISSOLA Y LAVINIA FONTANA.

La familia de Sofonisba, de origen cartaginés, utilizaba de tanto en cuanto nombres históricos de sus ancestros para bautizar de igual manera a algunos componentes de su estirpe; de ahí el nombre de su padre Almircar o el de Sofonisba, cuyo significado en numidio es la conservadora de príncipes, y que fue el apelativo de una reina de Numidia muerta a manos de su amante Masinisa, con el propósito de que no cayera viva en las garras de Escipión el Africano tras la batalla de Zama entre las fuerzas del imperio romano lideradas por el joven Publio Cornelio Escipión y las del cartaginés Aníbal Barca, en el 202  a.C., que fue el desenlace de la segunda guerra púnica a favor de Roma, aunque ya entonces Masinisa, se hubiera convertido en aliado de Roma.

Batalla de Zama. Cornelis Cort. 1567.

Sofonisba Anguissola nació en Cremona en 1535, hija de Almicare Anguissola, hombre de la baja nobleza, aunque sin demasiados recursos económicos, pero bien relacionado con los poderosos genoveses. Sofonisba fue la mayor de seis hermanas y de un varón.

Amilcare animó a sus seis hijas -Sofonisba, Elena, Lucía, Europa, Minerva y Ana María- a cultivarse en las artes y en la música. Cuatro fueron pintoras, pero Sofonisba fue la que más destacó. Elena se hizo monja y dejó la pintura, al igual que Ana María y Europa al casarse, y Lucía, posiblemente la mejor pintora de las seis, murió joven, aunque dejó algunas obras muy interesantes, como el retrato del médico de Cremona Pietro Manna. La otra hermana, Minerva, se dedicó a escribir, siendo una experta latinista. Asdrúbal el hermano varón, estudió música y latín, pero no pintó.

Lucía Anguissola. Pietro Manna, médico de Cremona. 1557. Óleo sobre lienzo, 96 x 76 cm. Museo del Prado.

Su padre consiguió en 1546 que admitieran a dos de ellas –SOFONISBA y Elena- como alumnas en el taller de Bernardino Campi, maestro manierista y gran retratista, que influyó en la joven Sofonisba, haciendo que destacara desde la adolescencia como magnífica dibujante. Sofonisba practicaba retratando del natural a los miembros de su familia, en situaciones cotidianas, con gran sensibilidad. Su trabajo más importante de aquella época –con 15 años- fue Bernardino Campi pintando a Sofonisba Anguissola: un retrato dentro de otro o doble retrato, realizado por la joven artista.

Sofonisba Anguissola. Bernardino Campi pintando a Sofonisba Anguissola. 1550. Óleo sobre lienzo. 111 x 110 cm. Pinacoteca Nacional de Siena. Italia.

Cuando Campi se fue a otra ciudad, Sofonisba continuó sus estudios en el taller de otro maestro de Cremona. El aprendizaje de Sofonisba con artistas locales sirvió de precedente para que las mujeres fueran aceptadas como estudiantes en las escuelas de arte de Cremona. A partir de 1549 continuó su aprendizaje durante tres años aproximadamente con Bernardino Gatti, maestro con gran conocimiento de la obra y de la corriente clasicista liderada por Rafael Sanzio y Giulio Romano.

A través de Gatti, recibió la influencia de Correggio, siendo este influjo parmesano el que hizo que tratara con acierto el acercamiento a los objetos, aportando la artista motu proprio el estudio psicológico de los modelos. Su actividad artística de juventud en Cremona también incluyó pequeñas obras religiosas, realizadas por su devoción derivada de su gran religiosidad.

En 1554 marchó a Roma para completar su formación, conociendo a Michelangelo Buonarroti -Miguel Ángel-, comenzando en esa ciudad a ser conocida en los círculos artísticos. Cuando Miguel Ángel le pidió que pintara un niño llorando, Sofonisba dibujó un Niño mordido por un cangrejo. El gran artista reconoció su talento, y la acogió de manera informal durante dos años, ofreciendo sus consejos, que fueron de gran utilidad para Sofonisba.

Sofonisba Anguissola. Niño mordido por un cangrejo. Probablemente 1553. Dibujo. Museo de Capodimonte Nápoles. Italia.

El cuadro representa a un niño  –probablemente su hermano Asdrúbal-que acaba de ser mordido por un cangrejo y está llorando junto a su hermana, que sostiene el animal con su mano izquierda. Los detalles anatómicos de sus cuerpos, cara y manos son equilibrados, excepto la cabeza del niño que es desproporcionadamente grande en comparación con la de su hermana. No aparecen en el cuadro las características propias de la pintura del Renacimiento. La luz es frontal y los colores son fríos predominando los amarillos, grises y marrones.

El dibujo estuvo en poder de Miguel Ángel, quien probablemente se lo regaló a su discípulo Tommaso Cavalieri, quien a su vez se lo entregó a Cosme de Medici como algo de gran valor, acompañando a un dibujo del gran maestro Miguel Ángel:

Estimado Sr. Duque

Teniendo yo un dibujo de mano de una noble cremonesa llamada Sofonisba “Angosciosa”, hoy dama de la reina de España, se lo envío junto con éste [se refiere a uno de Miguel Ángel] y creo que podrá estar a la altura de muchos, porque no es solamente bello sino que es además una invención y habiendo visto el divino Miguel Ángel un dibujo de ella con una joven que reía le dijo que le gustaría ver como dibujaba un niño llorando que era mucho más difícil y ella le envió éste que es un retrato de su hermano al que hacen llorar para dibujarle.

Sofonisba Anguissola. Autorretrato. 1554. Óleo sobre madera. 19,5 x 12,5 cm. Kunsthistoriches Museum. Viena. Austria.

El gran historiador de arte Giorgio Vasari, escribió sobre ella, reconociendo sus méritos, alabando su forma de dibujar y pintar, como copista y como creadora de auténticas e imaginativas obras de arte.

No obstante, no lo tuvo fácil, pues a pesar de que contó con más apoyos que el resto de las mujeres de su época, no se le permitió ir más allá de los límites impuestos para su sexo. No tuvo la posibilidad de estudiar anatomía o dibujar del natural, pues era considerado inaceptable para una mujer que viera cuerpos desnudos. Por eso, Sofonisba buscó realizar un nuevo estilo de retratos, con personajes en poses cotidianas e informales.

Sofonisba Anguissola. Lucía, Minerva y Europa Anguissola jugando al ajedrez.1555. Óleo sobre lienzo. 72 x 97 cm. Museo Narodowe. Poznan. Poznan. Polonia.

Sofonisba Anguissola. Autorretrato frente al caballete. 1556. Óleo sobre lienzo. 66 x 57 cm. Lancut Castle. Lancut. Polonia.

Sofonisba Anguissola. Retrato de familia, Minerva, Almilcar, Asdrúbal Anguissola. 1557-1559. Óleo sobre lienzo. 157 x 122 cm. Nivágárds Malerisambling. Niva. Dinamarca. 

Sofonisba gustó de autorretratarse a todas las edades, explorando su rostro y su expresión corporal, desde que comenzó a pintar hasta los 90 años, lo que le ayudó a ser una extraordinaria retratista, cultivando también la pintura religiosa. Los miembros de su propia familia y ella misma, fueron los protagonistas más frecuentes de sus obras. Se puede encontrar en sus numerosos autorretratos, a Sofonisba leyendo, tocando algún instrumento musical o pintando. Todo ello es la representación clara de las actividades a las que estaba sujeta una mujer de su clase social. La joven destacó pronto por su habilidad como dibujante, convirtiéndose enseguida en una celebridad.

Sofonisba Anguissola. Giovanni Battista Casselli, poeta de Cremona. 1557-1558. Óleo sobre lienzo. 77,7 x 61,4 cm. Museo del Prado.

To be continued in part 2 and last.

Música: pieza del renacimiento italiano. Anónimo del Cancionero de Palacio del siglo XVI.

La proclamación del Estado Catalán de 1873 frustrada y la abolición del Ejército regular en Barcelona. Todo en grado de tentativa. Parte 3.

El Capitán General de Cataluña Eugenio de Gaminde -cesado el día 18 desde Madrid-, se marchó de Barcelona en el vapor Levante, despidiéndose a la francesa, ante la acusación de la soldadesca de ser poco afecto a la República. En consecuencia, y al tener noticias del vacío en Capitanía, los intransigentes volvieron a presionar a la Diputación el 21 de febrero, combinando la manifestación con un desfile militar por la plaza de San Jaime, sin ninguna formación geométrica, con gorros frigios unos y barretinas otros, mezclados con los civiles, y los cañones de las armas hacia el suelo, en una clara muestra de indisciplina e insubordinación, entrando en el edificio de la Diputación una Comisión para, en nombre del pueblo y del Ejército, pedir a esa Institución que declarara el Estado federal de Cataluña y adoptara las resoluciones que consolidaran esa situación. Al día siguiente, los que presentaron la petición, la retiraron. El vicepresidente de la Diputación había informado a Madrid.Read More

La primera República española y el comienzo de los desórdenes en Cataluña encaminados a la proclamación del Estado Catalán. Parte 2.

 

Proclamación en Madrid de la Primera República española en  la Asamblea Nacional  el 11 de febrero de 1873.

La proclamación de la Primera República el 11 de febrero de 1873 se produjo en una situación económica mala, con un elevado déficit y una deuda pública desbocada, generadas en gran parte por la guerra de Cuba y un nuevo levantamiento de los carlistas -Tercera Guerra Carlista (1872-1876)-. El régimen capitalista que se había desarrollado sin grandes problemas hasta entonces, sufría la primera de sus crisis sistémicas, con la quiebra de importantes bancos, la falta de liquidez del Estado al no poder hacer frente a los vencimientos de la deuda pública y con la bolsa de valores por los suelos.Read More

La historia de la Diada catalana. Aproximación al intento fallido de proclamación del Estado Catalán. Parte 1.

Ahora que se acercan las eleccones catalanas, aprovecharé para proseguir -de tanto en cuanto  lo haré para aburrir menos- con el  relato del segundo intento  -han sido cuatro- de proclamación -en esta ocasión fallido– de independencia  e instauración de una república en Cataluña. La primera república catalana que duró 7 días recordemos  que vivió desde el día 16 al 23  de enero de 1641.

Es interesante irlo recordando para hacer frente a las milongas que de tanto en cuanto nos susurran o vocean.

La Guerra de Sucesión española, fue una guerra para lograr la corona española, librada entre la familia natural del último rey español de la Casa de AustriaCarlos II el Hechizado-, los Habsburgo, con su representante el Archiduque Carlos Francisco de Austria a la cabeza, y los nombrados herederos en su testamento por el Austria fallecido, los Borbones franceses, con Felipe de Anjou como representante.Read More

Despedida de mi querido amigo Carlos Manuel Pérez Vázquez

Querido amigo Carlos Manuel

Me hubiera gustado despedirme personalmente, pero con las cosas que están sucediendo no ha sido posible. Al no poderlo hacer en persona, lo haré por aquí. Me complacería escribir bien para poder hacerlo como te mereces, pero esto es lo que hay…

Hasta ahora, nunca utilicé para llamarte tu nombre compuesto, que a ti tanto te gustaba, porque yo soy de nombres cortos, pero hoy lo hago, para que veas que tu recuerdo me hace salvar mi hocicamiento -me estoy amariconando-.

Tuve la fortuna de recibirte en la compañía de paracaidistas que yo mandaba -la 1ª de la I Bandera- hace más o menos 40 años, y luego, ya en mi última época de capitán, en la compañía de Plegados del Grupo de Lanzamiento de la BRIPAC.

Después, los avatares profesionales de la vida nos separaron, pero seguí teniendo la suerte de poder considerarme tu amigo, ya que es certeza, que, en la milicia de las buenas gentes, los amigos que no se han visto ni relacionado durante largos períodos de tiempo por vicisitudes profesionales, siguen siéndolo siempre.

Te hicieron -eso fue azar o genes, no te vayas arriba…-, honesto, honrado y leal con los de arriba, con los de abajo y  con los de en medio, estando siempre alegre, bienhumorado, empeñado en el trabajo, siempre generoso, pero, y sobre todo, fuiste buena gente y muy buen profesional. De lejos, muy aceptable, y de cerca, comestible. También tuviste la suerte -quizá ahí pusiste algo de tu parte- de unirte a una admirable Mercedes, con la que hiciste un magnífico equipo y pasaste una buena vida, teniendo dos hijos estupendos.

Tras tu paso por las Banderas, Grupo de Lanzamiento y PRPs, y por una serendipia, descubriste tu parte geek, convirtiéndote en un polímata -además de tus especialidades ya logradas y bien manejadas, ahora sagaz informático- disfrutando hasta ayer, de tu imaginación y técnica, aplicándola a lo que tanto amaste, las F.F.A.A.

Jugábamos al pádel -tienes que mejorar y bregar más- y corríamos juntos hasta hace poco, cantábamos con dos guitarras, intentando voces, y de tanto en cuanto, nos juntábamos para ver jugar a nuestro querido Madrid en las champions de los últimos años, pero ya en esta última época, sólo hemos podido disfrutar de alguna escasa cerveza y ese queso que tanto te gustaba. A partir de ahora lo tomaré con tu recuerdo.

Te pido disculpas por lo que te dije hace unos días, desayunando con Mercedes, “te estás volviendo algo refunfuñón…y me extraña porque nunca lo has sido…” os comenté para intentar dar normalidad a la conversación, aunque ya estabas que no podías con tu alma… y me contestaste con la mirada sin emitir palabra…si yo te contara…

En fin, querido Carlos Manuel, te deseo buen viaje, esperando poder saludarte no sé en dónde, y poder detener antes de que te encuentre la pena de mi alma que se derrama por tu pérdida, porque fuiste alguien a quien realmente quise.

Hasta siempre Charly y ¡buen salto!

Jose Amaro

Las reinas vírgenes. Parte 4. Cristina de Suecia. Parte 2.

Tras despedirse de su primo Carlos X Gustavo y de su comitiva, siguió la reina Cristina hasta el puerto de Halmstad -costa SW de Suecia, casi tocando a Dinamarca-, donde embarcó hacia Hamburgo, desde donde posteriormente continuaría hasta Amberes y Bruselas, dominios del Imperio español, donde se pondría bajo la protección del rey Felipe IV.

 

Jacob Ferdinand Voet. La reina Cristina de Suecia.1670-1675. Óleo sobre lienzo. 67,3 x 54,6 cm. Scottish National Gallery. Edimburgo. Escocia.UK.

La intención de Cristina era ir a vivir a Roma, pero no desaprovechaba ocasión alguna para disfrutar de la vida. El 23 de julio llegó a Hamburgo -puerto del norte de Alemania- alojándose en el hogar de un comerciante judío de ascendencia portuguesa, enamorándose de su sobrina, Raquel Teixeira. El comportamiento de la reina, que se había cortado el pelo como un hombre y vestía como tal, causó estupor entre los hamburgueses.

Cristina se sentía feliz y así lo demuestra una carta escrita a su más íntima amiga y antigua amante, Ebba Sparre: paso el tiempo comiendo bien, durmiendo bien, estudiando muy poco, asistiendo a comedias francesas, italianas o españolas y viendo pasar agradablemente los días. No oigo ya sermones y desprecio a los oradores. pues como dice Salomón, es vanidad todo lo que no sea vivir con alegría, comer, beber y cantar.

Continuó su viaje, primero a Amberes y luego a Bruselas, en donde pasó la Navidad de 1654 permaneciendo allí nueve meses, gastando mucho más de lo debido, viéndose obligada a empeñar parte de sus joyas y de la vajilla para pagar las deudas que acumulaba, y poder mantener a su séquito y elevado tren de vida.

Cristina cambió de la fe luterana al catolicismo en la víspera de Navidad de 1654, a los 28 años de edad, comunicándolo de forma privada al entonces Papa Inocencio X -Giovanni Battista Pamphili, tataranieto de Juan Borgia– que recibió con gran alegría la noticia de su conversión, y aunque murió 13 días más tarde, el 7 de enero de 1655, su sucesor, Alejandro VII  -Fabio Chigi, sobrino de Paulo V Borghese-  en abril de 1655, acordó, tras conocer la intención de Cristina de ir a vivir a Roma, hacer público su cambio de fe.

La reina sueca emprendió viaje hacia Roma en otoño de ese mismo año, por itinerario similar al del Camino Español de los Tercios, pactando el momento y el lugar de realizar el cambio público de fe, que se decidió se realizaría en la capilla del castillo de Innsbruck -Austria-, en donde fue recibida por representantes oficiales de la Iglesia Católica el 3 de noviembre de ese año.  Inmediatamente, se comunicó a todas las casas reales europeas, la nueva del cambio de fe de Cristina.

Palacio de Ambras. Innsbruck. Austria.

La noticia fue recibida en Suecia, así como en el resto de reinos protestantes con asombro, pues resultó extraño, que la hija del León del Norte -Gustavo II Adolfo-, el paladín del luteranismo, hubiera abjurado de la fe de su padre.

Cristina continuó el viaje hacia Roma, deteniéndose en Bolonia para visitar la antigua universidad, y en Asís, la cuna de san Francisco, haciendo valiosas donaciones en joyas.

Alejandro VII ordenó, que por cada localidad por la que pasara, fuera saludada con salvas de cañón y con las iglesias tañendo sus campanas, misas, procesiones e incluso representaciones artísticas en su honor.

Alejandro VII -Fabio Chigi -.

El 23 de diciembre de 1655 entró en Roma por la Puerta del Popolo, seguida de un gran cortejo, sobre un magnífico caballo blanco, escoltada por la Guardia Suiza, El Papa, el colegio cardenalicio, la nobleza y una multitud salieron a recibirla. Entró en la Ciudad Eterna con un séquito de no menos de “doscientas personas repartidas en una caravana formada por medio centenar de carruajes y carrozas, con cocineros, músicos, cocheros, lacayos y mozos de caballeriza.” El día de Navidad, recibió la comunión y la confirmación con el nombre de María Cristina Alexandra, de manos de Alejandro VII en la basílica de San Pedro. Naturalmente, una reina conversa era algo muy poco habitual, siendo la circunstancia aprovechada por la Iglesia y por Cristina.

El Papa, puso a su disposición el bello Palacio Farnesio, propiedad del duque de Parma, que lo cedió a la monarca sueca, con magníficas vistas sobre el río Tiber, convirtiéndose la residencia en el centro de la vida cultural de Roma.

                                                 Palacio Farnesio. Roma.

Cristina, se convirtió en una de las mujeres más aclamadas y poderosas de la época, fijando su residencia habitual en Roma. Pronto comenzó a tener problemas económicos, cada vez mayores, debido a sus excesos cada vez más extravagantes, con comportamientos excéntricos, lo que comenzó a provocar tensiones en el Vaticano.

Tuvo que abandonar Roma para volver años después, pero ya no gozaría de los privilegios que tuvo en sus primeros años, y su fe en la religión católica fue cada vez menor. Felipe IV le retiró su protección y el estado español le dio la espalda. Sus problemas económicos iban a más y su salud se resentía.

El papa Alejandro VII llegaría a decir desesperado “Es una mujer nacida bárbara, educada como bárbara y con cabeza llena de bárbaras ideas”. Mientras, Cristina creó en 1656, la Academia Real, donde los intelectuales de Roma y los que iban a visitarla se reunían para hablar sobre filosofía, arte, ciencias e incluso alquimia y astrología.

La presencia de Cristina de Suecia en Roma se convirtió en un continuo quebradero de cabeza para el Papa. Aprovechando una epidemia de peste que amenazaba con llegar a Roma, le sugirieron que se pusiera a salvo marchándose a París, y aunque Cristina no quería abandonar el Palacio Farnesio, finalmente accedió, dejando Roma a bordo de cuatro galeras que puso a su servicio el Pontífice en julio de 1656. Dejaba atrás una ciudad cansada de ella, donde circulaban panfletos diciendo “Llegó a Roma amiga de los españoles, católica, virgen y rica y se va amiga de los franceses, atea, puta y mendiga”.

Camino a París se detuvo en Lyon, en donde Cristina y un reducido séquito que la acompañaba se encontraron con la Marquesa de Ganges -libro del marqués de Sade, por lo que no se sabe cuánto hay de ficción y cuánto de realidad, quien se bañaba casi desnuda. Cristina no pudo reprimirse y corrió tras la marquesa: “la besó en todas partes, en el cuello, en los ojos, la frente, muy amorosamente, y quiso incluso besarle la boca y acostarse con ella, a lo que la dama se opuso”.

De aquel encuentro quedó una apasionada carta de Cristina a la marquesa, donde, entre otras cosas, le decía:

“¡Ah! Si fuera hombre caería rendida a vuestros pies, languideciendo de amor, pasaría así el resto de mis días […] mis noches, contemplando vuestros divinos encantos, ofreciéndoos mi corazón apasionado y fiel.

“Dado que es imposible, conformémonos, marquesa inigualable, con la amistad más pura y firme. […] Confiando en que una agradable metamorfosis cambie mi sexo, quiero veros, adoraros y decíroslo a cada instante. He buscado hasta ahora el placer sin encontrarlo, no he podido nunca sentirlo.

“Si vuestro corazón generoso quiere apiadarse del mío, a mi llegada al otro mundo lo acariciaré con renovada voluptuosidad, lo saborearé en vuestros brazos vencedores”.

En septiembre de ese año hizo su entrada en París, acompañada por una escolta de nada menos que mil quinientos hombres, y una vez más, volvió a escandalizar a todos con su comportamiento durante la misa en su honor en la catedral de Notre Dame, donde su conducta fue absolutamente impropia de una persona de su alcurnia y educación.

Durante su estancia en Francia sorprendió al primer ministro -cardenal Giulio Mazarino– con la propuesta de liderar un ejército para conquistar para Francia el reino de Nápoles, del que era rey Felipe IV de Austria, aprovechando el descontento de los napolitanos por la epidemia de peste. Francia y España eran rivales, y Cristina tenía la esperanza de que el joven monarca Luis XIV le prestara su apoyo para la operación, en la que atacaría los territorios del monarca español, que durante mucho tiempo fue su protector.

A pesar de presentarse el primer día ante la madre del rey francés, Ana de Austria -hermana de Felipe IV de España- mal vestida, con las manos sucias y la peluca en desorden, no tardó en conquistar la corte francesa y convertirse en una gran atracción.  En cuanto al asunto de Nápoles, Luis XIV la prometió un ejército de cuatro mil hombres, además de la financiación necesaria para la expedición, y se puso una fecha para el desembarco, febrero de 1657, pero se piensa que todo fue por no decir no desde un principio, ya que lo que deseaban la reina Ana y Mazarino era desembarazarse de Cristina como fuera, por lo que la animaron a volver a Roma, y desde allí seguir preparando la operación. La epidemia de peste que azotaba Roma en ese momento, la obligó a desviarse a Pesaro, donde el Papa Alejandro VII le dejó su palacio.

Allí pasó   meses sin recibir noticias de Francia, decidiendo regresar a París. Durante su estancia en la ciudad de la luz y antes de saber que Francia ya no iba a apoyar su invasión, descubrió que uno de sus hombres de confianza, el marqués de Monaldesco, la había traicionado, informado a Felipe IV de sus intenciones. Cristina ordenó su ejecución, lo que constituyó una falta de respeto a la autoridad de Luis XIV, ya que sólo el monarca francés tenía la potestad de ordenar una ejecución dentro de su territorio. El rey de Francia, no le perdonaría lo que consideraba como una grave falta a su autoridad, y el asunto de Nápoles dejó de encontrarse en la agenda política francesa.

Al serle llamada la atención sobre su incapacidad de decidir sobre una vida, ella contestó por carta a Mazarino, demostrando su independencia y que ella no estaba dispuesta a subordinarse a nadie, estuviera en Suecia o en Francia: “Nosotros, las gentes del norte, somos un poco salvajes y poco temerosas por naturaleza. Os ruego que me creáis si os digo que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por complaceros, salvo atemorizarme. En lo que se refiere a mi acción contra Monaldesco, os digo que, si no lo hubiera hecho, no me iría esta noche a la cama sin hacerlo, y que no tengo motivo ninguno de arrepentimiento, y en cambio cien mil motivos para estar satisfecha”

Con sensación de fracaso regresó a Roma el 18 de mayo de 1658, advirtiéndose un profundo deterioro en Cristina. No tenía más que treinta y dos años, pero ya aparentaba ser una mujer de mucha más edad. Gracias a su amigo el cardenal Azolino, las relaciones entre la monarca sueca y el Papa Alejandro VII mejoraron, siéndole concedida una renta anual, que el cardenal se encargó de administrar, para evitar que volviera a derrocharla.

En seguida, una nueva esperanza de volver a ocupar el trono sueco anidó en su mente, cuando el 13 de febrero de 1660 falleció su primo y sucesor Carlos X Gustavo, quedando el trono en manos de su hijo de sólo cinco años, Carlos XI de Suecia, aunque el reino estaba gobernado por un Consejo de Regencia. Cristina viajó a Suecia para saber cómo quedaría su situación financiera -sobre todo- y para hacer valer sus derechos al trono, en caso de que el pequeño Carlos XI, de naturaleza enfermiza, muriera.

En 1666 nuevas noticias sobre una enfermedad de Carlos XI, hicieron que nuevamente renaciera su esperanza de recuperar la corona, viajando hasta Hamburgo para esperar allí noticias, anhelando la muerte de su sobrino. Ella cayó enferma, recuperándose en enero de 1667, viajando a Suecia para participar en la sesión de los Estados Generales, para una vez más, defender sus derechos a la corona, pero el Consejo de Estado no le permitió la entrada en Estocolmo, prohibiéndole inmiscuirse en los asuntos de Estado.

Derrotada Cristina, abandonó Suecia en junio de 1667 y no volvería a poner el pie en su tierra. Mientras, en Roma había muerto Alejandro VII, sucediéndole Clemente IX Giulio Rospigliosi-, antiguo amigo de Cristina, quien la recibió con entusiasmo y le concedió una nueva renta para que pudiera mantener su nivel de vida, aunque en un palacio algo menos lujoso que el Palacio Farnesio, el Palacio Riario.

Palacio Riario o de la Cancillería. Alberga la sede del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica.  

Para entonces, los sinsabores sufridos habían causado estragos en el físico de la reina: “sus rasgos se habían endurecido, le colgaban los carrillos de la mandíbula y tenía su nariz aguileña llena de protuberancias y había engordado mucho. Tenía cuarenta y dos años y aparentaba sesenta”.

Clemente IX -Giulio Rospigliosi-.

En 1669 murió Clemente IX, siendo relevado por Clemente XEmilio Bonaventura Altieri- que viviría hasta 1676, con el que Cristina mantuvo una relación ambigua y educada, pero distante. A éste, le sucedió Inocencio XI -Benedetto Giulio Odescalchi-, que no quiso saber nada de Cristina y su extravagante forma de vida. Inocencio XI murió el mismo año que Cristina, 1689.

Inocencio XI -Benedetto Giulio Odescalchi-.

Después de que Carlos XI sufriera una caída del caballo,  ella se apresuró a escribir esta carta al administrador  de sus posesiones en Suecia, reivindicando una vez más sus legítimos derechos “Quiero esperar que no se olvidará que la corona que se posee es el don de una mera gracia  que no fue concedida al rey Carlos Gustavo y a sus descendientes más que por mí y, en caso de que el actual Carlos faltara, Suecia no puede, sin cometer un crimen ante Dios y ante mí, escoger a otro rey ni a otra reina sin que mis derechos hayan sido asegurados”. Pero Carlos XI no moriría de ese accidente hípico, sino ocho años después que Cristina.

A pesar de los malos deseos, desde siempre, de Cristina para el rey Carlos XI de Suecia, en 1672 alcanzó éste la mayoría de edad, e ignorando que Cristina había deseado durante años su muerte para ocupar el trono, decidió solucionar los problemas financieros de Cristina aumentándole su asignación anual. Tomó la reina de nuevo el papel de mecenas cultural, convirtiendo el Palacio Riario en el centro de la vida cultural y artística de Roma.

Carlos XIUlrica Leonor de Dinamarca -hija del rey de Dinamarca Federico III– tuvieron siete hijos, con lo que la sucesión quedaba garantizada y las aspiraciones de Cristina, enterradas. Carlos XI siempre mostró afecto por Cristina, a pesar de todos los malos deseos de ésta, siendo madrina de su primogénito, el futuro Carlos XII.

La última década de su vida estuvo marcada por las dificultades económicas. Sus ingresos se vieron mermados por el estado de guerra en Suecia. Las dificultades económicas y el hecho de haber perdido el favor del Vaticano, así como la pérdida del alto prestigio del que gozó durante los años pasados, repercutieron en su salud, produciéndole melancolía.

Cristina de Suecia murió el 19 de abril de 1689, a los 62 años. La mujer excéntrica, independiente, egoísta, ambiciosa, amante del arte y de la cultura, y tan apasionada, fallecía velada por su leal cardenal Decio Azolino. Se decidió enterrarla con honores de jefe de estado en la Basílica de San Pedro, privilegio reservado a papas y emperadores, en donde se construyó un monumento funerario en su honor.

Monumento funerario en la Basílica de San Pedro.

Música: barroca italiana. Canzona dicimonona detta la Capriola. Girolamo Frescobaldi.

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